INSOMNIO
(Tiempo estimado
de lectura: 9')
Aquella
noche, Laura se acostó temprano. Había
sido un duro día de trabajo y se sentía
agotada. A eso de las diez, ya tenía puesto
el pijama y se disponía a calentar un vaso
de leche para dormir tranquila. Llegó a la
cocina, sacó el cartón de leche, cogió
un vaso del mueble de encima del fregadero y echó
el líquido en un cazo. Buscó en su sitio
el encendedor, pero no estaba allí. Miró
por todas partes y lo encontró al fin entre
las especies. No recordaba haberlo puesto en ese lugar.
Ni siquiera se sentó para beberse la leche.
De pie, apoyada en el borde de la mesa, vació
la taza a sorbitos pequeños. Luego la dejó
en el fregadero y la llenó de agua.
Se
dirigió hacia su cuarto, retiró la ropa
de la cama y se dispuso a leer unas páginas
de la novela que tenía a medias, sentada, apoyada
sobre la almohada. Era una novela de misterio, de
detectives privados demasiado listos y víctimas
inocentes. Sus párpados iban cayendo poco a
poco, y después de media hora de lectura ya
no era capaz de seguir la historia; así que
cerró el libro y lo dejó caer al lado
de la cama.
Apagó
la luz de la mesita de noche y se arropó, dando
media vuelta.
Al
cabo de una hora despertó. No estaba durmiendo
tranquila. Intentó conciliar el sueño
de nuevo pero no lo consiguió. Sus párpados
estaban pegados, pero no podía quedarse dormida.
Daba vueltas y vueltas en la cama y al cabo se dio
cuenta de que tenía toda la sábana en
los pies.
Sentía
el tacto de la manta en sus manos y en su cara y eso
le disgustaba. Se incorporó para ordenar un
poco el barullo que había formado gracias al
insomnio y, justo en el momento de quedarse sentada
abrió los ojos. Se dio cuenta entonces de que
la luz del pasillo estaba encendida. Se había
olvidado de apagarla antes de acostarse; estaba tan
cansada que ni siquiera se acordó. Vaya despiste,
pensó. Se levantó. Sus pies desnudos
entraron en contacto con el suelo helado y eso la
despabiló un poco. Apagó la luz y volvió
completamente a oscuras a su cama. Se arropó
e intentó conciliar el sueño de nuevo.
No fue fácil esta vez; incluso más difícil
que al principio. Cerró los ojos concienzudamente
y permaneció así durante al menos una
hora; no podía dormirse. Entonces abrió
los ojos un segundo -se sentía incómoda
de tenerlos fuertemente cerrados- y adivinó
en la oscuridad una tenue luz lejana. ¿De dónde
podía ser? Juraría haber apagado la
luz de la cocina al salir.
No
podía dormir pensando en que había una
luz encendida. Así es que volvió a levantarse
a oscuras, dejándose guiar sólo por
el débil destello de aquella luz. Ahora sentía
que el frío de los pies se estaba contagiando
a todo su cuerpo. Andaba despacio, tenía los
ojos abiertos como platos y los brazos sueltos a lo
largo de su cuerpo. Los pantalones de su pijama arrastraban
un poco y en el silencio de la noche sólo se
oía el restregar de la tela por el suelo. Por
fin, llegó a la cocina. Todo estaba en orden;
entró y echó un vistazo: el cazo, el
cartón de leche y el vaso encima de la mesa.
Juraría que lo había metido en el fregadero.
Giró sobre sus pies y presionó el interruptor.
Todo quedó a oscuras de nuevo. Volvió
hacia su cuarto, pero apresuró el paso. Tenía
frío.
Al
llegar a su cuarto, se detuvo; se acercó a
la cama y tanteó la ropa. Le daba la impresión
de que la cama estaba hecha. Rápidamente, encendió
la luz. En efecto, la ropa de la cama estaba perfectamente
estirada y los cojines puestos tal y como ella solía
dejarlos por las mañanas antes de irse a trabajar.
Se asustó, Laura sintió algo en su interior
que la impulsó a deshacer rápidamente
la cama y a meterse dentro como un robot. Cuando estuvo
arropada hasta el cuello, miró a su alrededor.
El silencio de la noche era lo único que podía
oír. Sacó uno de sus brazos y apagó
la luz de la cabecera. Todo a oscuras de nuevo.
Laura
permanecía con los ojos bien abiertos, tapada
hasta la nariz y con la respiración entrecortada.
Después de una hora, consiguió cerrar
los ojos, pero no dormirse. Apretaba los párpados
fuertemente, pero no dejaba de ver en su mente el
vaso de leche y la cama estirada. Poco después,
sintió un fuerte dolor en los ojos, debido
al esfuerzo que hacía, y tuvo que abrirlos
de nuevo. Oyó un goteo que no había
percibido antes. Era lento y lejano, de más
allá de la cocina, quizás del cuarto
de baño y, sin duda, no lo había escuchado
antes.
Laura
respiraba más deprisa y se tapó hasta
los ojos. Pensó que no podría dormirse
con aquel ruido martilleando sus oídos y decidió
levantarse de nuevo. Se destapó y sintió
que debía ser una hora avanzada de la madrugada
porque el frío le calaba los huesos a través
del pijama de lino. Anduvo hasta la puerta de la habitación
y se dispuso a recorrer el largo pasillo hasta el
cuarto de baño. Iba despacio y unas gotas de
sudor frío como el hielo le caían por
la frente hasta los ojos. Sentía cómo
le temblaban los pies y apenas podía mantenerse;
por eso, se iba apoyando con las manos en ambas paredes
del pasillo.
Tras
el recorrido, llegó al cuarto de baño;
la luz de la luna entraba por la pequeña ventana
situada justo encima de la bañera e iluminaba
prácticamente toda la habitación. Pudo
ver entonces que el tapón de la bañera
estaba puesto y esta estaba llena hasta la mitad.
El grifo goteaba despacio pero constantemente. En
menos de un segundo, cerró rápidamente
el grifo y se volvió.
Entonces,
vio un bulto negro corriendo al final del pasillo
y entrando en su cuarto. Se quedó paralizada.
Una mueca de terror se dibujó en su rostro
y abrió los ojos tanto como pudo.
Tras un par de minutos, consiguió dar un paso.
Avanzó lentamente y llegó hasta la puerta
de su habitación. Un grito rompió el
silencio: había visto el bulto en su cama,
entre las sábanas. Se dio la vuelta y corrió
de nuevo hacia el cuarto de baño.
El
pasillo se hacía más y más largo.
Corría desesperadamente sin mirar atrás
por miedo a confirmar la presencia de alguien cuyos
pasos escuchaba tras de sí, cada vez más
cerca.
Por
fin, llegó al salón.
Se
paró delante de la cristalera del fondo, se
giró y vio el bulto negro acercarse a ella.
Dio
unos pasos hacia atrás
y los cristales
no pudieron aguantar el peso de Laura.
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