Nº22
revista de literatura
 
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creación
 
Jorge Alejandro Vargas Prado

 

  I

Los copos de lana han escapado del cielo y ahora corren cada uno con cuatro patitas sobre el pajonal. Una columna de vapor del cuerpo de los futbolistas más fuertes y hermosos de Occobamba asciende al cielo buscando tejer las nuevas nubes.
Y el cielo se mantiene extremadamente azul y uniforme.
Un poderoso apu, que es joven y que no entiende la falta de nieve en su cabello, ha corrido sin cansarse. Intenta hablar con el grupo de futbolistas y con los pequeños copos de nieve que corretean pultin-pultin, pero no les entiende. Ellos hablan a través de algo que han denominado como "palabras". El apu joven y fuerte habla a través del humo.
El humo que florece de la boca del apu forma picaflores o pequeños retazos vibrantes de arco-iris. Entonces, los futbolistas y los pequeños copos cuadrúpedos de nubes entienden que el apu no entiende por qué hay tan poca nieve en sus cabellos.
Compartiendo todos el vértigo punzante de permanecer al filo de un precipicio, escuchando el crujir de la rodilla musculosa del joven apu, corren sobre la línea del tren que se extiende al medio de una pampa sorprendentemente extensa.
Luego de 3 horas y 23 minutos alcanzan a divisar un bulto blanco sobre las rieles. Un poco más adelante, logran distinguir que se trata de una persona vestida con un atuendo que flamea.
El viento altiplánico hace bailar aquel lienzo blanco sobre el aire.
Ya cansados y prevenidos de aquella presencia por pequeñas aves que les observan desde el cableado eléctrico, se acercan al hombre. Llora de cuclillas, apoyando los ojos sobre sus palmas.
Es Jesucristo y tiene 30 años. La tristeza de su rostro que se levanta provoca un accidente geográfico, una profunda grieta. Sus ojos inflamados, sin embargo, aún son hermosos como la música submarina.
—¿Qué mierda han hecho en mi nombre? —dice en perfecto español de los andes del Perú —, karahu, imata ruwaranku sutiypi?
Escuchando su lamento, los peces lloran sangre. Desde algún planeta lejano, la pequeña estrella azul que es la tierra, refulge de pronto con un poderoso brillo rojo.
Agosto 2014

 

 

II

Una tormenta de líneas o de furiosos hilos de cometa desordena mi bosque que viaja suspendido entre las nubes.
(Ese bosque acompaña mi trote discontinuo y saltarín guiado también por un hilo de cometa desde la juntura de los vellos encima de mis ojos)
Es una tormenta de rayos láser verdes. Es una tormenta de protones alargados y fucsias como jabalinas. Es una tormenta de cabellos refulgentes. Es una incómoda tormenta de fibras de algodón dulce que detienen el fluir eléctrico de mi sangre y entorpece el vuelo amplio de mis neuronas.
Oye, hermano perrito, tú que hoy por la noche me verás por la tele y ladrarás contento, ¿ves a ese muchacho que manipulando una nave espacial logra hacer canciones y es observado por otro muchacho que le saca fotos con su smartphone?
¡Oye, hermano perro, el muchacho tonto del smartphone ha detenido al muchacho que estaba calmando la tormenta con su música!
¡Mira arriba, perrito, la música del muchacho que sostiene una nave espacial alienígena ha tomado el agua de la atmósfera y ha hecho, en esta ciudad que impide las cascadas, una fuente!
El agua suena emocionada, el agua brilla, el agua ríe carcajeándose.
¡Mira, hermano perrito, el muchacho que juega con la nave espacial alienígena le está enseñando a un señor a producir sonidos profundos como el cielo!
Y el bosque que viaja suspendido desde mi testa se ha alienado.
Y las líneas se destemplan y el algodón se teje y los rayos láser vuelven a señalarme las estrellas.
Perrito hermano, ladro contigo.
Y acaricio la nave espacial alienígena.
Y abrazo al muchacho de la música atmosférica.
Y ladro, ladro, ladro, ladro.
Setiembre 2014

III

El violín se había desmembrado. Pese a no haber recibido ni un golpe o haberse caído, el violín, además de perder su puente y su mentonera, mostraba un raspón que cruzaba su cuerpo.
Como encantado, el violín estaba herido casi de muerte.
Amaru, el violinista, lo observó incrédulo y lleno de una dolorosa sorpresa. Él no suponía siquiera que su violín había implosionado para que no se desmiembre él mismo.
La vendedora de joyas de plata lava sus manos en la pileta y la pileta ríe.
La tarde ha recogido la sangre del violín. Se ha llevado la sangre sopándola entre sus copos de nieve. El dolor de Amaru.
Las vendedoras de joyas de plata. La fuente ornamental.
Saltan de las cuencas de los jóvenes globos rojos en forma de corazón. Una torta de cumpleaños imita el anda espumosa de San Cristóbal como la propia fuente de agua imita la espuma del anda del santo.
Amaru mira su violín y le salen moretones en las rodillas. Siente el olor de las sábanas de un bailarín de ballet pobre del Perú. Le crecen las pestañas.
Entonces entiende que tendrá que gastar 7 pares de zapatillas caminando y que nunca deberá sonreírle al arco-iris para soldar nuevamente su violín.
Sabe que será desmembrado, él que recorrerá el barrio de San Blas, él que recorrerá el centro comercial Paraíso, él que recorrerá la facultad de Derecho de la Universidad Nacional de San Antonio Abad del Cusco, él que recorrerá la iglesia de San Cristóbal y se persignará en frente del santo más hermoso del mundo aunque crea fervientemente en el pecado, él que recorrerá el parque Marianito Ferro, la plaza Tupac Amaru, la huaca K'usilluchayuq, la discoteca Místika, el mercado de Vinocanchón.
Y a cada paso que dé se le caerán un poco los músculos y se le caerán las uñas, sus dedos, sus muñecas, sus codos, sus bíceps, sus hombros y cada nervio.
Y el violín, así, se irá armando.
Cuando el violín esté completo y afinado se iluminará con hermosas esferas LED y tocará el Amaru tusuy.
Así, con una pasta hecha de harina de arroz, de coca, de marihuana, del mar de Máncora y del río Vilcanota, con una pasta hecha de la arcilla de Cai-cai (cerca a Paucartambo) y gotas de toé y ayahuasca, se rearmará el esqueleto de Amaru, se tejerán nuevamente sus nervios y músculos, se armará nuevamente su cerebro, brotarán otra vez sus 7 pares de zapatillas y se iluminará como un relámpago en medio de las nubes que atardecen.
Entonces, lloverá donde haya que llover y nevará en lo más alto de las montañas y se equilibrará el mundo.
Y sonreiremos sin miedo, nuevamente.
Y del violín y de Amaru y del arco-iris, todo florecerá.
Y Amaru será una flor de diamante que iridesce.

Noviembre 2014

 
 
©Jorge Alejandro Vargas Prado, 2015
 
Jorge Alejandro Vargas Prado (Cusco-Perú 1987). Es graduado en Literatura y Lingüística por la Universidad Nacional de San Agustín de Arequipa. Ha publicado, entre otros, Para detener el tiempo, Kunan pop y T’ikray (libro bilingüe en quechua y castellano). Como traductor y recopilador destaca Qosqo qhechwasimipi akllasqa rimaykuna. Antología quechua del Cusco, con César Itier y Luis Nieto Degregori, siendo éste el documento más extenso sobre la historia de la literatura quechua cusqueña de hoy. Actualmente, se dedica a la música en la banda Chintatá y en su proyecto solista de arte sonoro Ishishcha.
 
 
 
 
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