Lo chicha es una práctica informal, marginal, y reactiva en vez de previsora. Sin ánimo pesimista, esta idea de lo chicha como lo improvisado y lo informal, puede tranquilamente extenderse a la mayoría de proyectos políticos en el Perú.

 

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Apuntes alrededor de la llamada literatura chicha Rasgos de dicción biográfica en Susy Díaz, La señito y El enano

por Miguel Ángel Vallejo Sameshima

 

Un ejemplo. En el Perú tuvimos el boom de un personaje mediático como Jaime Bayly en el año 1994, cuando publicó internacionalmente la novela No se lo digas a nadie (5), llevada al cine años después. En la historia de su personaje Joaquín (quien no es el narrador), aparecen sombras del mismo Bayly (autor real), y de otras personalidades conocidas en Lima, reconocibles en el texto al margen de los nombres cambiados.

Posteriormente, Bayly siguió con esta línea, con un estilo novelístico que usa referentes biográficos. En su caso, el autor real es el mismo que el personaje, pero el autor implícito tiene modos de narrar que no lo vinculan con ninguno de ellos. Y su discurso tiene características formales de novela (juegos con el tiempo, flashbacks, personajes con una forma de hablar definida). Esto sitúa a su literatura dentro del canon moderno.
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Luego de él, sin embargo, vendrían otros personajes de la farándula que sí lanzaron textos de dicción biográfica, y algunas novelas sobre personajes mediáticos. Muchos de ellos en ediciones pésimas. ¿Por qué se llamó chicha a estos libros? Quizá por la misma definición peyorativa, o por la relación con los psicosociales del fujimorato, pero también por algunas características en común con lo otro llamado chicha. Revisemos ahora algunos libros, según su orden de aparición, donde no mencionaré nombres reales si se refieren a hechos personales e íntimos.

El palimpsesto de Susy Díaz

Susy Díaz: anatomía de una democracia (6). Este es el perturbador título de una biografía autorizada, que publicó Carlos Chávez Toro en1995, y fue  presentada en la Feria del Libro de ese año junto a la propia Díaz y el periodista Federico Salazar. El autor real participó como actor junto a Susy Díaz en La caperucita rota, obra pícara de café teatro, y fue periodista de las revistas y Caretas.

Esta biografía es muestra de un espíritu irreverente e informal desde su portada colorida, que incluye una foto erótica de la ex congresista y vedette mostrando las nalgas, y cuya contraportada tiene al autor con una muñeca de la caperucita roja en sus brazos.

Pero no creamos que se trata de un mal texto, no. No tiene faltas ortográficas, gramaticales, ni de edición. Su estilo informal pretende parecerse a la imagen pública de Susy Díaz, y también busca la relación entre su historia personal y la democracia de la época. Se pregunta el porqué fue elegida como parlamentaria, y parte de una justificación que marcará todo el texto: “En su historia hay, pues, algo de reivindicativo, algo de cenicienta chicha, menos cenicienta que Gisela Valcárcel, pero mucho más chicha” (p.12).

No es un texto serio pero sí de defensa de la imagen de la también ex vedet. Presenta a lo largo de los primeros trece capítulos el resultado de varias sesiones de entrevistas con ella, e incluso con personajes cercanos a su vida. También menciona datos del contexto político del Perú, como la inflación, o detalles de los gobiernos de Alan García y Fujimori. A pesar de ello, esta biografía no es canónica. Su forma de narrar es un texto híbrido de varios recursos narrativos. Veamos.

Por un lado, tenemos el estilo periodístico, formato de edición incluido. Aparecen intercaladas fotos sugerentes, pero a la vez explicativas, de Susy Díaz: ella como vedet luego de ganar el concurso Miss Tanga, o con su hija Flor. Y redacta, al estilo de enciclopedias antiguas (como El tesoro de la juventud), pero también de llamadas periodísticas, pequeñas voladas con extractos del texto en los márgenes de casi todas las páginas. Por ejemplo: “La policía había descubierto que Percy Arévalo regentaba un prostíbulo”.

Las técnicas narrativas rompen la convencionalidad de una narración, pues las utiliza indistintamente. Usa la descripción en tercera o en primera persona, con la voz de Susy Díaz –donde habla de manera directa o indirecta-, el formato de preguntas y respuestas, y habla el autor implícito (mimetizado con el real), da opiniones. Todas estas técnicas pueden aparecer en el mismo párrafo, lo que rompe la linealidad clásica, al margen del orden cronológico del libro.

Un ejemplo de tantos:

  1. ¿Realmente fuiste la primera alumna de tu salón, Susy?
  2. Hasta cuarto año de secundaria. Era bien estudiosa. (preguntas y respuestas)

Se lo debió a su madre, al chicote. Era una vida que se desarrollaba entre las sábanas. Hasta que vino un embarazo y una niña: Flor de María Campos Díaz. (narrador en tercera persona). Para mí ella fue un regalo de Dios, dice con gesto maternal Susy.(narrador en primera persona).

(p.37, las anotaciones en cursiva son mías)

A lo largo de estas casi 100 páginas, no falta el humor o los detalles escatológicos o pornográficos. Alusiones como la pregunta clásica de Augusto Polo Campos “la tengo chiquita ¿no?”, o la pose del escarabajo (tú arriba y yo abajo), que practican Susy Díaz y su ex pareja Percy Arévalo, mantienen la forma de hablar de Díaz y la imagen con la cual se le ha relacionado casi exclusivamente. Sin embargo, en la idea reivindicativa, percibimos también una imagen maternal, humana en sus relaciones con su hija y sus parejas.

Es más, luego de presentar los problemas de la pareja Díaz – Arévalo, donde ella aparece como una mujer coqueta pero astuta, el autor irrumpe en la narración: “Nota del redactor: busco una mujer con la misma personalidad de Susy Díaz. Fines matrimoniales” (p.80). Lo subjetivo es clásico en una biografía, pero esto es ya una propuesta de acción (irónica) del mismo autor, que está presentando emociones.

Son más inquietantes los dos capítulos finales. El penúltimo son las respuestas de  personajes varios, de nuevo, en formato periodístico, a la pregunta “¿Por qué cree usted que Susy Díaz ha sido elegida como congresista?”. Contestan políticos serios como Lourdes Flores, Jorge Salmón o Mercedes Cabanillas, intelectuales como “Chema” Salcedo, o personajes como Manuel Forno (en ese entonces dirigente del Movimiento Homosexual de Lima, MHOL).
 
Las respuestas son varias, pero todas afirman que se debió a su sinceridad, y porque había  diez mil personas identificadas con ella que fueron sus votantes. Una imagen legitimada en palabras de gente autorizada. Con ello también se muestra en esa conciencia votante –aún con los resultados nefastos de esta democracia, es la búsqueda del libro- y tiene entonces elementos de biografía analítica.

Pero el último capítulo es una ruptura aún mayor. Aunque en la contraportada se incluya la ficha bio-bibliográfica del autor, este capítulo se titula “¿Y quién diablos es Carlos Chávez Toro?”. Consiste en apenas unas líneas irónicas donde el autor real firma y afirma que no consiguió que ninguno de sus amigos (dos, dice) le dedicara unas palabras. Y explica lo que sigue:

“Esa es la razón por la que Arteidea editores se encuentra en la penosísima obligación de incluir un texto del propio autor titulado Autobiografía (no nos
queda más remedio, perdonen)”.  (p.112)

Con estas líneas, da voz a la editorial misma. Convencionalmente, las editoriales comentan los textos que editan en un prólogo y refiriéndose seriamente a la obra. Aquí es al final y con ironía. Pero lo que sigue es más intrigante: “Autobiografía” es un poema de tres páginas de discutible calidad, pero íntimo, donde el autor implícito se expone. Otro género es incluido.

La operación textual de dicción biográfica, con todo lo expuesto, nos dice lo siguiente: el autor real y el autor implícito son casi indistinguibles. El personaje es otro, es Díaz, y el narrador un personaje no protagonista, salvo en algunas partes como en el poema, que además construye un nuevo autor implícito. También se incluyen muchos personajes desde su propia voz en las entrevistas. Con ello, la construcción de un personaje no es autoreferencial (los autores y el narrador construyen a otro, en este caso Susy Díaz).

En conclusión, es una obra apasionada, donde el autor se deja sentir. La narración incluye detalles y técnicas en exceso, en lugares no convencionales. No sigue la linealidad del texto, aunque a veces pareciera. En el libro incurren diversos géneros, ya que no han sido debidamente separados el uno del otro. También se produce una mezcla entre lo sagrado y lo profano: políticos serios junto a personajes de la farándula. El estilo es barroco. Todo un palimpsesto.

Como descargo a una aparente propaganda de distracción o cortina de humo, cito la página 110, donde afirma que espera una independencia de  Susy Díaz en el parlamento: “¿Para qué querría este gobierno, respetuoso de los derechos humanos, distraer la opinión de los peruanos?” La mofa es clara.
La biografía de Suy Díaz no es una revolución del lenguaje o de estilo, y no alcanza para crear un género o corriente. Pero es informal, se sitúa fuera de la literatura canónica, y los temas y personajes son definitivamente populares. Esto redondea un texto peculiar, de características, aunque en otro plano, similares a las de la música chicha.

Intermezzo gore

En 1997, Mario Poggi publica Yo sólo sé que soy un imbécil (7) en pésima edición de letras verdes como su cabello. Tanto el autor real como el implícito y el personaje–narrador, son los protagonistas. Es una autobiografía que, salvo por el delirio y los errores ortográficos, tipográficos y de edición -según la editorial, para respetar el mensaje original- es casi convencional: un capítulo inicial de citas delirantes, algunos pasajes de su vida en otros tantos, y uno final con sus dibujos y las críticas de arte hechas a sus esculturas.

Incurre, sin embargo, en la chismografía. Mezcla personajes populares con cultos, pero es porque, bueno, Poggi es conocido en ambos medios. Un personaje bizarro, que nos deja terribles lecciones de racismo contra los asháninkas. Resalta en negritas y mayúsculas las lisuras y los insultos, mostrando un estilo y estéticas gore: detalles escabrosos y chocantes, llenos de violencia –virulencia, en este caso-.

Editorial Monterrico y el machismo en La señito

Esta editorial Monterrico es responsable del diario El Chino, cuya línea fue hipotecada a la dictadura (ver vladivideos). Marcó 1999 como el año de la llamada literatura chicha. Publicaron, escondidas en la imagen de Editorial San Borja, tres títulos de personajes de la farándula, en ediciones de la misma calidad de la piratería (o inferiores), al estilo de folleto y con portadas sugerentes.

Salieron sucesivamente, e incluso amenazando con segundas partes. Carlos Vidal con La señito (8), Yesabella (Martha Vásquez) con Yesabella al desnudo (9) –ambos títulos al valor de 8 soles- y Alex Brocca con Canto de dolor, no repitan la canción (10) –este ya elevó el precio a 10 soles–.

La primera se presenta como la biografía de un animadora de televisión. Las dos últimas son autobiografías, donde tanto el autor real como el implícito y el narrador son los protagonistas. Los unen los inefables errores de edición, ortográficos, etc., la construcción de imágenes heroicas y sufridas de sus autores reales, y la necesidad de llamar la atención presentando los hechos como reales y escabrosos.

Quizá por ser la primera de sus creaciones, la editorial Monterrico realiza un prólogo autodefinitorio de su línea, en el prólogo de La señito. Y dice así: “A lo largo de este texto, muchos nombres conocidos se hacen presentes, y eso hace aún mucho más atractiva la historia, cargada de mucho feeling (sic) y chisme farandulero, tan de moda en estos tiempos”.

Sin embargo, luego intentan hacer ver una aparente objetividad en La señito: “Pero Carlos Vidal, con la generosidad de un amante agradecido, se encarga de presentarla en su verdadera y exacta dimensión”. Y los personajes aparecen todos con sus nombres reales.

En el análisis textual, el autor real es el mismo que el autor implícito y el narrador. Pero el protagonista, que debería ser la animadora televisiva del título de la novela, de la cual se está escribiendo una biografía, es el mismo Vidal. Lo que debería ser una biografía, o la historia de una relación de pareja, se convierte en una construcción de un súper yo.

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(5) Bayly, Jaime. No se lo digas a nadie. Barcelona. Seix Barral, 1994.

(6) Chávez Toro, Carlos. Susy Díaz: anatomía de una democracia. Lima. Arteidea editores, 1995. De las ediciones que aparecen en esta bibliografía es de donde se consignan las páginas citadas de cada libro.

(7) Poggi Estremadoyro, Mario. Yo sólo sé que soy un imbécil. Lima. El siglo, 1997.

(8) Vidal, Carlos. La señito. Lima. San Borja Ediciones (talleres gráficos de Editorial Monterrico), 1999.

(9) Hurtado, Martha. Yesabella al desnudo. Lima. San Borja Ediciones (talleres gráficos de Editoral Monterrico), 1999.

(10) Brocca, Alex. Canto de dolor, no repitan la canción. Lima. San Borja Ediciones (talleres gráficos de editorial Monterrico), 1999.

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