Escríbale al autor

Ariel Bustos
(
Argentina, 1983)

 

Por el momento estoy desocupado, a la busqueda de una solucion, pero mi mayor interes es ser escritor. Trato de seguir la linea de autores como Garcia Marquez, Sabato y Hesse. De mi vida no tengo mucho que contar, tal vez que soy ex estudiante de Cocina, y que alguna vez incursione en el periodismo (pero en pequeña escala).

 

 

 

 
[ 1 - 2 - 3 - 4 ]

 

TRATADO DE CINCHADA FUTBOLERA
(Tiempo estimado de lectura: 15')



—Chicos, ¿qué van a hacer ahora?

—Recién salimos a la hora libre.

—¿Ya jugaron algún partido?

—Todavía no.

—Bueno, vayan a la cancha. Juegan contra el primero de la tarde.

El campeonato de fútbol del Don Orione había comenzado unos días antes, y todavía no se había armado el fixture, de modo que por una casualidad, sin haber sido convocado, 5°B iba a debutar. Hubo que improvisar, porque Eduardo Linceo, el 6, no quiso jugar y Sergio Cerrini, el 3, faltó. Entonces, con Vázquez; Albornoz, Linares, Clementz y Gómez Amarilla; Palavecino, Gabriel Linceo, Martínez y Castro; Otero y Escobar, 5°B salió a la cancha.

Esperaba una división del turno tarde, algo novedoso en la tradición del colegio.

De movida, en uno de los primeros ataques de 5°, Escobar pasó entre los centrales y pisando el área la mandó a guardar con un tiro bajo cruzado. No pasaron muchos minutos hasta que Palavecino desbordó por la izquierda dejando el tendal a su paso y levantó la cabeza para ver la llegada de Linares por el medio del área, sin marca. Entonces se produjo el reencuentro con la enamorada colectiva.

—Toma, Leo, hacelo.

Linares levantó la derecha para bajarla, pero le dio con la rodilla. Paduano, el gordo que fue al arco, salió para achicar, pero la hermosa muchacha se le escurrió como la arena entre los dedos, describió una parábola que por un instante detuvo varios corazones y los hizo revivir cuando volvió a su verdadero amor.

Los siguientes goles fueron llegando con solo buscarlos. Para cerrar el primer tiempo Palavecino quedó mano a mano con Paduano y su zurdazo sutil lo dejo desparramado como ballena varada. Apenas iniciado el segundo Palavecino la clavó en el ángulo superior con un derechazo cruzado desde afuera del área. Castro, de penal, hizo el quinto, y Escobar, aprovechando otra falla defensiva, cerró la cuenta. La única clara de primero fue antes del tercer gol, uno que quedó mano a mano con Vázquez y a la carrera la levantó por sobre el achique del arquero, pero la pelota dio en el travesaño y pasó el peligro. Poco antes del fin de la hora libre terminó el partido, con una goleada que ninguno esperaba conseguir.

En el aula esperaba la de Biología, una flaca de rasgos orientales que no los quería y a cuya clase siempre llegaban tarde. Se sentaron, sacaron las carpetas y siguieron la lección. En un momento Escobar se cambió las zapatillas, y la china lo miró mal pero no le dijo nada. Y todo se desencadeno cuando Otero fue a abrir una ventana para renovar el aire viciado por haber transpirado la camiseta y se peleó con Isabel Rojas, que jetoneó para conseguir que la china los eche a todos del aula con la amenaza de pedir un parte de amonestaciones, frase tan gastada en esos cinco años que había perdido todo poder. Juntaron unas monedas para comprar una gaseosa y salieron al patio.

—Che, ahora dejémonos de joder y juguemos así todos los partidos.

—Sí, tenemos que ser campeones.

—Esos de la tarde tan buenos que parecían les hicimos seis.

—Hasta Linares hizo un gol -dijo Martínez-.

Yo tendría que haber hecho uno aunque sea.

En esa frase, “hasta Linares hizo un gol”, se resumía el no espíritu de equipo que tenían, que hacía que perdieran casi siempre que jugaban en la cancha de once contra otras divisiones. Pero para profundizar hay que detenerse en cómo se paraban y se movían en la cancha, y todo va a ser claro.

El grueso de los pibes se mantuvo los cinco años de escuela, entre 1996 y 2000, año en que eran quince. Habían formado su base futbolística en el 97: en la cancha de once, de medidas reglamentarias mínimas, 90 por 45 metros, se paraban con un 4-4-2 atípico, mezcla de estilos, con defensores que hacían marca zonal y volantes que se desplegaban al estilo europeo, en abanico, con un diez clásico en su juego aunque arrancaba volcado hacia el costado izquierdo. El método era revolucionario, pero faltaban intérpretes.

La formación base era esta: Albornoz; Vázquez, Linares, Eduardo Linceo y Cerrini; Palavecino, Gabriel Linceo, Martínez y Castro; Otero y Escobar. Clementz era 8 suplente, Jiménez era 5 suplente y Gómez Amarilla y Arce no jugaban nunca. De mayor a menor así jugaban los titulares:

Marcelo Palavecino era la manija del equipo que, vaya paradoja, tenía a dos de los cinco mejores jugadores del colegio pero era una calesita sin muñecos. Diez clásico, como Aimar, imposible de borrar, la pisaba, gambeteaba, tiraba caños, hacía rabonas, jugaba al servicio del grupo sin egoísmo y hacía golazos.

Arrancaba sobre el costado izquierdo, unos metros más adelante de Gabriel Linceo, desbordaba hasta el fondo o hacía la diagonal buscando el área, con la categoría de un diez bien argentino disfrazado de media punta.

El verdadero volante izquierdo, el 11, era Gabriel Linceo, amigo y socio futbolístico de Palavecino. Conductor sobrio, con un juego similar al de Figo, era difícil de marcar. Otro de los cinco jugadorazos, no era lujoso como el diez. Gambeteaba, la distribuía con clase, se movía en un sector paralelo al de Palavecino y era efectivo con sus remates secos desde media distancia.

Santiago Otero se revelo en quinto como el nueve goleador, algo pescador. Hasta cuarto fue volante derecho, pero en el último año cambió su puesto con Castro y encontró su lugar. Se movía por todo el frente de ataque y hacía la diagonal, jugando más cerca del área que Escobar. Con la globa en los pies no hacia maravillas ni pasaba papelones, pero en las cercanías del arco era letal.

Gustavo Vázquez, el 4, era la salida del equipo desde el fondo con la pelota dominada. Desde su posición hacía una diagonal larga hacia el mediocampo, para asociarse con Gabriel Linceo y Palavecino. Su mayor virtud era el juego aéreo, sobre todo en el área rival.

Sergio Cerrini, el lateral izquierdo, no se proyectaba mucho. Sobrio, elegante y preciso a la hora de marcar, no necesitaba jugar fuerte para quitar. Tenia gran capacidad para estar en el momento justo y evitar goles en la línea que provenían de jugadas con pelota parada.

Eduardo Linceo, el 6, era el más veloz del equipo. Tenaz, perro de presa, se pegaba como estampilla al contrario que tenia la pelota y no lo dejaba avanzar, pero el quite no era su fuerte. Al igual que Linares no tenía talla para ser zaguero, pero ninguna división rival jugaba a desbordar para tirar centros a la olla, así que por ese lado no tenían problemas.

La posición de Leonardo Linares era la de 2, y con Linceo conformaba una zaga impasable, además de cubrir el hueco que dejaba Vázquez cuando subía. Lento, firme, brusco en la marca pero sin juego desleal pese a sus golpes (“es el ultimo recurso”, decía cuando pegaba), con Linceo hacían diez o mas quites bravos en el área y sus cercanías. Obsesivo del gol, en los cinco años hizo cerca de treinta pese a salir desde el fondo.

Si estos siete eran los que sumaban, los otros cuatro tiraban abajo todo lo bueno:

Pedro Escobar era tan contundente en el área rival como egoísta. El 7 bajaba hasta el círculo central para recibir pelotas enviadas por Castro o Martínez, llegaba hasta el fondo o entraba al área en diagonal, sin dársela a nadie. Por cada gol que hacía desperdiciaba tres o cuatro por no habilitar a un compañero mejor ubicado, y muchos partidos perdidos se debieron en gran parte a él.

Pablo Martínez significaba para el equipo lo mismo que Verón para la Selección: dar changüí. Jugaba de cinco, casi sin cruzar la mitad de la cancha, moviéndose por delante de los marcadores centrales y bajaba pa