La
promulgación de la Ley del Libro es
quizás el acontecimiento cultural más
importante del año en el Perú, no sólo
por sus implicaciones en el ámbito educativo,
sino porque reconoce el vasto proceso de producción
y fijación del conocimiento, actividad muy
poco valorada en nuestro país. La aparición
de esta norma remata una campaña civil que
duró varios años y, por lo mismo, no
debe hacer dormir en sus laureles a los actores implicados
en ella; más bien, incumbe reanimarlos para
que el libro realmente sea un objeto asequible a los
lectores y, sobre todo, ampliar el horizonte de expectativas
con una oferta variada. Para ello no sólo basta
con importar las últimas novedades editoriales
del extranjero, sino de estimular aquí nuestra
propia creatividad intelectual.
Otro
suceso determinante fue la presentación del
informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación
(CVR). Este recuento de los terribles años
de violencia, sin embargo, en vez de despertar el
debate y la reflexión, fue recibido por la
indiferencia que precisamente denuncia. La clase política
en general en actitud defensiva más que
conciliadora se limitó a una rápida
lectura de sus conclusiones, con lo que demostró
su desinterés por el problema, gesto que fue
imitado por buena parte de la sociedad peruana.
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