Horno de reverbero y Ars Brevis (Christian Elguera)

La Poesía Hispanoamericana y sus metáforas (Camilo Fernández Cozman)

El corrido de Dante (Omar Guerrero Alvarado)

La iluminación de Katzuo Nakamatsu (Giancarlo Stagnaro)

La línea en medio del cielo (Jack Martínez)

El viaje a la ficción (Marlon Aquino Ramírez)

Mi cuerpo es una celda. Andrés Caicedo (Gabriela Falconí)

La horda primitiva (Augusto Carhuayo)

Pecar como Dios manda (Rafael Ojeda)

 

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Un Viaje ya Conocido

por Marlon Aquino Ramírez

 

Mario Vargas Llosa
El viaje a la ficción

Lima: Alfaguara, 2008

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I

“(…) éste no es un libro de erudición sino la lectura personal de una obra que quedará como una de las más valiosas que ha producido la literatura de nuestro tiempo.” (p. 236). Con estas palabras Mario Vargas Llosa concluye su más reciente ensayo, El viaje a la ficción (Alfaguara, 2008), centrado en la vida y obra del escritor uruguayo Juan Carlos Onetti (1909-1994). La citada frase nos permite ubicar los planteamientos de Vargas Llosa en este libro dentro del espacio crítico que le corresponde. Sin duda, a lo largo de su obra ensayística, Vargas Llosa no ha tenido reparos en declararse como partidario de una línea crítica en la que la interrelación entre vida y obra juega un papel primordial. De ahí que su acercamiento analítico a la obra no eludiera el contraste (de cierto modo explicativo) con la biografía, como en el caso de los autores a los que dedicara pacientes estudios particulares como Flaubert, García Márquez, José María Arguedas y Victor Hugo (Historia de un deicidio, 1971; La orgía perpetua, 1975; La utopía arcaica, 1996; La tentación de lo imposible, 2004; respectivamente), y en el caso de aquellos escritores a los que analizara en breves ensayos (por ejemplo, en La verdad de las mentiras, 1990). Hay tres maneras de hacer la crítica de una novela, dice Vargas Llosa en La orgía perpetua: la primera, individual y subjetiva, por la huella que la obra deja en el lector (lo que entendemos como “impresionismo”); la segunda, objetiva, de pretensiones científicas, en función de reglas universales; la tercera, en función de las novelas que se escribieron antes o después. Precisamente, la primera y la tercera de esas vías son la que él ha recorrido y que han terminado por definir las características de su trabajo crítico. Naturalmente, este aspecto ha abierto siempre una polémica, en la medida en que se “critica al crítico” por su falta de profundidad en el análisis, por su énfasis en el impresionismo, por su poca recurrencia a las fuentes más rigurosas de la teoría literaria. Un ejemplo de estos airados embates contra el Vargas Llosa crítico literario es el de Julio Fernández Carmona en El mentiroso y el escribidor (Lima: Fondo Editorial del Pedagógico San Marcos, 2007), uno de los pocos libros que ha tenido el valor de disparar a la “leyenda”, y que, además, lo ha hecho apoyado en atendibles argumentos. Así, para Carmona, Vargas Llosa es un “mentiroso”, pues encubre sus opiniones (subjetividad) con la máscara de la teoría literaria (objetividad). Sin embargo, basta esta cita que encabeza nuestra reseña para entender que lo que Vargas Llosa ha querido hacer siempre es un apasionado comentario de libros y autores que han sido de su agrado, es decir, que ha querido compartir su deleite estético. Así pues, El viaje a la ficción debe ser entendido también como el agudo comentario de un experimentado lector (y no el de un erudito catedrático), es decir, en su sentido primigenio: un ensayo literario.

II

El viaje a la ficción nace de un curso que dictara Vargas Llosa en la Georgetown University en el otoño de 2006, y aunque está dedicado a la obra de Juan Carlos Onetti, es revelador no sólo acerca de la obra narrativa del escritor uruguayo, sino además de la “poética” del propio Vargas Llosa. Ya en Los cuadernos de don Rigoberto (1997) uno de los subcapítulos estaba dedicado a ensalzar una de las más reconocidas novelas de Onetti: La vida breve (1950). En “¡Maldito Onetti! ¡Bendito Onetti!” Don Rigoberto se reconocía identificado con José María Brausen, el personaje onettiano que encuentra en la ficción el mejor recurso para huir de la decadente realidad que lo circunda. En cierta medida, Los cuadernos de don Rigoberto se configura como heredera de la temática onettiana del escape hacia una realidad ficticia. Y es que Vargas Llosa y Onetti erigen sus construcciones narrativas partiendo de la misma base temática. La diferencia es que el primero es más consciente que el segundo acerca de este fenómeno. Es así que esta “hiperconsciencia” lleva a Vargas Llosa a asumir posiciones generalizadoras en sus ensayos, y es por ello que algunos han visto en ellas erradas tentativas de establecer una “teoría”. La férrea creencia en estas ideas ha hecho que, con el tiempo, los ensayos de Vargas Llosa, en cuanto a su base argumental, se hayan vuelto por demás previsibles. Ante el anuncio de una nueva publicación ensayística, se asume anticipadamente que asomarán en ella términos y expresiones como “elemento añadido”, “huida hacia la ficción”, “mentiras verdaderas”, “poder de persuasión”, “deicidio”. Precisamente, esto es lo que reaparece en El viaje a la ficción. Por ejemplo, Vargas Llosa aplica su consabido término de “elemento añadido” al estilo “crapuloso” de Onetti (que es como, a su vez, denomina a ese modo de narrar en el que el narrador de la historia agrede con insultos a sus personajes o con imágenes grotescas a los lectores). Y no pasa desapercibido tampoco, para quien ha seguido la obra vargasllosiana, la reaparición de la anécdota de aquel viaje de juventud a la selva, en donde los comentarios acerca de los “habladores” machiguengas marcarían su memoria para siempre, historia que el escritor  cuenta una y otra vez (con amplio desarrollo en la novela El hablador, publicada en 1987). Si bien la recurrencia a unos pocos temas puede llegar a ser una virtud para un escritor de ficciones, el empleo de las mismas ideas y referencias siempre juega en contra de cualquier ensayista que considere sus escritos como un aporte.

III

A pesar de las objeciones presentadas, existen en este libro numerosas ideas que contribuyen a demostrar la importancia que tuvo la obra narrativa de Juan Carlos Onetti para la modernización de la literatura hispanoamericana. Después de leer el análisis vargasllosiano queda bastante claro que la trascendencia de Onetti en nuestras letras se sostiene en haber sido pionero en la incorporación de técnicas narrativas que facilitaban un mejor acercamiento a la condición existencial y hasta socioeconómica (esto último sin proponérselo conscientemente) de nuestras sociedades, además de haber conseguido construir a lo largo de los años un mundo novelístico tan original como coherente.

Vargas Llosa emprende un amplio (mas no siempre profundo)  trabajo de arqueología literaria para identificar las principales influencias que recibió Onetti a lo largo de su carrera literaria. Aunque precisa que, para el caso de las primeras creaciones del uruguayo, especialmente la novela El pozo (1939), la relación que se establece con el existencialismo literario francés es más una coincidencia que una influencia: “Onetti es acaso el primer escritor latinoamericano que percibe y hace suya una orientación de la sensibilidad que, nacida en Francia y denominada en forma vaga y general `el existencialismo´ (…) va a marcar a partir de los años cuarenta toda la cultura de la época” (págs. 33 -34). Acaso la comparación más reveladora sea la que Vargas Llosa realiza entre Onetti y el escritor argentino Roberto Artl (1900-1942). Varios puntos en común se pueden encontrar entre ambos, por ejemplo, en la predilección por personajes marginales como las prostitutas y los cafichos; o en el empleo de un narrador provocador que no tiene reparos en insultar a sus personajes o en mostrar el lado más sucio y perverso de la existencia. Esta manera de narrar es bautizada por Vargas Llosa con la pintoresca denominación de “estilo crapuloso”.

Más distante, pero no por ello menos atendible, es el vínculo entre Onetti y Jorge Luis Borges, pues en más de un cuento del argentino (“Las ruinas circulares”, “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”) está presente el tema de la inserción de un mundo fantástico en la realidad, dinámica que, tal como indica Vargas Llosa, configura el simbólico final de La vida breve (1950), la novela cumbre en la producción narrativa de Onetti en opinión de nuestro ensayista.

Naturalmente, también se alude a la relación entre Onetti y los dos escritores que dejaron una fuerte impronta en el mundo narrativo del uruguayo: el francés Louis- Ferdinand Céline (1894-1961) y el norteamericano William Faulkner (1897-1962); el primero con su visión pesimista acerca de la condición humana y el progreso, y el segundo con su concepción de una obra novelística “deicida” que busca competir con el “gran Creador” en la configuración de un mundo vasto autosuficiente, así como en el empleo de técnicas literarias que privilegian el enfoque múltiple y una prosa densa que re-crea el tiempo. Sobre este último aspecto, apunta Vargas Llosa que ambos escritores (Onetti y Faulkner) usan el tiempo como espacio, creando un tiempo “(…) no realista, en el que pasado, presente y futuro, en vez de sucederse uno a otro coexisten (…)” (pág. 88).

IV

Al final de la lectura de El viaje a la ficción se puede llegar a la conclusión de que se trata de un texto pensado para un público más amplio que el académico. De ahí que su autor, con acertado olfato de urdidor de historias, haya sabido disponer, a lo largo de las más de 200 páginas del libro, sus comentarios de curtido lector con anécdotas de la vida del escritor uruguayo (famoso por su parquedad y aislamiento). Esto dota a la lectura del ensayo de una amenidad que siempre es bienvenida cuando se piensa en llegar a un amplio número de lectores. Sin embargo, son muy pocas las contribuciones (y muchas las reiteraciones) para el estudio de una obra como la de Juan Carlos Onetti que, por su riqueza de matices, siempre escapará fácilmente de cualquier rígido molde crítico que pretenda aherrojarla.

 

© Marlon Aquino Ramírez, 2009

 

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