Puesto que la última palabra siempre será de los editores, directores, y de esa ambigua y discutible razón concluyente que se llama “mercado”, lo que se trata es ver cómo los críticos pueden aprovechar al máximo el espacio que tienen.

 

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Crítica literaria periodística

por Francisco Ángeles

 

El segundo aspecto es la recepción de los escritores acerca de la labor crítica: “Usualmente no están contentos con las reseñas. Parece que los escritores quisieran una nota publicitaria para que todo el mundo compre sus libros”, apunta Ágreda. “Y en tercer lugar, hay gente que hace reseñas sin tener la capacidad necesaria para ello”. Este último aspecto de algún modo está vinculado con uno de los tópicos al hablar de la crítica: el célebre “amiguismo”. En este punto, piensa que el lector no siempre es consciente de que una crítica no es imparcial: “Me parece increíble que la gente no se dé cuenta de que algunos textos son un cherry . En buena medida, la crítica no es bien recibida por el amiguismo y el trato a los enemigos. Cuando un crítico escribe sobre el libro de un amigo, muchas veces pierde el equilibrio. Y cuando es un enemigo, o digo que el libro es malo o no digo nada”.

Entonces, ¿todo se reduce a una cuestión personal? ¿O hay un factor externo que regula qué libros deben o no reseñarse? “Las editoriales grandes presionan mucho para que se comente sus libros. Las respeto porque son las que brindan el material que permite realizar el trabajo. Además, no cuestiono su línea editorial, porque son empresas y su objetivo es obtener ganancias. No le veo nada de malo a ello. Pero es cierto que ejercen presión para que se hable de sus libros”.

Por otro lado, delimita el terreno de su actividad: “El reseñista es un intermediario entre la industria editorial y el público, por lo que su primera función es dar a conocer a los escritores. La reseña debe presentar el libro, los temas y el aspecto formal, y también al autor, ya que algunos lectores pueden no conocerlo. En segundo lugar se debe decir si vale o no vale la pena leerlo”.

Ágreda lamenta que, por cuestiones de formato, no se pueda ir mucho más allá: “Hay una limitación: la reseña no permite interpretar en la medida que me gustaría. Considero que la interpretación es la crítica verdadera, por lo que las reseñas deben mantener un espacio para ella. Pero al estar dirigidas también a gente que no sabe mucho de literatura, por lo general no pueden alzar mucho vuelo. Tengo que presentar al escritor, decir de qué trata el texto, y no puedo dedicarle el espacio que quisiera a la interpretación. Mis reseñas están divididas en dos partes: la primera, donde presento al autor y al libro, dirigida a un público amplio; y la segunda, donde ya desarrollo una idea sobre el libro. Dentro de los límites del género, aspiro a contribuir en algo a la discusión sobre el texto, decir algo original”.

En cuanto a la selección de los textos, admite que es una tarea compartida en la que no siempre tiene la última palabra: “Los libros son seleccionados junto con el editor. Tengo libertad plena para opinar sobre un libro, dar mi opinión sin restricciones, pero no en el momento de elegirlos”. Ahora bien, ¿cuáles son los criterios que priman al elegir un libro como objeto de una reseña? “La editorial es importante”, sostiene Agreda. “Un libro publicado por una editorial de prestigio tendrá mayores oportunidades de reseñarse que uno que viene en una editorial pequeña. Por otro lado, mi idea es reseñar básicamente libros de calidad. Por eso, me parece justificado reseñar libros extranjeros. Si me dan a elegir entre un libro de Carlos Fuentes y el primer libro de un escritor joven, prefiero el de Fuentes. El interés debe ser el texto, la calidad que tenga, cuál puede ser mejor para el lector, sea escrito por un peruano o no”.

Ya que Agreda se refiere directamente al lector, de lo dicho se desprende la capacidad de la reseña para influir en el público. Por lo tanto, ¿cómo se manifiesta, en la realización del trabajo, la responsabilidad que implica estar situado en esa posición de poder? “Siento que la crítica tiene una responsabilidad en conjunto, pero no la siento por mí mismo. En todo caso, mi responsabilidad es hacer mi trabajo lo mejor que puedo. Pero sí creo que debería haber una conciencia de grupo”. La conciencia de grupo de la que habla Agreda tiene que ver con los espacios dedicados a la reflexión sobre la literatura. “Para que la labor crítica sea mejor recibida, se necesita abrir más espacios de discusión, pero en los medios de prensa estos espacios se están cerrando. Como el espacio es escaso, uno siente una especie de compromiso al elegir los libros, ya que en el mejor de los casos uno puede reseñar cincuenta y dos libros al año, y hay libros de autores de trayectoria, de escritores jóvenes, de provincias, de Lima, libros extranjeros. Con el espacio que existe no se puede cumplir en la medida de lo que quisiera”.

Agreda hace notar que la falta de espacios impide ocuparse de un grupo más extenso de escritores, pero también sostiene que muchos no se han preocupado por que sus obras se acerquen al público a través de las reseñas: “Hay muchos libros que no llegan. Miguel Gutiérrez habla de que hay buenos escritores en provincias, que suelen quejarse de que no tienen cobertura, pero parece que no tienen interés en ser difundidos. Sus libros no me llegan, no los he leído, no puedo decir si son buenos o no”.

De acuerdo con esto, ¿se debe entender que la crítica está limitada a los libros que son enviados para ser comentados? ¿No es parte de las funciones de un crítico buscar por su cuenta libros que podrían resultar valiosos? “El trabajo de crítico no es a tiempo completo, no se puede vivir sólo de eso”, contesta Agreda. “Ello impide ir a buscar escritores nuevos, comprar sus libros, lo que implicaría gastar más de lo que se gana con ese trabajo”. Concediendo que la búsqueda de escritores excede la responsabilidad del reseñista, ¿hay alguna autocrítica que realizar a la labor tal como se está ejerciendo? “Un fenómeno interesante es la aparición de numerosos escritores que publican por su cuenta, en ediciones de autor. Han creado un mercado alternativo de libros que no tiene mayor difusión. Por supuesto que no todos ameritan ser leídos. Me parece que se publica mucho más que antes y sí siento que es un error no haber estado muy atentos a ese fenómeno”.

Por último, Agreda expresa su preocupación por la falta de espacios para reflexionar sobre la cultura: “Es necesario que se mantenga un espacio para hablar de libros, arte y cultura en general para no llegar a la frivolización absoluta en la que estamos cayendo. Es una cuestión de salud mental. No se puede permitir que la frivolidad se imponga en todos los terrenos”.

 

La reseña al banquillo

Partamos de la idea de que no se debe confundir la reseña como instrumento de difusión con la manera en que se realiza. Para un respetable sector de lectores, el elogio gratuito y el dardo revanchista han hundido a la reseña en el desprestigio. Nunca faltan voces que se alzan contra la crítica periodística, pero a veces se tiende a repetir clichés que no se cuestionan. ¿En verdad se puede hablar de acuerdos entre ciertas editoriales y algunos críticos? ¿Cómo demostrar que una reseña elogiosa viene dictada por la amistad o la simple conveniencia? Un escritor cuyo libro no fue bien recibido por un crítico siempre tendrá razones para suponer que no ha sido tratado con justicia. Y puede que esté en lo cierto. Pero no siempre ocurre así. Y como no existe una única lectura válida, cada palabra del crítico es susceptible de discusión. Por muy objetivo que intente ser quien firma una reseña, la opinión que tenga sobre un texto en particular será regulado por los gustos, afinidades literarias y, en última instancia, por su propia concepción de la literatura. Sin embargo, ello no implica libertad absoluta para decir lo que le parece sin mayor justificación. Las reseñas están dirigidas a un público masivo, al potencial consumidor de un producto, y por ello se debe tomar con seriedad su ejercicio. Uno de los problemas es que pocos han asumido con seriedad esa tarea y muchos la han tomado sólo como un trabajo temporal.

Si se quiere defender la reseña como estandarte de la crítica periodística, se puede empezar cuestionándola. ¿En verdad es la manera más adecuada de difundir y valorar la producción reciente? La primera objeción que se le puede hacer a las reseñas, vistas en conjunto, es su falta de articulación. Las reseñas ofrecen un panorama por acumulación, pero difícilmente encontraremos en ella un plan orgánico capaz de sistematizar la publicación de, por ejemplo, los libros de este año. En este punto debemos hacer una distinción: lo que no se realiza por no haberse cuestionado lo establecido (la reseña casi como sinónimo de crítica periodística) y lo que no se realiza por el escaso espacio que los medios de prensa están dispuestos a conceder.

Si estuviéramos en un escenario ideal, de fácil apertura a nuevos espacios de difusión masiva para la reflexión cultural, las reseñas funcionarían muy bien como punto de partida, como base para una elaboración posterior que intente conciliar la pluralidad de la producción literaria peruana. Para un lector interesado en la literatura como un fenómeno compuesto por una multitud de voces, la reseña puede resultar insuficiente. Es cierto que la reseña permite situar un texto dentro de una tendencia, vincularlo con propuestas semejantes, pero por razones de espacio esa contextualización suele ser apenas una mención sin mayor desarrollo.

Por esa razón, volvamos a la idea de la reseña como punto de partida. Pasado cierto tiempo, se hace necesario un balance, comparar propuestas, tender puentes entre obras aparentemente inconexas, proponer vértices que reúnan las tendencias que vayan apareciendo. Por supuesto que todo ello se ha hecho, incluso en medios periodísticos, pero muchas veces al concluir un año y con el objeto de construir un siempre atractivo ranking que defina cuál es “el mejor”. Eso no está mal; por el contrario, es una cordial invitación al gran público, ávido de conocer quién ocupa qué peldaño en la escalera del talento y la calidad. Pero ello no debe ocultar una carencia: la falta de textos que vuelvan sobre una obra reseñada (si fue elegida, algún mérito debe tener) y su vinculación con algunas de las que aparecieron en un mismo lapso de tiempo. Puesto que la obra literaria no es un hecho aislado y surge en un sistema y bajo ciertas nociones de lo que debe ser la escritura, es hasta cierto punto injusto que la gran mayoría de obras sean objeto de una reseña y después pasen al olvido. No todas van a perdurar, quizá muy pocas lo hagan, pero al menos merecen una relectura bajo la lupa de un fenómeno global, a la luz de otras obras. La reciente aparición de nuevas editoriales permite estar atentos a la producción literaria vista en conjunto y obligan a una mirada que pueda establecer qué lugar ocupa cada una en ese fenómeno colectivo.

 

Balance

Volvamos ahora al escenario real. Si los medios no están dispuestos a ceder más espacio que el dedicado a las reseñas para la crítica literaria, habría que calcular la manera en que ese espacio ideal puede acercarse al permitido. Los medios escritos de difusión masiva ofrecen con regularidad los siguientes espacios para lo que, a grandes rasgos, está vinculado a la literatura: las reseñas, las columnas semanales y lo que se ha dado por llamar estafeta.

Las columnas, firmadas por escritores y otras personas del medio cultural, cumplen una función distinta a la reflexión literaria propiamente dicha. Puesto que usualmente son columnas semanales de opinión, la temática que abordan es diversa y no siempre tiene que ver con la producción literaria reciente (tampoco tendría por qué hacerlo). Al igual que las reseñas, su función como instrumento de difusión es valiosa y, como en todo, pueden ser bien o mal llevadas. Por su parte, la estafeta también cumple una función: presentar al público una diversidad de publicaciones y dar alguna aproximación al texto; por cuestiones de espacio, no llegan a ser reseñas. Sirven para ofrecer un panorama más amplio de lo publicado, pero difícilmente calzan con las expectativas de quien espera “crítica literaria”.

Ahora bien, ¿es responsabilidad de los críticos conseguir nuevos espacios para la reflexión sobre lo literario? Puesto que la última palabra siempre será de los editores, directores, y de esa ambigua y discutible razón concluyente que se llama “mercado”, lo que se trata es ver cómo los críticos pueden aprovechar al máximo el espacio que tienen. El requisito mínimo que se les puede pedir es capacidad y, por supuesto, honestidad. Y si hablamos de medios de prensa, como es el caso, son los lectores, en última instancia, quienes deben decir qué está fallando y cuáles son las medidas que se pueden tomar para que la crítica recobre el prestigio perdido.

 

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