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La construcción de esa realidad en la novela descansa sobre una mirada criolla, siempre en constante tensión con los “otros” culturales representados, en este caso, los cholos, los negros y los pobres

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Conversación en La Catedral: Corrupción, desclasamiento y crisis del orden criollo

por Richard Parra Ortiz

 

La pregunta central de Conversación en La Catedral (1), novela de Mario Vargas Llosa: “¿en qué momento se había jodido el Perú?”, debe ser analizada desde varias perspectivas. En principio, debe identificarse qué implica joderse. Empiezo por mencionar que he reconocido tres sentidos que se manifiestan simultáneamente. El primer sentido es social, porque joderse involucra el desclasamiento o la pérdida de posición en el espacio social, sobre todo de las clases aristocráticas; el segundo es político, pues, en términos de nación, joderse implica la corrupción del sistema en su conjunto; el tercer sentido es histórico, ya que la condición jodida está determinada por categorías como la idea de “la peruanidad” y la herencia colonial.

El segundo punto a tomar en cuenta es tratar de identificar de qué Perú se habla. La crítica literaria ha mencionado que la novela retrata todos los estamentos sociales, políticos y económicos de nuestro país. En la década de 1970, José Miguel Oviedo afirmaba, por ejemplo, que “Los contextos de la novela… eran los de todo el país” (183). Más recientemente, Yolanda Westphalen coincide con que el objeto de representación es el Perú, aunque no se le designe directamente, pues éste: “se define por lo que no es, por lo que pudo ser, pero nunca por lo que es, porque existe una mirada de rechazo y horror frente a este ‘es’” (324). Ahora bien, no me propongo discutir directamente si es el Perú, como referente objetivo, aquello representado en el texto. He fijado mi atención, más bien, en la dimensión discursiva de la construcción de la realidad. En relación con esto, mi tesis se centra en que, a partir de una dimensión estrictamente ideológica, CEC está construida principalmente desde una perspectiva criolla del Perú, tanto desde el punto de vista de la producción de imágenes y sentidos como el de la selección de los temas novelísticos. No considero que Vargas Llosa proponga una apología del mundo criollo, sino que su novela se sostiene sobre un conjunto de hipótesis que históricamente han definido la ideología criolla.

Tres son los resultados de esta consideración: 1) que en CEC solamente se retratan aquellas realidades que han modificado las condiciones de existencia de la clase criolla; 2) que la construcción de esa realidad descansa sobre una mirada criolla, siempre en constante tensión con los “otros” culturales representados, en este caso, los cholos, los negros y los pobres; y 3) que solo Santiago Zavala “Zavalita”, el criollo desclasado, es objeto de indagación y cuestionamiento racional (2).

Con relación al primer punto, el mundo, tanto en su estructura como en sus valores, no está construido desde una posición cercana, sino interna al mundo criollo. Así, la novela puede leerse como una narrativa de la crisis de la aristocracia. Por consiguiente, el objeto no es el país en su conjunto, sino una clase específica. Al igual que Westphalen, dudo que la novela represente el “proceso de transformación de una república aristocrática a una mesocrática” (320). Transformación es un término exagerado y a la vez benigno para el profundo trauma que sufren Santiago y su familia, trauma que, de alguna manera, logran superar. Prefiero entender estos cambios en términos de reposicionamiento y negociación. No creo que los Zavala se transformen en una familia mesocrátrica ni que Zavalita se haya desplazado hacia ese lugar por cuenta propia o por determinación de fuerzas históricas. La familia mantiene de algún modo su posición, mientras Santiago es expulsado de lo que denominaré, de aquí en adelante, “orden criollo”. En otras palabras, en CEC la república aristocrática se reubica y reconstituye sus relaciones y espacios simbólicos, siempre en la perspectiva de conservar sus antiguos privilegios.

El segundo punto —como he mencionado— está relacionado a la relación del enunciador con el mundo popular. José Miguel Oviedo había advertido que Vargas Llosa estaba interesado en representar a “las capas más bajas, cuando no ínfimas o marginales” de la sociedad (212), quien había focalizado las narraciones en esos lugares y que desde allí creó una imagen del poder y del mundo criollo. Sin embargo, la constitución retórica de la realidad requiere de más elementos que tan solo los formales. La racionalidad del enunciador revela que está en juego la oposición alteridad/semejanza: lo cholo está representado como ajeno al sujeto enunciador; este, a su vez, va construyendo su propia identidad en oposición a lo cholo. Por ello, la manera en que se representa lo popular, siempre sucio, grotesco e informal, pone en evidencia serias tensiones de clase entre el enunciador y la realidad (3). Quizá el personaje que sintetiza las imágenes más contradictorias sobre lo popular es Ambrosio, quien, además de una función narratológica central (4), cumple con representar el estado de degradación moral, física, mental y social más agudo de la novela. De hecho, es él quien más se jode, pues queda sumergido en un completo pesimismo y sin esperanza alguna.

El tercer punto está vinculado a la racionalidad de los llamados personajes subalternos. Una manera de advertir esta distancia es notando que el narrador en segunda persona solamente interpela a Zavalita y evidencia así que el propósito del discurso es, principalmente, crear una narrativa sobre el Perú criollo y no sobre el Perú popular. Zavalita es el único personaje que es explorado desde una perspectiva racional e histórica. Para los demás personajes, Vargas Llosa prefiere una mirada extraña, siempre ubicada afuera. Aunque muchos sectores sociales están representados en CEC, el discurso hegemónico que los reproduce y ordena es el criollo. Por consiguiente, la novela presenta un punto de vista ubicado en Zavalita y en sus orígenes criollos.

De este modo, la pregunta inicial se transforma en: ¿en qué momento se había jodido Zavalita? Mi tesis central es que Zavalita se jode y se siente jodido, porque se desclasa; en otras palabras, se convierte en un cholo. “Ya no eras como ellos, Zavalita, ya eras un cholo” (532-533). La cuestión aquí es, entonces, entender cómo se pierde categoría social; esto es, cómo se “cholea” Zavalita.

Pierre Bourdieu sostiene que la posición de un agente dentro del espacio social, depende de los volúmenes de formas de capital que este posea; estas formas son: 1) el capital económico; 2) el cultural o informacional; 3) el social; y 4) el simbólico (105-106). Siguiendo esta idea, ocurre desclasamiento si se pierde capital económico. De hecho, Zavalita lo pierde, ya que termina viviendo en la pobreza sin posibilidades reales de desarrollarse. Se dedica a una carrera asalariada, no empresarial, la cual le ofrece un sueldo con el cual no puede satisfacer sus necesidades primarias; además, siempre guarda relativa dependencia económica respecto de su familia.

Por otro lado, modifica sus relaciones con otras clases sociales. En primer lugar, rompe vínculos con su clase original: la criolla, aristocrática, porque se deshereda y abandona el hogar. Con ello, niega los capitales económicos y sociales que por naturaleza le correspondían. En segundo lugar, empieza a relacionarse con “los cholos”, agentes marginales al orden criollo. Se casa con Ana, “la huachafita”, mujer de malos gustos respecto de la clase criolla, con lo cual rechaza la posibilidad de un cómodo matrimonio. Por otro lado, entabla amistad con otros personajes “jodidos”, como Carlitos, por ejemplo, un alcohólico con quien empieza a configurar un grupo, dadas las condiciones de existencia comunes que con él guarda.

Sin embargo, aunque Santiago se desclasa y, en un sentido, es expulsado del orden criollo, mantiene vínculos simbólicos con este. Dicho de otro modo, es cierto que se desclasa, pero no es del todo cierto que su visión del mundo varíe sustancialmente. Para Zavalita, en efecto, no es posible abandonar la racionalidad y lógica del orden criollo. La prueba de ello es que nunca llega, en sentido estricto, a romper relaciones con su familia y, en especial, con su padre, Fermín.

Para Slavoj Žižek, el padre posee dos funciones aparentemente contradictorias: por un lado, cumple, para el hijo, la función de “figura apaciguadora” y de “punto de identificación ideal”; por otro, es el “agente de la prohibición cruel”. Žižek señala, además, que la integración del hijo al orden social y simbólico solo tiene éxito cuando la identidad de estas dos funciones “permanece oculta”. Si esta identidad se muestra, aparece un “padre humillado”, atrapado “en una rivalidad imaginaria con el hijo”. En otras palabras, la autoridad paterna ya no es eficaz y empieza a ser rechazada por el hijo (331-332).

Puede decirse, entonces, que Conversación en La Catedral es la crónica de la aparición de esa identidad contradictoria a la que se refiere Žižek. En principio, la imagen del padre, para la familia, parece intachable. Fermín Zavala es trabajador, protector y preocupado. Asimismo, es el agente que mejor da cuenta de los intereses y gustos de su clase. Por otro lado, es quien ejerce las praxis económica y política que garantizan el poder criollo (como, por ejemplo, la acumulación de riqueza y el oportunismo corrupto). En ese sentido, Fermín constituye una figura apaciguadora y también el punto con el cual Zavalita, el resto de la familia y criollos se identifican.

Sin embargo, para Santiago, su padre es el agente de las prohibiciones tanto políticas como sociales. Por un lado, Fermín trata de impedir que su hijo estudie en San Marcos y que milite en el comunismo. Por otro lado, Zavalita mismo advierte que su padre es un corrupto y un lacayo del régimen del dictador Odría. Con ello, el padre se constituye en una antítesis de los valores políticos y éticos que Santiago defiende. Por último, este llega a enterarse de que su padre ha ordenado un asesinato y que, además, es un conocido homosexual limeño y que —para empeorar la situación— copula con un sambo.

No obstante, el momento que determina la aparición de la dimensión prohibitiva del padre está marcado por un hecho de violencia. Hay una escena en la que Fermín abofetea a Santiago por primera vez. Para Zavalita, la violencia va a constituir un momento doloroso y una de las razones por las que abandonará su hogar: “el manotazo, papá,… eso es lo que más me dolió” (211). De otro lado, la bofetada es el signo palpable de la emergencia del lado prohibitivo y cruel de Fermín y la causa central para su rechazo. Todo se agrava cuando Zavalita comprueba que, para su padre, la violencia no posee mayor significación: “Estás enojado con tu padre porque te dio un manazo” (214). En consecuencia, lo que para el padre es aceptable, violentar al hijo, quien se ha choleado, para Zavalita es un hecho traumático, porque revela que el padre ya no es una figura protectora, sino un agente de violencia y represión. Por otro lado, puede señalarse que, en ese momento, Santiago advierte de que es un cholo, porque empieza a ser tratado como tal.

Todos estos elementos dan cuenta de la doble cara del padre. Sin embargo, la figura paterna no pierde significación por cuenta propia. El hecho de que los cholos humillen a Fermín constituye otra de las razones por las que Zavalita empieza a rechazarlo (210). Al parecer, no puede aceptar a un padre sin autoridad sobre los cholos.

Cayo Bermúdez, hombre fuerte del dictador Odría, humilla a Fermín en el momento en que ambos negocian la excarcelación de Zavalita (206-216). Esta humillación posee connotaciones sociales y políticas. La dimensión social consiste en que Bermúdez no reconoce a Fermín como un agente de mayor jerarquía social. Por el contrario, Fermín, quien exige siempre trato de “señor” (530), es interpelado por Bermúdez como si fuera su igual: un cholo. Además, se obliga a Fermín a aceptar gustos que para él son de nivel inferior; se le fuerza, por ejemplo, a fumar cigarrillos negros, cuando “solo podía fumar Chesterfield” y “odiaba el tabaco negro” (207).

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(1) En adelante: CEC.

(2) Estructuralmente, la novela está construida sobre el trasfondo de una larga conversación entre Santiago Zavala (Zavalita) y Ambrosio, antiguo chofer de su padre, durante la cual se relatan los años de la dictadura de Odría y la historia familiar de los Zavala y se descubre la homosexualidad del padre de Zavalita. Yolanda Westphalen ha advertido que “La relación entre los interlocutores es asimétrica porque solo uno de ellos, Zavalita, es construido como un sujeto cognoscente que indaga, evalúa y juzga. El protagonista tiene conocimientos de la relación que existió entre don Fermín, su padre, con Ambrosio y la Musa, pero Ambrosio no sabe que él sabe y, además, no se cuestiona sobre la naturaleza de los hechos vividos, ni en el nivel existencial ni en el social, y ni siquiera es capaz de captar la intencionalidad de la conversación” (317).

(3) Vargas Llosa describe los espacios de la pobreza con una visión que superpone el asco, el rechazo y la incomprensión. Al llegar a la perrera donde Ambrosio trabaja, la describe como: “Un gran canchón rodeado de un muro ruin de adobes color caca —el color de Lima, piensa, el color del Perú—, flanqueado por chozas que, a lo lejos, se van mezclando y espesando hasta convertirse en un laberinto de esteras, cañas, tejas, calaminas” (19).

(4) José Miguel Oviedo ha señalado que “Ambrosio es quien oficia de nexo entre los protagonistas, subiendo y bajando por la escala social” (211).

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