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Escepticismo, nihilismo, conformismo, fracaso. ¿Cuál piensa que es la imagen que este escritor construyó de sí mismo y de su propia obra?
Patricia de Souza: Escepticisimo en primer lugar, que a veces, lleva al nihilismo. Recuerdo que Ribeyro siempre escuchaba en silencio, observaba, no se atrevía a creer mucho, aunque puede que lo hayan seducido ciertas cosas en la vida, los azares, los azares objetivos... creo que siempre le otorgó una sitaución privilegiada al principio de la duda.
Enrique Vila Matas: No creo que construyera conscientemente una imagen de sí mismo, porque se buscaba a sí mismo. Pero involuntariamente fue creando la imagen de alguien distinto a lo que él llamaba “los nuevos ricos” de la literatura latinoamericana. Creó, sin quererlo, la imagen de un autor peruano que oponía al esplendor de los triunfadores la crónica mínima e intensa de los hechos comunes y pequeños que vivía un escritor triste en París, en el fondo siempre en el Perú que no había podido jamás dejar.
Carlos Calderon Fajardo: Yo creo que él era escéptico en relación a unas cosas, pero no con otras. Y esto por una razón fundamental: Una persona que escribió los cuentos que escribió, con una gran humanidad, difícilmente pudo haber sido ser escéptica en su relación con la vida; de ser así sus cuentos hubieran sido terribles, retorcidos, negativos. Es cierto que el personaje principal de sus cuentos es el fracasado, pero desde una mirada comprensiva. Pero tal vez tenía un cierto escepticismo sobre las relaciones humanas, aunque parezca mentira. Sobre la vida en general parecía que no tenia escepticismo, pero sobre las relaciones humanas sí. Hay una famosa frase de él que dice: “Cada vez me convenzo mas de lo mezquino, lo cruel, del ser humano”. Y sobretodo era relativamente escéptico con relación al Perú. Sería motivo de estudiar si esa frase de Vargas Llosa, “¿En que momento se jodió el Perú?”, no estaría implícita en todos los cuentos de Ribeyro: ¿En que momento fracaso el Perú?” Y él era escéptico en la posibilidad de que ningún tipo de gobierno político, ni la derecha, ni la izquierda, ni el centro, ni ninguno de los presidentes que hubo ni los que podían venir, podrían solucionar el problema del país. Tampoco era una persona que no gustase de la vida. Le gustaba comer, tomar, fumar, platicar, los amigos. No era ni como Cioran o como Onetti que se encerraban, todo lo contrario era una persona muy sociable, pero seleccionaba mucho a las personas con las que se relacionaba. Era además muy gracioso, con un humor negro terrible. Gozaba mucho de la vida. Le gustaba la playa, nadar, beber buen vino, los cigarrillos. Era una persona que le daba mucha importancia a la cortesía, a las maneras, al trato. Le molestaba mucho la grosería, el mal comportamiento, era delicado en su trato, tal vez por cuestiones familiares, sociales. Era, por decirlo de alguna manera, un aristócrata del espíritu, de gustos refinados: la música, la pintura. Sobre su diario, el título siempre me fue enigmático, porque el título debería haber sido, lógicamente, La tentación del éxito. Él nunca fue un fracasado, nunca dijo, por ejemplo, esta terrible frase de Arguedas: “que vivió en vano”. Se sabía un gran cuentista, y estaba seguro que iba a pasar a la posteridad, porque hay algunos que dudan. Podría tratarse de la tentación de sentirse atraído por el fracaso.
Rogelio Guedea: Fracaso es la que menos se acerca. Escepticismo, podría ser, sobre todo porque toda gran inteligencia siempre es escépitica porque no puede dejar de ser autocrítica. La autocrítica es escepticismo. Pero no es un término exacto para definir a Ribeyro. Y es que Ribeyro es simplemente un gran escritor, con garra, de los escritores de adentro, que supieron vivir el oficio desde un cuartito de París, y salieron airosos a toda afrenta, y construyeron una obra que tiene que empezar a ser leída. Basta su gran diario y sus prosas apátridas, repito, para que ocupe un lugar de privilegio dentro del canon de la literatura en lengua español. No quiero que se me tome por reduccionista, porque parece que lo estoy siendo, o lo estoy siendo. Pero cuando uno tiene la experiencia de un libro que te modifica los criterios que tenías sobre el arte de escribir, así sea éste un libro de unas cuantas páginas, ¿no es esto suficiente para emitir un juicio de esta naturaleza?
Alejandro Zambra: Vivía para escribir. Como Flaubert. Y practicó una escritura íntima que pasa por estados muy diversos. No creo que su figura pueda quedarse solamente en uno de esos estados, en esos disfraces.
Lucho Zúñiga: Como escritor, la imagen de alguien que no necesitaba decir nada, porque su obra lo decía todo. Sobre la obra, la imagen de un calidoscopio humano: múltiples yos que son fruto de una gran observación de los otros.
¿Cree, como Ribeyro, que “siempre es necesario cierta dosis de sufrimiento para escribir”?
Patricia de Souza: Para escribir "con las entrañas" como se suele decir, hay que saber entregarse, y eso puede significar sufrir... Puede ser que el acto de escribir esté encarnado en la imagen de Michel Lerisis y que gustaba mucho a Ribeyro: La literatura como una tauromaquia, pero en su caso fue más lejos. Su diario La tentación del fracaso produjo un síntoma concreto, una verdadera tentación por el digamos, fracaso; pero yo creo que fue más "autodestrucción", que fue la enfermedad que lo atacó.
Enrique Vila Matas: He oído decir siempre que es muy peruano estar apenado en todo momento. Como César Vallejo, por ejemplo. Pero no creo que sufrir sea el pasaporte para la gran literatura. Prefiero sentimientos como el entusiasmo, algo que quizás le faltó siempre a Ribeyro. En todo caso, el sufrimiento principal de este gran escritor fue para mí su conciencia de que nunca llegaremos a conocer la verdad porque ni siquiera llegamos a conocernos a nosotros mismos. No sabemos quiénes somos y nos morimos sin saberlo. Esa es la materia de la que están hechas parte de las mejores reflexiones de este gran sufridor. Como creo que dijo el propio Ribeyro: conocerse será siempre el problema de todos los hombres.
Carlos Calderon Fajardo: A él le causaba un gran sufrimiento escribir novelas, porque él mismo decía que su psicología no estaba preparada para efectuar trabajos de largo aliento. Él tenía una creatividad, una inteligencia creativa discontinua, pero llegaba al cuento, hacía una gran esfuerzo, pero gozaba mucho escribiendo cuentos. Habían cuentos que le causaban mucha dificultad, mucho trabajo, y él era perfeccionista, pasaba así un año, dos años, escribiéndolos. Habría que ver qué cuentos le causaron más trabajo. Lo que buscaba en sus cuentos era encontrar las verdades humanas, ese era su propósito, más que renovar el estilo, o crear una estructura, sorprender al lector con un final insólito, extraordinario, o jugar como hace Cortázar de manera tan espectacular o sorprendernos como Borges con su gran sabiduría. A él lo que le interesaba era la esencia chejovniana del cuento, es decir, que tu leas el cuento y sientas de que estás tocando una verdad humana profunda, y eso es más difícil de conseguir que escribir un cuento experimental, extraño. Y a veces le costaba mucho trabajo conseguir el efecto, el efecto humano que él buscaba: el cuento podía estar bien escrito pero le faltaba que huela a guayaba como decía García Márquez.
Rogelio Guedea: Yo creo que la verdadera literatura no se sale del ámbito del sufrimiento, del dolor, aun cuando se escriba, con entusiasmo, después de haber pasado mucho tiempo. Las grades obras clásicas de la literatura de todos los tiempos tienen que ver, principalmente, con el sufrimiento, con el dolor, con la tragedia. Donde hay conflicto humano (La Ilíada, La Odisea, El Quijote, Romeo y Julieta, Los miserables) hay sufrimiento, hay dolor. La literatura si no nos habla del conflicto humano no tendría razón de ser porque son las cosas del hombre: el Gran Tema. Fuera de ahí, es ejercicio improductivo, batalla contra un tigre imaginario, humo en las manos.
Alejandro Zambra: Así es. Creo, como Ribeyro, que para escribir es necesario cierta dosis de sufrimiento y de tabaco.
Lucho Zúñiga:Sí. No solo del propio, sino del que resulta de la constante contemplación del género humano. Se nota en Ribeyro que había una decisión voluntaria de vivir el dolor del otro para poder transmutarlo en sus relatos.
¿Advierte una crítica social en la cuentística ribeyriana? Si es así, ¿cómo se desarrolla esta para usted?
Patricia de Souza: Puesto que representa una sociedad escindida, racista, en algunos de sus personajes, sí, si lo es, pero no desde una denuncia clara, de protesta sino más de un realidad contextualizada. No sé si él pensaba que denunciaba algo, no lo creo, pienso que era más su necesidad de inventar, pero cuando pienso en el título de La palabra del mudo, que también puede significar callarse por no tener nada qué decir, sí creo que hay una crítica social. De todas formas insisto en que Ribeyro era un gran lector de los clásicos; sobre todo Platón, eso explica un poco su lectura del mundo. Sentía que siempre se llegaba a un callejón sin salida.
Enrique Vila Matas: “Soy como un jugador de tercera división. Mis mejores goles los metí en una cancha polvorienta de los suburbios, ante cuatro hinchas borrachos que no se acuerdan de nada”, decía Luder. ¿Usted cree que hay crítica social ahí? Puede que sí, nunca se sabe. Pero en todo caso es una crítica ebria, alucinada. Deseos de no ser visto. Timidez extrema. La extrañeza de Luder. Los goles del barrio. Hoy el barrio es global. Y Ribeyro es uno de los grandes, quién sabe si precisamente porque nunca aspiró a serlo.
Carlos Calderon Fajardo: En el conjunto de su cuentística hay una descripción de los defectos y de las iniquidades y mezquindades que ocurren en el Perú, y que le ocurren al hombre, pues algunos de los cuentos no necesariamente son estrictamente peruanos. Yo creo que en eso estaba involucrado también un a crítica a un sistema. Ahora, no era evidentemente una crítica socialista, del socialismo al capitalismo, era una crítica al comportamiento humano. Lo que pasa es que la crítica social siempre está involucrada con una crítica socio política y yo no sé si había en Ribeyro una ligazón entre lo social y lo político, lo que sería el escritor comprometido, ¿era Ribeyro un escritor comprometido en el sentido sartreano?, no lo creo. Pero sí era un escritor crítico de la sociedad en que vivía, totalmente. Inclusive en su propios títulos, por ejemplo, uno de sus libros emblemáticos, Tres historias sublevantes, son historias de miseria, de pobreza, de injusticia, que eran para sublevar a cualquiera que las leyese.
Rogelio Guedea: Si se me apura podría decir que no, que, en efecto, no hay una crítica social abierta, un compromiso a la manera en que muchos escritores y poetas latinoamericanos se comprometieron con ciertas causas relacionadas sobre todo con los regímenes totalitarios producto de las dictaduras. No, Ribeyro no es Mario Vargas Llosa, que es superiormente activista. Ribeyro, incluso, odiaba los reflectores y, como se sabe, pretextaba siempre estar bajo la influencia de un terrible resfriado o lo que fuera. Sin embargo, Ribeyro hace crítica social en la medida en que nos dio muchos retratos de la condición humana, sobre todo de la realidad latinoamericana, con sus enormes diferencias sociales, sus miserias y tragedias, y en ese sentido sí puede decirse que fue un escritor que se acercó, pese a sus dosis fantásticas pero, sobre todo, imaginísticas, a la realidad más cruda y de gran contenido social, como en sus novelas Crónicas de San Gabriel o Cambio de guardia. A mí, en lo personal, me gusta más este tipo de acercamiento a la “crítica social” que aquel que, de tan evidente, puede confundirse con lo panfletario.
Alejandro Zambra: Sí. Hay un deseo de precisión y un alto sentido del realismo. Pero no escribe para confirmar ideas previas, sus narradores no gritan, más bien se limitan a mostrar o a susurrar.
Lucho Zúñiga: Si bien algunos cuentos se tocan temas sociales, no sé si se pueda hablar de una “crítica”. Siento que Ribeyro buscaba agotar todas las posibilidades de la existencia en sus relatos y si se enfocaba en un problema social, lo hacía para ver una parte más del calidoscopio humano.
© Christian Alexander Elguera Olortegui, 2009
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