Alan Pauls, nacido en Buenos Aires en 1959, escritor, ensayista, guionista y crítico de cine, es uno de los novelistas más sugerentes de la actual literatura argentina. Autor de obras referenciales dentro de la nueva literatura porteña, como El pudor pornógrafo (1984), El coloquio (1990), Wasabi (1994)y El pasado —novela que el 2003 se hiciera acreedora al Premio Herralde— e Historia del llanto (2007), además de Cómo se escribe el diario íntimo (1996), que reúne una colección de ensayos sobre Kafka, Musil, Mansfield, Brecht, Woolf, Pavese y otros escritores que desarrollaron el diario íntimo como género literario. El escritor chileno Roberto Bolaño, que le dedicó el último capitulo de su libro El gaucho insufrible, dijo de él que es uno de los mejores escritores latinoamericanos vivos y “somos muy pocos los que nos damos cuenta”.
En la siguiente nota, realizada en Buenos Aires, Alan Pauls revela sus principales obsesiones y su posicionamiento en una literatura de la intimidad como terreno fértil en el que la vida y el arte se contaminan; y donde las relaciones amorosas enfermizas, problemáticas y contrariadas, además de las patologías o padecimientos físicos, como peculiaridades contemporáneas, son el espacio propicio en el que las causas individuales suelen tornarse fácilmente en causas políticas de movilización.
¿Ha cambiado mucho tu trabajo desde El pudor pornógrafo hasta Historia del llanto?
Sí, ha cambiado bastante en el sentido de que en las dos primeras novelas, hasta Wasabi digamos, tenía una concepción muy particular de la ficción, pues pensaba que para escribir ficción era absolutamente imprescindible cortar de modo radical con lo que en términos generales llamamos experiencia personal. A partir de Wasabi esa concepción un tanto defensiva y paranoica empieza a hacer agua, y la frontera entre la ficción y el archivo personal empieza a volverse más porosa y a resquebrajarse. Entonces, esas dos dimensiones, antes separadas, empiezan a contaminarse mutuamente. Hasta Wasabi, mi escritura era muy literaria, en el sentido que pretendía alimentarse básicamente de literatura y de referencias culturales, haciendo a un lado la dimensión de la experiencia. Y digo pretendía, pues si releo hoy esas dos novelas, me doy cuenta de que son tan autobiográficas como podría serlo El pasado, Historia del llanto o Wasabi. Había una especie de toma de partido por establecer una frontera radical que empieza a disolverse, pues mi escritura empieza a alimentarse, incluso, de ciertas formas de descontrol que antes no me hubiera permitido. Al mismo tiempo, no puedo evitar pensar que entre El pudor pornógrafo e Historia del llanto hay una cierta continuidad que consiste en la idea de trabajar una literatura de la intimidad, y desde esa intimidad abordar cuestiones más amplias o globales, como la historia o la política.
¿Y cómo ocurre ese quiebre hacia el autobiografismo de tus últimos libros?
No lo sé. Creo que es simplemente un sistema que se dio, de otro sistema que dejó de dar resultados, y de manera curiosa, porque escribí Wasabi en 1993, al volver de una temporada de residencia en Francia —que es un poco lo que cuenta el libro—, y luego de esta novela, que fue escrita muy rápido, estuve prácticamente diez años sin publicar ficción. O sea que, de algún modo, para mí fue como si hubiera descubierto en Wasabi un nuevo camino que no había sido capaz de seguir de manera inmediata, y tuve que esperar cinco años para poner en marcha, otra vez, un proyecto de ficción, escrito desde esa nueva perspectiva en la que la vida y el arte se contaminan mutuamente. No sé qué es lo que pasó, pero tengo la sensación de que el nacimiento de mi hija tuvo que ver en esto. Mi hija nació el 93, y creo que ese fue el primer momento en el que me dediqué a observar una vida en progreso, con la misma pulsión desmenuzadora, con el detallismo analítico que antes solo había ejercido en la literatura, al ver películas o en las obras de arte. Me convertí un poco en un observador maniaco de mi propia hija. Creo que algo de eso me afectó.
Encuentro otra constante que trasunta tus textos y que podría definirlos, al menos temáticamente, más allá del sustrato intimista que tú propones, y es esa visión desesperanzada del amor, como tortura, antiamor o como proceso de aniquilamiento y destrucción.
Sí, pero eso ocurre solo hasta El pasado, pues en Historia del llanto ya hay un distanciamiento de esa monotonía temática. Pero es cierto, las relaciones amorosas son para mí un terreno muy fértil, sobre todo las relaciones amorosas problemáticas, contrariadas, pues, por lo general, me interesan básicamente los problemas, las cosas que no funcionan bien. Tengo la impresión de que cuando las cosas no funcionan bien, uno puede reconocer mejor cómo funcionan. Ya sea en una relación amorosa, una relación familiar o el mundo social, creo que es el desperfecto el que hace aparecer la verdadera lógica de las cosas. Por otro lado, las experiencias amorosas problemáticas, enfermizas o patológicas siempre me han interesado. Creo que eso llegó a una especie de paroxismo en El pasado, pero ha ido dejándose un poco de lado ahora, en Historia del llanto, que es una novela en la que empiezo a trabajar, siempre con la cosa problemática, pero en una zona que podría verse más claramente, como el espacio de la intimidad, en la que se relacionan lo íntimo y lo político.
¿Tienes una definición particular para esa situación problemática, en la que el amor solo puede definirse, quizá, a partir de sus caracteres patológicos, destructivos o sufriblemente enfermizos?
Bueno. Sí, en el sentido de que creo que los problemas que afectan a las relaciones, a los grupos, a los mundos o a los universos nunca son accidentes exteriores, pues creo que los problemas son constitutivos de estas experiencias. Por lo tanto, me parece que no puede decirse que, por ejemplo, la celopatía es algo exterior al amor o una patología o un accidente nefasto del amor. Me parece que la celopatía es un elemento absolutamente constituyente del amor. Yo no distingo entre amores normales y amores anómalos. Para mí la anomalía forma parte del amor e incluso lo define. Lo mismo podría decir de cualquier otro tipo de problema, pues considero los problemas como aquello que revela la verdadera identidad de las cosas.
¿Conoces el Werther de Goethe? Werther es uno de los personajes más desesperanzados de la historia literaria, pues amaba demasiado, y quizá ello haya hecho que muchos se vieran reflejados en él, pues como una apoteosis del romanticismo, tras su publicación originó una ola de suicidios en Alemania. He oído a muchos decir que El pasado es una obra terrible y pensé que tal vez podría ser leído en clave parecida, como una apuesta por una forma nueva de romanticismo contemporáneo en el que "el amor o el desamor" —que para este caso da lo mismo— es transformado en un pretexto de movilización política.
No he leído el Werther, esa es una de mis lagunas culturales importantes. Sería un honor, siempre y cuando no desencadene lo mismo. Pero quizá puede haber algo parecido, en el sentido de que muchos me han dicho: leyendo tu novela me separé, y otros, leyéndola volví con la persona de la que me había separado. En ninguno de los casos yo me hago responsable, pero conEl pasado tuve la oportunidad de darme cuenta de que cuando una novela tiene cierta repercusión, lo primero que desaparece es su condición de novela y lo que queda es una especie de transmisión de experiencia pura. Experimenté el hecho de ser visto como si comunicara una verdad pura y desnuda sobre el amor y la experiencia amorosa. Y eso es muy raro, porque mi novela —como supongo el Werther de Goethe— es puro artificio. Las novelas son objetos fabricados, son frutos de elaboración y, por lo tanto, cualquier dosis de experiencia que pueda ser transmitida a partir de ellas es transmitida en un contexto de artificio total.
1
- 2
|