El humor que rebasa en esta novela trata de poner en el paredón a todos los organismos que están infectados por el poder desmedido, la corrupción y la manipulación. Esta última se puede apreciar en el personaje del Sinchi que representa a los medios de comunicación que chantajean a las autoridades para no hacer públicas las cosas clandestinas que realizan éstas

 

 

El alumbramiento del humor y la crítica social en Pantaleón y las visitadoras

por Liliana Fretel Gutiérrez
 
 

La producción novelística de Mario Vargas Llosa en los años sesenta –Conversación en La Catedral y La casa verde– se caracteriza por la construcción de estructuras complejas desde la interacción de diversos diálogos, el juego de los tiempos y espacios, los diferentes puntos de vista, y la participación activa del lector; pero, sobre todo, se distingue de los demás escritores por mantener al margen cualquier infiltración del humor, y la aversión por este recurso literario lo hace público en sus diferentes entrevistas, siendo conocida la declaración que le otorga a Luis Harss: “Yo siempre he sido absolutamente inmune al humor en literatura. Hiela, congela. El humor es interesante cuando es una manifestación de rebelión: el humor insolente, corrosivo de un Céline... Pero en general es irreal. La realidad contradice el humor” (1).

Pero a partir de la publicación de Pantaleón y las visitadoras (1973) se puede observar una metamorfosis, pues cualquier lector que quiera sumergirse en las páginas de esta novela no encontrará ninguna dificultad, tanto desde el punto de vista formal como del contenido. Sin embargo, lo que más llama la atención entre los críticos y lectores diestros es la atmósfera humorística que gobierna la historia, ya que utiliza este instrumento para burlase y criticar a todo el sistema político, social y cultural de la sociedad limeña de ese entonces. Este libro es como un adolescente rebelde que trata de sacarle la lengua a este mundo gobernado por las apariencias, y se ríe especialmente de los militares, quienes son una de las obsesiones patológicas del autor. El humor que rebasa en esta novela trata de poner en el paredón a todos los organismos que están infectados por el poder desmedido, la corrupción y la manipulación. Esta última se puede apreciar en el personaje del Sinchi que representa a los medios de comunicación que chantajean a las autoridades para no hacer públicas las cosas clandestinas que realizan éstas. La prensa no busca un cambio progresivo en la sociedad sino que informan de acuerdo a sus conveniencias.

Por lo tanto, en esta novela se puede apreciar un cambio, aunque no radical porque sigue unida a la matriz, en la teoría y en la práctica de la novelística de Vargas Llosa, y esto se hace notorio en la entrevista que le concede a Miguel Oviedo (2):

“Es verdad que muchas veces, antes de escribir Pantaleón, dije que era alérgico al humor en la literatura; lo pensaba así. Ahora pienso algo totalmente distinto: que el humor no sólo es una dimensión importante de la experiencia humana, que no tiene por qué estar al margen de la novela, sino que es además una veta riquísima para explorar al hombre y representarlo literariamente. Creo, también, que el humor es una fuente formidable de recursos técnicos, que en el futuro me comprometo a aprovechar a fondo en lo que escriba. En Pantaleón he usado un tipo de humor tosco, tratando de sacarles la vuelta a una serie de tópicos, porque eso me permitía hacer más persuasivas y verosímiles unas situaciones truculentas y absurdas. En la próxima novela voy a tratar de utilizar un humor más elaborado y sutil, una especie de espuma risueña que haga más digeribles a unos personajes y unas historias en el fondo trágicos. Exactamente en las antípodas de lo que antes creía, ahora creo que hay que exigirle a la literatura no sólo que preocupe, abra los ojos de las gentes sobre lo que no saben o no quieren ver, y estimule a imaginación y la inteligencia de los lectores, sino también, y al mismo tiempo, que los divierta”.

El humor en Pantaleón y las visitadoras es directo, transparente, popular, insolente pero bañado de mucha inocencia sin grandes refinamientos como en Cortázar. El lector está constantemente lanzando una infinidad de carcajadas, es decir nos divertimos pero a la vez reflexionamos sobre el entorno que rodea al hombre. Este ingrediente lo diferencia de sus anteriores obras que se caracterizaban por la solemnidad, sobriedad y seriedad. Ahora pasaremos a analizar algunas de los temas que critica Vargas Llosa, pero todo la anécdota se encuentra barnizado con el más grueso humor.

La jerarquía militar

Vargas Llosa desarrolla por primera vez el tema de los militares en su novela La ciudad y los perros (1963) en la que muestra la organización autoritaria, deshumanizada, pero sobre todo galardonada por falsos valores. La orden que viene del militar de mayor rango es acatada silenciosamente por el soldado raso, así no tenga la razón. Este espacio militar que está gobernado por la dureza, el servilismo y la violencia (una atmósfera casi irrespirable) está contrapuesta con el mundo de afuera, el espacio civil, donde reina la libertad y las decisiones son tomadas por uno mismo. Todas estas injusticias y abusos vuelven hacer tomados por el escritor en Pantaleón y las visitadoras, pero ahora el modelo militar es objeto de burla por medio de una sátira ligera, poco profunda, donde se muestra el verdadero monstruo que habita y recorre el laberíntico mundo castrense.

El personaje principal Pantaleón Pantoja representa a la clase de soldados que tienen que obedecer. A éste se le encomienda organizar un servicio de visitadoras (prostitutas) para los soldados de la zona de Iquitos, ya que estos estaban cometiendo una serie de violaciones contra las mujeres de la región: ”-En síntesis, la tropa de la selva se anda tirando a las cholas-toma aliento, parpadea el Tigre Collazos-. Hay violaciones a granel y los tribunales no se dan abasto para juzgar a tanto pendejón” (p. 13). Al final el servicio de visitadoras es descubierto, provocando el completo rechazo de la opinión pública. Ante este escandaloso suceso, las altas autoridades militares no son sancionadas, pues tienen a Pantoja como su chivo expiatorio. Él no se rebela, ni siquiera insiste en que se reconozcan sus efímeros éxitos al cargo de esa empresa, como buen soldado acepta su condición dependiente, se resigna al lugar que sus superiores le asignan en el “hogar”, es decir en las Fuerzas Armadas.

También se puede apreciar como el autor se burla del enfermizo orden de Pantaleón, que llega hasta extremos patéticos como el controlar el tiempo que dura en mantener una relación sexual con su esposa, para aplicar dicho tiempo en el servicio de visitadoras. La visitadora Maclovia declara en el programa radial que conduce el personaje llamado Sinchi dicha virtud exagerada de Pantoja: “... Lo tiene todo muy bien organizadito, otra manía suya es el orden. Todas decíamos esto no parece bulín sino cuartel. Hace formar, pasa lista, hay que estar quietas y mudas cuando él habla. Sólo faltaba que nos tocaran corneta y nos hicieran desfilar, una gracia. Pero esas manías más bien eran chistosas y se las aguantábamos porque en lo demás era justo y buena gente” (p.161). Las acciones que realiza en su vida Pantoja son regidas por sus pensamientos castrenses, y no reflexiona si esta empresa encargada a dirigir lo denigra como ser humano. A él sólo le importa servir a su institución y a su patria.

Se puede apreciar otra contraposición en la novela: Lo masculino frente a lo femenino, lo fuerte frente a lo débil. El primero se encuentra representado por los altos militares como el tigre Collazos, el general Victoria, entre otros. El segundo se encuentra simbolizado en Pantoja que desde el inicio de su carrera militar se encarga de realizar una serie de labores domésticas en el cuartel: el rancho, la lavandería y sobretodo se puede destacar por su alcahuetería en la instalación del servicio de visitadoras. Otro aspecto de feminidad en Pantoja es su sentimentalismo por las mujeres que trabajan bajo su servicio. Ni las explota ni las maltrata sino todo lo contrario trata de dignifica su actividad. Esta actitud no es típica de un militar que se caracteriza por su frialdad e indiferencia.

También apreciamos el triunfo parcial de lo femenino frente al orden autoritario, y esto lo podemos corroborar en la escena del entierro de la Brasileña. Pantoja le dedica una digna ceremonia en nombre de la institución castrense. Ella fue una heroína que murió en pleno servicio, según Pantoja. A él no le importa el castigo y las consecuencias que vengan a raíz de este acto, sólo quiere rendir su último homenaje a la mujer que lo cautivó y que entregó todo por el ejercito. Este trágico hecho produjo que se descubriera el servicio de visitadoras que terminó con el respectivo castigo a las personas que sólo obedecieron ordenes, mientras los altos mandos se limpiaban las manos como Pilatos. Por lo tanto, al final de la historia termina venciendo el poderoso y Pantaleón es mandado a Puno, como un castigo por su desobediencia.

Vargas Llosa trata de mostrar al lector la doble moral que gobierna a esta institución, ya que por un lado tratan de combatir el desorden que reina en la sociedad, pero no eliminan el caos que los va envolviendo.

Las visitadoras: objetos prostituibles

La visitadora simboliza la dependencia, el abuso y la explotación por parte del sexo dominante, pero ellas colaboran para seguir sumergiéndose en ese túnel de servilismo. Las visitadoras asumen pasivamente la condición de objeto que le impone este mundo gobernado por la corrupción en todos los niveles: “Y encima tu caniche te muele porque no has traído ni cigarros. Tú dirás para que un caliche, entonces. Porque si no tienes, nadie te respeta, te asaltan, te roban, te sientes desamparada, y, además, Sinchi ¿a quién le gusta vivir sola, sin hombre?...” (p. 161). No tienen una actitud de buscar su libertad, de dignificarse como mujer; pues el conformismo las ha vencido. Ellas nacen de antemano marcadas por la pobreza y la violencia, cuyo único medio para sobrevivir es la prostitución.

Las visitadoras no son llamadas por sus nombres y apellidos, sino por seudónimos como la Pechuga, Lalita, etc. Esto simboliza la pérdida de la identidad como seres humanos, donde cada día son vistos como objetos prostituibles. A pesar de lo gracioso que nos puedan parecer estos apodos, cada una de ellas encierra un mundo de frustraciones y de tragedias, como es el caso de la Brasileña que encuentra la muerte en su oficio de prostituta.

Finalmente, Vargas Llosa coloca en su colección de personajes a otros dos que representan el fracaso y la derrota: Pantaleón y las visitadoras. Estos no pueden cumplir sus anhelos y sus sueños. Ambos son devorados por la injusticia social. El primero siempre va estar subordinado a gente inescrupulosa que trata de sacar el mayor provecho para el bien propio. Pantoja siempre pagará por los delitos de sus jefes. Mientras las visitadoras siempre estarán maniatadas por esta sociedad explotadora que la ve como una mercancía. Ambos personajes pierden el horizonte que los guíe a encontrar su verdadero vivir.

© Liliana Fretel*, 2004 descargar pdf

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(1) Raymond L., Williams. Vargas Llosa. Otra historia de un decidio. Madrid: Taurus, 2001; p. 176.

(2) Oviedo, José Miguel. “Recurrencias y divergencias en Pantaleón y las visitadoras”. En: Memorias del IV congreso de la Nueva Narrativa Hispanoamericana. Colombia, agosto de 1974, p. 7.

 

(*) Liliana Fretel Gutiérrez (Lima, 1980)

Bachiller en Literatura Peruana y Latinoamericana por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Estudiosa de la obra del Marqués de Sade, sus poemas –publicados en las plaquetas de Segregación, grupo poético del cual es cofundadora– giran en torno a la temática de este autor. Es colaboradora frecuente de El Hablador.

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[ 1 - Bibliografía ]

 

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