El hecho de resaltar este matiz no es una consideración banal, pues la poesía para Baudelaire no podrá eludir su especial sintonía con dar cuenta de algo que ha ocurrido en un pasado.

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Baudelaire: Experiencia y testimonio de la “modernidad literaria”

por Fabio Vélez Bertomeu

 

1

Iniciaremos este texto de un modo especial, o quizá no. Se partirá desde una cita, desde una cierta experiencia de ésta y, por ello también, en cierta manera, desde una determinada experiencia de la lectura.

La palabra “aporía” es recurrente en los últimos textos de Paul de Man. Creo que la entenderíamos mal si intentáramos ceñirla a su significado más literal: una ausencia de sendero, una parálisis ante el camino bloqueado, la inmovilización del pensar, la imposibilidad de avanzar, una barrera bloqueando el futuro. Por el contrario, entiendo que la experiencia de la aporía, tal como la descifra Paul de Man, da o promete el pensar del sendero, provoca el pensar de la posibilidad misma de lo que aún permanece impensable o impensado, en verdad, imposible (Derrida 1998: 135-136).

El fragmento en cuestión ha sido extraído y recortado (y, por qué no, también circuncidado) de una conferencia que Jacques Derrida, bajo el título de “Actos. El sentido de una palabra dada”, dedicó a la(s) memoria(s) de Paul de Man. Hacer uso de esta cita tiene una doble pretensión. Esta surge a propósito de la lectura de dos textos que, en principio, pueden presentarse sin ningún lazo en común. Me refiero a un ensayo crítico de Paul de Man: “Historia literaria y modernidad literaria” (1), recogido Visión y ceguera, y a la obra poética baudelaireiana. Así, pues, a lo largo del hilo que iremos tramando (y en ciertos momentos desenredando) trataremos de sacar a la luz una aporía compartida que puede auscultarse en ambos textos. Mi impresión es que ambos tematizan cierta problemática que, girando en torno al tiempo y a la pretensión de modernidad, hacen aflorar ciertas contrariedades en los presupuestos y prejuicios desde los cuales se está hablando. Ahora bien, y de ahí la cita de Derrida, el parentesco textual no sólo hace referencia a un particular cuestionamiento, sino al modo peculiar en que el cuestionamiento se lleva a cabo y se despliega. Por lo tanto, la experiencia (y la impresión) que se pretenden compartir surgen a raíz de este doble rasgo presentado, es decir, no sólo se van a tematizar determinadas cuestiones, sino que éstas se van a llevar a cabo de un modo semejante en ambos textos.

Empezaremos la marcha desde el mencionado artículo de Paul de Man. “Historia literaria y modernidad literaria” trata de presentar las contradicciones inherentes e irresolubles entre la concepción de una “Historia literaria” y la pretensión de “modernidad” propia de la literatura o, dicho de otro modo, entre la “Historia literaria” y la “literatura” misma. En definitiva, lo que en este artículo se está desarrollando es, por un lado, la deslegitimización ingenua de pensar la modernidad como periodización histórica propia de un determinado intervalo contemporáneo de la “Historia literaria” y, por otro, la posibilidad (y la posible compatibilidad) de una poética histórica. Vayamos, entonces, a las palabras del propio De Man:

La modernidad existe en la forma de un deseo de borrar todo lo que vino antes, con la esperanza de llegar a un punto final que pueda ser el llamado verdadero presente, un punto de origen que marque un nuevo punto de partida. Esta interacción conjunta entre un olvido deliberado y una acción que es también un nuevo origen alcanza todo el poder de la idea de modernidad (De Man 1991: 165). (2)

En consecuencia, la advertencia del carácter congénito de la literatura, es decir, su pretensión de ser moderna, entraría en colisión, según el propio De Man, con cualquier proyecto de una “Historia literaria”. Acudamos de nuevo a De Man:

...la modernidad y la historia se relacionan entre sí de una manera peculiarmente contradictoria que va más allá de la antítesis o de la oposición. Si la historia no ha de convertirse en pura regresión o parálisis, depende entonces de la modernidad la duración y renovación histórica; pero la modernidad no puede afirmarse a sí misma sin que sea de inmediato consumida y reintegrada en un proceso histórico regresivo (De Man 1991: 169).

De manera que el análisis de De Man no queda paralizado en una simple oposición de ambos términos, sino que en un ejercicio deconstructivo, percibe una contradicción dialéctica constitutiva. No es que ambas instancias se nieguen y excluyan recíprocamente sino que, más bien, ambas se encuentran entrelazadas de tal modo que su heterodependencia es la fuente de su ser. Y es que De Man esta hilando muy fino en este ensayo ya que, lejos de quedar complacido con la reconciliación de la antítesis inicial, éste reconoce el carácter problemático y aporético en la síntesis misma:

La modernidad y la historia parecen condenadas a estar vinculadas en una unión autodestructiva que amenaza la supervivencia de ambas (...) la modernidad de la literatura se presenta en todo momento como una paradoja sin solución (De Man 1991: 169).

Tras haber cartografiado el estado de una posible poética histórica, De Man enuncia una tesis derivada del análisis apuntado: «entonces la literatura ha sido siempre esencialmente moderna» (Ibídem). De manera que la literatura es concebida desde la pretensión constitutiva de romper con la dependencia o influencia de un pasado (o tradición literaria) y, debido a ello, es reconocida en una «expresión constante en todas las formas de escritura» (De Man 1991: 170):

Cuando afirma su propia modernidad está destinado a descubrir que ésta depende de afirmaciones semejantes que hicieron sus antecesores literarios; la pretensión de ser nuevo comienzo termina por ser la repetición de un intento que desde siempre ya había sido hecho (179).

De ahí la recurrencia, como señala De Man, a imágenes y emblemas referidos a la tabula rasa y a los nuevos principios, como también a obsesiones tales como el intento de representar el presente o captar el instante fugaz.

Podemos concluir, por tanto, que la aporía fundamental que De Man advierte estriba en el reconocimiento de la modernidad literaria (3) como negación de su carácter histórico, a la vez que reconoce en este gesto continuado de negación y distancia, el “principio que da a la literatura su duración y su existencia histórica” (De Man 1991: 181). Esta incompatibilidad conduce, incluso, a que plantee la posibilidad de salvar esta contradicción mediante una espacialización de la conciencia histórico-temporal de lo literario (Derrida 1998: 92-93, Cuesta Abad 1997: 206 y ss.). De modo que, para evitar la aporía que parecía desprenderse de la historia genética de la literatura, se llegará a cuestionar el carácter temporal de la secuencia anteriormente descrita como propiamente literaria y se la hará desplazar al grado de metáfora explicativa y pedagógica. Así, y estas son sus palabras: “este movimiento no se da como una secuencia concreta en el tiempo; representarla de esta manera es sólo construir una metáfora que establece la secuencia de lo que, de hecho, ocurre como una yuxtaposición sincrónica” (De Man 1991: 181). Podemos percibir en esta maniobra un rasgo muy peculiar, a saber: el intento de disolver, desenredar y avanzar tras la encrucijada encontrada al profundizar en el asunto tratado. Ahora bien, lo interesante en este gesto es advertir el surgimiento de ciertas dificultades y el comienzo de un tímido cuestionamiento de ciertos presupuesto, hasta ahora encubiertos (y olvidados). Lo que todavía estará por ver es si De Man es capaz salir de la aporía planteada, o si bien esa aporía es constitutiva e irrevasable. Aspecto que, no obstante, retenemos y aplazamos para el final.

Advertida, expuesta y señalada la aporía constitutiva que De Man cree encontrar en la Literatura y su respectiva “Historia literaria”, es preciso que nos paremos en ella, para recoger la experiencia aporética baudelaireiana.

 

2

Es hora de volcar nuestra atención sobre Baudelaire. Para ello nos introduciremos desde un poema que nos hará de gozne y, en cierta medida, de punto de partida. El poema en cuestión es “A una transeúnte”. Nuestra lectura tratará de ver en este poema esa pretensión de modernidad, llamémosle ya por su nombre: ese “complejo moderno”, que De Man se había preocupado de atisbar muy sutilmente a pesar de que, recordemos, el despliegue de su trabajo nos había conducido a un carrefour anestesiante por contradictorio. No obstante, si bien el análisis de De Man había quedado paralizado en la problemática descubierta a propósito del carácter propio de lo literario, en Baudelaire intentaremos descubrir y señalar cómo el carácter aporético que De Man había tematizado, es el presupuesto sobre el cual está construido su obra poética. Es decir, sus poemas y sus prosas están recorridos e impulsados por el complejo moderno que De Man en su momento, como vimos, había sido capaz de tematizar y, por ello en parte, de poner al descubierto. El caso de Baudelaire es semejante, pero difiere en cuanto al grado de consciencia y apropiación del problema. Lo que en De Man se lleva a cabo de manera explícita, en Baudelaire se empieza a gestar de manera inconsciente, fruto de la limitación y de la situación contradictoria primaria, es decir, al entrar en contacto la pretensión de modernidad con la resistencia del lenguaje para acoplarse a este propósito. De manera que su abordaje es de sumo interés, pues una lectura deconstructiva nos va permitir advertir cómo desde los presupuestos mismos de la modernidad se empiezan a visualizar ciertas limitaciones inherentes a los mismos y, por tanto, de algún modo también el fracaso constitutivo, así como la imposibilidad de consumar su proyecto. Vayamos, pues, con el poema:

     

La calle atronadora en torno a mí gritaba.
Alta, esbelta, de luto, mayestático pena,
Una mujer pasó, levantando el festón,
Meciendo el dobladillo con mano fastuosa;

Ágil y noble iba, con sus piernas de estatua.
Crispado como un loco, yo bebía en sus ojos,
Firmamento morado que gesta un huracán,
El dulzor que fascina y el deleite que mata.

Un rayo… ¡luego noche! —Fugitiva belleza
Cuya mirada me ha hecho de pronto renacer,
¿no te veré de nuevo más que en la eternidad?

¡en otra parte, lejos, ya tarde! ¡nunca acaso!
Pues no sé dónde huyes e ignoras dónde voy,
¡tú a quien hubiese amado, tú que ya lo sabías! (4)

 

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(1) Aunque nos sirvamos fundamentalmente de este ensayo crítico de Paul de Man, el tema tratado puede encontrarse (de manera menos explícita y concisa) en otros textos. Así, puede consultarse: “Lírica y modernidad”, publicado en Visión y ceguera, o “El devenir y la poesía” y “¿Qué es lo moderno?” en Escrítos críticos.

(2) Algunas traducciones de este ensayo han sido ligeramente modificadas. Para mayor información, léase la versión inglesa: Blindness & Insight. Essays in the Rethoric of Contemporary Criticism, publicada en 2005.

(3) Resulta tentador sumar al planteamiento de De Man otras consideraciones concernientes al problema de la modernidad literaria, sin embargo, espacio y tiempo nos impiden la posibilidad de enfrentar, comparar y poner en comunicación diferentes voces. Pero nombres como Jauss, Gadamer, Jameson o Groys, se me antojan imprescindibles.

(4) Para facilitar la lectura nombraremos los textos según van numerados en la edición (es decir, prescindiendo de los títulos). Así, adoptaremos el siguiente criterio: Las flores del mal (f), Poesías diversas (d), Pequeños poemas en prosa (p).

 

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