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Luis
Hernán Castañeda
Casa de Islandia
Estruendomudo, 2004 |
Carlos
Gallardo
Parque de las leyendas
Estruendomudo, 2004 |
Suena,
estruendo
Para una
editorial peruana publicar literatura joven puede asumirse
como una acción coetánea a la imbecilidad.
La cúpula de dos o tres editoriales afianzadas en
el mercado suele establecer reglas y parámetros desalentadores
para quienes desean plasmar sus cuentos, novelas o poemas
en un libro. Así, las oportunidades de conseguir
una publicación están ligadas al amiguismo
o al hecho de contar con el dinero requerido por la casa
editora. Porque, ¿cuál es el fin primordial
de una editorial en el país? ¿Acaso promover
la lectura? No. Solo vender. Y conseguir dinero, obviamente.
Las excepciones
han aparecido con los fondos editoriales universitarios,
algunas ediciones populares, otras artesanales, las ediciones
propias del autor, y principalmente con las llamadas “editoriales
jóvenes que publican a jóvenes”. Este
último caso corresponde a Estruendomudo.
Luego
de hacerse un espacio y de ganar fieles lectores con los
cuatro números del periódico de poesía
Odumodneurtse, sus directores arriesgaron a ampliar
su línea de publicación, formando así
la editorial que invierte el nombre del periódico:
Estruendomudo. El inicio de esta joven editorial, conformada
por alumnos de la escuela de Literatura y Lingüística
de la PUCP, presenta dos libros en una hermosa y pulcra
edición, bien elaborada, y que no tiene absolutamente
nada que envidiar a la de Norma, por citar el mejor ejemplo
en el mercado peruano-latinoamericano.
Bajo
la serie Cuadernos Esenciales, el primer libro de Estruendomudo
es Casa de Islandia, de Luis Hernán Castañeda.
Casa de Islandia es una novela que intercala su
complejidad narrativa de manera por demás interesante:
aparecen distintos narradores, insertados en voces que se
acoplan, a su vez, bajo diversos recursos literarios. El
argumento parte del diario del joven escritor Pierre Menard,
intercalado con sus cuentos, y con un narrador anónimo,
que suele anteceder a los relatos, criticarlos, y emitir
opiniones –también– a propósito
del diario del personaje de Menard. Considero que el mérito
principal de este libro, se centra, básicamente,
en el adecuado manejo del lenguaje, en todos los tiempos,
contextos y voces de los narradores. En el caso, por ejemplo,
de Menard, notamos una narración ágil y fresca,
que corresponde al joven que encarna este personaje –y
que poco tiene en común con el de Borges–:
un muchacho aspirante a escritor, cuyos problemas y pensamientos
se enlazan a la idea propia del quehacer literario. El narrador
anónimo utiliza un lenguaje variable, entre científico
e irónico: imparte normas de una especie de “manual
del buen escritor” y comenta burlonamente los cuentos
y la vida misma de Menard, pues él es un lector más
del diario. Los cuentos insertados en la novela, y cuya
autoría corresponde a Menard, están escritos
bajo la línea del relato psicológico. Sobresalen
“El belódromo”, “Los ojos de Arcana”,
y el notable “La blanca navidad”. Si bien presentan
una narración concisa, que escapa de descripciones
agudas, no siempre esta técnica resulta eficaz, en
Casa de Islandia, para lograr el efecto de lo absurdo,
el mismo que algunas veces debe el lector intuir.
Este factor de lo absurdo, ya mencionado, se suma al de
la ironía y al del humor –adecuadamente establecido–
en todo el libro. La construcción narrativa de Casa
de Islandia, fuera de las tres voces ya mencionadas,
se enriquece por algunas cartas y artículos, firmados
por Kafka o Shakespeare, que si bien pueden confundirse
con las categorías establecidas, dan una agilidad
plena al corpus del argumento. La novela parece ir en busca
de justificar el quehacer literario, mostrando los textos
creativos, las intimidades, los posibles enfrentamientos
y demonios del joven Pierre Menard, que siempre es el primero
en criticar sus relatos en su diario, a pocas líneas
de aparecer un párrafo o alguna esquela furibunda
contra toda posible acción de los críticos
literarios. Quizá los únicos seres odiados
en toda la narración.
El
libro de cuentos Parque de las leyendas de Carlos
Gallardo es la segunda entrega de Estruendomudo. Se encuentra
dividido en dos partes: Bosque de Brocéliande y Carlos
Gallardo. Bosque de Brocéliande presenta seis relatos,
cuyos títulos corresponden a animales fabulescos
(“La quimera”, “La anfisbena”, “Las
arpías”), reales (“La corneja”,
“La caracola”), y en extinción (“El
dinosaurio”).
Estos cuentos presentan el móvil común de
contar con personajes jóvenes, regidos por una línea
oscura, y en constante enfrentamiento emocional. En todos
ellos, el argumento se implanta de manera casual, casi irrelevante:
el narrador citadino conecta los hechos venideros a las
causalidades de sus acciones, y se ve regido –en realidad
el que está regido desde el título de cada
cuento es el lector– por el animal mencionado, que
antecede a la narración. Básicamente, los
argumentos de pareja que están presentes en los seis
relatos se van perdiendo al adaptarse el mundo fabulario,
y es donde todo se diluye, repentinamente por la constante
aparición de un narrador culturoso, que abusa excesivamente
de adjetivos y de retoricismos, y que, como se adelantó,
debilita cualquier tentativa de trama. Frente a las distintas
categorías de dimensión entre los animales,
y por los demás expuesto, ignoro qué relación
puede haber entre estos relatos con el bosque mágico
que sirvió de hogar al mago Merlín. La segunda
parte del libro, Carlos Gallardo, parece deslindarse de
ese proyecto hermético que estuvo presente en la
primera. Presenta cuatro buenos cuentos, que lamentablemente
tienen en común el bajón que antecede a su
desenlace, salvo el último, titulado “Carlos
Gallardo”, que por el interesante argumento y por
la poética en torno a la escritura sin duda es el
mejor en todo este libro.
Si
bien todos los relatos presentan un aire intimista –primera
persona, constantes alusiones al autor real, al narrador
físico– cabe señalar que el proyecto
de cohesionarlos no ha resultado del todo armónico:
la relación entre ambas partes es meramente circunstancial.
Por otro lado, el gran defecto de la narración, latente
en cada línea, es el lenguaje pretencioso que implanta
Gallardo en Parque de las leyendas. La presencia
de una incomprensible ampulosidad corta todo posible dinamismo,
pues en apariencia lo que se busca es asombrar al lector
con conceptos que vienen poco al caso, con reminiscencias
que caen en lo ridículo, y que poco a poco desmerecen
el regular nivel de este libro.
©
Francisco Izquierdo, 2004 
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