Nº 20
revista virtual de literatura
 
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Francisco Izquierdo-Quea
  Regreso
 



Para Nicolás Libedinsky

 

Cuando se casaron, Susana tenía veintitrés años y Germán dieciocho.
            ¿Qué hacemos ahora?, preguntó ella al día siguiente de la boda.
            Germán se encogió de hombros. Continuaron desnudos sobre la cama. Luego se besaron e hicieron el amor una vez más. Durmieron casi dos horas y salieron del hotel rumbo a la playa.
            Germán.
            Dime.
            ¿Qué vamos a hacer?
            No tengo idea. ¿Qué quieres hacer tú?
            Podemos viajar.
            ¿A Buenos Aires? ¿De nuevo?
            Podemos ir a la casa de campo, a Villita.
            No. Vamos a otro lado.
            ¿Adónde?
            No sé. A cualquier lugar. A Nueva York.
            Susana y Germán viajaron.
            Pasaron la primera semana junto a los tíos y primos de Susana, visitaron el Frick Collection, fueron al cine. En la segunda se mudaron a un apartamento pequeño a dos calles del Prospect Park. Susana comenzó a correr todas las mañanas. Cuando estaba de vuelta tomaba un baño, comía algo e iba en busca de trabajo, dejando cevés y presentándose a entrevistas. Germán permanecía en casa. Despertaba pasadas las diez, entraba a la ducha, bebía leche frente al televisor y salía a dar pequeños paseos por el barrio y a hacer algunas compras en el market de unos coreanos. Volvía siempre con dos o tres bolsas, cocinaba y esperaba a Susana con el almuerzo listo.
            Susana siempre era precavida con su dieta, pero esos días comía todo lo que Germán preparaba.
            Germán, te quiero mucho.
            Yo también te quiero mucho.
            Esa corta monotonía escapó en dos sucesos. El primero fue una fiesta organizada por la familia de Susana. La reunión se dio en la Calle 59, en casa de Osores, el amigo del amigo del tío Fabri. Hubo vino, cerveza, música y parrilla. Las personas se hablaban a gritos y reían. Toda la noche se oyeron discos de bailanta y cuarteto. La postal uno tiene a Susana y Germán bailando canciones de Manto Negro y del Potro Rodrigo. La postal dos tiene a Susana y Germán encerrados dentro de un baño.
            El segundo fue la fiesta de 28 de Julio organizada por la colonia peruana en Nueva York. Germán no conocía a nadie en la ciudad pero una tarde se topó con la publicidad que anunciaba el evento. El cartel decía: FELICES FIESTAS PATRIAS. VIVA EL PERÚ, y detallaba la dirección en un plano mal hecho. Acaso por curiosidad, Germán se animó a ir con una Susana escéptica a cualquier celebración de 28 de Julio. La fiesta tenía como propósito recaudar fondos para alguna obra social y se celebró detrás de un local clausurado (que antes habría servido de restaurante, al menos eso creyó Susana al llegar), muy cerca al Rockefeller Center. El ambiente, dividido en dos espacios grandes, estaba infestado de platos con restos de comida, botellas, y repleto de personas bailando merengue y tecnocumbia. Cuando entraron, Susana cogió a Germán del brazo.
            Ocurrieron tres situaciones:
            1. Susana y Germán comieron papa a la huancaína y una mala adaptación de carapulcra. Acompañaron esto con Inca Kola.
            2. Un grupo de peruanos los invitaron a su lado. Germán aceptó. Susana lo siguió.
            3. Germán se vio inmerso en un conato de pelea. Este se inició cuando en el grupo se comenzó a discutir de música peruana. Luego de algunos comentarios, animado por el ambiente y la bebida, Germán abordó el tema de las fiestas chinchanas de los hermanos Ballumbrosio, y habló del negroide y los turistas gringos. Dijo que la cuestión era así, que entre todos los turistas, los turistas gringos eran los que siempre se mostraban encantados con el negroide. Todos asintieron y le dieron la razón. Entonces un tipo que se había mantenido en silencio, mirando todo desde un costado, lo interrumpió. No seas ignorante, amigo, dijo el tipo. Gringo y negroide son palabras racistas. Piensa un poco antes de expresarte así. No hubo más, Germán lo escuchó sonriendo, se sirvió un poco cerveza, bebió, arrojó la espuma al suelo y cuando terminó de encender un cigarrillo dijo el ignorante eres tú, concha de tu madre, en el Perú esas palabras son normales, ¿hace cuánto vives en esta mierda que no sabes nada de tu país? Y el lío empezó ahí. El tipo y dos más se acercaron a Germán increpándolo y moviendo las manos y Germán se acomodó a un lado y puso a Susana atrás suyo, señaló a los tres y dijo:
            Tú, tú y después tú, maricón.
            Entonces apareció un gordo diciendo suave suave, un gordo de metro y medio, pelo gris y bigotes, un gordo que se metió entre la trifulca y pidió calma y tomó a Germán de los hombros diciendo suave suave, todos somos amigos, un gordo que relegó con firmeza a los otros tres y pidió calma de nuevo y dijo suave suave, y Germán se quedó quieto mientras los otros tres gritaban hoy mueres, te jodiste, huevón, te vamos a matar, y Susana atrás de Germán mirando con ojos incrédulos la escena, y el gordo suave suave, cálmense, y Germán contando uno, dos tres, cuatro…, y así hasta diez, y luego al gordo está bien, compadre, todo tranquilo, pero hazte una y desahueva a tu gente, me quieren agarrar en mancha y así no es, y el gordo asintió con la cabeza y de nuevo empezó con lo de suave suave, acá somos amigos, y luego al grupo voy a llevar al hombre y a su hembrita afuera, y efectivamente, el gordo apartó con amabilidad a Germán y a Susana y los condujo a la salida y ya en la calle les dijo que lo mejor era que se marcharan.

Pasaron los días y Susana comenzó a trabajar en la revista de modas. Despertaba a las seis y salía a correr. Volvía una hora después, entraba a la ducha por treinta minutos, se vestía, bebía un vaso de leche, comía tostadas con mermelada y queso y tomaba el camino hacia Manhattan.
            Germán la veía entre sueños y una que otra vez la acompañaba en el desayuno. A dos semanas de esto, y en vista de que Susana volvía siempre al caer la noche, Germán decidió salir a la ciudad.
            Y así se iniciaron sus largos paseos. La postal es la siguiente: Germán caminando en Nueva York con una Bud en una mano y un cigarrillo en la otra.
            No hay nada más feo que esta cerveza, decía Germán para sí.
            Recorrió día por día calles, parques, museos. En la estación Beverly Road vio cómo empujaron a un tipo sobre los rieles. Vio su cuerpo hecho trizas por la electricidad.
            Germán no volvió a subirse al metro, comenzó a viajar en buses.
            Llegó noviembre y un lunes asumió que la ciudad entera se había terminado para él.
            Esa noche Susana volvió como siempre, hablando de todo lo que había ocurrido en el trabajo. Germán la recibió con un beso, le dijo que la comida estaba lista y le pidió que se acomodara en la mesa. Cuando terminaron de cenar y cuando Susana le contó todo lo que tenía que contarle, Germán le dijo que quería regresar a Lima. Se lo dijo en dos frases.
            Estoy harto de estar acá. Vámonos a Lima.
            Susana encendió un cigarrillo. Dio una calada ligera y lo dejó suelto sobre el cenicero. Tenía unas manos bonitas. Susana tenía unos ojos negros bonitos, una boca marcada y cálida y un cabello negro que Germán siempre le sujetaba detrás de las orejas.
            En ese momento Germán cayó en cuenta de todo esto.
            ¿Desde cuándo le sujetaba el cabello detrás de las orejas?
            Vio a Susana en la fiesta por las bodas de oro de sus abuelos, la vio entrar con su primo Samuel, la vio con un vestido azul tres cuartos, una carterita y unos zapatos negros taco nueve, vio su cabello degrafilado y en degradé, apoyado sobre sus hombros. Se vio a sí mismo junto a su hermano Mecenas bebiendo pisco sours seco y volteado, diciéndole a Mecenas que cómo un idiota como Samuel podía llegar a la fiesta de los abuelos con una chica como esa, sí, esa, la del vestido azul, Mecenas. Vio a Mecenas y su risa ahogada caminando detrás de las azafatas en busca de más pisco sours. Vio a la gente a su alrededor. Vio a sus abuelos felices, tomándose fotos y diciendo gracias, gracias a todos por venir. Se percató que había música, se dijo eso parece música en vivo, quizá haya una orquesta por ahí. Vio a Mecenas reaparecer, se oyó decirle no puede ser, Mecenas, qué hace Samuel con una chica como esa, sí, carajo, la del vestido azul. No puede ser, no puede ser. Vio a Mecenas diciéndole ya vuelvo, guárdame esta botella, y darle una botella de El Brujo y luego irse. Se vio dando vueltas alrededor de Samuel y Susana, bebiendo rápido tres vasos de El Brujo y diciendo qué buen trago, ya me siento medio hechizado, y acercarse a la pareja y decirle a Samuel qué tal, Samuel, ¿puedo hablar un rato con tu amiga?, y Samuel riendo de mala gana, realmente de mala gana, respondiendo no, y él diciendo ajá. Se vio a sí mismo retrocediendo un poco, sin perder de vista a Susana, descubriendo algo en los ojos de ella, algo como un brillo, pensó después. Escuchó la música de nuevo, sintió pasar muchas canciones y luego vio cómo Samuel se puso medio raro y se fue a un costado y dejó a Susana sola cinco segundos. Germán se escuchó decir ahora o nunca, y se pegó a ella y dijo he venido porque necesito decirte dos cosas, pero no acá sino en otro lado, así que cuando ese tipo regrese dile que vas al baño, yo te esperaré en la escalera que da a la piscina. Germán se vio mirando el reloj, contando los minutos. Vio a Susana bajar los peldaños con su vestido azul, la carterita y sus tacos nueve. Susana bajó la escalera completa y se paró frente a él y él le dijo estás nerviosa, y ella no, ¿por qué?, y él porque te tiembla la boca, y ella movió su cara a un lado y lo miró de reojo y luego de frente y le preguntó que cuáles eran las dos cosas que tenía que decirle, y él las dos cosas que tengo que decirte tú ya las sabes, son las dos cosas que más me gustan de ti, que tienes unos ojos hermosísimos, y además que a tus labios, desde que los vi, lo único que quiero es morderlos. Vio a Susana sonreír enorme y lanzar una risa bajita, manteniendo el pecho firme y los hombros lisos, en una postura imbatible. La vio sacar un cigarrillo de la carterita y ponerlo en su boca. Se vio haciendo fuego. Vio a Susana fumando y a sí mismo acomodándole el cabello detrás de las orejas, sin que ella diga nada. Vio que Susana lo miró a los ojos y le dijo ¿y entonces?, y él entonces escapémonos, y la tomó de la mano y salieron de la casa en saltos cortos y pasos veloces, y cuando llegaron a la esquina le dijo, ya, casémonos, qué digo, besémonos, y ella no soportó más y soltó muchos jajaja jijiji, y él tú quieres besarme, y ella yo quiero besarte, y se besaron un poco, y Germán le dijo me quiero casar contigo pero soy menor de edad, ¿cómo te llamas?, y ella rió, más, y le dijo Susana, y él qué estamos haciendo, Susana, démonos un beso de verdad, y se besaron un minuto y medio o dos y luego ella lo soltó, reclinó su cuerpo hacia atrás y escapó corriendo.
            Susana le dijo que lo entendía. Siempre te voy a entender, ¿sabes, Germán? Le dijo que para ella las cosas nunca fueron fáciles yéndose a vivir a otro país, casándose tan joven, casándose con alguien menor que ella. Mi familia, Germán. Tu familia. Nuestros amigos. Susana le pidió que esperara un poco, que estaban iniciando un matrimonio, que las cosas marchaban bien en el trabajo, que las cosas poco a poco irían mejor. Susana le dijo que no hacía falta que él trabajase, que con su dinero bastaba para los dos, que él podía hacer lo que quisiera. Finalmente le dijo que Lima no era su ciudad y que ella no iría ahí.
            Germán habló y dijo que todo había ido muy de prisa. Pero no contigo, Susana, sino con mi vida. Aún no sé qué camino tomar, Susana, ¿entiendes?
            Susana cogió el cigarrillo y fumó cuatro veces. Luego le dijo que era un canalla y un egoísta de mierda.
            Te estoy diciendo para irnos. Los dos. Tú y yo.
            Eres un imbécil. Si yo viajo viajo a mí país, no al tuyo.
            Esa madrugada, Germán despertó y salió de la cama en busca de agua. Cuando estuvo de regreso Susana se volvió, trenzando sobre él su cuerpo desnudo, buscando sus piernas en sus piernas, sus manos en su pecho.
            Germán la besó en la frente y se mantuvo por varios minutos acariciándole los brazos, la espalda, las mejillas.
            Al poco rato se quedó dormido.

       
 
 
© Francisco Izquierdo-Quea, 2012
 
Francisco Izquierdo-Quea (Lima - Perú, 1980). Egresado en Literatura por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Autor del libro de cuentos Bonitas palabras, fundador de la revista El Hablador y doctorante de la universidad Sorbonne Nouvelle. Realiza, además, trabajos de edición y periodismo radial y escrito.
 
 
 
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