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Aunque en nuestro autor estos también aludan a las arterias de la ciudad, no podemos olvidar que, por ejemplo, la Obra de los pasajes, el gran libro perfectamente inacabado de nuestro autor, está elaborado, precisamente, con citas y pasajes de y sobre otros autores.

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Walter Benjamín: los cuarenta y nueve peldaños de una ilusión

por Andrés Piñeiro Mayorga

 

Es habitual que a un conocedor del misticismo judío le importase mencionar su fuente: Benjamin no lo hizo. ¿No lo cree necesario? ¿Una carta no es el lugar apropiado para hacer una revelación de esa naturaleza a un destinatario lego? No lo sabemos. Lo que sí sorprende es la apropiación del texto talmúdico que realiza el filósofo para sustentar su pensamiento y el carácter del libro aludido. Por un lado –de ser cierta nuestra hipótesis-, la Cuenta de Omer no alude a los cuarenta y nueve niveles de significado de la Torá, sino a los cuarenta y nueve peldaños de purificación que atraviesa el creyente para alcanzar simbólicamente dicho texto sagrado. Por otro, el Talmud –sin dejar de lado la exégesis- es un libro preocupado por la normatividad del devoto en la vida diaria. Un ejemplo tomado del Talmud (Shabbat 35b) nos ayudará a comprender dicho concepto:

La víspera del sábado suele soplarse el cuerno seis veces. Cuando suena por primera vez, los que están en el campo dejan de cavar, arar o realizar cualquier labor de los campos; los que se hallan cerca de la ciudad no pueden entrar en la misma hasta que llegan los que se encuentran más lejos, de forma que entren juntos. Las tiendas siguen abiertas y los cierres sin echar.
Al sonar por segunda vez, se echan los cierres y se cierran las tiendas. Cuando suena por tercera, se mueve lo que ha de moverse y se guarda lo que debe guardarse. Asimismo se enciende la lámpara. Se produce entonces un tiempo intermedio que dura lo necesario para cocer un pescado pequeño o para poner pan al horno. Después suena las tres últimas veces y comienza el sábado.

Esta impronta normativa también recorre el Talmud. Sin embargo, debemos anotar que hay un aspecto formal del mencionado texto que sí lo encontramos estructurando la obra de Benjamin: su configuración en base a citas o pasajes. Aunque en nuestro autor estos también aludan a las arterias de la ciudad, no podemos olvidar que, por ejemplo, la Obra de los pasajes, el gran libro perfectamente inacabado de nuestro autor, está elaborado, precisamente, con citas y pasajes de y sobre otros autores.

Benjamin no era un profundo estudioso de la mística judía. Gershom Scholem, su entrañable amigo, sí lo era. En una entrevista concedida a la cadena de televisión alemana ARD, en 1976, al ser interrogado por la intensidad de las lecturas sobre mística judía realizada por Benjamin, responde:

No diría yo que sus lecturas alcanzaron gran intensidad. Las hizo, efectivamente, durante un tiempo, bajo la influencia o por recomendación mía. Sobre todo en 1916-1917 y más adelante, hubo períodos en que se dedicó a tales lecturas. Pero los diálogos que teníamos probablemente le transmitieron oralmente más, porque su trabajo real con los materiales de la tradición judía y las ideas judías no fue ni especialmente detenido ni muy profundo. Mucho de todo ello le llegó oralmente, en conversaciones sobre lo judío en general, ya que, en un principio, no tratábamos en absoluto de la Cábala. Verdaderamente al estudio del elemento propiamente místico en el judaísmo y a la Cábala yo sólo decidí dedicarme en 1919, cuatro años después de haber conocido a Benjamin. En los últimos años que pasé en Alemania, desde fines de 1919 hasta el otoño de 1923, tuvimos, desde luego, comunicación sobre estos temas; pero no diría que en un principio le atrajeran a él precisamente los problemas de lo místico judío. Le fascinaba la cuestión de lo que fuera verdaderamente el judaísmo, porque se sentía fuertemente judío. No tenía sobre ello duda alguna. Siempre tuvo un fuerte sentimiento judío, hasta el final, lo que a Brecht le molestaba mucho.

En efecto, el autor de Dirección única no era un conocedor de la mística judía; pero disponía de esa “erudición del sabio” que rescata el propio Scholem en la dedicatoria de Grandes tendencias de la mística judía. ¿De qué naturaleza es esta “erudición del sabio”, que según Scholem caracteriza a su amigo? No se trata de una “erudición” a secas, la que consiste en el acopio sistemático de una cantidad considerable de bibliografía; sino de la “erudición del sabio”, la que consiste en la elección sistemática, o no, de una cantidad pertinente de bibliografía necesaria para llevar a cabo la “intuición del metafísico” y el “poder interpretativo del crítico”. Tal es la naturaleza de la apropiación de la tradición judía por parte de Benjamin.

Por lo demás, la influencia de la mística judía en la obra de Benjamin no se inicia ni termina con el Talmud. En la Cábala –tradición, recepción de la tradición, en hebreo- es donde podemos apreciar una serie de métodos –lineal, alegórico y místico- encaminados a interpretar la Torá. Gershom Scholem, en La cábala y su simbolismo, refiere:

Lo que ocurre en el encuentro del místico con los escritos sagrados de su tradición es, en resumen, lo siguiente: la refundición del texto sagrado y el descubrimiento de nuevas dimensiones de él. Con otras palabras: el texto sagrado pierde su forma propia y adopta a través de los ojos del místico una forma nueva… el místico transforma el texto sagrado, y el momento decisivo de esta metamorfosis consiste precisamente en que la dura letra, la en cierto modo inequívoca y univalente letra de la revelación es provista de infinitos sentidos. La palabra acreedora del súmmum de autoridad es objeto de interpretación, se abre y va dócilmente al encuentro de la experiencia del místico. A través de ella se hace patente un interior de infinitas posibilidades, en el cual se van develando paulatinamente nuevos planos de sentido.

Si aislamos la tesis de Benjamin de su referente talmúdico estaría en perfecta concordancia con el espíritu cabalista.

Consideramos pertinente distinguir entre lo fragmentario y el detalle en la obra de Benjamin. Lo fragmentario es considerado como la parte de un todo. El detalle nos transporta a un mundo en miniatura. La interpretación se efectúa sobre un fragmento.

Así mismo, la asistematicidad es característica en los textos cabalísticos: en Benjamin es fundamental. Acerca del Zohar –en hebreo, Libro del esplendor- cuya autoría es atribuida a Moisés de León (siglo XIII), nos dice Scholem:

Ya he dicho que el autor del Zohar es un pensador que se sirve más de la homilía que de ideas sistemáticas. Pero en esto se inscribe en una tendencia profundamente arraigada en el pensamiento judío. Cuanto más genuina y característicamente judía es una idea o doctrina, tanto más deliberadamente asistemática es.  

El Libro de los pasajes –citada líneas arriba- y Dirección única pueden ser tomadas como claros ejemplos del carácter asistemático de los textos de Benjamin. Tal vez sólo su tesis doctoral El concepto de crítica en el romanticismo alemán (1919) podría ser calificada –por la naturaleza de la misma- como una obra sistemática.

Finalmente, tenemos la teoría del “tsimtsum” –“contracción”, en hebreo- expuesta por el excepcional cabalista Isaac Luria (siglo XVI), Scholem nos da cuenta de ella en estos términos:

Según Luria, Dios se vio obligado a hacer sitio al mundo abandonando, por así decirlo, una zona de sí mismo, de su interioridad, una especie de espacio primordial místico del que Él mismo se retiró a fin de volver al mundo en el acto de creación y revelación.

Aquí tenemos un aspecto fundamental en la obra del autor de Infancia en Berlín. Nos referimos al carácter espacial, más que temporal, de la Creación, que será preponderante en su obra; es decir, frente al tiempo que desde el presente solo nos permite volver al pasado o mirar al futuro sin esperanzas, el espacio y las incesantes oportunidades de perdernos en el laberinto de la ciudad en búsqueda de un objeto mágico que recomponga lo despedazado.

En resumen, no existe una enseñanza talmúdica que haga alusión a los cuarenta y nueve niveles de significado de la Torá. Aquí llamamos la atención sobre el carácter de apropiación de dicho pasaje por el filósofo berlinés que nace a la sombra del espíritu del judaísmo y no de la cita precisa, así como la estructura formal del texto que sí podemos apreciar en los escritos del pensador. También remarcamos la influencia de la mística judía en general. Citamos como ejemplos el espíritu de la Cábala, la asistematicidad de la mística judía y la teoría del “tsimtsum” planteada por Isaac Luria, en la que pudimos apreciar la preeminencia del espacio sobre el tiempo.

En el café Tiergarten de Berlín, dos jóvenes reanudan una conversación interrumpida hace algún tiempo sobre los cuarenta y nueve peldaños de una ilusión.

 

© Andrés Piñeiro Mayorga, 2009

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Andrés Piñeiro Mayorga: (Lima, Perú 1967). Es licenciado en filosofía por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (2002). En la misma Universidad concluyó sus estudios de maestría en Historia de la Filosofía (2004). Ha publicado dos libros. El primero, un poemario, Diotima de Mantinea (Dedo Crítico Editores, 1997) y, el segundo, Desventura en Extramares. Conciencia desgarrada en la poética de Martín Adán (Lima, Fondo Editorial de la UNMSM, 2003), tesis con la que obtuvo su licenciatura. Entre sus artículos, aparecidos en diversos diarios y revistas de la capital, destacan: “La invención de Casares” (Lima, La República, 1998); “Los llantos de Montalbetti” (Lima, Hueso Húmero, 2003) y “La controversia de Valladolid: Cinco siglos después” (Lima, Instituto de Ciencias y Humanidades, 2005). Actualmente, se encuentra realizando un estudio sobre la influencia de la mística judía en el pensamiento del filósofo alemán Walter Benjamin. Se dedica a la docencia universitaria

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