Santiago
Roncagliolo
Pudor
Editorial Alfaguara, 2004
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Bajo
la presentación de Nuevo Talento 2003 por la Cadena
Europea de Librerías FNAC, editorial Alfaguara presenta
Pudor, segunda novela del joven escritor peruano
Santiago Roncagliolo (1975), que a su corta edad ha experimentado
muchas facetas concernientes al acto de la escritura: desde
guionista de televisión, columnista de revistas,
dramaturgo y traductor de novelas gay hasta la escritura
de libros para niños. Además de presentarse
con buenas referencias de fuentes como El País,
Tiempo, El Comercio, Qué Leer,
ABC y La razón, todas palabras
augurantes a su creación literaria.
Pero vayamos al hecho de la novela. Pudor se presenta
como una novela ágil, de muchas presencias, de muchos
mundos internos, rozando la intimidad y ese lado oscuro
que oculta cada uno de los personajes, relacionados todos
por un vínculo familiar. La intimidad de cada uno
de ellos es mostrada al lector sin menosprecio, abiertamente,
sin socavar en la pena que puedan mostrar en sus respectivos
estados de decadencia o desánimo. De esta manera,
se muestra un grupo de personas –una familia común
de clase media situada en Lima actual— con distintos
ejes individuales, cada uno con sus problemas y en el vértice
de eso que se llama soledad. Así, se presenta a un
abuelo que quiere volver a tener un amor después
de la muerte de su esposa. A un marido que sospecha de la
infidelidad de su mujer, y que al mismo tiempo se ha enterado
del corto período de vida que le queda, además
de una fijación completamente sexual hacia una secretaria
que no es nada atrayente físicamente. A una esposa
que recibe anónimos pornográficos y que al
mismo tiempo intenta ser sofisticada por la imposición
inconsciente de su prima vecina. Una hija mayor cuyo desarrollo
y figura no se compara con la esbeltez de sus amigas del
colegio ni con la atracción que pueda producir en
los muchachos de su edad, a parte de sentir una admiración-acercamiento
casi lésbico por su “escultural” prima.
Un hijo menor que ve fantasmas, acercándose a la
vez a un descubrimiento de lo sexual en un grado de inconsciencia
íntegramente infantil –nulo en su condición
de inocencia— y finalmente una mascota –un gato,
específicamente– que se desvive por el acoplamiento
con una hembra de su especie, con ese raro olor a sexo que
es percibido y que exalta al mismo tiempo al animal en un
extraño comportamiento que se equipara, casi como
una función de balance, con lo que hay a su alrededor.
Con un lenguaje que rememora lo cinematográfico y
escenas que llegan a veces hasta el melodrama, pasando por
lo irónico y lo jocoso, Pudor nos hace recordar
el manifiesto de películas que revelan la desarticulación
familiar. Este es el caso de determinadas películas
americanas que tomaron el mismo tópico a finales
de los noventa, tales como American Beauty (Sam
Mendes, 1998), The Ice Storm (Ang Lee, 1997) (referencia
casi directa en la historia que muestra Pudor)
y Happiness (Todd Solondz, 1998). En ellas se juega
con el morbo de los personajes y los espectadores, en este
caso el de los lectores, que sucumben a la complicidad por
el mundo ajeno, íntimo, y que a veces no es fácil
mostrar con el desparpajo con el que se muestra en la novela
de Roncagliolo, su mejor mérito. Del mismo modo,
se muestran pasajes donde aparecen toallas higiénicas
con manchas de sangre, penes pequeños, fláccidos
e inútiles, diminutas y sugerentes ropas interiores
–capaces de hacer estallar ese pudor que la novela
aclama—, muertos putrefactos o muertos frescos, felaciones
o actos de desvirgo, todos sin una pizca de placer, sin
ningún goce, y que son descritos con la naturalidad
de un mundo donde ya no sirve ser puritano. Porque esta
intromisión asevera ese mundo realista que no concede
nada, sobre todo cuando se siente la necesidad de ser liberado.
Es
así como se da procedimiento a los actos de cada
uno de estos personajes, llevados por una libertad que poco
a poco va cerrándose sobre ellos mismos y tiende
a la consecución de hechos o imágenes frente
a un espejo, como si quisieran hacer una comparación.
Por algo la presencia de esos familiares vecinos que aparentan,
y que al mismo tiempo se parezcan a lo que ven y lo que
viven, capaces de juzgarlos pero también de compatibilizar
con esas penas que al fin y al cabo son las mismas, con
la diferencia de que cada una de ellas vive y padece dentro
de su propio espacio (un departamento) y, al mismo tiempo,
sin dejar de ser público. Y es que en eso radica
la idea del “pudor”, un elemento más,
y ahora últimamente muy común como parte de
la formación de ese efecto mass-mediático
llamado reality. El conocimiento agigantado de lo verdadero-íntimo.
Como una necesidad o como una manera moderna de ver las
cosas para evitarlas en lo personal, o de alguna manera
de subsanarlas, o simplemente de gozarlas en la posición
de testigos. Por eso muy bien la idea de que antes del reconocimiento
final de la historia en la novela, en la que casi todos
los personajes se enfrentan con ese morbo mayor que es el
sexo, máximo común de cualquier humano. Todas
las variantes de este estado, cumplidas o no, se colocan
en bandeja al lector para que sienta ese goce que dan estas
historias, y que en su truculencia suelen mostrar los pequeños
defectos que podamos tener tanto usted como yo en nuestra
vida personal e íntima, tan real y tan común
como las simples historias que brinda Pudor.
©
Omar Guerrero Alvarado, 2004
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