SAYOKO
DENAI
(Tiempo estimado
de lectura: 15')
Te
juro que practiqué toda la semana, quiero decir
siempre que podía o me acordaba. De vez en
cuando al operar la máquina chica, la que hay
que cargar y calibrar manualmente, y siempre, durante
todo el ciclo de torneado, al trabajar con la grande,
la automática. Ahí sí repetía
una y otra vez, ¿kio wa Sayoko deru ka? Una
y otra vez hasta que salían las piezas.
Ya en el apato era diferente, no podía demostrar
frente al imbécil de Oshiro que seguía
su consejo. Sayoko no se presenta todos los días
y no hay ningún cartel de anuncio, así
es que si quieren preguntar por ella apréndanse
bien esa frase y listo. Pero bien, con la misma entonación
que les digo, si no esos huevones se dan cuenta de
que no son japoneses y los mandan a la mierda. Ya
te imaginas la cara de suficiencia del imbécil,
feliz, adoctrinándonos orgulloso. Calín
y Yoyi escuchaban atentos, cara de cojudos única,
yo, recostado sobre el futón doblado, fingía
revisar interesado el Folha de Sao Paulo que recién
me había prestado Mamoru, el brasilero de la
línea de ensamble. Bueno, el tema es que el
imbécil, desde el pedestal en que lo había
colocado su última aventura arrecha, se pavoneaba
dando clases de cómo parecer un ponja de verdad
frente a unos matones de burdel. Yo nada, en el periódico,
conmigo no era, ya bastante atención le había
prestado antes, pero claro que apuntaba mentalmente
las instrucciones de cómo llegar, no me perdía
un dato: Hasta Shinjuku por el Yamanote Zen, el verde
que da toda la vuelta a Tokio, salida por la puerta
norte de la estación, kita guchi, puerta norte,
kita guchi, puerta norte se dice kita guchi. De ahí
taxi hasta Kabuki Cho, bajar en el primer Seven Eleven,
caminar hasta la esquina, derecha, dos cuadras, esquina,
derecha otra vez, tercera puerta. Dorada. Sekuzu,
escrito en caligrafía katakana, cartel blanco
vertical, letras rojas. Sex en azul, más abajo.
Diez mil yenes en negro, discretamente en la esquina
derecha inferior. Ya si no llegan es que son unos
cojudos, dice el imbécil. Igual yo sabía
que no iban a ir. Los estúpidos, sí,
sí, normal, llegamos. Pero yo sí, de
hecho que iba, de ninguna manera me perdería
el show realmente increíble, Sayoko la increíble.
Luego dije en voz muy baja, ¿kio wa Sayoko
deru ka?, y creo que Oshiro me escuchó pero
se hizo el huevón al ver que yo seguía
"concentrado" en un diario que entendía
a medias.
De
hecho ya estás totalmente perdido, pues de
lo de Sayoko todavía no te he contado casi
nada. Así es que entremos en contexto. Pero
antes una advertencia. ATENCIÓN, si estas escuchando
este cassette en compañía de menores
de edad, Pepe por ejemplo, mándalo a otro lado,
chau Pepín vaya a hacer la tarea que de hecho
tiene por cerros. Ahora tú busca el walkman
y vete a tu cuarto, o mejor no, no me gustaría
que te termines pajeando mientras me escuchas, mejor
ponle los audífonos al equipo y quédate
ahí nomás en la sala. Bueno, la cosa
es que hace como unas tres semanas, domingo por la
tarde, seis más o menos, Oshiro llegó
luego de haber dado su vueltita, solo y miserable
como siempre. La diferencia es que esta vez estaba
totalmente sobreexcitado, tanto que hasta insistió
en que yo prestase atención. ¡Esto no
me lo van a creer!, decía jadeante. Como si
todo lo que nos ha contado antes se lo creyéramos,
mejor dicho como si todo lo anterior se lo creyera
yo. He encontrado el show más alucinante que
puedan imaginar. Ya cuenta nomás y déjame
salir a comer, imbécil, pensaba. Estaba andando
por Shinjuku y de pronto por algún motivo me
sentí tentado de entrar a un local de strip
tease. Como todos los domingos, imbécil pajero,
sigue, yo. Todo iba normal como siempre, un show común
y corriente. Hasta que anuncian a Sayoko. Suena una
música de tambores, tran tran tran tran tran
tran tran tran, así como de suspenso como en
el circo cuando va a pasar algo espectacular, de suspenso
pues. Fanfarria imbécil, fanfarria se llama,
digo mentalmente ya muy impaciente. Y sale una ponjita
normal, buen cuerpo pero nada extraordinario. Baila,
se calatea y luego se queda de pie en el escenario
mientras unos tipos van trayendo una serie de aparatos
raros que ponen frente a ella. Y ahí viene
lo increíble. Primero Sayoko invita a alguien
del público al escenario. Sube un flaco casi
a la fuerza y los tipos, que siguen ahí, lo
hacen sentar sobre una especie de carretilla que tiene
amarrada una soga. Sayoko sonríe, se echa de
espaldas frente a la carretilla, coge la soga que
tiene una bola roja en el extremo, separa bien las
piernas y se mete la bola en la chucha. Luego en posición
de cangrejito empieza a remolcar al flaco por todo
el escenario y la gente aplaudiendo como loca. -Como
comprenderás en este punto mi impaciencia no
existía más. Tu bien sabes que Oshiro
es un gran mentiroso, pero sobretodo es imbécil,
y esto desbordaba totalmente su capacidad inventiva,
por tanto debía ser, en buena parte, cierto-
Luego, cuando el flaco ya se bajó del escenario,
totalmente colorado, los tipos acomodan algo que parece
un blanco para lanzar dardos. Sayoko se acuesta otra
vez de espaldas, con las piernas abiertas frente al
aparto ese, se coloca una especie de cerbatana en
la chucha, y empieza a lanzar como una plumitas con
punta de alfiler que se clavan en el blanco, aplausos
como la puta madre. -Calín y Yoyi babeaban
extasiados y yo trataba de seguir oyendo en silencio-
Pero eso no es todo, luego le alcanzan un pucho, y
fuma por la chucha, ¡por la chucha carajo! -
La cara de Oshiro era una explosión de euforia-
Finalmente brinda con el público, le alcanzan
una botellita de sake, y con un tubito se lo mete,
por supuesto, en la chucha, luego sirve con la chucha,
en unas copitas, y se las entrega a los de la primera
fila que toman y aplauden felices. ¡Campai!,
¡Campai!, gritan todos, ¡Campai por Sayoko!
¡Y por su chucha! grito yo, eufórico.
Oshiro me mira feliz, es la primera vez que escucho
una de sus historias hasta el final, pero noto su
satisfacción y trato de calmarme, me levanto
cuando está a punto de decirme algo y me voy
a la calle. Camino al Bulgaru, el restaurante japo-brasileño,
pensando sólo en Sayoko su chucha increíble
y el bife parmessiana con feijao que iba a pedir.
Como
comprenderás no me quedaba más remedio
que ir a ver a Sayoko. Así es que al siguiente
domingo, tres días antes de grabar éste
que estoy seguro será el último cassette
que te envíe, enrumbé a Shinjuku. Era
mediodía más o menos, tal como recomendó
el imbécil. Tokio Station. Yamanote Zen. Shinjuku.
Kita Guchi. Taxi. Kabuki Cho. Seven Eleven. Esquina,
derecha, esquina, derecha otra vez, tercera puerta.
Dorada. Sekuzu. Sex. Diez mil yenes en negro esquina
inferior derecha. Llegué.
Voy
a la puerta, dorada, y me recibe un tipo igual al
del pachinko que está a dos cuadras de mi apato.
Pelo con una permanente muy apretada, panchi parma
le dicen, camisa de seda abierta hasta el tercer botón,
gruesa cadena de oro y lentes oscuros. Hai, irashaii,
me dice, no con respeto como en cualquier otro lugar,
nada de irashaimase, aquí es sólo irashaii.
Lo miro, dudo un par de segundos y digo ¿kio
wa Sayoko deru ka?. Ie, kio wa denai, me responde
el chimpira, chulillo de yakuza, a la vez que cruza
sus brazos en aspa a la altura de mi nariz, acentuando
la negativa. Te imaginarás como me quedé.
A la mierda todo, una semana practicando, el puta
se la cree, pero no es el día de Sayoko, mala
suerte. Sekusu. Sex. El chimpira me sigue mirando,
¿haeru ka? Pregunta. Y ya qué mierda,
ya estaba allí, a ver a las ponjitas calatas.
Entro.
Diez mil yenes, más de dos semanas de comida
en Lima, la mitad de la boleta mensual de la Católica
de mi hermana, que mierda, entro. Ticket rosado, el
mismo que mostró Oshiro durante su relato.
Cortina dorada igual que la puerta. Otra vez Irashaii,
otro tipo igual, copia del anterior. Panchi parma
corre la cortina y un tufo de animal, mezcla de cigarros,
sudor y lavanda corriente, me da una última
bienvenida.
Dentro
es casi igual al strip al que fuimos en Tsurumi la
noche anterior a tu regreso a Lima, ambiente muy oscuro,
escenario redondo, giratorio para que todos puedan
ver bien, y sobre el tapiz rojo una tal Mayu, según
anuncia una voz engolada, se contorsiona calata mientras
Barry Manilow, al parecer el cantante oficial de los
antros japoneses, canta Midnigth. Luego la luz se
hace más tenue y Mayu saca de algún
lugar en el escenario una pinga de látex negro,
se la mete con las piernas bien abiertas para que
todos vean y nos inventa un orgasmo. Aplausos.
No
hay un solo asiento libre así es que estoy
de pie tras las butacas con los otros que han llegado
tarde. Tarde siendo eran apenas las doce del día.
De pronto me puse a pensar en cualquier mediodía
de domingo en Lima, con mi vieja recién llegada
de misa, acabando de dejar su librito de cantos en
el armario del comedor entra a la cocina y se ata
el mandil a la cintura para empezar a preparar el
almuerzo. Aquí catorce horas antes pero al
fin en el mismo domingo, otra ponjita, Sayuri, un
poco más tetona ésta, baila un animado
ritmo techno saltando calata sobre su pie izquierdo,
el derecho lo ha pasado por detrás de la cabeza,
la pierna totalmente extendida hacia arriba, la chucha
abierta hacia toda la audiencia encantada. Mediodía
dominical en Tokio, y yo estoy parado atrás
porque he llegado tarde.
Aún
estoy sonriendo por esta idea cuando las luces vuelven
a bajar y Sayuri, la tetona, está ahora en
el escenario envuelta en una especie de gasa transparente,
Manilow canta Mandy y ella de rodillas, con los muslos
separados y la espalda tirada hacia atrás,
se frota el clítoris con el índice derecho.
Un poco más abajo, los dedos de la otra mano
mantienen los labios separados, para que todos vean,
como siempre. Estoy a punto de irme, sigo molesto
por lo de Sayoko, pero Sayuri no me deja, tumbada
de espaldas ha separado mucho las piernas y lentamente
ha empezado a asomarle por la raja una cosa roja,
es un pequeño consolador que ha tenido dentro
todo el tiempo. La gente exclama su sorpresa, yo quedo
inmóvil y el aparatito rojo se mueve como si
tuviera vida propia, entra y sale de Sayuri sin que
ésta lo toque, parece ser que lo de Sayoko
es toda una escuela aquí.
Intermedio.
Compro una lata de Asahi Dry al triple de lo cuesta
en la calle y decido que un par más y me largo,
de calatas quiero decir. Pienso también en
que al salir podría buscar uno de esos bares
de fashion massage. ¿Te acuerdas que alguna
vez Harada, el boliviano que trabajaba en la línea
de montaje tres nos habló de bares en los que
por diez mil yenes te dan un par de wiskies y una
tía te la chupa ahí nomás mientras
tomas? Bueno, eso se llama fashion massage y además
me enteré hace poco que hay otros en los que
sólo te la corren, esos son los pink saloon.
Debo reconocer que esto último lo sé
por Oshiro. En fin, te digo que pensaba en ir pero
claro ya serían veinte mil, muy caro.
Así,
en medio de mis divagaciones pajeras y mamarias el
show reinicia y sale Mini, que debe tener por lo menos
diez años más que Mayu y Sayuri. Mini
se saca la ropa casi sin gracia alguna, luego se tiende
al borde del escenario que empieza a girar ahora muy
lentamente. Está de cara al público,
tendida como la maja de Goya pero con una pierna flexionada
hacia arriba, los muslos bien separados. Alguien le
alcanza una canastita y anuncian algo por los parlantes,
yo no entiendo nada pero la gente de la primera fila
se inquieta mucho, de pronto a una señal de
Mini se le acercan dos o tres, ella saca unos paños
húmedos de la canasta, como los que te dan
cuando entras a un restaurante, oshibori, así
se llaman. La cosa es que Mini coge tres oshibori
y les limpia las manos, luego los tipos empiezan a
tocarla. Le aprietan las tetas, le soban las piernas,
el culo, entonces alguno más audaz le pone
la mano entre las piernas pero es muy tosco o ha tratado
de meterle un dedo pues Mini se queja y lo aparta.
El
escenario ya no gira y ahora hay una fila para manosear
a Mini, yo me abstengo, asqueado, a pesar de que un
enano panchi-parma-camisa-de-seda me invita insistentemente,
asumo por sus gestos, a formarme y aprovechar mi entrada
sobando un poco.
El
alboroto pasa, Mini se levanta, otra vez sin ninguna
gracia y sale apurada, imagino que directo a bañarse,
a quitarse de encima el precio de ser una puta vieja.
Pobre Mini, ya no estás para que te miren,
si no te dejas manosear te quedas sin chamba.
Cuando
ya casi no me queda nada en la lata de Asahi sale
Mitsuko al escenario, vestida a lo Geisha, el rostro
pintado de blanco, labios muy rojos, la peluca llena
de adornos dorados, kimono blanco con flores salmón.
Baila al ritmo de un shamisen que un viejo toca sentado
atrás. Las manos de Mitsuko, muy blancas también,
se mueven delicadamente, danzan mientras abren el
kimono para luego perderse en sus anchas mangas, de
pronto una aparece arriba acariciando un pezón
rosado y casi al mismo tiempo se ve la otra abajo
entre las piernas abiertas. Luego gime, se encorva
poco a poco hasta quedar de rodillas y cuando ya todos
asumimos que viene el final, que se corre para nosotros,
se encienden todas las luces, ella se incorpora sonriente
y la misma voz que antes invitó a manosear
a la pobre vieja Mini, suelta una frase que termina
claramente en un Yan Kem Po! casi victorioso. Euforia
total, todos levantan el puño derecho, Oshiro
también nos había hablado de esto alguna
vez: Yan Kem Po colectivo, el que gana sube al escenario
y cacha, frente a todos desde luego, pero gratis.
Yo
también levanto la mano aunque no puedas creerlo.
Se anuncia el inicio del juego y ya la mitad lo ha
pensado mejor y baja la mano. Yo no. Yan...Kem...Po!
Saco tijera, caen unos diez. Yan...Kem...Po! Piedra
esta vez y caen otros diez. Papel. Tijera. Tijera.
Luego piedra y cuando menos lo pienso sólo
quedamos cinco, estoy a punto de bajar la mano sensatamente
pero es Yan...Kem...Po! otra vez, piedra otra vez
y ya sólo somos dos. Todos nos miran, incluyendo
a Mitsuko que sigue de pie pero ya sin el kimono.
Creo que desde entonces, al verla casi de reojo, sentí
que había algo raro en su mirada. Tijera, empatamos.
Piedra, empatamos. Papel, gané. La gente aplaude,
alguien muy sabio me alcanaza un vaso de whisky, el
cual seco de un solo trago. El calor del alcohol me
ayuda y me dirijo decididamente hacia el escenario,
más aplausos.
Mitsuko
me saluda inclinando la cabeza, se pone de rodillas
y alguien le alcanza la misma canastita que antes
usó Mini. Saca un oshibori y rápidamente
me suelta la correa, el broche, el cierre. Mi pantalón
cae, me baja los calzoncillos y empieza a limpiarme
la pinga. Luego vuelve a la canastita saca un condón,
y se lo mete en la boca, me la menea un poco pero
ahora ya con la vaina afuera me puse más nervioso
como comprenderás. Entonces al ver que la cosa
no iba muy bien me lame los huevos casi automáticamente
y se me arma mejor. Es lo que buscaba, se la mete
totalmente en la boca y al sacarla tengo el condón
perfectamente puesto, la gente aplaude la demostración
destreza, lo cual me hace recordar otra vez que todos
me miran, pero afortunadamente las luces sólo
apuntan al escenario y no puedo ver las caras, además
ya la tengo bien parada. Entonces Mitsuko me da la
espalda y se pone en cuatro, en ese momento me doy
cuenta que durante todo el proceso anterior no me
ha dirigido ni una sola mirada, de manera aparentemente
deliberada ha evitado que pueda fijarme en su rostro
pintado. A pesar de todo vergonzosa pensé casi
sonriendo. Pero aún así sigo inmóvil,
de pie, por ello se ve obligada a voltear y decirme
algo para animarme, voy a asentir con la cabeza para
que ni ella ni nadie se de cuenta que no entiendo
nada de lo que me ha dicho y de lo que ahora me dice
la voz del parlante y la gente que empieza a desesperarse.
Es
entonces que me doy cuenta, compadre, la cara, la
mirada, a pesar del rostro pintado de blanco, era
la misma familiar mirada. Me arrodillo detrás
de ella y veo que entiende que lo sé, que la
descubrí, pues ya no puede dejar de verme directo
a los ojos, entonces me inclino y le digo al oído,
ahora totalmente seguro y excitado por lo increíble
de la casualidad, del descubrimiento -no me mires
más puta de mierda y acomódate bien.-
Podría jurar que la oí sollozar cuando
se la metí, luego a cada embate de mis caderas
me parecía oír más fuerte ese
llanto chiquito. Aumenté el ritmo, con fuerza,
con rabia y luego fingí que me corría,
la gente aplaudió.
Rápidamente
Mitsuko se vuelve me saca el condón y me la
limpia otra vez, las manos le tiemblan y creo que
no se da ni cuenta de que no hay nada que limpiar.
Por un momento intento acercarme y decirle algo más,
preguntarle, pero no puedo, se levanta y sale casi
corriendo. Pero da igual, qué podría
haberle dicho, qué podría haberle preguntado
o reclamado ahí, en ese momento. Total lo único
que queda es lo que es maestro. Mariella, tu Mariella,
Mitsuko, no va a volver viejo, no la esperes más.
Por eso no la di, de otro modo yo también te
hubiera traicionado. Chau compadre.
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