Es saludable reconocer que la sociedad peruana ha emprendido una toma de conciencia sobre los efectos del racismo y la discriminación. Comienzan a ser usuales las muestras de rechazo frente a este tipo de prácticas, propias, como se dice, de otra época. Aunque se ha avanzado bastante al respecto, aún subsisten en el imaginario nacional una serie de estereotipos de origen étnico, social y económico.
Existe una práctica que también se desprende del discurso de la discriminación. Se le conoce coloquialmente como “ninguneo”: una serie de estrategias que niegan, devalúan y menosprecian la presencia de un interlocutor, del otro. Heredero de nuestros modos autoritarios de educación, el ninguneo busca invisibilizar las tomas de posición críticas o alternativas. También se aplica a la obliteración de fuentes de información.
Ninguneo es, por ejemplo, decir que en el Perú, por su condición de país periférico en relación con Occidente, no sucede absolutamente nada en cuanto a manifestaciones artísticas y culturales se refiere. Ninguneo es mirar sesgadamente nuestra vasta tradición andina, minimizándola o atribuyéndole un valor dado según nuestra postura política, religiosa o ideológica. Ninguneo es hablar sin conocimiento de causa, escribir una crítica con mala intención —como si el escritor no existiera o no fuera alguien que vaya a leer la crítica—, sostener maniqueamente que un grupo determinado de personas es superior a otro. Ninguneo es negar al otro su voz, su presencia, su derecho a la legítima defensa.
Lamentablemente, esta práctica está muy extendida en el debate intelectual peruano. Es necesario, pues, insistir, proponer, plantear ideas, a pesar de todas las previsiones contrarias. También responsabilizarse por lo que se ha dicho. Es común la afirmación categórica y luego la rápida relativización de lo enunciado.
Esta edición de El Hablador está dedicada a la memoria del escritor José B. Adolph.
Mayo,
2008
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