Nº21
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entrevistas
 

Vassilis Alexakis (Atenas, 1943), es un escritor franco-griego, autor de libros de relatos (¿Por qué lloras?, Papá y otros cuentos) y numerosas novelas (El sándwich, Talgo, Control de identidad, París-Atenas, La lengua materna, Las palabras extranjeras, Ap. J.-C., La primera palabra, El niño griego). Antes de dedicarse de lleno a la literatura, trabajó como periodista en Le Monde y en su suplemento Le Monde des Livres. Defensor de la multiculturalidad de los inmigrantes en Francia, escribe sus libros tanto en francés como en griego. Por su labor narrativa, ha recibido muchos reconocimientos, como el Premio de Cuento de la Academia Francesa (1997), el Premio Edouard Glissant (2003), el Gran Premio de Novela de la Academia Francesa (2007), y por su obra en conjunto el Premio de la Lengua Francesa (2012).

Esta entrevista, realizada y escrita en francés por Laëtita Soula, ha sido traducida al español por Francisco Izquierdo-Quea.

 
Vassilis Alexakis: la sublimación de lo cotidiano


Desde hace algunos meses, Vassilis Alexakis enlaza los viajes al reencuentro con sus lectores para presentar su libro El niño griego (L’Enfant grec), aparecido en la editorial Stock. De regreso a París, y antes de partir nuevamente hacia Atenas, me recibe en su casa, en los altos de una buhardilla, con vista a techos de zinc y a la Torre Eiffel.

Un ejemplar de El niño griego está abierto sobre el escritorio, situado al lado de la máquina de escribir con alfabeto helénico: el libro está en curso de traducirse. Vassilis me propone un whisky. Tomamos lugar sobre las banquetas, frente a la única ventana del estudio, por donde se filtra la luz dulce y lechosa del domingo por la tarde. Él enciende su pipa.

La entrevista puede comenzar.

¿Cómo ingresa a Le Monde?
Entré, simplemente. Tenía veintitrés años y había hecho la escuela de periodismo en Lille(1). Fue la época de la Dictadura de los Coroneles en Grecia, y fue luego, también, del Mayo del 68 en París: dos factores que, ahora que lo pienso, jugaron a mi favor. Los de Le Monde se habrán dicho: “Démosle cita a este griego para ver qué es lo quiere”. Yo envié una carta y unos textos que había escrito, después había telefoneado. Era un joven migrante que llegó de Grecia y que buscaba un trabajo. Mi única ventaja era que ya había redactado algunos artículos, y que hice la facultad en Lille, que es además una referencia.

Ellos me dieron cita en Le Monde des Livres(2), pues yo había declarado que quería hacer crítica literaria. No había publicado aún ningún libro, nadie me conocía. Vi a la responsable, que era una señora muy seria. Hablamos. Ella me interrogó –todo este episodio lo narro en París-Atenas(3)–. En un momento dado, me tendió un libro enorme, que tenía como 500 páginas, y me dijo: “Hágame veinte líneas”. Era una prueba. Lo hice y ahí todo comenzó. Luego continué colaborando, me dieron otro libro y esto se incrementó con los años.

Al periodismo lo veía como un medio de ganar algo de dinero. Lo que más me importaba, desde siempre, era la literatura. Por consiguiente, fue normal que mis intereses se ciñeran más a la crítica literaria que a otros campos. Hice eso durante mucho tiempo, nada que no fuera crítica, aunque también algunas investigaciones y artículos más libres en Le Monde, que publicó mi cuento “Papá”(4) a fines de los 60 o comienzos de los 70.

Hice periodismo durante cerca de veinte años. Lo dejé cuando tuve cuarenta. Tenía ganas de dedicarme a la literatura. No quería tener pesares, no quería decirme más tarde que habría podido hacer libros muy bellos si hubiera tenido el tiempo. Financieramente hablando, fue un periodo un poco difícil, porque tengo hijos que en la época eran muy pequeños, tenía una familia… Había un riesgo. Sin embargo, París-Atenas avanzó bien y me sacó de esa situación. Eso me ayudó, pues fue un aliciente formidable. Al mismo tiempo, en esa etapa, mis libros aparecieron en Grecia, lo que me aportó ciertas regalías. Las cosas comenzaron a ir mejor. Y luego eso continuó. No tengo ambiciones materiales, hice más o menos lo que quería. Mi único lujo son mis viajes a Atenas.

¿Es difícil publicar un libro cada dos años?
Es verdad que hay mucho que producir, pero al mismo tiempo soy yo quien eligió esto. No escribo porque tengo un contrato, es todo lo contrario. Es porque escribo que tengo un contrato. De todas maneras, no hago más que esto y lo necesito. Un contrato, más que pesarme, me beneficia. No veo eso como una limitación, tengo ganas de escribir.

¿Existe el miedo a la página en blanco?
Eso está todo el tiempo ahí. Hay una angustia, como cuando terminas un libro y no tienes idea de cómo harás el siguiente. Pero es una angustia con relación a mí mismo, pues sé que para mi equilibrio necesito de eso. Ahora comienzo a pensar, vagamente, en el argumento de mi próximo libro y, en efecto, me sentiré mejor cuando lo encuentre. Es verdad que la página en blanco provoca miedo, pero al mismo tiempo otorga libertad. ¡Puedes hacer todo! La página en blanco es siempre un espacio autónomo, que puede dar vértigo y ser también muy exaltante.

Cuando escribo un libro, no estoy nunca seguro de encontrar la continuación, de llegar al final. No sé cómo van a suceder las cosas. No es cualquier angustia, está atada a una actividad que amo mucho, a algo que quiero crear. ¡No hay que compadecerme, después todo!

¿Cómo es su proceso de escritura?
Hay un ritual, una regularidad a partir del momento que comienzas un proyecto. En ese momento, que es un periodo muy cargado, traduzco mi último libro al griego(5), y reflexiono sobre el próximo. Y así hasta que tenga fija la idea, que sepa que estoy cerca a lo que quiero, algo quizá muy impreciso pero que tenga que ver con el eje central, que es muy importante. No es una idea corriente, tipo: “Ten, me pasó esto y voy a contarlo”. No. Es una idea de novela. Una idea de novela es otra cosa que cualquier idea. A partir de ahí comienzo a encerrarme y no puedo hacer más que escribir.

No hay un plan, pero hay un trabajo intenso. Me levanto a las cuatro y media de la mañana, trabajo hasta las siete, duermo tres veces en el día, me acuesto muy temprano en la noche, no salgo más. Es una vida de monje, y dura un año y medio. No es un trabajo que se pueda hacer los fines de semana, se hace siempre. Es como un gran lazo amoroso, que exige todo tu tiempo. Es como la mujer que no soporta que hagas otra cosa, o algo diferente. Es exactamente así mi relación con la literatura. Ella toma todo el lugar.

Escribo la novela de un tirón. No escribo pasajes ni selecciono fragmentos que voy a adjuntar aquí o allá. No. Escribo el libro de un tirón, y una vez que está terminado, está terminado. Sin embargo, avanzo lentamente; para estar seguro que estoy en el buen camino. Cuando se trabaja como yo lo hago, que permanezco en promedio una hora sobre cada frase, no hay tanto por modificar después. Relees, y hay cosas por mejorar, pequeñas partes a cambiar, pero el libro está terminado, a pesar de todo. No es un borrador, es el libro definitivo. A lo mucho, cuando estoy en el medio, puedo dar la mitad a imprimir. He pasado mucho tiempo en ello, esa es la diferencia; porque esa mitad, a mí, me ha tomado un año.

¿Y la construcción de los personajes?
Para el último libro, por ejemplo, una vez que has determinado el tema –en este caso será un hombre enfermo, que no puede caminar, que parte de la acción va a suceder en el Jardín de Luxemburgo–, puedes, a partir de allí, de una idea de base para una novela, inventar los personajes que este plan necesita. No voy a inventar a un chino con el que no tengo nada que hacer. Pero me dije que podría ser interesante tener una señora ricachona en el Luxemburgo, un vagabundo, o un viejo bibliotecario del Senado(6), pues en un momento dado sería bueno que alguien hable del Senado, del palacio. La idea de novela es la que impone a los personajes.

Y ahí tienes cómo un viejo bibliotecario puede ser útil, ya que se pasea, como Jean Valjean, con una chica. En la novela, hay un joven poeta griego que hace pensar en Lucien de Rubempré(7), y está la ricachona que es una niña encontrada: evocaciones de muchos personajes de novela a través de personajes reales. Pero hay que decir que antes de escribir todo eso, hay que hacer una investigación. En mi caso, me informé largamente sobre las marionetas. He visto una decena de titiriteros. Estuve en el Museo de Marionetas de Lyon, vi a los especialistas, a los historiadores de marionetas. Todo esto implica un poco de trabajo periodístico.

¿Por qué escribimos?
Es imposible de decir. Yo siempre he soñado con esto. ¿Que por qué escribimos? Eso es un misterio. No hay una respuesta. ¿Qué significa el hecho de tener necesidad de historias? Porque en el fondo, eso vine de ahí. Escribir es contarse historias a sí mismo, antes de hacerlo para los otros. ¿Por qué es que tenemos esta necesidad? Quizá porque la vida es lo que es, supongo. La vida cotidiana es más bien pobre, medianamente interesante. A mí me hace falta una historia sin interrupción. En conjunto, hacer las compras, comer o mirar un partido de fútbol en la televisión, no está mal, pero no es apasionante. Me gusta la vida, me gusta ver a los amigos, me gusta mirar a la gente porque lo necesito para mis novelas, pero al mismo tiempo, no me es suficiente.

Desde mi punto de vista, me hace falta otra cosa. Encuentro mi equilibrio en la narración de una historia. Ahí, el imaginario toma ventaja, es quien dirige la novela, y no la realidad. La realidad es lo que es, y es gracias a la intervención del imaginario que todo eso toma un sentido y se hace atractivo. Los encuentros tienen un interés, una belleza, y en la novela no hay tiempo muerto; eso avanza, evoluciona continuamente. No podemos decir la misma cosa de la vida, que es más bien estática, se repite. En la novela no. Es en ese sentido que la novela no se parece a la vida, pues en una novela todo está seleccionado, los encuentros, las frases que leemos o escuchamos, todo tiene una función, todo sirve para algo. En la vida, eso es cualquier cosa. En una novela la gente que aparece tiene razón de aparecer. En la vida es más bien lo contrario.

¿Qué piensa de los premios? ¿Cómo los asume?
Francia distribuye generosamente los premios, pues la sola razón de demarcarse sería no tenerlos. Yo he caído en el anonimato de las personas que los tienen… (Risas). No, solo bromeo. Evidentemente eso tiene importancia, pues permite que el libro se venda mejor, permite al público descubrir nuevas obras, que la audiencia se extienda más… pero todo eso representa un determinado periodo. Cuando el libro sale, es bueno que se hable de él. Después te retiras y vuelves sobre ti mismo de nuevo, olvidas todo eso, encuentras tu soledad, que es la condición esencial para escribir. Cuando recibes un premio, lo disfrutas, y luego se pasa a otra cosa.

¿Cuáles autores considera imprescindibles?
¡Hay demasiados! Es algo complicado de responder. Podemos citar a Beckett, Dickens (que me gusta mucho), Mark Twain, Emilie Brontë, Balzac, Stendhal. Entre los griegos, es más bien del lado de la poesía donde buscaría parentescos. Cavafis me marcó, ciertamente, y pienso que está él solo, pues la novela griega nunca me ha influenciado en demasía. Incluso cuando era niño leía de mejor talante a Dostoievski o a los estadounidenses. Kazantzakis tiene un temperamento bastante opuesto al mío, tiene un lado heroico, filosófico. Yo no me reconozco en eso, a excepción de Alexis Zorba(8), que pienso es su libro más interesante, aunque él lo despreciara. Hay un lado cotidiano, simple, que pierde un poco su dimensión heroica. El lado exaltante de Kazantzakis a mí me corta los pies.

Respecto a Cavafis, de él he aprendido cosas, pues cuenta historias, es un narrador. Tiene una poesía muy particular, con un ahorro de medios formidable.

¿Qué lectura tiene sobre la actualidad de Grecia?
Es un tema complicado, algo que me preocupa mucho. Es la subida de la extrema derecha, que hace lo que quiere en el país. Ellos les rompen la cabeza a los inmigrantes y la policía no interviene. Es una situación calamitosa porque estamos entre el golpe de Estado y la crisis económica, y podemos caer en los dos a la vez. No sé. Tengo amigos que están demasiado afligidos, y quizá el gran drama es que no se tiene ninguna esperanza, no podemos pensar en decirnos: “Bueno, se va a sufrir por todo esto, pero eso servirá para algo, ya que hay planes de producción”. En este momento, no hay propósitos positivos, sino lo contrario: hay que reducir todo, los gastos, las jubilaciones… De acuerdo, pero, ¿dónde están los proyectos de desarrollo? Eso es lo que desesperadamente hace falta.

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1 L'ESJ, Ecole Supérieure de Journalisme de Lille (Escuela Superior de Periodismo de Lille).
2 Suplemento literario semanal (aparece todos los viernes) del periódico francés Le Monde.
3 Novela aparecida en 1989. Editorial Le Seuil.
4 Relato que da nombre al cuentario homónimo del autor, aparecido en 1997 (Editorial Fayard), y que, ese mismo año, mereció el Premio de Cuento de la Academia Francesa.
5 Se ha hecho común en Alexakis escribir directamente en francés y luego hacer su propia traducción al griego, que es su lengua materna.
6 Existe una relación con lo ya mencionado: el Luxemburgo es jardín del Senado francés, cuya sede está en el Palacio de Luxemburgo.
7 Personaje central de Las ilusiones perdidas, de Honoré de Balzac.
8 Libro que inspiró la película Zorba el griego, de Michael Cacoyannis, en 1964.
 
 
©Laëtitia Soula, 2014
 
 

Laëtitia Soula (Marsella-Francia). Francesa de origen español. Estudió literatura española y periodismo. Después de algunos años en España, volvió a Francia y actualmente trabaja como redactora en París. En 2001, un cuento suyo ganó un premio literario organizado por la Municipalidad de Marsella.

 
 
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