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Los rasgos físicos de los chinos de segunda generación son diferentes a los de la población general del Perú. Muchos de ellos se sienten tan desarraigados como los chinos de primera generación. Se observa entonces una mayor complejidad, porque no hay una línea divisoria entre el mundo peruano y el mundo chino, y están entre ambos mundos

 

 

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Una obra entre dos mundos

por Johnny Zevallos
 

 

La interesante propuesta narrativa de Siu Kam Wen, de retratar la presencia del sujeto asiático desde adentro, es quizá una de las más novedosas en nuestra literatura. Ningún otro autor peruano ha logrado representar con tanta verosimilitud el mundo de los descendientes chinos y su compleja relación de arraigo con un país que los marginó en un inicio, para luego incorporarlos en un país de todas las sangres. Por ello, decidimos entrevistar a este fascinante escritor chino-peruano para que nos revele su experiencia como narrador entre dos mundos, un ‘autor de culto’ que gana lectores entre los más jóvenes.

Siu Kam Wen nació en Chungshan, Kuangtung (China) en 1951. Cuando tenía seis años su familia migró a Hong Kong y dos años después llegó a Lima, donde tuvo que aprender a leer, hablar y escribir en español. Tras cursar primaria y secundaria en colegios públicos limeños, estudió contabilidad y literatura en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Obtuvo una mención honrosa en el Premio Copé de Cuento 1981 y otra distinción similar en el Cuento de las Mil Palabras1983. En 1985 migró con su familia a Hawái. Ese mismo año publicó una colección de cuentos titulada El tramo final y en 1988 La primera espada del imperio. Asimismo, dio a conocer las novelas Viaje a Ítaca y La estatua en el jardín (ambas en 2004), La vida no es una tómbola (2008) y El furor de mis ardores (2010).

 

Si tenemos en cuenta que la literatura peruana es evidentemente mestiza, ¿cómo entender entonces el problema de la identidad en tu obra, donde se advierte ese discurso intercultural?

Siempre hay interacción de razas y por eso muchos autores peruanos, que trataban de escribir una novela peruana totalizadora, es decir, que abarque todo, tenían que incluir a las razas y a todos los estratos sociales. Por ejemplo, José María Arguedas lo hizo con Todas las sangres (1964), pero fracasó, lo mismo Mario Vargas Llosa. Ahora, yo no trato de hacer nada parecido y mi ambición es más limitada. Yo solo quiero introducir el personaje chino peruano en la literatura. Hasta mi aparición no creo que haya habido un personaje chino que no sea folclórico, es decir, todos los que han aparecido en obras de otros autores peruanos son exóticos, fuman opio, etc. Mi intención era cambiar esa imagen. Quería mostrar ante los peruanos en general que los chinos peruanos también somos humanos, somos gente común y corriente, tenemos nuestros defectos y nuestras cualidades. Ese fue mi propósito cuando escribí los cuentos de El tramo final (1985) y la novela La vida no es una tómbola (2008). En los cuentos de El tramo final me concentré en los chinos peruanos, pero en La vida no es una tómbola empecé a salirme de ese círculo y entrar al mundo estrictamente peruano. Por eso, en la novela no hay solo personajes de mi mundo, sino también peruanos.

¿Consideras que los escritores de origen asiático (chinos, japoneses, tusán, nikkéi) tienen una mayor riqueza al momento de escribir?

Depende, porque ciertos escritores de segunda generación no tienen mucho contacto con su mundo ancestral. Por ejemplo, José Watanabe escribe poesía pero su poesía no tiene muchos colores japoneses. Augusto Higa, que últimamente escribe sobre los nikkéi, sus personajes son más peruanos que nikkéi. ¿Por qué? Porque él está más disociado de su mundo ancestral, que es Okinawa (Japón). Es más, él está más afincado en el Perú que en Japón. Ahora, conmigo sucede algo diferente. Yo nací en China. Aprendí primero el idioma chino, me interesé inicialmente por la literatura china antes de aprender el español. Soy un poco diferente en ese sentido.

En la presentación de tu novela El furor de mis ardores, se comentó que los personajes de El tramo final tendrían ciertas similitudes con los de Oswaldo Reynoso o Miguel Gutiérrez [], en vista de que comparten el tema de la marginalidad. ¿Estás de acuerdo con ello?

Creo que sí, pero la marginalidad en la obra de Oswaldo Reynoso no es racial, sino social. Él habla de un sector bastante bajo de la sociedad peruana. En mi caso, los personajes de mis relatos son marginales por su raza, porque son chinos. En ese sentido, constituimos una minoría ética. En cambio, la minoría que retrata Reynoso es social, son los pobres, los marginados, los lumpen. Ahora, yo no soy ni seré el único que escribe sobre lo marginal, porque también está Antonio Gálvez Ronceros, que escribe sobre los negros, que también son marginales. Y podríamos decir también que Jaime Bayly escribe sobre lo marginal, porque sus personajes son homosexuales.

Algunos críticos han señalado ciertos aspectos autobiográficos en tu novela La vida no es una tómbola. Sin embargo, da la sensación de que se percibe cierto desgarro, un complejo nivel de integración y desintegración con la sociedad peruana. ¿Es así?

Veamos, si bien en La vida no es una tómbola hay varios personajes, Héctor, Elías y Maggie son los principales. De ellos solo Héctor quiere integrarse a la sociedad peruana. Los otros no, sobre todo Elías. Él no se esfuerza por integrarse, porque se cría en su mundo cerrado. Maggie también es nacida en el Perú pero tampoco hace mucho esfuerzo por integrarse. Héctor vendría a ser mi alter ego, pues hace intentos por integrarse a la sociedad peruana, no solo yendo a la escuela nocturna, sino siguiendo educación superior, aprendiendo el español y haciendo amigos peruanos. Entonces, se da una bipolaridad entre quienes aspiran a integrarse a la sociedad peruana y los que no. Generalmente, los que no quieren son los chinos de la primera generación, con excepción de Héctor, que también es de primera generación.

Ahora, ¿has tenido oportunidad de leer los libros de Humberto Rodríguez Pastor?

Sí, él me regaló algunos ejemplares de Hijos del celeste imperio (1989). Cuando se publicó a la sociedad peruano-china no le gustó, porque hablaba de la época más penosa de la inmigración china: los culíes. Sin embargo, ya están reconociendo sus méritos, saben que esa historia es penosa, pero también necesaria. Lo mismo sucedió con mi obra. Cuando se publicó por primera vez El tramo final, los chinos de primera generación no querían aceptarla, no me reconocían, porque no solo hablaba de las cualidades de los chinos, sino también de sus defectos. No obstante, en esos años los chinos de segunda generación (los tusán) comenzaron a apreciar que por primera vez en la literatura peruana hubiera una descripción humana de los chinos en el Perú. A ellos sí les gustó. La otra vez, por ejemplo, me encontré con el ex ministro de Transportes Luis Chang Reyes y él tenía una copia de la primera edición de El tramo final. Y no solo eso, atesoraba ese libro. Ahora, no he tenido oportunidad de leer En el país de las colinas de arena (1994), de Fernando de Trazegnies. Sé que la primera parte de ese libro es una ficcionalización de la vida de un culí, y esa primera parte podía pasar como literatura, pero la segunda parte ya es historia. Ahora, no me pidas que haga una crítica al libro de Trazegnies porque no lo he leído. Por eso, cuando yo escribo sobre mis paisanos no quiero reproducirlos de forma natural. Eso se lo dejo a otro escritor. Porque yo no quiero que mis paisanos me digan cómo se te ocurre describirme de ese modo degradante. Me han pedido que vuelva a escribir novelas sobre culíes, pero ya no pienso hacerlo más porque yo no soy experto en historia.

En tu narrativa, al menos hasta antes de su última novela, se advierte ese conflicto por el que atraviesan tanto los inmigrantes chinos como los tusán en general, pero también todos aquellos que no pueden asimilarse a la excluyente sociedad limeña.

Los chinos de primera generación siempre hemos tenido dificultades para integrarnos a la sociedad peruana, sobre todo por la diferencia del idioma, porque aprender a hablar castellano nos resulta muy difícil, e integrarnos a las costumbres peruanas es todavía más difícil. Los chinos, así como los demás integrantes de otras nacionalidades, han venido al Perú con sus ideas preconcebidas, con sus costumbres enraizadas y no están dispuestos a cambiarlas. La segunda generación, los tusán, tienen la alternativa de escoger ser incluidos en el mundo de sus padres o ser aceptados en el mundo de su madre adoptiva. Generalmente, eligen a esta última. Sin embargo, en los colegios o en la sociedad misma son tratados diferente que los peruanos, porque ellos tienen una cara, unos rasgos físicos o un color de piel diferente a los de la población general del Perú. Muchos de ellos se sienten tan desarraigados como los chinos de primera generación. Yo lo sé porque mis hermanos son de segunda generación y ellos no saben a qué mundo pertenecen, es decir, saben que son peruanos y si se les pregunta de qué nacionalidad son, responden: yo soy cien por ciento peruano. Sin embargo, ellos en su interior saben que no lo son. Se observa entonces una mayor complejidad. No hay una línea divisoria entre cuál es el mundo peruano y cuál el chino, y ellos están entre ambos mundos. Es algo así como lo que sintió el Inca Garcilaso de la Vega, porque han debido aceptar los dos mundos y mezclarlos. Yo también he tenido esa dificultad. Mis primeros años en el Perú solo hablaba en chino, pero a medida que iba adquiriendo conocimientos de lenguaje y me integraba con el mundo peruano pensaba: yo soy medio chino y medio peruano. En cierta forma, sé lo que no soy: no soy chino cien por ciento ni soy peruano cien por ciento. Y debo agregar algo más: tampoco soy peruano, soy norteamericano. Tengo mi pasaporte de ciudadano norteamericano (risas).

José María Arguedas aseguraba que los personajes andinos que aparecían en las novelas anteriores a su obra no eran reales ni se asemejaban a los que él conoció en su infancia y, por ello, sintió la necesidad de representar a los indígenas desde adentro. ¿Tú también sentiste la misma necesidad respecto a los chinos?

Yo creo que es exacto lo que dijo Arguedas porque todos los indios descritos en las novelas de Ciro Alegría, Ventura García Calderón, Adolfo Vienrich y Enrique López Albújar fueron creación de imágenes exóticas y miradas despectivas. Es solo con José María Arguedas que se ha podido describir a los indios desde dentro. Yo creo que los personajes retratados en la literatura previa a Arguedas tienen sus tintes pintorescos. Son caricaturas, algo así como sucede en Matalaché (1928), porque no creo que haya existido un negro como el descrito en la novela de López Albújar. Ahora, es cierto, yo también sentí la misma necesidad porque a mí me enojaba ver que los chinos eran descritos como pervertidos, perversos y exóticos. Mi interés respondía a dos necesidades de expresarme literariamente. La primera, porque cuando yo estudiaba secundaria en el Colegio Ricardo Bentín y en otros colegios nocturnos la gente miraba de arriba abajo a los chinos; decían que los chinos venían al Perú a poner un negocio, amasaban una pequeña fortuna y se marchaban. No contribuían a ningún aporte cultural ni social al Perú. A mí me irritaba eso. Y como los chinos de segunda generación no se habían esforzado en brindar esos aportes a la sociedad peruana, entonces yo debía hacerlo; me corrí ese riesgo. La segunda razón es que todos los personajes chinos descritos en la literatura peruana, sobre todo en Abraham Valdelomar, son caricaturizados. Los chinos de verdad no son así. Yo quería corregir esa imagen y cuando escribí El tramo final tenía plena conciencia de lo que estaba haciendo. Ahora, en cambio, escribo vivencias, experiencias personales y por ello mis últimas novelas son bastante autobiográficas; en contraste con El tramo final,que tiene algunos datos autobiográficos pero no tantos. Por el contrario, los hilos narrativos de La vida no es una tómbola se centran cuando yo tenía entre catorce y veinticuatro años, mis vivencias en colegios y universidades. Alguien ha señalado que escribir esa novela ha sido para mí como una catarsis, como que he liberado ese demonio escondido que estaba dentro de mí. En cierta forma, mis mejores y peores memorias han estado conectadas con el Perú. No todas esas memorias fueron agradables, pero las agradables no las olvidaré jamás.

De los autores que han escrito sobre otras minorías étnicas en el Perú, ¿cuáles te parecen los más importantes?

Bueno, están Isaac Goldemberg, quien hizo algo parecido a lo que yo hice, pero con los judíos, así como Gregorio Martínez y Antonio Gálvez Ronceros, que trabajaron el mundo de los negros. En cambio, los japoneses no han tenido un autor representativo, porque José Watanabe escribe poesía y Augusto Higa recién está dando sus primeros pasos. Ahora, yo creo que un autor debe ser auténtico, porque para describir un mundo el escritor debe ser auténtico en sus sentimientos. Yo ya no estoy tan preocupado en escribir sobre el mundo chino-peruano, porque quiero abrirme, ser más versátil, no circunscribirme a ese mundo. Si pudiera escribiría sobre toda la sociedad peruana, como Todas las sangres, pero eso es imposible. Ese tipo de proyectos está condenado al fracaso, mejor no lo intentes. Recientemente leí un artículo en la revista Newsweek acerca de la gran novela americana. Dice el artículo que esa pretensión de escribir la gran novela americana ha jodido a todos los escritores porque es imposible describir en trescientas o cuatrocientas páginas toda las cosas que han sucedido en la historia y la cultura norteamericanas. Y al final terminan haciendo un mamotreto que nadie lee. Por el contrario, el artículo sugiere que la propuesta de William Faulkner es mejor, porque escribió una sola novela repartida en diferentes libros. Cada uno de ellos se ocupa sobre un aspecto determinado de la sociedad norteamericana. En mi caso, podría definir mi obra en dos vertientes narrativas: una autobiográfica y otra fantástica. Ojalá me dure, porque el material autobiográfico se me está agotando.

¿Cómo tomas el hecho de que ahora se te considere un “escritor de culto”?

Me agrada, porque significa que si bien no me leen mucho, los que me leen me quieren. Eso es lo más importante porque dentro de unos cuantos años lo único que queda son los libros. Aunque el autor haya muerto, todavía se sigue comunicando a través de sus libros. Es decir, si cogemos Los ríos profundos (1958), aún podemos sentir la voz y el espíritu de José María Arguedas. Y eso hace que la literatura será imperecedera. Si uno quiere ganar inmortalidad, no  lo va a hacer construyendo una estatua en una plaza, sino escribiendo un buen libro. Un buen libro va a pasar de siglo a siglo, porque, por ejemplo, en un principio Rojo y negro no fue tomado en cuenta, pero ahora es considerado un clásico y es imprescindible en la literatura universal.


© Johnny Zevallos, 2010

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Johnny Zevallos: (Huacho-Perú).Estudió Literatura en la UNMSM. Ha publicado relatos y artículos de crítica literaria en la revistas Apeiron y Ajos & Zafiros. Ha colaborado en Identidades, suplemento cultural del diario El Peruano, y en el diario La Primera.

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