Tanto
doblegarse a la trascendencia, tanta gemación,
en fin, tanta raíz hecha vientre.
III
La
hermana insidiosa apilando los abastos del hogar entre
sus piernas. En el defecto del tacto no podemos tolerar
visiones vagas. ¿Cuántas veces has convertido
en harapos la elegante camisa del padre y esclarecido
las puertas por tu insuficiencia?
Aparece
lo olvidado en las implosiones del deseo, la llanura
de los pómulos que me turbaba cuando los cortes
me eran inútiles. El concéntrico canto
del apareamiento; aligera y compacta, ahora que me
encierro entre mis convalecencias por primera vez.
La enfermedad cobija los días que mantuve el
gozo febril rebalsando de los ojos; como el animal
enfermo en la sima del árbol expandiendo su
peso entre las ramas, vomitando sus fluidos más
espesos y extirpándose los órganos malsanos
para evitar la caída.
Y
el agua que lude los abultamientos que mi piel ha
otorgado al lento saboreo de las cosas que fueron
dadas.
-
¿Quién resguarda las formas?
cuando la oscilante memoria inclina todo su peso
y a lo lejos se siente el cabalgar de figuras borrosas.
Y
los centros, acallados, sienten llegar el funesto
sonido de la marcha.
La neblina refulgente de las mañanas estrecha
los tramos de la huida. todas las veces que deslice
mi lengua por los mandatos del paisaje.
Cabeza.
Los recuerdos no desvanecidos reflejados la estática
imagen de la niñez, en ese manojo infectado
de naturaleza humana. En el reflujo de mis vísceras
ya no encuentra el sabor de lo fermentado en la memoria.
Todos los arreos llanos; en la puerta, el tenue reclamo
de mis objetos.
-
Recuerdo las cosas del lado más
adentrado en la sustancia
que concentra mi vista.
Agraciado
por la solidez de mi cuerpo; y las manos en descenso
hacía su innegable naturaleza; cuando el espacio
se siente colmado por las fibrosas comisuras, entre
el suelo y la delicada imagen de los muertos.
Para
recalcar, todo llano; ¿y los deseos?: se inmiscuían
al alba. En los inciertos pasadizos del hogar se trasluce
la sombra del padre.
La
anciana, junto a los animales disecados, susurrando
la oracion de la tarde, al extremo el cáliz
reseco y los huéspedes mirándose los
las manos despellejadas.
Cuanto manifiesto iniciado afuera de las puertas,
la calma en el traspaso de la distancia.
El
monótono paso del cuerpo envuelto en el trance
de todo lo que es parte.
-
Quiero sorber las apariencias
y el incierto paso
de nuestra esencia.
Cuanta
forma deambulando al ras de los instintos, en la aparente
solidez de los actos ordinarios; ¿acaso no
buscaba olvidar el inherente llamado del mal?, cuando
lo natural brotaba de las entrañas con mas
fuerza, y fuera del cuerpo la vaga solidez de los
actos anunciaban una vez mas a la naturaleza mostrando
su férreo perfil. E inevitable te deslizabas
por el desfigurado trayecto que emprendemos al aceptar
nuestra intrascendencia bifurcándose y aceptando
en ambos caminos lo humano.
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Publicado
en
Tetramerón:
cuatro poetas del último día
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