La literatura constituye un espacio de realización imaginaria que reconstruye la escritura textual colocada en un soporte determinado, sea éste cuaderno, libro, plaqueta, documento de Word o HTML

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Una aventura intelectual (El Hablador cumple un año en la web)

por Giancarlo Stagnaro
 
 

Quién puede negar la incidencia de Internet en nuestras vidas. A pesar de que aún no alcanza una difusión mayoritaria, que penetre en todas las capas de la sociedad, buena parte de nosotros emplea la web para comunicarse con nuestros familiares en el extranjero o en alguna provincia del país, bajar música, hacer operaciones financieras o simplemente chatear. Desde sus utilidades más triviales, como enviar un simple correo electrónico, hasta la búsqueda de información especializada, Internet no ha dejado de formar parte de lo social a fines del siglo XX y principios del XXI.

El reciente éxito del buscador Google en la Bolsa de Valores de Nueva York atestigua que económicamente la web se encuentra en un buen momento, después de las crisis de las empresas dotcom (1) entre 1999 y 2000. Si bien es cierto que se puede mirar con optimismo el futuro de la web con miras a la obtención de una sociedad de la información menos jerárquica y más horizontal, aún quedan pendientes asuntos como la infraestructura, la conexión y particularmente la relevancia de sus contenidos.

Como todo invento moderno, la red tiene ventajas y desventajas, desde el punto de vista fáustico con que el pensador estadounidense Marshall Berman (1995) asocia los dramas contemporáneos. Es decir, el avance tecnológico plantea al ser humano un dilema ético que exige algún tipo de respuesta responsable y coherente, ya que el conocimiento posee un rostro bifaz: es benéfico o maligno según las intenciones con que se emplee. Los ejemplos de esto abundan, sobre todo del lado negativo, si repasamos los acontecimientos que hicieron violenta la historia del siglo XX.

¿Dónde ubicar la literatura, y la literatura difundida por Internet sobre todo, en este debate mayor sobre la importancia de la web en nuestros días? No estamos hablando tan sólo del alcance de librerías como Amazon.com o la descarga de los e-books, ambos aspectos cercanos al mercado editorial global, que funciona más bien como un filtro de la producción cultural local. Nos referimos a que en nuestra época la expresión escrita ha alcanzado niveles de intensidad nunca antes logrados desde el auge de la prensa a mediados del siglo XIX. Ahora mismo, uno puede informar e informarse desde la computadora casera gracias a los bloggs, apuntes periódicos que dan cuenta de la actualidad política, económica o cultural. La escritura y la opinión pública no sólo las ejercen las instituciones y sus representantes legitimados, sino que ahora cualquier persona con una computadora y una línea dedicada puede hacerse fácilmente reconocible por los lectores que compartan el código idiomático del emisor. Éstos también retroalimentan el sitio web y se convierten en portadores de información a la vez.

En Historias de cronopios y famas, Julio Cortázar describe una fantasía en la que los libros llegarían a ocupar tanto espacio que los hombres se verían obligados a arrojarlos al océano, lo que convirtió el agua salada en una pasta disuelta de páginas y letras. Para evitar esta ficticia catástrofe ecológica, la tecnología respondió con los CD. Asimismo, la web ha probado ser un excelente repositorio para los excedentes de la producción cultural. Pero nuestra pregunta es: ¿se puede hablar de una auténtica cultura desde o hecha en Internet?

En su artículo “Homo legens” (2), el escritor ecuatoriano Bolívar Echevarría sostiene que quienes fungen de detractores de Internet y las nuevas tecnologías en verdad son aquellos que sienten nostalgia por un modo peculiar de entender la cultura, cuando a ésta sólo accedía una elite determinada, cuya educación evidenciaba superioridad ante el resto del cuerpo social. Nos encontramos aquí ante la noción de ciudad letrada enunciada por Ángel Rama (1984). El muro levantado por las instituciones letradas –universidades, medios de comunicación, industrias editoriales, camarillas de poder– genera expresiones de resistencia cultural que, o bien son desdeñadas por la cultura oficial o bien son recicladas (pervertidas, sería el término más exacto) para convertirse a su turno en mecanismos de legitimación.

De ahí que la desconfianza hacia Internet no sea otra cosa que la angustia frente a la pérdida de esferas representativas e institucionales que la potencial expansión de la red desestabilizaría. Por ello, ya se han producido intentos de asimilar los contenidos del ciberespacio, como reglamentarlos desde una usanza jurisdiccional que permite, si no reprimirlos, al menos mantener cierto “control” sobre ellos. Otra estrategia reside en condicionar los sitios web adscribiéndolas a una institución determinada, como sucede con las versiones en línea de algunas publicaciones, que se cuelgan de un patrocinador para obtener prestigio simbólico, pero a la larga limitan su capacidad crítica y están condicionados a los requerimientos institucionales del sponsor.

La otra opción radica en las iniciativas individuales, pletóricas de
buenas intenciones, pero cuyas trayectorias muestran un devenir azaroso, como las revistas literarias peruanas, que miden el pulso de nuestra historia cultural, como lo entiende el término de “biografía literaria” propuesto por el crítico literario Julio Ortega (3). En ese sentido, todas las revistas poseen un valor determinado, desde las más ostentosas hasta las más sencillas, las especializadas o las misceláneas, porque otorgan sentido –o, mejor dicho, sentidos– al quehacer literario y cultural en el país.

Hacer una revista de literatura en Internet se distingue de una de papel fundamentalmente por el tipo de soporte, pero ambas comparten las preocupaciones y la reflexión a partir del trabajo con la escritura. Además, la segunda precede históricamente a la primera, por lo que en cierto modo aún hay deudas que se mantienen y tradiciones que se consideran. Es necesaria esta continuidad por el intercambio simbólico entre los dos tipos de soporte. Las librerías en línea o la notación universitaria MLA para citar artículos en Internet son ejemplos de este reconocimiento mutuo entre la cultura del libro y la virtual.

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Notas

(1) Término que alude a las empresas que otorgan servicios virtuales, como Yahoo!, que empezaron a cotizar acciones en la bolsa de valores virtual, Nasdaq, en el último quinquenio del siglo XX. Sin embargo, la depresión económica de 1999-2000 llevó a la quiebra a muchos inversionistas que habían comprado acciones en dichas empresas.

(2) Hueso Húmero Nº 44, 2004.

(3) “Magias parciales del suplemento literario”. En identidades Nº 1, Año 1, 2002.

 

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