Horno de reverbero y Ars Brevis (Christian Elguera)

La Poesía Hispanoamericana y sus metáforas (Camilo Fernández Cozman)

El corrido de Dante (Omar Guerrero Alvarado)

La iluminación de Katzuo Nakamatsu (Giancarlo Stagnaro)

La línea en medio del cielo (Jack Martínez)

El viaje a la ficción (Marlon Aquino Ramírez)

Mi cuerpo es una celda. Andrés Caicedo (Gabriela Falconí)

La horda primitiva (Augusto Carhuayo)

Pecar como Dios manda (Rafael Ojeda)

 

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La experiencia del desengaño

por Augusto Carhuayo

 

Pilar Dughi
La horda primitiva
Lima: Peisa, 2008, 172 p.

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Dueña de una fina sensibilidad y una cultivada sabiduría, Pilar Dughi nos presenta en La horda primitiva un conjunto de trece relatos; algunos de los cuales permanecían inéditos y otros formaron parte de sus libros La premeditación y el azar (1989) y Ave de la noche (1996). En estos cuentos, Dughi plantea una exploración de los avatares y dilemas que marcan el pulso de la vida cotidiana. Aborda, asimismo, el papel que juega el azar y se detiene a constatar la indeleble huella que deja la experiencia en cada uno de los individuos.

En varios de los relatos, los personajes de Dughi se dirigen en primera persona al lector (“A mí no me importa”, “Los guiños del destino”, “Jubilados”) introduciéndolos de manera directa a ese universo poblado de seres que pueden vivir en la miseria o la holgura, pero que se ven (y reconocen) solitarios, indefensos frente a realidades que no parecen terminar de entender, en situaciones que se les escapan de las manos; en encrucijadas vitales que siempre terminarán por conducirlos a un derrotero patético.

El matrimonio, entendido como un núcleo unido por el amor, aparece revelado como una unión frágil, cuyos lazos no son tan fuertes al final de todo; y donde la infidelidad siempre asoma. En “El desayuno”, el relato más breve del libro, asistimos a una escena matinal donde somos partícipes de la realidad subyacente detrás de la rutina de un ama de casa, que carga con un matrimonio de 15 años en el que el hastío se ha instalado definitivamente. La ilusionada llamada al amante derrumba ante nuestros ojos su precario equilibrio. El mismo tema se repite en el cuento más extenso de la selección: “Los guiños del destino”, donde una estudiosa de Schopenhauer de vacaciones en Punta Sal asiste también al colapso de un matrimonio.

Del matrimonio, por extensión, pasamos a la familia, donde los lazos afectivos también se revelan frágiles. En “A mí no me importa”, un adolescente nos va revelando los oscuros secretos y la incomunicación que sostienen endeblemente a su familia: la infidelidad (otra vez) de la madre, la poca comunicación con su padre, el alejamiento del consentido hijo mayor para que la familia no sepa de su condición homosexual y la depresión de la tía solterona que vive con ellos. En “¿Alguna novedad?”, una anciana ocupada en cuidar a su marido enfermo en el hospital le va relatando sus problemas con unos parientes que quisieron arrebatarle su negocio. La visión más ácida la encontramos en “Flan de chocolate” donde un jubilado viudo ve interrumpida la paz de sus días justamente por la presencia de la familia, presentada aquí como un grupo de gente atosigante y prepotente, de las que el anciano se vengará “dulcemente”.

Ancianos y mujeres pueblan los cuentos de Pilar Dughi y se erigen en protagonistas de la mayoría de los relatos. A través de ellos revalida dos vertientes: la experiencia y sabiduría que confiere la avanzada edad; y su condición de mujer, que no resulta limitante, sino que le permite hablar de problemas universales desde una óptica femenina. Mujeres que comparten un trasfondo ribeyriano de melancolía e ilusiones rotas (“Dime sí”, “Hay que lavar”); otras que han perdido el amor o que han llegado a un trecho vital en el que la ilusión parece definitivamente perdida (“A mí no me importa”).

Otras mujeres se encuentran en un limbo del que parecen no poder escapar; se resignan a ver como factores externos empañan o trastocan las relaciones que hasta ese momento fueron tan familiares, tan cotidianas para ellas. Ejemplo de esta actitud lo encontramos en el cuento “Tomando sol en el club” donde la protagonista, Liliana, tiene que reconocer dolorosamente el daño psicológico infligido a su novio Alfredo tras combatir en la zona de emergencia contra los terroristas.

En cuanto a los ancianos, se trata de personajes (una vez más) solitarios; protagonistas de casi todos los cuentos de la parte final del libro. Ancianos que, como ya se mencionó, comparten una visión de la vida cargada de experiencias, que pueden emplearse de una manera taimada. En “Jubilados”, la autora nos presenta a Aquiles, un retirado ex profesor de universidad que tiene como plan casarse con Micaela, otra jubilada, para juntar dos pensiones y así llevar una vida mejor. La historia se nos narra a través de los ojos de otra jubilada, amiga de Micaela. Vistos por ella, Aquiles y Micaela se muestran como dos personajes interesados y egoístas, sin que la narradora note que ella reproduce varios de esos rasgos.

En el ya mencionado “Flan de chocolate”, el anciano protagonista solo quiere pasar un domingo tranquilo lejos de las hordas familiares que lo invaden y lo reducen en su propia casa. Son ancianos que comparten una visión similar de la vida: soledad, problemas económicos y familiares; o asisten a la descomposición de otros núcleos familiares. Su edad es casi un impedimento para liberarse de las ataduras que diversas cargas les van imponiendo y apenas hay espacio para un reconocimiento tardío pero finalmente inútil (“Aeda”). Esa sabiduría que se adquiere finalmente, es la sabiduría del desengaño, de la oportunidad que llegó y se fue; una sabiduría que se obtiene finalmente al estar a punto de dejar este mundo.

¿Y qué de la horda primitiva? Siempre presente, siempre acezante. Su presencia se hace más clara que nunca en el cuento “Las chicas de la yogurtería”, en el que una mujer limeña que se encuentra trabajando en Ayacucho observa cómo gradualmente los prejuicios del grupo humano en los que le ha tocado desenvolverse van invadiéndola y contaminándola hasta el punto de negar sus ideas preexistentes.

Quizá la presencia de la horda en sí misma se haga menos evidente en los demás cuentos; pero siempre aparece. Los prejuicios, los grupos familiares que se deshacen, la fuerte preeminencia del individualismo. La familia como núcleo colapsa para dejar paso a la horda, a un regreso a esa tropa de nómadas salvajes donde las normas, valores y cualquier atisbo de institucionalidad desaparecen; y los lazos afectivos quedan reducidos a relaciones de conveniencia y necesidad apremiante.

Al desaparecer las normas y los valores del grupo social, también desaparece la búsqueda de ideales y metas. Los objetivos se reducen a búsquedas individuales de un placer inmediato que no redunda en un beneficio colectivo. De una forma u otra, los personajes de Dughi se ven reflejados en ese estado. Su soledad, su vacío y sus carencias son un reflejo de la forma en que han asumido las riendas de su existencia. En suma, esta colección de relatos resume y engloba una visión total de la vida bajo la atenta mirada de Pilar Dughi.

 

© Augusto Carhuayo, 2009

 

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