EL
CALOR
El
calor nos hizo concientes de nuestros cuerpos; pero,
aún así, tu mano difuminó mi
piel por toda la cama y mi tinta (negra como la
noche, como tu cabello, como tus ojos en cada acto)
marcó tu silueta de pez o gaviota, de mar,
a lo largo del suelo.
Ahora
casi no lo recordamos. Fotografías desenfocadas,
revelación relampagueante. Yo no sé
ya de tus brazos o tus muslos, sólo sé
de la rojez de tu vientre en mis pupilas quemantes,
de la mirada al sol con los ojos cerrados.
Si
bien las noches siguen siendo oscuro líquido
que baña mis hombros, las mañanas
se han convertido en indescifrable solución
de crepúsculos que carcome poco a poco la
punta de mis dedos. A pesar de ello, mi cuerpo sigue
despierto con el dolor del óxido en los huesos.
Es
necesario imaginar la estatua de bronce, verde y
de forma irreconocible, donde tus labios esculpieron
mi rostro, para saber de lo corrosiva que puede
ser la soledad.