Federico Andahazi
Pecar como Dios manda
Buenos Aires: Planeta, 2008.
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En un período en el que la historia ha empezado a ser vista como un género literario más, resulta interesante ver en algunos estudios parciales del pasado un campo propicio para llenar los vacíos historiográficos originados por el sesgo moral, religioso y cultural que ha rodeado la historia de América Latina, disciplina que al desdeñar posibilidades importantes de estudio, como el de la sexualidad, ha ocultado ritos y costumbres trascendentales, que han sido una de las aristas más significativas de la vida político, religioso y cultural de las civilizaciones precolombinas y del colonialismo hispano y sajón que irrumpió en el continente.
Tras el llamado “encuentro de dos mundos” y la llegada de los españoles a tierras americanas, la colonización significó el desmontaje político, económico y cultural de los vencidos. Un proceso que al diseminarse en todos los niveles de vida en sociedad, inició también un proceso de colonización de la dimensión sexual de los naturales americanos. En ese sentido, la colonización de América india consistió en un proceso en el que las costumbres del “otro” fueron convirtiéndose en maléficas, en tanto las propias se elevaron imponiéndose como redentoras, debido al abuso desenfrenado que se desplegaba y a sus evidentes incompatibilidades con lo dictado por el Evangelio.
Todo esto debió iniciarse desde el primer contacto de Cristobal Colón con la población indígena de América, lo que convertía al gran descubridor, según dato, citado por Tzevetan Todorov, de uno de los integrantes de su expedición, Michele de Cuneo, en el primer “administrador” de mujeres para el goce de los expedicionarios de su flota, pues Colón solía proporcionar “mujeres a sus compatriotas con la misma facilidad que distribuía cascabeles entre los jefes indígenas” (Todorov 1997:56).
Federico Andahazi, escritor argentino nacido en Buenos Aires en 1963, autor de novelas de recreación y ambientación histórica, como El anatomista, ya había indagado en la relación entre historia y sexualidad. En dicha novela, ante la idea del descubrimiento de una nueva América, como alegoría de un Colón diferente, tras la localización y conquista del punto de Amor Veneris en el cuerpo femenino, perpetra un descubrimiento en el que geografía y anatomía se unen. También podemos mencionar El conquistador, obra que, como una ucronía americana, narra la historia como pudo ser, en la que un joven navegante méxica llamado Quetza, muchos años antes que Colón y los grandes viajeros europeos, es el primero en descubrir el “nuevo mundo”, Europa, para, tras circundar el globo terrestre adelantándose también a Magallanes, regresar a América y narrar la barbarie que vio en esas tierras. Estas novelas se suman a La ciudad de los herejes, libro que aborda las intrigas en torno al origen del Santo Sudario.
La propensión de Andahazi a la historia ahora ha dado origen a Pecar como Dios manda (Planeta, Buenos Aires, 2008), último libro y a la vez primera obra de no ficción y la primera de una serie de tres ensayos proyectados al estudio de la historia sexual de los argentinos, que, tras la premisa de que “la historia de la sexualidad es la historia de la humanidad”, indaga en un campo poco estudiado por los historiadores de América Latina y logra incidir en un entramado político que ha regido la sexualidad en la historia continental.
Al delimitar su campo en la historia de la sexualidad, Federico Andahazi aborda un terreno sospechosamente poco explorado hasta la fecha. Describe, a partir del estudio de las ignoradas costumbres sexuales de los pueblos originarios americanos, el proceso de dominación que implicó la colonización y evangelización del continente, pasando por el virreinato, la colonia y extenderse hasta la Revolución de Mayo, período en el que se gestó la independencia argentina.
Pecar como Dios manda es un libro claro y de prosa fluida que lo hacen de fácil lectura, pero que, debido al insuficiente uso que hace de las citas de referencia –en crónicas, relaciones y estudios del descubrimiento, conquista y pasado precolombino–, adquiere cualidades novelescas, que podrían restarle un poco de rigor histórico.
Allí, el autor argentino hace un recuento que va definiendo una suerte de economía política del sexo y el cuerpo, en el que, más que la indagación en las vicisitudes de la sexualidad del pasado precolombino e hispanoamericano, advertimos un protagonismo político-sexual que va traspasando todos los factores económicos, religiosos y culturales, a fin de determinar las costumbres y cánones carnales de las diferentes épocas estudiadas. Desbarata, de paso, algunos mitos, como el que sostiene que la sífilis es oriunda de América. Al afirmar que el fundador de Buenos Aires, “Pedro de Mendoza, fue el primer sifilítico que pisó las orillas de la Plata” (86).
Andahazi sostiene que no se puede entender la identidad de un pueblo si se desconoce el entramado de relaciones sexuales que lo han gestado. Para ello describe el abuso sistemático desplegado por los conquistadores sobre los vencidos. Abuso resguardado por una política sexual inventada por los españoles, que instauraron al evangelizar América. En lo más alto de la pirámide, los sacerdotes —sobre todo en la zona de los guaraníes— exhibían una cohorte numerosa de concubinas, evidenciando la existencia de normas morales para regular lo sexual, rígidas, pero que se iban haciendo más flexibles según la raza, clase social o género del que ejercía la práctica libidinal.
Quizá el mayor acierto de este volumen resida en el hecho de que, al indagar en crónicas, cartas y documentos de cronistas españoles, indios y mestizos de la época, se reconstruye los avatares de la sexualidad en América precolombina, con civilizaciones como la inca, maya o azteca, además de pueblos como los selk’nam, mapuches, tehuelches, puelches, guaraníes.
Por ejemplo, en el caso incaico, la prostitución y la religiosidad guardaron una relación de reciprocidad. También fueron permisivos con la homosexualidad, que incluso adquiría un carácter sagrado en la figura de Chuqui Chinchay y Apurímac, dioses protectores de los seres de “dos naturas”. Además, resulta reveladora la presencia de los pampayruna, jóvenes travestidos destinados al servicio de los notables y nobles del Tahuantinsuyo, y las iconografías eróticas dejadas en las cerámicas prehispánicas, que evidencian el carácter sexual desprejuiciado de estas culturas.
De este modo, Federico Andahazi da cuenta de un complejo sistema de interrelaciones sexuales que fue trastornado por la conquista. Lo político invadió el espacio de lo privado y tendió a legitimar modos de explotación, violación, abuso y hurto en nombre de la evangelización, civilización y “sifilización”, contra la “barbarie” que significó para los conquistadores las “poco santas” costumbres de los naturales de este continente.
©
Rafael Ojeda,
2009
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