Yo
creo que podemos hablar de César Vallejo como
autor importante y vigente dentro de la narrativa
peruana actual. Su legado no es antiguo, ni siquiera
viejo; es reciente, y a medida que desde hace más
de veinticinco años se le estudia como escritor
en prosa, Vallejo resulta siendo uno de los pocos
escritores peruanos cuya intención fue totalizadora,
es decir, que él practicó diversas formas
y géneros, luego de nítidos lapsos de
ejercicio y experimentación en cada caso, y
por ello, no sólo su enorme valor artístico
es ya un legado para el lector, sino que es notable
su apego a la literatura como instrumento sucesivo
de meditación, de confrontación lingüística,
y de búsqueda permanente de calidad estética.
Así,
ascendiendo paso a paso los niveles, primero fue escritor
de estampas, digo, de prosas quietas, sin dinamismo,
y enseguida, a pocos, fue aprendiendo a "relatar",
a "contar", a respetar gradualmente la línea
argumental. Aprendió a no ser siempre un invasor
poético de la prosa, y así escribió
cuentos emotivos, penumbrosos, luego una novela corta
psicológica y asimismo sombría, después
una novela larga también andina, ambientada
en un foco minero, donde confluyen a la vez los intereses
de indios primitivos, de obreros a la hora del despertar
humano y sindical, y de una posible y próxima
liberación social; y todavía fue más
adelante, logró juntar la poesía y la
prosa de modo genial, pocas veces visto en lengua
española, escribió el ahora llamado
cuento - ensayo y los famosos "poemas en prosa"
que anteceden a los Poemas humanos (1938).
Su
primer libro en prosa Escalas (1923) está
compuesto de seis estampas y de seis cuentos. Inclusive,
siendo un primerizo en la nueva forma, Vallejo sabe
muy bien la diferencia entre estampa y cuento, entre
darnos una impresión y contarnos un argumento.
Pero esas seis estampas que uno supone frías,
estáticas, son incluso quemantes, lacerantes,
pues tocan el duro tema del hombre injustamente preso,
palpitando dentro de la cárcel, como un pájaro
herido dentro de la jaula. La metáfora vale
para todos nuestros pueblos; el hombre común
sabe lo que es un encierro interminable, sabe que
la injusticia y la pobreza son los encierros naturales
de gran parte de nuestra población, y ahí,
dentro, el narrador revive su historia personal, que
no es muy distinta de la historia común. Para
vivir, para protegerse, para durar, el prisionero
se vale de los sueños, del recuerdo de su casa
hogareña donde fue feliz con su madre y sus
hermanos, y así sueña que ha sido ya
fusilado, pero su angustia no concluye, hasta la muerte
es falsa para no traer consigo la libertad, y descubre
que sus compañeros de celda, más allá
de su apariencia benigna, son asesinos, algo que él
nunca será ni podrá ser.
Con
esta angustia pasamos a los cuentos, que a su vez
son cuadros dramáticos, aguafuertes donde se
mezclan la vida y la muerte, la luz y la sombra, el
recuerdo con la realidad presente, el hombre con su
pariente el mono, y asimismo el mundo del jugador
de azar con la asfixia en la gargante.
En
conjunto, es un libro novedoso en nuestra literatura,
experimental en las manos de Vallejo, quien se lanza
enseguida a otra aventura, la de la novela corta Fabla
salvaje (1923), pionera en destrezas psicológicas
para pintarnos un proceso enfermizo, pero de algún
modo imaginario, es decir, nos da un trasfondo mental
de cómo surgen ideas y emociones penumbrosas,
y el pequeño libro es en verdad toda una herencia
para la novela peruana, pues antes de él sólo
Abraham Valdelomar había logrado descripciones
psicopatológicas que recuerdan a su vez atmósferas
y personajes de Edgar Allan Poe.
En
ese nuevo ámbito, el narrador se preocupa del
paisaje de la sierra peruana, buscando una raíz
emotiva que lo explique en el ánimo del protagonista;
y asimismo, se dedica seriamente a pintarnos retratos
físicos y conductas de personajes mestizos
que asimilan y representan de algún modo ese
ambiente. En fin, de buenas a primeras, sin gran experiencia
previa, el narrador se ha metido en dificultades,
se ha rodeado de sombras que oscurecen la conciencia,
y al mismo tiempo de una obligación de describir
esas sombras lo mejor posible. En ese su primer intento,
a fin de pintarnos la confusión mental, cosa
muy difícil de hacer, el narrador recurre inclusive
a las últimas tendencias de la pintura y el
dibujo, entra a saco en el cubismo y sus osadas representaciones,
y nos da imágenes divididas de una especie
de abismo, o sueño, o desesperación.
Novela con escenario y personajes andinos, sí,
a la vez con un tema sombrío, triste, allá
en las alturas serranas, en medio de montañas
ciclópeas y de una profunda orfandad, pero
que a ratos nos concede una paz agraria y quizá
feliz.
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(*)
Ponencia leída en la XVII Feria Internacional
de Libro de Bogotá, Colombia, realizada entre
los días 17 de abril y mayo 3 de 2004
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