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Reyes emerge con su mirada boscosa de sabio búho amazónico de las profundidades fluviales, de esa tradición poderosa de los (las) habitantes de la floresta. Su poesía se enriquece con los registros de sus antepasados requeninos, con la bien rescatada memoria de su abuela María Ramírez, extraordinaria relatora de los testimonios orales del río Yarapa. Los asedios que enfrentan las culturas amazónicas son poetizados en el poema “Crónica de una invasión” y la gesta heroica de quienes la resisten en “Alabanza a Sinacay”. Como testimonios del acoso, el exterminio y la depredación están las aves heridas, los escombros de la ciudad incendiada, los cuerpos violentos de la noche, “la canción que resopla un informe brutal mientras el río ha permanecido quieto igual que una guitarra muda”. 

 

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Urcututu, olvido y memoria desde la amazonía. La poesía de Carlos Reyes

por Ana Varela Tafur

 

 

No obstante, un río blanco atraviesa tus ojos
y la memoria de tus antepasados muertos
Carlos Reyes Ramírez

Iquitos, ciudad de la Amazonía del Perú, vio la creación del Grupo Cultural Urcututu. Era el principio de los años 1980, inicio de una nueva década y cambio de mando en los pasillos universitarios, tiempo de protestas con propuestas en la Universidad Nacional de la Amazonía Peruana, UNAP. Cachimbos aún, entusiastas universitarios, aprendices de la vida y de la poesía, nos encontramos  por primera vez en el claustro, Percy Vílchez Vela, Carlos Reyes Ramírez y la autora de esta nota. Nuestro encuentro literario fue parte fundamental de un proyecto cultural alentado con mucha pasión por el actor cusqueño y director de teatro Manuel Luna Mendoza, quien se encontraba en Iquitos buscando nuevas rutas de creación para su trabajo artístico. Fue entonces vital en el proceso de conformación de Urcututu la puesta en escena de la obra teatral colectiva Llanto verde, basada en el genocidio indígena de la época del caucho, con la actuación de sus creadores Manuel Luna y Pedro Vargas, bajo la dirección de Manuel Luna. La obra se escenificó en el Aula Magna de la UNAP, en colegios y locales comunales de Iquitos, pueblos y caseríos del llano amazónico. En ese devenir de actos culturales mezclados con el aliento político de las organizaciones sindicales, como el SUTEP–Maynas o el Frente de Defensa del Pueblo de Loreto (hoy Frente Patriótico de Loreto), el teatro de Urcututu con Llanto verde y los jóvenes poetas, ofrecíamos presentaciones y recitales en mítines, actividades de difusión cultural  del INC-Loreto  y otros actos de convocatoria masiva.

La UNAP fue un puente para Urcututu, un varadero semejante a los caminos inventados a pie por los pobladores amazónicos para unir dos ríos, acortar rutas y acercar pueblos, un tránsito de voces animado no por el apático ambiente académico de entonces sino por la fuerza del espíritu de quienes no pretendíamos ser refractarios al sistema opresivo y decadente. Éramos principiantes de las letras, todavía adolescentes, medio perdidos en las aburridas aulas y buscadores fracasados de libros imposibles en la endémica biblioteca central universitaria, cursando asignaturas y estudiando hasta el desvelo carreras equivocadas. No se podía esperar mucho de las instituciones, casi todas estaban viciadas y corruptas, la vida anodina del trópico era sosa, el  provincialismo fatuo era un espejo roto de la capital, la ausencia de opciones educativas y culturales se confundía con la floresta que ya estaba siendo contaminada y devastada a una velocidad pavorosa. No éramos dueños de la verdad pero podíamos percibir, con ojos de ave o de pez amenazado, la depredación del ambiente natural, el racismo contra los pueblos indígenas –a los que, por ancestros, pertenecíamos y pertenecemos–, el poder militar  omnipotente y castrador que monopolizaba y monopoliza hasta hoy el patrimonio arquitectónico de la ciudad de Iquitos y el centralismo discriminador de Lima.

Pero no se acababa el mundo, recién empezaba para nosotros. No queríamos ser parte de esta patraña, queríamos manifestarnos desde la literatura, queríamos soñar otro mundo posible, creíamos a ojos cerrados pero con la memoria alerta, que nuestras voces agrupadas simbólicamente en la voz onomatopéyica del búho, ave sagrada de la sabiduría de los pueblos indígenas amazónicos, podrían salvarnos de las mentiras del sistema. En 1983, entre la furia y la esperanza, la agitación y la terquedad, publicamos nuestro primer manifiesto que circuló entre artistas y escritores, amigos, y estudiantes universitarios.

Escrito a una carilla y media la declaración colectiva de Urcututu pretendía marcar distancia frente a lo que había sido la literatura amazónica escrita hasta entonces: una galería de escritos rebosantes de folclorismos, estrofas circunstanciales de curas alucinados, relaciones de hechos y crónicas de frailes cargados de arcabuces, versos improvisados de soldados armados de ballestas y crucifijos, poesía modernista trasnochada y cierta narrativa realista que dio crédito a “hazañas” caucheras donde el patrón fue “héroe sin par”, cuentos plagados de redentores, aventureros y “civilizadores”. Mario Vargas Llosa había escrito en Historia secreta de una novela (1971): “Puedo decir –sin orgullo– que he leído la peor, la más absurda literatura del mundo: crónicas de frailes españoles del siglo XVII afirmando que vieron con sus propios ojos a las amazonas ensayando sus flechas a orillas del río al que dieron nombre”. Esta afirmación que ha generado reacciones controvertidas tiene un sustento parcial en lo que habíamos afirmado en aquel primer manifiesto. Señalábamos también que el paisajismo y el folclorismo habían sido característicos de esta literatura anterior, rezagando el rol de las poblaciones indígenas, opacando y silenciando a sus legítimos habitantes que desarrollaron su cultura antes de la llegada de “civilizadores” y “pioneros”.

Esta indiferencia, distorsión o ignorancia de muchos escritores había deslegitimizado las diversas manifestaciones culturales y las gestas de los pueblos de la Amazonía contra las pestes de la pobreza, el abandono y las discriminaciones de todo tipo. Nuestros referentes literarios y lecturas de entonces nos reafirmaban en la necesidad de crear y recrear una literatura incluyente de nuestra identidad indígena fusionada con otras culturas y reinventando la palabra oral de las gentes que habitan ese universo pluricultural y diverso llamado Amazonía.  Una tarea sin duda pendiente hasta hoy. El manifiesto terminaba con una declaración contundente a favor de la libertad de creación porque sin su ejercicio –dijimos– ninguna expresión humana puede desarrollarse y fortalecerse plenamente.

El manifiesto fue escuchado y leído por pocos, sin embargo, la creación literaria seguía sus propios derroteros. Los años iniciales quedaron atrás pero seguíamos emocionándonos cuando en los domingos sagrados El diario de Marka llegaba a Iquitos acompañado con el suplemento cultural “El Caballo Rojo”. Podíamos entonces estar al día con las novedades literarias y artísticas del Perú y sus provincias, Latinoamérica y el mundo. Las dos o tres librerías escasas de Iquitos a veces traían libros inhallables en las bibliotecas. Recuerdo que un día en trance de búsquedas griegas encontré una antología de Constantin Cavafis que me salvó por un tiempo de la falta de buenas lecturas. Leíamos mucho a los poetas peruanos de las generaciones del 50, 60 y 70. Los admirábamos, los amábamos, los recitábamos. Así entre celebraciones de la vida, noches de bohemia, versos recreados e improvisados y prestándonos libros que llegaban por milagro íbamos ampliando nuestro universo y nuestra visión del mundo. Y poco a poco, pasaron por nuestras manos libros de Antonio Cisneros, Rodolfo Hinostroza, Jorge Eduardo Eielson, Blanca Varela, Mirko Lauer, Marco Martos, Wáshington Delgado, Carmen Ollé, César Calvo, Jorge Nájar, Jorge Pimentel, Abelardo Sánchez León, Enrique Verástegui, entre otros. Una notoria escasez local eran las revistas de literatura, así que decidimos editar una franciscana y pequeña revista en papel bond 80 gramos con carátula impresa a color y páginas interiores en blanco y negro. La llamamos Carachama, nombre de un antiquísimo pez amazónico, y en sus pocas páginas publicamos por primera vez  nuestros poemas cortos de media página no incluidos en libros. Eran poemas sueltos, tímidos, sinceros. La revista no pasó de siete números. El dibujante de las carátulas y arte interior fue Julio Oliveira a quien lamentablemente nunca volvimos a ver después que dijo que se iba a Lima a buscar mejor destino.

Grandes amigos poetas amazónicos de la década de los 80 fueron los escritores del Grupo que nos antecedía, el Grupo Bubinzana, el poeta de La búsqueda del alba, Germán Lequerica Perea; el periodista, narrador y poeta de Axpikondiá,Róger Rummrill; y el periodista y poeta de Yo, el sujeto, Javier Dávila Durand.  Los poetas y narradores del Grupo Bubinzana no habían publicado mucho y acaso tampoco habían escrito, la mayoría de los libros de narrativa de Róger Rumrrill, Jaime Vásquez Izquierdo, Germán Lequerica Perea y los libros de poesía de Javier Dávila Durand se publicaron a finales de la década del 90. No tuvimos la oportunidad de leer los postulados y propósitos del Grupo Cultural Bubinzana, había carencia de libros y autores, así que tuvimos que navegar en los ríos de la literatura amazónica con pocos referentes de la tradición escrita. La poesía oral de los indígenas amazónicos se publicaba en revistas de antropología y en algunas publicaciones de poca circulación. El poeta Germán Lequerica Perea fue un amigo de cafés, lecturas y tertulias. Otros escritores ligados a Bubinzana o cercanos a esa generación y con quienes compartimos las mismas esperanzas fueron Jaime Vásquez Izquierdo, Teddy Bendayán Díaz, Humberto Morey Alejo y Manuel Túnjar Guzmán.

Javier Dávila Durand fue un entusiasta animador de la nueva generación de Urcututu, como periodista dirigía la revista Proceso en Pucallpa e Iquitos que fue para Urcututu un territorio de fecundación de nuestros primeros escritos, documentos y crónicas en su suplemento cultural Bubinzana, que dirigí por casi 5 años. En 1985, el joven poeta Humberto Saavedra Montalbán se adhirió a Urcututu y fue en el suplemento donde aparecieron sus primeros poemas. Dos años más tarde, en 1987, el poeta Carlos Reyes Ramírez ganó la III Bienal de Poesía Premio Copé con su libro Mirada del búho. Nuestra revista fue tribuna de anécdotas del poeta, testimonios de vida, aparecieron también poemas inéditos del libro ganador, como celebración inicial de la posterior publicación por Ediciones Copé. Para nuestra tristeza ese mismo año nuestro compañero, el joven poeta Humberto Saavedra, murió ahogado en las aguas del río Napo, y como homenaje volvimos a publicar sus últimos y únicos poemas sueltos que posiblemente formaban parte de un libro.

El narrador y cronista más importante de Urcututu sin duda es Percy Vílchez, autor del libro de poemas El andante en Yarinacocha (Iquitos: Ediciones Proceso, 1992) y de Inquilinos de las sombras (Iquitos: Ediciones Tierra Nueva, 2002), que es una sucesión de relatos cortos cuyos personajes casi anónimos intentan reconstruir inútilmente el esplendor perdido, la utopía frustrada de los pueblos indígenas amazónicos. Metamorfoseados en momias, cabezas reducidas de indígenas, cuerpos forrados en fardos funerarios, espectros de vidas pasadas, sombras, opacidades, andantes o fantasmas de la floresta, estos seres vagan de una galería a otra  buscando una salida de las cuevas de la historia fallida. Esta pesadilla invasora se acaba cuando precisamente estos guerreros indígenas emergen nuevamente a la existencia y de su derrota inminente salen absueltos venciendo a su propia muerte. Percy Vílchez fue editor de la revista por casi una década, la agudeza de su estilo, su atenta mirada del mundo, su irrefrenable visión y su lucidez brillaron en sus páginas.

En Bubinzana publicamos ediciones especiales de poesía como la Antología de la Poesía Pucallpina que tiene para mí un valor literario importante porque para hacerla leí por primera vez la poesía de las tierras de May Ushin, amisté con poetas pucallpinos, y porque considero que esa poesía emergente esperaba y espera como las otras literaturas del interior una justa lectura y el reconocimiento negados en los libros y antologías de literatura peruana.

Con esas premisas que retrataban la vida cultural de entonces, con esos vacíos del mundo intelectual loretano, icarados por las esencias de nuestros ancestros e insuflados de pasión por el acto creador fuimos construyendo y deconstruyendo utopías, entre olvidos y memorias como en Mirada del búho (Lima: Ediciones Copé, 1987), libro, como dijimos, del poeta Carlos Reyes Ramírez oriundo de la ciudad de Requena. Fue la primera publicación importante del Grupo Urcututu en donde un paisaje de olvido y memoria se mezclan en este libro de fuerza épica y estremecimiento lírico. El poemario es un mapa de rutas personales y colectivas que ausculta, desde la poesía, una visión diferente de la Amazonía Peruana. En palabras de Los Escribanos de Loén (1974) “la escritura es un velo que nosotros creamos para cubrir el vacío de la amnesia” y el libro primigenio del poeta Carlos Reyes insurge en medio de vacíos históricos y literarios, realimentado con su personal voz y la memoria común que la alimenta. Los pueblos amazónicos construyen y reconstruyen su historia y su cultura constantemente, alimentados con la savia de la naturaleza, sus cantos de guerra contra el olvido, las voces de sus antepasados vivos y muertos y sus esperanzas presentes.

Reyes emerge con su mirada boscosa de sabio búho amazónico de las profundidades fluviales, de esa tradición poderosa de los (las) habitantes de la floresta. Su poesía se enriquece con los registros de sus antepasados requeninos, con la bien rescatada memoria de su abuela María Ramírez, extraordinaria relatora de los testimonios orales del río Yarapa. Los asedios que enfrentan las culturas amazónicas son poetizados en el poema “Crónica de una invasión” y la gesta heroica de quienes la resisten en “Alabanza a Sinacay”. Como testimonios del acoso, el exterminio y la depredación están las aves heridas, los escombros de la ciudad incendiada, los cuerpos violentos de la noche, “la canción que resopla un informe brutal mientras el río ha permanecido quieto igual que una guitarra muda”.

Evocación y olvido, erosión y gestación, desgarro y esperanza, Mirada del búho es una crónica épico-lírica del pasado, una parte de la historia viva de Requena que a fin de cuentas es la historia de la Amazonía del Perú. Un río de metáforas fluye de los restos de un pueblo que ardió en llamas después de un feroz ataque y que no registran los archivos oficiales. Mejor así para gritar a viva voz la poesía de Carlos Reyes, su palabra joven y fresca que navega en la geografía humana y natural de la patria amazónica.

Inundados por la poesía de Reyes recorremos nuevamente esta parte casi ignorada del planeta, sin detenernos con el tiempo. Los pueblos de la Amazonía sufren aún el azote de la marginación y el filo del olvido, el racismo ignorante y la corrupción de sus gobernantes, pero continúan su viaje en contracorriente con la esperanza redentora de sus luchas. Mirada del búho y con ella el Grupo Urcututu se insertan en las nuevas vertientes de la poesía peruana contemporánea y latinoamericana siguiendo su cauce primigenio y, sin duda, la literatura escrita de la floresta amazónica se enriquece y se recicla en su diversidad cultural y étnica y en su cosmovisión única y poderosa.

 

 

© Ana Varela Tafur, 2010

 

 
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