Los autores oficiales ya no se sienten inclinados a representar proyectos colectivos sino, exclusivamente, los estamentos domésticos directamente vinculados con su visión de mundo

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Subjetividad oficial: Exilios, desintegraciones y otros. Una lectura de la crisis social en la narrativa breve limeña de los ochenta

por Carlos Yushimito del Valle

 

“…por encima del desierto de la crítica queremos
nuevamente que se nos interpele”.
Paul Ricouer.

I. Observaciones preliminares

Quisiera que el epígrafe que he tomado doblemente prestado (1) sirviera para esbozar, como planteamiento liminar, dos aspectos que animaron la escritura del presente ensayo. Me refiero, desde luego, a una situación hermenéutica y a un lugar de enunciación. La primera tiene que ver con un llamado de atención acerca del vacío, más o menos corriente, en el que la crítica especializada ha dejado a la narrativa breve de los ochenta. A mi entender son dos fenómenos claramente diferenciados los que han terminado por originar el estado actual de este confinamiento. Por una parte, dicho periodo (que en términos de renovación generacional se concentra casi exclusivamente en el terreno de los cuentos) tiende a ser observado con suspicacia, más como una etapa de consolidación de autores previos –un lugar de madurez y continuidad para los novelistas de los 50s y los 60s– que como un periodo propicio para el surgimiento de nuevos narradores. Al afirmar que se trata de “una etapa estéril por tímida, en la que no hubo una ruptura formal ni temática con la tradición literaria” (2006), Diego Trelles simplifica este primer prejuicio centrado en un análisis netamente historicista obsesionado por la necesidad de rupturas y renovaciones constantes como un síntoma exclusivo de cambio. No corresponde a este ensayo debatir sobre si un periodo literario se mide únicamente a partir de su capacidad de reinvención o actitud parricida; pero al menos quisiera insistir en que no se trata de una inflexión tan severa y definitiva como para no hallar dentro de sus márgenes secuencias literarias dignas de análisis (2).

El otro defecto radica en una tendencia homogeneizadora al momento de entregar una visión global del periodo, sea a través de ensayos críticos, sea con antologías de narraciones breves, ambos ya de por sí bastante escasos. Se tiende a etiquetar con facilidad empleando una clasificación guiada por el excesivo y a veces confuso concepto de ‘generación' (ese “monstruo histórico”, escribía Julio Ortega en 1981) (3) o términos como “desesperanza” o “fatalidad”, como si se tratara por igual de especificidades explicativas que eliminan las diferencias entre sus distintos productores, sobre todo, al pasar por alto sus contrarias visiones de mundo (4), mentalidades o lo que Pierre Bourdieu denominara habitus (5). Sólo Ricardo González Vigil ha entrevisto esta diferencia esencial al distinguir “autores desencantados” de “autores optimistas”, vinculando sus diferentes experiencias literarias “con la experiencia social y la opción ideológica de cada escritor” (1997: 22). Pero esta clasificación, pese a su pertinencia, no ha devenido lamentablemente en un estudio que distinga y explique sus singularidades de una manera más detallada y fuera de un cómodo balance general.

Dicho lo cual, queda claro que dos extremos hermenéuticos se encuentran a menudo cuando nos referimos a este periodo literario. La década perdida de los ochentas oscila, bajo la extraña óptica de los especialistas, entre una intrascendencia que la atomiza y desaparece; y una lente cóncava que deforma y pervierte sus rasgos distintivos cuando los observa desde muy lejos. En ambos casos debemos destacar por igual, que bien por omisión o por inercia, hay siempre una tendencia significativa a negar el impacto social de dichos productos culturales dentro de un proceso global más amplio y (según podemos observar en el derrotero que va tomando la narrativa peruana última) plenamente vigente en la actualidad.

Es sobre la base exigua de este “desierto” crítico que quisiera interpelar una visión de mundo. Desde el lugar de enunciación que corresponde al de la clase media tradicional (6), y a través de sus productos culturales, más específicamente su narrativa breve, este acercamiento quiere entender lo que aconteció en un periodo especialmente crítico y estructuralmente colapsado de nuestra historia. En tal sentido, se concordará que 1980 es un año fundamental, por cuanto se trata de un año clave desde su apertura democrática, y por cuanto de simbólica y representativa tiene para una colectividad unida por un mismo pensamiento, afectividad y comportamiento. El “desencanto” del que hablaba Niño de Guzmán como característica común de la promoción de 1980 (1984: 7) obtiene su articulación, a mi entender, sólo si pensamos en autores específicos (7) y si la leemos asociándola con dos circunstancias históricas paralelas y correspondientes: a) La idea de un Estado fallido y, por lo tanto, de una institucionalidad rota; y b) La amenaza de un nuevo protagonista social, un otro migrante, que supone al mismo tiempo una alteración en el escenario urbano limeño (y en el Estado-nación criollo), a través de lo que Matos Mar denominara por entonces ‘desborde popular' (1984). Ambos fenómenos propiciarán, desde lo literario, una secuencia (8) de corte realista relativo y subjetivista (o psicologista, como se ha denominado también) que girará alrededor de ejes comunes como el escepticismo, el aislamiento y la incomunicación.

II. Exilios interiores: el fin de los compromisos sociales

Al cotejar el discurso de los autores oficiales (9) surgidos en la década de 1980 con aquél otro desarrollado por sus precursores de la llamada Generación del 50, es fácil percibir no sólo una agudización del pesimismo y de la sombría subjetividad de sus protagonistas, como bien ha señalado Gonzáles Vigil al comentar los prólogos escritos por Ribeyro y Vargas Llosa a los libros de Sánchez Aizcorbe y Niño de Guzmán respectivamente ( 1997: 22-23). También (y esto nos interesa sobre todo) una diferencia dramática en su notoria “pérdida de relación crítica con la sociedad” (10). La esfera sociocultural nutrida básicamente de la pequeña burguesía tiende a un paulatino divorcio crítico que empieza a notarse más claramente a finales de los 70s y que se consolida en la década que estudiamos. En esta última se sustituye definitivamente el interés contestatario previo (la que supuso la ‘militancia ortodoxa' del grupo Narración y la continuidad en la obra de sus miembros más activos, en particular Oswaldo Reynoso, Miguel Gutiérrez y Gregorio Martínez) por la representación de historias más individuales y apolíticas, y proyectos narrativos cada vez más distantes de la ambiciosa totalidad promovida en el escenario del Boom Hispanoamericano.

De esta forma, los autores oficiales ya no se sienten inclinados a representar proyectos colectivos sino, exclusivamente, los estamentos domésticos directamente vinculados con su visión de mundo. Como se ha encargado de señalarlo Niño de Guzmán: [como generación] “prefieren explorar la conciencia, indagar en los destinos individuales, analizar los comportamientos humanos en un mundo caracterizado por la incomunicación y el aislamiento” (1986: 10). Sin duda, el aislamiento es una de las claves para entender la producción que se inaugura en esta década. La evasión o el ‘exilio' no debe leerse sólo desde la necesidad de diferencia que surge en la nueva subjetividad criolla frente al cambio de la ciudad ‘invadida' por nuevos actores sociales (esto lo veremos, más adelante, en el capítu lo siguiente). Este autoconfinamiento se define, asimismo, a partir de la insularidad como opción social y (a)política, nacida de la decepción y posterior escepticismo frente a la real función de un Estado representativo en profunda crisis, incapaz de proteger al sujeto criollo y de entregarle el progreso largamente prometido.

En “La venganza de Gerd” (11) –una de las mejores muestras de los ‘cuentos de exilio' que expondrá Alonso Cueto (1954) en sus relatos tempranos (reunidos entre 1984 y 1987 en La batalla del pasado y Los vestidos de una dama )–, podemos encontrar claros ejemplos de esta última correspondencia social. El narrador homodiegético, un profesor universitario que vive instalado en una rutina próspera pero anodina tras vivir largos años fuera del país, nos ayuda a entender mejor la mentalidad de cierto sector de la sociedad limeña del periodo.

He trabajado en la universidad durante todo este tiempo y mantuve mi casona cerca del mar. En el país se sucedieron los gobiernos militares y civiles y he tenido poco que ver con casi todos ellos aunque siempre pres té atención a algunos de sus personajes y hasta recuerdo vagamente haber colaborado en un proyecto de una especie de gobierno revolucionario. Me casé y tuve dos hijos que atravesaron normalmente todas las etapas que una familia de clase media espera (36)

Para afirmar incluso líneas después: “creo que la ciudad y yo apenas hemos cambiado”. (37). Esta indiferencia frente a lo que sucede a su alrededor (recordemos que cronológicamente la etapa que ficcionaliza es la que sufre más cambios estructurales en el Perú) deja en claro que el personaje narrador vive más exiliado en su propia ciudad que en la alejada Atenas, donde muy internamente, sabe que su vida juvenil con Gerd –una exuberante noruega– era “más incómoda y hermosa que ahora” (32). Fuera de la seguridad que le otorga su condición burguesa poco más le atañe, y esto se intuye en desmedro de su conciencia crítica, cómodamente clausurada. La actitud del personaje no sólo enuncia desde su discurso la absoluta indolencia política que estos escritores representarán en sus ficciones, sino una actitud generalizada hacia la vida social marcada por la apatía y el cinismo.

Como sucede en todos los cuentos de exilio desarrollados por Cueto (12), la condición de ‘exiliados' de sus personajes adquiere más sentido cuan do se la observa simbólicamente. En realidad, en el extranjero o recientemente devueltos al país de origen, éstos viven aislados en un status , en unas maneras de vida tradicional y en su propia incapacidad para establecer lazos afectivos que los arraiguen fijamente fuera de la conveniente (y muchas veces engañosa) comodidad burguesa. Es interesante notar al respecto cómo frecuentemente esta tranquilidad se muestra frágil frente a reapariciones inesperadas (hijos no reconocidos, amantes rechazadas) que actualizan en los protagonistas perturbaciones o sentimientos de culpa. En efecto, éste es el giro que introduce Cueto en el argumento de “La otra” (13), un relato donde el esquema anterior se repite casi íntegramente. El protagonista –un cínico intrigante que perjudica a su amiga, Miss Marion, para ganar un rentable puesto de trabajo en la universidad–, se recoge en un encierro vital inconscientemente empujado por la culpa. Una carta de reproche escrita por Miss Marion antes de morir vulnera el escudo de cinismo, su vida de bonanza y seguridad, y lo somete a un estado de sonambulismo sin amor, sin pasión, sin realización alguna. Un estado del que sólo el reproche posterior de la joven hija de aquélla, transfigurada en la madre por unos segundos, le permite una suerte de liberación catártica. “Esta chica”, dice el narrador al final del relato “me está liberando de la agonía que he arrastrado durante todos estos años” (528).

En estos dos cuentos podemos observar una notoria inversión de valores: la seguridad es negativa, pasiva; en tanto que la incertidumbre se vuelve positiva y activa. La primera paraliza; la segunda otorga movilidad. La “seguridad” del burgués ya no es una situación estable, pues hay siempre algo que la perturba, que la interrumpe o clausura, como en este caso, lo que se creía “sepultado en el pasado” (Gonzáles Vigil: 1997, 522). Y es que, leída desde la crisis, ya ni siquiera el pasado es un aliado; ya no hay saturnia regna en que se pueda hallar refugio. El pasado se actualiza y tiende a convertirse en presente. Por eso la madre/amiga muerta u olvidada regresa transfigurada en la hija, perfecta réplica de la primera. Hay, pues, algo que llega para alterarlo todo, un factor exógeno, una fragilidad en las estructuras mismas del orden. Se expresa así, como veremos, una gran vulnerabilidad en las condiciones que la sociedad le ofrece a quienes antes se acostumbraban al confort y a la exclusividad.

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Notas

(1) Originalmente empleado como tal por Gonzalo Portocarrero en el prólogo de Los nuevos limeños (1999).

(2) Es sintomático que salvo por el tema de la violencia política la narrativa de este periodo literario no le interese a ningún crítico como para arriesgar estudios generales y orgánicos, como si ocurre en cambio con la poesía de la misma etapa (ver sobre todo Mazzotti, 2001). Como puede verse en los balances de Velásquez (2002 y 2006), Reinhard Huamán (2006), García Miranda (2005 y 2006) sobre la narrativa reciente, la misma se centra exclusivamente en la narrativa de los 90s, obviando el hecho de que la transición hacia la literatura que se produce hoy en día bien puede leerse a partir del proceso de estructuración observado a través de la narrativa breve surgida de los 80s, a la que sin embargo no dedican más que líneas bastante escuetas y circunstanciales.

(3) Ortega, Julio. “En la masmédula”, Hueso húmero Nº9, 1981: 77.

(4) En términos de Lucien Goldmann. Cfr. Goldmann et.al, 1969: 205-222.

(5) La clase media, tan discutida y problemática de definir, encuentra su mayor coherencia cuando se la estudia a partir de una mentalidad y aspiraciones comunes y no a través de términos estadísticos centrados en el consumo. Cfr. Portocarrero et.al., (1998: 13-34), y Nugent et.al. (2003).

(6) Sobre la pertinencia del término ‘clase media tradicional' véase el estudio de Desco “¿Las clases medias van al paraíso?” de Toche, Rodríguez y Zeballos ( Nugent et.al, pp.105-149), así como Portocarrero, Op.cit .

(7) En efecto, la antología (1986) preparada por Niño de Guzmán es un claro ejemplo no sólo de la producción, sino también del horizonte de expectativas de la clase media limeña de la época. Sólo dos autores (Jara y Zelada) son representantes de una categoría que podemos considerar “popular”: autores preocupados por reflejar una realidad social subalterna y con clara ambientación regional o periférica. La mayoría, de acuerdo con la visión de mundo del antologador, es de origen limeño y de extracción media y media-alta.

(8) Para la conveniencia del término ‘secuencia literaria' ver Carlos García Bedoya: “Vanguardia, Nueva Narrativa y el Boom en Hispanoamérica”, Diégesis, 2005, p.34.

(9) En adelante se denominará escritores ‘oficiales' a los autores que comparten una misma ‘visión de mundo', la de la clase media tradicional. Narrativamente se constituyen en la continuidad de la secuencia literaria surgida tras los 50s, y siguiendo a Antonio Cornejo Polar, es aquélla que se “liga al largo proceso de modernización capitalista” (1979: 54). Vargas Llosa, Ribeyro y Bryce Echenique se constituyen en sus modelos más preclaros.

(10) Ortega, Julio. Op.cit.

(11) Cueto, Alonso. Hueso húmero Nº.9 (1984: 32-40). Publicado posteriormente en La batalla del pasado (1984).

(12) Observemos que los exiliados de Cueto gozan del ‘privilegio de la deslocalización' posmoderna de la que habla Romeo Grompone (1999): son personajes perfectamente asumidos como cosmopolitas, que se mueven cómodamente por diferentes culturas. En tal sentido son precursores de la literatura globalizada que surgirá en los años 90s.

(13) Gonzáles Vigil, Ricardo (1997: 523-539). Publicado originalmente en Los vestidos de una dama (1987).

 

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