Hablemos
de tus dos últimos títulos Los largos
oficios inservibles y Nueve miradas sin dueño,
libros que no son de creación poética
pero que tienen que ver directamente con ello, con la
poesía y con la literatura misma. ¿Cómo
podría definirse, como concepto y como libro,
a Los largos oficios inservibles?
Tu
pregunta da por supuesta una separación que —al
menos en mi caso— nunca ha sido demasiado clara:
la creación poética y la visión
crítica. Tal vez porque vivimos una época
que nos empuja a la ultraespecialización, la
crítica ejercida por los poetas ha sido vista
con tanta desconfianza como la poesía escrita
por los críticos. Y en cierto modo es explicable:
todos sabemos lo que ocurre cuando un crítico,
cansado de evaluar y explicar obras ajenas, decide caer
en la tentación de proponer las suyas propias;
de modo inverso, todos sabemos lo que ocurre cuando
un escritor decide ponerse la máscara del crítico
y evaluar las obras de otros.
Pero si dejamos de lado las tentaciones y las máscaras
podemos acceder a la situación que considero
ideal: la del natural diálogo que se produce
entre la visión crítica y la visión
creativa. No se trata, como muchos creen, de compartimentos
estancos: no entiendo una visión crítica
que no sea creativa, tampoco una visión creativa
que no sea crítica. Tanto Los largos oficios
como las Nueve miradas se han ido escribiendo
en natural consonancia con los poemas sin que eso signifique
una esquizofrenia creativa, sino un enriquecimiento
mutuo.
Autores como Borges, Paz, Cernuda, nos han enseñado
que ambas actividades vienen de una fuente común:
la lectura. Y no me refiero únicamente a la lectura
de libros: se puede “leer” una película,
una fotografía, una persona, un paisaje. Tal
vez los antiguos tenían razón y el mundo
no es un más que un gran libro que espera ser
leído. Además todo escritor (de novelas,
de cuentos, de dramas o de poemas) es antes que nada
un lector, y de los más exigentes y severos,
pues está guiado por su propia búsqueda
y ésta es insobornable. Nunca entendí
a los escritores que tienen la desvergüenza de
alardear que no leen, pues sólo en la lectura
crítica se afina una escritura crítica.
¿Qué entiendo por crítica? No el
conocimiento detallado de tal cuál o teoría,
sino la capacidad de proponer una lectura que entre
en diálogo con la tradición y hacerla
viva, es decir, integrarla a nuestra experiencia, o
rechazarla. Tal vez por eso los textos críticos
que más me interesan son aquéllos que
se proponen como una conversación entre lectores.
Éste es uno de los temas de Los largos oficios
inservibles, un libro que podría definir
conceptualmente como una conversación sobre la
literatura y la vida.
Te había comentado que este libro me
parecía como una muestra de lo "testimonial".
¿Consideras que este hecho de lo "testimonial"
es válido actualmente para producir literatura?
Si
aceptamos la idea del escritor como mediador del discurso
de otro, y aceptamos que por el sólo hecho de
ser, somos continuamente otros; entonces todo aquello
que escribamos, más que un reflejo de nuestra
personalidad civil, es un testimonio.
Ahora
en la poesía podría resultar abstruso
hacer uso de lo "testimonial" en el caso directo
de los tópicos de la admiración o loa,
por eso nada mejor que preguntar directamente al poeta
mismo sobre las influencias que ha recibido. ¿Qué
infuencias consideras en tu poesía?
No
creo en las influencias. Creo en las afinidades con
que la obra de un autor se hace de parte de nosotros.
Se trata de un camino muy largo que sólo podemos
recorrer en la vasta soledad de lo que llamamos tradición.
Sospecho que a eso apuntaba el verso de Gonzalo Rojas:
“cada cual su Vallejo doloroso y gozoso”.
En ese “cada cual” está lo más
intransferible y lo más íntimo de nuestra
lectura. Hace algunos años leí una frase
de Ricardo Reis que todavía me sigue conmoviendo:
“En cualquier poema, por pequeño que sea,
debe notarse que existió Homero”. Reis
no nos está diciendo que para escribir poemas
debemos conocer al dedillo toda la literatura desde
Homero, sino que el poema debe ser capaz de activar
la tradición, de recomenzarla hasta justificar
a Homero y, si es posible, influirlo. Borges nos ha
enseñado que creamos a nuestros precursores;
eso es lo que muchos no quieren comprender. Las reseñas
periodísticas abundan en comentarios del tipo
"en este poema se nota la influencia de mengano
y zutano", lo que sólo demuestra la buena
(o mala) memoria del reseñador. A nadie debería
interesarle la lista de poetas más o menos prestigiosos
que un autor declara como sus “influencias”:
si no se han hecho parte de uno éstas hablarán
con una fresca y renovada voz, pero si se trata de una
impostura, serán un simple decorado. Lo había
advertido Lautréamont, la verdadera poesía
está hecha por todos.
En
el caso de Pessoa, con El fingidor. Revista de Literatura
fue una especie de homenaje al poeta lusitano,
pero lo interesante es cómo se planteó
el todo del libro como la idea de un juego, es decir:
Revista de Literatura, ¿Cómo
así surgió esa idea?
Más
que una idea, El Fingidor surgió como
una demanda de todos aquellos poemas, artículos,
reseñas y cartas que nunca encontraron cabida
en ninguno de mis libros. Y no porque no me gustaran,
sino porque prometían un proyecto que se agotaba
en ellos mismos, sin dejar descendencia. Eran como islas
solitarias en busca de un mar inexistente. Con el tiempo
me di cuenta de que muchos de ellos anunciaban líneas
de escritura que fui desarrollando años después.
Se trata, en muchos casos, de poemas precursores con
los que tenía que hacer justicia. Y justicia
no era condenarlos al piadoso apéndice de los
“Textos no recogidos en libro”, pues ellos
encarnan mejor que nadie los distintos autores que he
sido a los largo de 25 años. Fue entonces que
surgió la idea de la revista (o mejor, de la
ficción de revista) en la que cada uno de ellos
participaba con una colaboración sin preocuparse
por estar a tono con el resto.
Volviendo a Los largos oficios inservibles...
¿consideras este libro como una tentativa para
nuevos lectores a un acercamiento o afinidad hacia la
literatura?
Mentiría
si dijera que ése ha sido mi propósito.
Ya desde antes sospechaba que, al igual que los libros
de poemas, éste también estaba condenado
a ser leído por esas cuatro personas a las que
alude el poema de Pound mencionado en la última
página. Que su tono sea más “cordial”
(no encuentro otra palabra mejor) no me otorgaba la
ilusión de conseguir más lectores ni,
mucho menos, de propiciar algún tipo de acercamiento
o afinidad con la literatura.
Abordando
las Nueve miradas sin dueño no cabe
duda de que se trata de un texto de crítica.
Como poeta, ¿consideras que es riesgoso su lectura
en el caso de los lectores noveles que buscan esa afinidad
que podrían haber encontrado en Los largos
oficios inservibles?
La
respuesta a la pregunta anterior responde también
ésta. Lo que llamas lectores noveles buscarán
el libro si sienten que está escrito para ellos,
si encuentran los vasos comunicantes que enlazan esos
libros entre sí y con los poemas.
Hacía
esta pregunta porque siente mucho "recelo"
por los textos de crítica literaria en los lectores
en general, incluso en los estudiantes de literatura.
¿Cómo consideras realmente la crítica
literaria? ¿Se le podría ver como consecuencia
de lo creativo o a la inversa?
Cabría
preguntarse debido a qué se produce ese “recelo”
frente a los textos de crítica literaria. Tu
pregunta distingue entre los lectores en general y los
estudiantes de literatura. Sobre los primeros, si bien
es verdad que lo que llamamos textos críticos
requieren de un mayor grado de especialización,
no estoy muy seguro de que no los lean: si de veras
les interesa aquello que leen y no se sienten urgidos
por un programa universitario, leerán con placer
aquellas reflexiones sobre las obras que más
le interesan. Se me dirá que son muy pocos los
que leen poesía y diré que sí,
que siempre fue así, pero esos pocos son precisamente
los que visitan las librerías, hojean los libros
y si se sienten llamados, por ellos los adquieren.
Sobre los estudiantes de literatura… a pesar de
que fui uno de ellos, no puedo sino reconocer que siempre
he sido un autodidacta. Es verdad que en la universidad
tuve excelentes profesores, que aprendí mucho
y que pude sistematizar mis conocimientos; pero uno
nunca deja de ser autodidacta, y esto porque el sistema
de lecturas se organiza en torno a tus propias búsquedas
y preocupaciones. Lo que quiero decir es que el compromiso
con esas búsquedas y preocupaciones no te las
puede dar un syllabus universitario si es que
no estás comprometido desde antes con ellas.
No se trata, entonces, de asumir el ejercicio crítico
como una “consecuencia” de lo creativo,
sino como una de sus manifestaciones. Creo, además,
que todo escritor tiene derecho a razonar en voz alta
acerca de la literatura y de servirse creativamente
de aquellos discursos críticos que le han sido
útiles como herramienta de trabajo. Muchas veces
he sentido lo que llaman placer estético leyendo
comentarios o estudios críticos. Digamos que
ésa y no otra es la medida en que los aprecio.
Desde
tu experiencia en Missoula, ¿cómo se ve
la función de la crítica orientada a los
estudios latinoamericanos, en el caso específico
de la literatura y poesía peruanas?
Estar
en Missoula puede modificar la visión que tenga
acerca de mi propia actividad creadora, pero no de la
función de la crítica orientada a los
estudios latinoamericanos. En cualquier caso (y éste
es un tema bastante complejo y extenso) podríamos
conversar acerca de las distintas corrientes de acercamiento
a los estudios sobre literatura peruana que está
llevando a cabo gente que labora o ha laborado académicamente
en los Estados Unidos y que tiene más o menos
mi edad, como José Antonio Mazzotti, Jorge Marcone,
Efraín Cristal, Peter Elmore o Víctor
Vich.
La
literatura peruana, en especial la poesía, tiene
su tradición y reputación bien ganada.
¿Es vigente esta tradición desde los ojos
de afuera?
Los
únicos “ojos de afuera” de los que
puedo hablar con cierto conocimiento son los norteamericanos
y españoles. Los primeros dependen en gran medida
de los intereses y modas académicas; que yo sepa,
Vallejo es el único poeta peruano que ha logrado
ser traducido y editado en tirajes de cierta importancia
(no hablo aquí de editoriales pequeñas
que se aventuran con otros poetas, como el caso de Floricanto
que publicó en el 97 a Carmen Ollé, o
de las siempre bienvenidas antologías bilingües).
En España la cosa es distinta, pues más
que el olfato regido por el mercado académico
existe el olfato de los editores, por lo general gente
muy enterada y culta (y con gustos bastante definidos),
que tienen los ojos puestos en América Latina,
y particularmente en el Perú.
El
problema es que nuestra pobreza editorial (que es, lo
sabemos, inversamente proporcional a nuestra producción
literaria) hace que estemos a la zaga de países
como México, Argentina o Colombia: obras como
las de Eguren, Adán, Moro, Westphalen, Sologuren,
Varela, Cisneros y, más recientemente, Watanabe
empiezan a ser familiares en los catálogos españoles,
y a ser leídos en otra escala (no olvidemos que
las editoriales españolas mal que bien distribuyen
en toda el área hispánica y son proveedores
de las bibliotecas universitarias norteamericanas).
Si el peso de una tradición depende en gran medida
del soporte académico y editorial, entonces la
nuestra es heroica.
Y
para terminar, y englobando la idea de Los largos
oficios inservibles, muy subjetivamente, ¿Con
cuál sientes mayor afinidad? ¿Con la crítica
o con el oficio de escribir poesía?
Con
las dos siento muchísima afinidad, pues como
ya te lo he explicado, no las considero actividades
exclusivas ni excluyentes. Pero no necesito sentirme
entre la espada y la pared para reconocer que si siento
una gran afinidad con la crítica es por lo que
en ella hay o debería haber de poesía.
No
me imagino haciendo otra cosa. 
©
Omar Guerrero, 2004
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