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FRASCOS
(Tiempo estimado de
lectura: 16')
Si de suertudos habláramos, creo que todas
las miradas se dirigirían hacia Francis. Desde
la secundaria siempre tuvo suerte al momento de levantarse
chicas, mujerie-go empedernido, me ha ganado por puesta
de mano muchas más veces de las que quisiera
recordar pero aún así siempre ha sido
un buen amigo, mi mejor amigo y creo que nunca dejaremos
de serlo. Aunque debo reconocer que hay veces que
sale con cada cosa... sobretodo favores y no siempre
se está de ánimos para ser tan servicial,
pero uno es esclavo de la amistad.
Y así, ensimismado en mis pensamientos, no
me percaté que gastaba mi dedo en vano, pues
el maldito timbre se encontraba malogrado. Algo enojado,
casi derribo la puerta.
—Oye
Ray, estás apurado! —gritó Francis
desde su ventana.
—¡No, este... lo que pasa es que tengo
una... cita! —contesté medio sorprendido
de mis palabras.
—¿Es en serio? —preguntó.
Me parece chévere, ya es tiempo que despiertes,
amigo ¿y se puede saber con quién?
—No es alguien que conozcas... es de mi universidad.
Pero dejémoslo ahí —dije cohibido.
Él se encogió de hombros y nos fuimos
a comprar. Demoramos más de lo que usualmente
yo demoro, pues Francis no pierde su costumbre de
florear a cada chica con la que se cruza. Y así
casi al borde del aburrimiento llegamos al mercado.
—Ahora
que estamos aquí ¿qué es lo que
vas a comprar? —pregunté curioso.
—Pues, frascos de vidrio —contestó
sin mirarme.
—¿Qué
dices?- volví a preguntar.
—Sí,
lo que oíste. Lo que pasa es que a mi madre
se le ha dado por preparar mermeladas y jaleas de
todos los sabores y colores que puedas imaginar...
¿tú sabes no? La menopausia. Y eso que
aún debemos buscar unos que son herméticos
y no recuerdo muy bien donde los venden —dijo
tanteando.
—¡Uhmm! —gruñí.
—Espera Ray, tampoco pongas esa cara, pues también
necesito algunas cosas para mí. Así
que tranquilízate, por favor —casi suplicó
mi amigo.
—Ya, no te preocupes que sólo bromeaba
—respondí mientras una sonrisa burlona
se dibujaba en mi rostro.
—¡Ay Ray! Ojalá no cambies amigo
—dijo también sonriendo.
Tanto
caminar hizo su efecto después del almuerzo
y no tarde en caer rendido a mi cama, aunque con la
mente puesta en lo que me esperaba esa noche.
En Barranco las noches son siempre extrañas
y yo aguardaba a que apareciera mi cita. Mientras
esperaba; un frío inclemente me congelaba los
huesos y de la flaca ni la sombra. O eso creí
porque ni bien terminaba de quejarme, un ligero golpe
en el hombro me hizo voltear y encontrarme con la
cara sonriente de ella.
—¡Hey nene! ¿Pensaste que ya no
venía? —susurró aún con
la media luna brillando en su rostro.
—Ah... no que va, para nada —contesté
sin creérmelo.
—Hace rato que esperas ¿cierto?... pobrecito
el nene, pues bueno no te preocupes que aquí
estoy yo, así que vamos a tomarnos unas copas
—replicó la guapa sin dejar de sonreír.
Entramos a un pub, ya muy de noche, el cual desbordaba
de gente, música y tragos. Después de
que nos sirvieron una jarra de cerveza, me dispuse
a aclarar unos pequeños detalles con ella.
—Ya que lo estamos pasando tan bien- dije. ¿Me
podrías decir tu nombre?
Ella se echo a reír, agitando la cabeza de
un lado a otro, lo que hacía con una gracia
única, casi estudiada, y dejando que sus dorados
bucles cobraran vida propia en su cabeza.
—Disculpa, me invitas un cigarrillo —dijo
primorosa.
Sacándome de mi estupor, con su nívea
sonrisa, le ofrecí el cigarrillo, el cual encendí
con mecánica rapidez.
—Laila —respondió la bella.
—¿Perdón? —pregunté
absorto.
—Pues que mi nombre es Laila... Laila Brondi
—respondió; a la vez que me lanzaba toda
la bocanada de humo en la cara.
—Pues es un gusto conocerte... Laila —contesté
algo asfixiado.
—De
igual manera lo es para mí, el conocer a alguien
tan majo como tú —respondió, acotando.
¿Qué, mi amiga no te dijo como me llamaba?
—Pues la verdad que no, sólo me dijo
que te gustaría conocerme —dije presuroso—.
Y también que eras española.
— Así es nene. O mejor dicho Ray... Linares
—dijo mirándome fijamente a los ojos.
—Vaya, parece que tú si estabas informada
—contesté nervioso mientras bajaba la
mirada a mi vaso medio lleno, medio vacío.
Al levantar la vista, me di con la sorpresa que Laila
se contoneaba, en su asiento y con los ojos cerrados,
al compás de una melodía. Tuve que aguzar
mis oídos para darme cuenta que el pub se impregnaba
del psicodélico furor de "Strange Days",
no esperé demasiado para tomarla de la mano
y salir a bailar.
—¡Hasta que por fin, Ray! Ya te estabas
demorando en reaccionar... sólo espero que
no te canses mucho —dijo la muy española.
Pasamos la noche bailando, tomando y conversando,
hasta que me propuso ir a un sitio más privado.
Ya afuera del pub, me pareció ver entre la
multitud a Francis, quien iba muy bien acompañado.
Así seguí caminando, guiado por Laila,
pensando en mi amigo, y por qué no me había
dicho nada sobre su cita. Hasta que ella me sacó
de mis pensamientos.
—Bebé, despierta, que ya llegamos —dijo
con los ojos risueños.
—¿Y este lugar? —pregunté.
Es increíble, pero... ¿de quién
es esta casona?
— Pues, es mi casa —contestó simple.
—¿Tu casa? ¿Es en serio? —volví
a preguntar aún pasmado del asombro.
— Bueno, en realidad es herencia de mi madre.
Por si no lo sabias mi madre era peruana y mi padre
es español —acotó sencilla.
—No sabes cuántas veces pase por aquí
y nunca hubiera imaginado que vivías en este
lugar —dije aún obnubilado.
—¿Ya terminaste de alucinar? —preguntó
la muñeca.
Después de asentir, ingresamos raudos a la
casa más hermosa que yo haya visto en mi vida.
La oscuridad era casi total pues difusos halos se
filtraban al interior, creando extrañas figuras
fantasmales y sólo la mano experta de Laila
me deslizó hacia su habitación. Ahí
pude darme cuenta que la noche aún no llegaba
a su fin. Todo a mi alrededor se fue diluyendo, cerré
los ojos y me dejé llevar sin oponer resistencia.
Cuando desperté me encontraba en mi cama y
completamente vestido, ¿qué pasó?
¿Cómo llegué hasta aquí?
intenté recordar, pero no podía, quise
seguir durmiendo pero
la voz de mi madre a lo lejos no me dejaría
hacerlo.
—¡Ray! —gritó.
Mi mente aún divagaba... ¿por qué
gritas?
—¡Ray, despierta! —volvió
a llamar—. Voy a salir a hacer las compras;
y por si acaso, te llamó una chica llamada
Laila.
Levanté
la cabeza de la almohada, ¿Laila llamó?...
¡Laila llamó! —dije mientras bajaba
las escaleras en búsqueda del teléfono.
Marqué
su número con emocionada premura, esperé
unos segundos hasta escuchar su voz.
—¿Hola? —dijo la bella.
—¡Aló, Laila!... soy Ray —contesté
nervioso. ¿Estás bien?
—Sí
que lo estoy y después de lo de anoche aún
más. Parece que eras el secreto mejor guardado
de Lima, nene —dijo con ese marcado acento.
—Este... pues gracias, no pensé que...
bueno tú ya sabes, ¿es en serio lo que
dices? —pregunté asombrado.
—Pues claro que sí —contestó
riendo. Pero ante todo quería decirte algo...
—¿Qué? —pregunté,
añadiendo—: Por cierto mi madre dijo
que llamaste temprano.
—Así es, y me sorprendí con lo
super encantadora que es ella, debe ser la hostia
en persona —dijo sincera—. Pues bueno
lo que te debía decir es que... debo viajar
urgente a España; mi padre no me explicó
más, sólo que eran asuntos familiares
y que no me preocupara demasiado.
—Pero Laila, ¿cuánto tiempo vas
a estar por allá? —pregunté melancólico.
—Pues cerca de dos meses y medio, pero espero
que no te pongas triste —susurró algo
trémula—. Sobre todo después de
lo bien que lo pasamos ayer, y por eso te voy a estar
recordando cada día.
—No te preocupes que voy a estar bien, aunque
se me van a hacer largos todos estos días de
vacaciones sin ti —dije, aún tratando
de esconder la pena.
—Igual lo van a ser para mí —contestó
dulce y lejana.
El silencio se tornaba en una fina garúa que
inundaba la ciudad y nuestros corazones por su inminente
partida. Y en silencio nos despedimos para no alargar
la agonía del adiós. Tuvo que pasar
una semana completa para que Francis me sacara de
mi desidia y casi obligarme a salir de la cama.
—Sabes, lo que a ti te falta es un clavo —dijo
sonriendo.
—¿Un clavo? —pregunté mientras
levantaba la cabeza de la almohada.
—Claro pues, no ves que un clavo... saca otro
clavo —contestó desternillado de risa.
—Ja, ja, ja, qué gracioso eres —respondí
mientras me volvía a hundir en la almohada.
—Ahora hablando en serio, eso es lo que te falta
Ray —dijo animado—. Y por eso estoy aquí
visitándote, pues tengo a un par de nenas recién
conocidas y necesito que nos acompañes, que
te parece Ray, ¿aceptas?
—Pues no creo que sea conveniente —respondí
agónico. Además no estoy de humor como
para una de tus salidas y...
—...y gracias por aceptar Ray ya sabía
que no me fallarías, así que te busco
en la noche —dijo terminando la frase.
—Uhmm... —contesté hundiendo la
cabeza entre las piernas. Mi desgano era inmenso y
agobiante pero algo en mi interior me obligó
a no fallarle a Francis esa noche.
No tuvimos que esperar demasiado a las chicas; aunque
me pude dar cuenta que eran lo bastante desinhibidas
como para ir tan ligeras de ropas con el frío
reinante de esta época y eso aumentaba mi nerviosismo
a cada instante. Fuimos a un pub de moda, demasiado
para mi gusto, y nos pertrechamos en una esquina donde
dis-frutábamos de un amplio panorama del lugar.
Las
dos chicas bailaban y bebían, y aquí
también incluyo a Francis, como si la vida
se les fuera en eso; yo, por mi parte, en aquellos
momentos me encontraba muy lejos, sólo faltaba
que me pusieran un clavel y enterrarme.
Entre la oscuridad reinante pude observar a Francis
desaparecer con su chica, mientras que la mía
se enganchaba con un modelito de televisión.
Al verme libre, decidí ir a caminar un rato
por los alrededores del acantilado.
El malecón se extendía interminable
en ráfagas de sombras y luces adormecidas,
como la ciudad que la cobija. El frío del invierno
se expandía a cualquier rincón existente
y en esa situación mis cigarrillos eran una
buena compañía. Seguí por aquél
lindero y me detuve al ver entre la penumbra a una
pareja que se besaba de forma lujuriosa. La curiosidad
hizo que me escondiera detrás de un arbusto
muy crecido y así continuar observando. Todo
parecía ir en calma y de acuerdo a la situación
que se desarrollaba, hasta que unos cuantos forcejeos
me decían que no era lo que yo imaginaba. El
tipo en cuestión tomó del cuello a su
pareja, mientras le susurraba palabras que no alcanzaban
a llegar a mí, y después de una corta
lucha, un golpe en la cabeza de la chica contra un
poste de luz, le puso fin al ajetreo dejándola
inconsciente. A continuación sacó un
objeto de su pantalón, tomó una de las
manos de la infortunada y de un seco y rápido
golpe cercenó uno de los dedos, lo envolvió
cuida-dosamente y lo guardó dentro de su casaca,
aunque aquí se demoró bastante, y mi
lejanía no ayudaba para fijarme en los cruentos
detalles; luego cerciorándose que no era observado,
emprendió veloz fuga, sólo dejando tras
de sí a la malhadada chica. Mi corazón
latía a mil por hora y una voz lejana y extraña
me sacó del trance en el cual me encontraba.
Corrí, corrí y corrí como nunca
antes lo había hecho, las imágenes giraban
borrosas en mi cabeza y sólo deseaba olvidar
aquella hemoglobínica escena, pero algo ajeno
a mí no me permitía olvidar aquello,
más aún sabiendo que yo era testigo
presencial del hecho.
Acostado en mi cama las imágenes, antes borrosas,
comenzaban a mostrarse tal cual eran y sus detalles
tan puntuales como no creí recordarlos. Poco
a poco mi cuerpo se fue adormeciendo y mi mente encontró
descanso.
Ni bien desperté, que no fue sino hasta el
mediodía, me dirigí a casa de mi amigo.
—Francis ¿dónde diablos te metiste
anoche? —pregunté curioso.
—¿Eres o te haces? —contestó
huraño—. Es obvio adonde fui anoche,
teniendo en cuenta a la jugadoraza que me acompañaba.
No iba a perder esa oportunidad.
—Me lo imaginé, pero acaso no te diste
cuenta de lo aburrido que estaba, y para colmo la
tipa esa que me tocó terminó ligando
con otro tipo, la muy puta —dije bufando.
—¡No jodas! ¿Es en serio? —inquirió
muy asombrado. ¡Carajo, tú no cambias
amigo!
—Es en serio, pero para lo que venía
era para contarte... —aquí mis pensamientos
dieron un giro de 180 grados— en realidad quería
preguntarte si sabías algo de ella.
—¿Ahora
te preocupas? Sabes, a mí ni me viene ni me
va con esa tipa —contestó maldiciendo,
fijando sus ojos a los míos, y ver si le respondía.
Sólo atiné a sonreír y dejar
todo en calma, así que me retiré antes
de decir alguna tontería.
Las noticias sobre chicas atacadas, aparecían
una vez a la semana y a pesar de que siempre rondaba
un mismo lugar no se tenían más datos
sobre el tipo en cuestión. Quien estaba muy
entusiasmada era Laila, y cada vez que llamaba siempre
me pedía que le contara algún nuevo
detalle sobre las investigaciones; hasta que sugi-rió,
en forma de broma, que averiguara por mis propios
medios la identidad del sujeto. Aún mis pensamientos
se negaban a borrar aquella escena que me tenía
cautivo y así sin querer, me animé a
poner en marcha la arriesgada idea de Laila.
La noche llegó lenta pero segura y poco a poco
se vio salpicada de luminosas estrellas. Un par de
tragos sirvieron para entrar en calor y una vez cumplida
mi cuota de alcohol; me encaminé al malecón
y opté por no tomar una ruta fija. Los arbustos
reinantes me servían de refugio en ese malecón
románticamente lúgubre y mis inseparables
cigarrillos apaciguaban el frío imperante.
El lugar estaba vacío, totalmente vacío,
no se divisaba ni un alma en pena o por pena de mí.
Y casi abandonando uno de mis improvisados refugios,
la intempestiva presencia de unos pasos me obligó
a observar. Todo volvía a repetirse, como si
de una grabación se tratara, y ante mis absortos
ojos la escena se desplegaba una vez más. Regresé
a mi casa pero seguía sin sacarme esas imágenes
que queria olvidar y que se negaban a morir, la angustia
hacia presa de mí y sólo el cansancio
me derrumbó en la cama.
Desperté con la horrible sensación de
resaca y aún oscilante salí a caminar
por el parque y ordenar mis pensamientos. ¿Qué
me había pasado? ¿Por qué no
pude hacer nada? ¿Qué me lo impedía?
Ser testigo preferencial de las atrocidades de este
individuo y no saber que hacer. Estas interrogantes
se me colgaron a la sien, como una agobiante migraña,
durante todo ese mes.
Aunque recibía regularmente la visita de Francis,
para contarme sus encuentros con esta, esa o aquella
suripanta que tanto le gustan; en realidad a mí
lo que me preocupaba eran las noticias sobre "El
Filatélico" (sólo a la prensa amarilla
se le podía haber ocurrido ese nombrecito)
y yo como testigo no sabía que hacer, y creo
que en el fondo de mi ser tampoco lo deseaba. Lo seguí
una tercera, cuarta y quinta vez, y siempre empleaba
el mismo sistema tan frío y calculado. Aunque
para mí esta noche era la última pues
se acababan las vacaciones y estaría de regreso
en la estúpida universidad.
Ya casi habituado a la larga espera, me recosté
en un árbol y perdí mi mirada en las
estrellas que colmaban el cielo gris de Lima. Al escuchar
todo el preámbulo al que ya estaba acostumbrado,
observé casi sosegado la escena una vez más,
y todo hubiera seguido así de monótono
si es que no escucho el ruido de un objeto quebrándose
contra el suelo. Atónito vi como el tipo recogía
algunos pedazos y huía raudo del lugar. Mi
corazón latía como nunca y ante mi propio
asombro poco a poco me fui acercando, la sorpresa
fue mayúscula al observar de cerca toda la
escena y mi mente una vez más comenzó
a luchar pero el motivo esta vez era distinto. Regresé
a casa caminando, sólo con mis pensamientos
y dormí más tranquilo que noches anteriores.
Fui temprano en la mañana a casa de Francis
y saber como se encontraba.
—Hola Ray ¿qué ha sido de tu vida?
—preguntó sereno.
—Pues como ves un poco más recuperado
como para devolverte las visitas —respondí
amicalmente mientras me percataba de un detalle. ¿Qué
te ocurrió en la mano?
—Ah esto, pues solo fue un pequeño accidente
—contestó cauto mientras se cubría
con la otra mano.
—¿No habrá sido con algún
frasco de vidrio? —inquirí vehemente.
Francis
levantó la mirada de su herida y me observó
pasmado. Los
segundos parecieron eternos y nadie pestañaba,
hasta que una sonrisa cómplice de mi parte
desvaneció toda censura, ahora él sonreía.
—Muy pronto estaré de regreso en la universidad;
y también volverá Laila —dije
tranquilo. Así que cuando quieras ir a comprar
más frascos sólo avísame.
—Gracias Ray, lo tendré en cuenta —contestó
sonriendo y lanzando una mirada de aprobación.
—No hay por qué, Francis —repliqué,
mientras me despedía y me iba en dirección
a casa. Después de todo, si los amigos no están
para eso, entonces ¿para qué están?
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