El latín clásico posee dos palabras de uso común para designar el color: ater, negro mate y siempre inquietante; niger, negro brillante y a veces valorizante. En el latín medieval, el primero cae en desuso mientras que el segundo se carga de todas las significaciones del negro.
Michel Pastoureau, Noir: Histoire d’une couleur, 2008: 29.
Siempre me llamó la atención la utilización extremadamente ambivalente de la palabra “negro” y sus variantes: oscuro, sombrío, umbrío en los poemas de Blanca Varela (1926-2009). Al principio sólo hubo, de mi parte, una intuición, que en ese uso del color y de la palabra “negro” había una clave, una llave al universo de verdades de su poesía. Sobre todo que ese uso del negro era siempre paradójico.
El color es vida. Se dice. El negro es la muerte del color o la negación de éste, y la de la luz. Pero sólo la luz nos permite distinguir los colores. Los latinos, como dice Pastoureau en su estudio sobre el negro, distinguen dos negros: ater, el negro mate, y niger, el negro brillante. Cada término poseía un campo semántico definido y ater, durante mucho tiempo, fue el término más común utilizado para el matiz mate o apagado del negro. Pero hacia el siglo II de nuestra era, ater empezó a tener una carga negativa: se volvió el “negro” malo, sucio, triste, feo, “atroz” (término que hemos conservado sólo en su sentido afectivo). Por otro lado, niger, de empleo más restringido que ater, definía el negro brillante y poco a poco calificó a todos los negros a connotación “positiva”. En la época imperial, el uso de la palabra niger se generaliza… y se pierde la diferencia entre los negros brillante y mate. A finales de la Edad Media sólo quedará un término, niger, de connotación negativa.
En Concierto animal, libro de 1999, la visión del poeta, aguda y desmaterializada, limita el paisaje a ciertos elementos de la naturaleza y de lo construido por el hombre, que se repiten, no hay lugar identificable y la palabra “negro” va a aparecer en casi todos los poemas. Ya no hay títulos, los poemas flotan en la página que como una mano grande los contiene y los muestra. La ausencia de títulos puede indicar que se trata de un largo poema en partes, pero la libertad del lector es extrema, se puede leer cada poema como una unidad o en cadena, o de las dos formas.
El segundo poema de Concierto animal es un hermosísimo ejemplo de lo que Roberto Paoli llamaba “íntima, aunque condicionada rendición”. La poeta acepta que sólo el poema perdure, en su línea negro y blanco son uno, el poema traspasa al poeta, se escribe sólo, el individuo es un obstáculo más que una presa para la muerte:
La muerte se escribe sola
una raya negra es una raya blanca
el sol es un agujero en el cielo
la plenitud del ojo
fatigado cabrío
aprende a ver en el doblez
entresaca espulga trilla
estrella casa alga
madre madera mar
se escriben solos
el hollín de la almohada
trozo de pan en el zaguán
abre la puerta
baja la escalera
el corazón se deshoja
la pobre niña sigue encerrada
en la torre de granizo
el oro el violeta el azul enrejados
no se borran
no se borran
no se borran
La muerte, el poema, el conocimiento. El poeta no necesita desdoblarse, el poeta debe desaparecer. Desaparecer por haber visto en el doblez. El ojo, con Varela, es siempre el ojo de dios, el que todo lo ve y nada puede (fatigado cabrío), como la madre, como el poeta. Lo irónico y la pregunta de fondo es: para qué el poeta ve, para qué existen los colores si no es para que alguien los vea, o más bien los colores existen solo por y para el ojo. La pobre niña, de 60 años, sigue encerrada en la torre de granizo, y solo puede mirar los colores (el mundo), ellos también encerrados pero perennes.
La muerte usa el negro y el blanco, el negro de la tinta sobre el blanco del papel. Las palabras siguen fascinándola como cuando niña, pero parecen liberarse de su poder narcisista de niña solitaria, las palabras se escriben solas, el mundo pasa y sigue pasando como si ya no existiera el poeta.
La muerte ha salido de su escondite. La muerte ya no esta afuera, obrando en el jardín, tras la ventana, está dentro del cuerpo del poeta, prosiguiendo su labor:
mi cabeza como una gran canasta
lleva su pesca
deja pasar el agua mi cabeza
mi cabeza dentro de otra cabeza
y mas adentro aun
la no mía cabeza
mi cabeza llena de agua
de rumores y ruinas
seca sus negras cavidades
bajo un sol semivivo
mi cabeza en el mas crudo invierno
dentro de otra cabeza
retoña
Despersonificación. El cuerpo mismo se hace extraño, es traslúcido, transparente, está agujereado, deja pasar las cosas, no retiene, no es opaco, no contiene. Hemos pasado de lo más negro del verano, implacable pero caliente, al más crudo invierno. El sol semivivo no logra secar esa agua, que pasa sin dejarse atrapar… Es el poema, eso que viene de las negras cavidades, ¿es lo que todavía puede ser, existir, durar? Quizás esas oscuras cavidades sean ese lugar original del que nacen las cosas. Esa pesca, ese botín, es a pesar de todo fruto, algo que puede retoñar. La cabeza es una matriz, es oscura como una matriz y todavía puede contener algo. El conocimiento de la muerte, la aceptación de la presencia de la muerte, es lo que permite sobrevivir a ésta.
Volvemos al desdoblamiento, consecuencia del ojo del poeta, de su capacidad de ser visionario. El desdoblamiento tiene lugar en el propio cuerpo, como dijimos, la cabeza es contenida por otra cabeza que le permite revivir. No se trata, creo, de una proyección temporal, por ejemplo la de dejar un hijo heredero de su linaje. Se trata de algo mayor, de una posible trascendencia aún no muy clara. Dios siempre ha estado presente, como ojo impotente, macho cabrío fatigado, en tanto interlocutor o presencia a la que se le increpa, insulta o reclama. En este caso, la otra cabeza es la de un ser superior, que lo contiene todo, o es solo la idea de dejar un recuerdo, una traza, ya no en los cuerpos sino en las mentes. La cabeza que contiene ¿es la cabeza que leerá los poemas de Blanca, una vez que ella haya muerto? Esa cabeza en la que retoña su cabeza ¿es la mía? ¿La de ustedes?
El desdoblamiento es también la separación entre el cuerpo y el espíritu en el momento de la muerte:
dolor de corazón
objeto negro que encierro en mi pecho
le crecen alas
sobrevuela la noche
bombilla de azufre
sol miserable
flotando en el cielo encalado
planea parpadea
encandila
a quién yace bocarriba
fulminado
Ya no es la abejorro quien flota bocarriba, el vientre lleno de miel, fulminado en plena juventud, hemos salimos del bestiario y entramos en una humanidad cuya finitud es ley. El objeto negro en la noche es ese corazón adolorido, la luz es solo un miserable sustituto del sol, la bombilla eléctrica y el drama pasa dentro de la habitación. La naturaleza y su renovación posible, el jardín en verano, se han transformado en una habitación mortuoria. La poeta sin piedad sigue con el ojo abierto contemplando el espectáculo de su propio final, pero hay nostalgia, la nostalgia precisa de una carne joven, para la que la noche era no un teatro macabro, sino el momento de la batalla amorosa:
sobre la tierra de sal yacen sin ojos
los negros estandartes del mar
qué se hicieron los aires submarinos
bajo los cuales flameaban
antes de la batalla?
qué se hicieron la impavidez de la carne
y el lujo de la sangre
vistiendo la untuosa escama de la noche?
en la marmita de los pobres
su gloria se tornara bocado
magro aceite
tal vez eructo y pena
Poema que evoca el imaginario cristiano, la gloria de la carne intacta, impávida ante la muerte, la sangre demarrada es lujo, no hay pérdida vital. Pero el poema acaba en desilusión ante la magra restitución de la carne viva en bocado insípido, el recuerdo o una suerte de hostia de la memoria que no logra consolar al hombre de la juventud perdida, de la vida terrena.
La ambigüedad del negro, negro estandarte de la muerte, sigue presente en Concierto animal. El paso a la muerte llama al paso a la vida y en este poema Blanca Varela evoca el nacimiento, como el advenimiento a la luz aquí también ambigua, luz sombría, luz oscura:
hoguera de silencios
crepitar de lamentos
por el camino de la carne
sangre en vilo
se llega al mundo
así alumbra su blanco la tiniebla
así nace la interminable coda
así la mosca desova en el hilo de luz
la tierra gira
el ojo de dios no se detiene
qué haríamos pregunto
sin esta enorme oscuridad
Se viene al mundo en medio de lamentos como cuando uno se va. Los dos actos hacen eco, se asemejan, se llaman. Al acecho siempre la finitud, devorando la luz que apenas se insinúa. Pero hay otro paso de lo oscuro a la luz que no es el del propio nacimiento, sino el del parto, de la mujer que da a luz otro ser. Este paso, o pasaje, se hace por la vagina e inevitablemente evoca el otro paso por la vagina que le dio origen. Estamos en el mundo, en un cósmico encuentro con el mundo, en un presente sin nombre, pero que es todo lo que poseemos. Este poema es el verdadero canto a la felicidad animal del estar en el mundo de Concierto animal. Varela, cuando se identifica al destino animal, lo hace con compasión o con voluptuosidad. Solo la presencia del animal, más cercana que la vegetal, como la del mar, nos puede dar la medida de la maravilla de la existencia en un presente dado como irreducible, en el cual no hay desdoblamiento posible:
incorpóreo paso del sol a lo umbrío
agua música en la sombra viviente
atravieso la afilada vagina
que me guía de la ceguera a la luz
bajo el alta cúpula sonora
en este colosal simulacro del nido
toco el vientre marino con mi vientre
registro minuciosamente mi cuerpo
hurgo mis sentimientos
estoy viva
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