METRÓPOLIS
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Nunca es demasiado sostén para el cuerpo.
Contemplaba
las rayas de las uñas; siempre creí
que me dirían algo articulando los dedos con
las piedras, con el torrente de todo lo que queda
inamovible al parpadear la palma de la mano.
Los
cabellos ya superan en densidad al líquido
extraño que rebalsa de gusto en mis orificios
y en los espacios cercanos al tacto; es curioso deambular
tan atónito en lo concentrado, en el punto
perdido de un ciclo.
No hay reflejo más persistente que el propio.
Toda
sensación vacía dentro del vigor inicial
de los movimientos, al margen, el gemelo malogrado
robando a hurtadillas la consistencia; tanta premura
por el espacio no es elegante para un tumor favorecido.
- Siempre me ha parecido absurdo buscar un fin.
¿Y si me quedo aquí creciendo a la suerte
de los órganos, observando el anhelado reflejo
desde adentro, tomando formas primitivas, gozando
al enredar los hilos, en fin, extasiándome
en mi propia forma?
Todo
llano en la gracia, en la segunda vez y primera oportunidad
de elaborar más sórdidos paisajes; ahora
que está próximo lo divino en toda su
altura humana; y de nuevo la esencia misma sólo
es un punto que está pronto a ser positivo.
Sólo exijo un poco más de oficio para
mis actores.
No
es poca cosa liberarse del torrente acuoso
de esa suerte de embudo primario que nos regocija
la piel recién formada; merezco un momento
de lucidez artificial, cuando desde lo lejos el llamado
horario
captura y extirpa.
I
Comenzaba
a creer que el espacio era un lugar estático
dentro de mis propios movimientos; afuera es lo mismo,
sino fuese por esta desdeñable vista, este
vago sentimiento de profundidad del ambiente; yo sólo
quiero mirar mi reflejo desde adentro.
Los
muros se proyectan a lo largo, en el extremo opuesto
de las sensaciones, y convergen reversos en el tibio
cuidado de las cosas recién hechas.
Habitable,
la briza urbana desnuda de huesos; todo llano en las
sensaciones, en el latir reflejo de un hospedaje inmundo
para tan poca cosa. Los reclamos, igual, vueltos células,
ya no concentrados en la sustancia, sino esparcidos
en el deambulante aire que seca mi cuerpo.
-
Soy dueño del gusto imaginado
entre los dedos,
en la pequeña concentración de lo absoluto.
El
volumen se extiende, como alguna gravedad inversa,
hacia adentro y por los oídos caen algunas
gotas de esa insípida sustancia que forma los
sentidos. ¿Quién va a ser el culpable
de tanta ironía vuelta hacia afuera?: Solo
yo y mis dientes recién formados que ya acusan
las texturas.
El
alimento cíclico no encuentra mejor camino
que mi boca; cada tres horas entra en el proceso vulgar
que dilata la algazara del habiente, ese mismo que
hace contrapeso con mi humanidad encebada.
La
oscilante luz del día se vuelve extraña(yo
acostumbrado a mirar hacia adentro) juego con el reflejo
de algo que se me acerca cuando el lugar se asemeja
al pasado, ¿qué objeción se le
podría dar a ese algo que encasilla mis entrañas?
Afuera se celebran las contracciones de en músculo
que no conozco ni palpo. Los bordes nunca quedan del
todo claros.
-
No tengo el uso de las cosas
en la memoria;
espero el conocimiento par del lenguaje,
el fecundo brote del adiestramiento,
en la estancia de mis propios límites.
Esta
desentendida niñez, se escurre de los ojos
y a la vuelta es el trazo que olvidé en todas
las cosas que he consentido; no quiero abreviaturas,
no quiero oler los llamados a través de cristales.
-
Quiero esperar junto a la puerta la muerte de mis
mascotas;
reaccionar a los sentidos.
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