Foto: Omar Faúndez U.C.

 

 

 

 

 

Bonsái era un poema largo que nunca me convenció del todo. Pero yo estaba decidido a publicarlo. Entonces comencé a maquinar hasta que, luego de algunos bocetos previos, decidí hacerlo novela. El resultado es un libro asociado a un ánimo, a un temple. Y ese temple al final es parecido al que había en ese poema antiguo

 

 

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Entrevista con Alejandro Zambra

por Francisco Izquierdo Quea

 

“Con la poesía tengo una relación más natural”

Ha sido a partir de Bonsái (2006), y posteriormente de La vida privada de los árboles (2007), que la figura de Alejandro Zambra se materializó para muchos lectores atentos a la “nueva” narrativa latinoamericana. Así, hace algunas semanas el escritor chileno recibió a El Hablador en Santiago. Sus proyectos a futuro, lecturas, poesía, las convenciones narrativas, Fuguet, el periodismo, son algunos de los temas que surgieron para esta entrevista.

Dos poemarios y dos novelas. ¿Qué se viene ahora?
A fines de año publicaré en Chile La literatura de los hijos, un libro de ensayos. Aparte, escribo algunos cuentos y una novela que debería terminar pronto, aunque no estoy muy seguro cuándo.

¿Representa algo nuevo para ti esta experiencia frente al relato?
No tanto, pues mis dos novelas tranquilamente pueden pasar como cuentos largos. Así que por ese lado vamos bien. Felizmente bien. Pero sí me cuesta trabajar con la idea de suma paulatina. Un cuento es una tarde, una semana, tal vez dos semanas. Pero una novela, por corta que sea, es un periodo en la vida. Un tiempo largo.

Bueno, tu primera novela (Bonsái) partió de la idea de un poemario…
Nunca me gustó la lógica de “poemario”, así que preferiría decir que partió de un proyecto poético. Y sí, tiene mucho de eso y de otros libros que no escribí.

¿De qué manera se dio esto?
Bonsái era un poema largo que nunca me convenció del todo. Pero yo estaba decidido a publicarlo. Entonces comencé a maquinar hasta que, luego de algunos bocetos previos, decidí hacerlo novela. El resultado es un libro asociado a un ánimo, a un temple. Y ese temple al final es parecido al que había en ese poema antiguo.
 
¿Sucedió lo mismo con La vida privada de los árboles?
No, no. Ese es un libro digamos que más unitario. Lo hice en un mes y la idea de novela se dio desde un comienzo. El título lo tomé de un poema de Andrés Anwandter, que dice tal y cual: “Como la vida privada de los árboles/ o de los náufragos”.

¿Cuál crees que sea el rasgo característico de ambas novelas?
Para mí son las caras de una misma moneda. En las dos recupero experiencias para mí cercanas, pues al escribir invento poco. No tengo mucha imaginación pero sí buena memoria o tal vez buena memoria involuntaria... Me pierdo en detalles, me desenfoco.

Frente a eso, ¿cómo es tu relación con la poesía y narrativa?
Con la poesía tengo una relación más natural. A los veinte años solo escribía, sin la idea de poesía o prosa, más que todo para adoptar el hábito, pero sin duda estaba formalmente más cerca de la poesía.

¿Qué autores han marcado tu formación?
Tengo una formación literaria muy nacional. Ahora hay acceso a otros libros y al internet, pero en los ochentas, en mi época de aprendizaje, todo era distinto. El primer poeta que me interesó fue Parra. Luego vinieron narradores como José Santos González Vera o Manuel Rojas, y poetas como Rosamel del Valle, Humberto Díaz-Casanueva, autores todos muy distintos a Parra. Y claro, Enrique Lihn y Gonzalo Millán.

¿Y Hann o Zurita?
Pues me parecen importantes, pero los leí más tarde. No sentía entonces una familiaridad que luego sí sentí con libros como Purgatorio de Zurita.

¿Por qué publicar?
No lo sé, es muy raro publicar, es algo muy vanidoso. Creo uno lo hace para desembarazarse y pasar a otra cosa.

¿Te importa mucho la presencia de la poesía en tu trabajo como novelista?
Sí, porque considero que la poesía se posiciona de forma problemática frente a la ficción. Sigue siendo indomable, al menos en nuestros países. Autores como Parra o Lihn o César Vallejo siguen siendo indomables. Ahora, en mis libros, creo que el propósito “poético” es modesto. Me gustaría obedecer, siempre, a un deseo de precisión que yo aprendí en la poesía. Personalmente me aburren las convenciones de la novela: personajes, lugares, todo eso.

¿Eso solo con el canon realista?
Sí.

¿Por qué?
Porque no lo siento cerca. Supongo que tiene que ver la familiaridad que guardo para con la poesía y el ensayo.

¿Cómo asumes la recepción de tu obra por parte de la crítica?
No estoy muy pendiente de eso.

Pero debes estar al tanto de algunas cosas que se han dicho…
Sí, sí. Por ejemplo, me asombra cuando hablan –para bien o para mal– sobre la innovación de mis novelas. Me asombra porque me siento más bien epigonal. Nunca ha sido mi intención el énfasis vanguardista, que a mí me parece medio ingenuo.
 
¿En qué sentido?
En que están todas las formas disponibles. Hay que ver qué hacemos con esa libertad, qué construimos cuando todos los gestos formales han sido aceptados. No hay preceptivas, al menos ninguna que queramos oír. No creo que este sea un momento para una lucha de formas, porque todas están disponibles.

Alguien como Fuguet diría otra cosa…
¿Qué diría Fuguet?

Eso de romper, ir contra el Boom, el parricidio…
Bueno, eso es nada más que marketing. Hay que escribir lo que uno quiere escribir, hoy eso está clarísimo. Sería absurdo defender, por ejemplo, la brevedad o la “largueza”. Ahora, el problema de la generación de Fuguet con los del Boom no me llama la atención en absoluto.

¿Pero crees que rompió algo o no?
No. Bueno, no lo sé. Yo vengo de un estrato distinto al de Fuguet y al de la temática de sus libros y en su momento no los leí.

¿Y qué me dices de la idea de parricidio?
No me interesa matar a Vargas Llosa ni a García Márquez. Uno puede estar en contra de ciertos lugares comunes pero para qué hacer un parricidio. Y los escritores del Boom no son mis padres, ni siquiera mis abuelitos.

¿Hay ideas de Fuguet a las que adhieras?
Claro, pero creo que son afinidades obvias, no muy trascendentes. Por ejemplo, mis novelas son netamente urbanas porque ese es mi mundo, mi contexto, mi vida. Entonces me costaría inventar algo distinto.

¿Cuál es tu opinión sobre el momento actual de la literatura chilena?
Creo que es un momento bueno, que hay bastante gente escribiendo los libros que quiere escribir. Y que las generaciones se han desordenado. Un escritor como Marcelo Mellado, por ejemplo, ha encontrado a sus lectores, lo mismo gente como Cinthya Rimsky y otros como Carlos Labbé, Alejandra Costamagna o Pablo Riquelme.

¿Qué piensas de los premios literarios? ¿Te animarías a participar en alguno como el Alfaguara o Herralde?
Me animaría, claro, aunque hasta ahora mis libros no alcanzan el mínimo de páginas para participar en concursos. Nunca he sido muy “Sensini”(1), pero creo que los premios son necesarios.
 
¿Cómo compatibilizas tu trabajo creativo con tu labor como docente y periodista o crítico?
Nunca estudié periodismo, pero al trabajar en prensa he aprendido bastante sobre la escritura. Por lo demás, mientras más cerca de la literatura estén los trabajos que uno debe hacer, tanto mejor.  Me gusta hacer clases porque es también un modo de hablar sobre libros.

¿Has realizado también reportajes o crónicas?
He hecho reportajes, crónicas, entrevistas. Lo que más disfruto, en todo caso, es hablar sobre libros.

Hablando de la crónica, ¿qué opinión te merece Lemebel?
La mejor. Creo que es un escritor importante, que ha construido una manera propia. Sus libros revitalizaron y en cierto modo rompieron la literatura chilena.

¿De qué manera?
No era fácil prestigiar un género como la crónica, que Lemebel convirtió en la forma perfecta para retratar lo que fueron los años ochenta en Chile. Lemebel permitió una rareza verdadera. Describe un mundo que antes se negaba o se ocultaba y que gracias a él ya nadie puede negar u ocultar.

¿Encuentras algún punto a resaltar dentro del periodismo chileno y latinoamericano?
No soy especialista en esos temas, la verdad. Me gusta la prensa argentina, por ejemplo, y el trabajo que ha hecho en Perú Etiqueta Negra, pero me costaría responderte con algún grado de certeza.

Hace un momento mencionaste que te cuesta inventar. Así como ha sucedido y sucede con muchos escritores, ¿no podría servirte el periodismo de ciertas herramientas o información para la elaboración del argumento de una novela?
Hasta ahora no he trabajado así. Nunca he investigado para escribir o tratar de escribir una novela. Y los argumentos en mi caso son muy simples.

¿Te interesa el cine? ¿Te gustaría que alguno de tus libros sea llevado a una película?
Me interesa, pero nunca lo he explorado. Bonsái va a ser filmado por un cineasta chileno de mi edad, Cristián Jiménez, pero no voy a intervenir de ninguna manera en su trabajo.

¿Qué opinas acerca de la obra de Bolaño?
Escribí mucho sobre la obra de Bolaño. Los poemas de Bolaño parecen escritos por los personajes de Bolaño. Me gusta el efecto de conjunto que provoca su obra.

¿Cómo observas su irrupción en la literatura chilena? ¿Crees que gracias a Bolaño las grandes editoriales han puesto mayor atención a lo que se escribe en Chile?
Sinceramente no lo sé, ojalá fuera así. Bolaño desordenó la literatura chilena, le dio a las novelas una poesía que faltaba. Al comienzo los escritores chilenos se resistían a aceptarlo como chileno… Eso lo dice todo.

Estuviste en Lima hace unos meses. Cuéntanos algo sobre tu primera experiencia en la ciudad.
Me gustó mucho lo que vi y viví. Me quedé varios días pero el viaje se me hizo corto. Y descubrí algo imprevisto y valioso: que si un chileno habla lento, se da una entonación parecida a la del habla limeña. Por lo demás, es el único acento que se me pega un poco, tal vez por ese secreto parecido.

¿Te asombró que en algunas entrevistas que te realizaron se te consultara sobre los aspectos políticos entre Perú y Chile?
Me asombró que se esperara que defendiera a Chile. Pero no son asuntos estrictamente políticos sino problemas históricos y territoriales que de vez en cuando sirven para hacer política.
 
¿Si hubiera un nexo cultural entre ambos países, ese sería la poesía?
Hay muchos nexos, por supuesto que los hay. Y claro, uno importante es la poesía.

El año 2007 algunos poetas peruanos leyeron sus textos en el Huáscar, algo que creó cierta polémica en el país…
Eso me parece un gesto más grandilocuente que elocuente. Pero supongo que los poetas que leyeron sus textos querían hacerse cargo de ese peso simbólico y eso es valioso.
 
¿Qué piensas sobre la literatura que toca aspectos políticos y sociales (pienso en Roth, Vargas Llosa, Pamuk)? ¿Te importa esa temática como escritor?
Por supuesto que sí. La mejor prosa chilena toca esos temas: Manuel Rojas, González Vera, Carlos Droguett y Diamela Eltit, por ejemplo. Como escritor me interesa mucho formular esa experiencia.
 
Muchos poetas y narradores jóvenes pueden tomarte como un referente. ¿Se te ocurre algo que decirles?
No se me ocurre, la verdad; creo que nunca le he dado un consejo a nadie. No me siento para nada ejemplar, y yo creo que es bueno no sentirse ejemplar. Tal vez ese es el consejo.

Finalmente, y por tu experiencia, ¿qué sugerencia les darías a los críticos literarios?
Que lean los libros enteros. Que los lean aunque estos tengan mil páginas.

 

© Francisco Izquierdo Quea, 2009

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(1) Personaje de Roberto Bolaño que da nombre a un cuento del escritor, publicado en el libro Llamadas telefónicas.

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Francisco Izquierdo Quea: (Lima, Perú, 1980). Estudió literatura en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Actualmente lo hace en la Université París III (Sorbonne Nouvelle). Es codirector de la revista El Hablador y autor del libro de cuentos Bonitas palabras.

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