Con El pasado tuve la oportunidad de darme cuenta de que cuando una novela tiene cierta repercusión, lo primero que desaparece es su condición de novela y lo que queda es una especie de transmisión de experiencia pura. Experimenté el hecho de ser visto como si comunicara una verdad pura y desnuda sobre el amor y la experiencia amorosa.

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Alan Pauls: literatura de la intimidad, la enfermedad y la politización demencial del amor

por Rafael Ojeda

 

¿Hubo algún incidente o práctica distintiva de la sociedad contemporánea que haya inspirado en ti esa idea de sociedad secreta de terroristas emocionales que en El pasado llamas "Las mujeres que aman demasiado", o fue puro artificio?
No. En la idea de "Las mujeres que aman demasiado", que es la célula de la novela, solo hay cierta ironía sobre el modo en que hoy, y claro que es un fenómeno muy contemporáneo, las causas absolutamente individuales se convierten rápidamente en causas políticas. Quiero decir, mujeres que sufren porque no son correspondidas cuantitativamente en el amor, en el sentido que tienen una especie de exceso de amor, al cual los hombres de los que se enamoran nunca pueden responder. Yo creo que hay allí una idea de ese modo articulatorio, del mismo modo en el que los no fumadores pueden convertirse rápidamente en un grupo político, o los no fumadores zurdos, comunistas, homosexuales, pueden convertirse rápidamente en un grupo de presión política. Me interesaba también indagar allí en una cierta politización demencial del amor. No creo que eso exista, aunque luego de escribir la novela me enteré de que existe la categoría "mujeres que aman demasiado", y que hay una psicóloga norteamericana que ha publicado un libro sobre el síndrome del exceso de amor. Sólo que en este caso la terapia para estas mujeres sufrientes es acotar el amor y moderarlo; en el caso de "Las mujeres que aman demasiado", de mi novela, es llevar el amor totalmente al extremo. Lo que dice Sofía, que es la líder de este grupo, es que esa especie de exceso de amor es el único capital que tienen las mujeres, o sea, que jamás deberían renunciar a él, jamás deberían domesticarlo o atemperarlo. Más bien lo que tienen que hacer es envolver a los hombres con ese exceso de amor y absorberlos. Pero me parece que es más bien como una idea de no retroceder ante la enfermedad que se padece, sino llevar esa enfermedad hasta las últimas consecuencias. Esa sería como una dirección política.

¿Hay mucho de tu pasado en El pasado?
No. Lo que hay es más bien un cierto imaginario amoroso, pues creo que no hay género más imaginario que la autobiografía. Me parece un error pensar que la autobiografía tiene que ver con una verdad personal. No creo eso. Yo creo que la autobiografía tiene que ver, en todo caso, con un imaginario personal, y cuando hablo de imaginario, me refiero a materiales, personajes, situaciones, ideas y modos de pensar que puestas en escena comprometen fatalmente. Puestas que tal vez no sean exactamente artísticas, pero que ya no tienen que ver con la verdad, sino más bien con lo que la memoria, la mala intención, la coartada, las reconstrucciones retrospectivas, etcétera, hacen con la experiencia personal. Entonces, para mí, decir que Wasabi, El pasado o Historia del llanto, digamos, flirtean con la autobiografía es decir incluso lo contrario que decir que coquetean con la verdad. Yo podría decir, por ejemplo con El pasado, que sí, que tuve una relación amorosa larga, que empezó a finales de mi adolescencia y terminó más o menos alrededor de los 30 años; pero no hay nada en la novela que revisite puntualmente las huellas de mi experiencia personal. Ahora, mucho de las dosis de reflexión sobre la experiencia amorosa y las relaciones sentimentales en general de algún modo se sostienen en las cosas que he pensado, que me han pasado y cosas que he vivido, pero no hay ninguna verdad sobre mi vida personal en mi novela. Eso es lo que quiero decir.

En Cómo se escribe el diario íntimo, has estudiado a escritores como Kafka, Musil, Mansfiel, Pavese y Roland Barthes ¿Qué es lo que unifica a esos escritores en tu libro?
El objeto que yo tomé como común, en el caso de estos escritores, es simplemente que todos practicaron el diario íntimo, género que siempre me ha interesado. De hecho, llevo un diario íntimo. El diario íntimo como género literario siempre me ha interesado, el diario íntimo como género expresivo no artístico, pero me da la impresión de que cuando un gran escritor, como son todos los escritores que yo analizo en el libro, trabaja la forma de diario íntimo, lo que hace básicamente es poner en contacto las zonas totalmente íntimas de sus experiencias con zonas que son históricas y políticas, aun cuando la política y la historia solo parezcan entrar en los diarios de manera lateral. Lo que me interesó del diario íntimo, tal y como lo practican estos escritores, es percibir de qué modo el diario es el único territorio de la práctica literaria en el que no hay jerarquías predeterminadas. Donde lo más importante es que el punto de vista político y universal se codea y coexiste con el detalle absolutamente más superfluo de la vida cotidiana de una persona. Me parece que el diario íntimo, lo que hace, y eso ocurre tanto en Kafka, como en Musil, en Pavese, en Brecht o incluso en Roland Barthes, es poner en pie de igualdad los detalles más frívolos con los acontecimientos más decisivos. Creo que esa especie de borramiento de las jerarquías entre los fenómenos, los materiales, los tonos y los estilos es lo que caracteriza el diario íntimo.

En su libro Contra la interpretación, Susan Sontag le dedica a Pavese un texto en el que lo presenta como "el artista como sufridor ejemplar". Se me ocurría que podía haber una afinidad entre las constantes de tus libros y las obsesiones de Pavese ante el desamor.
Puede ser. Pavese es un escritor muy extraño para mí, pues es alguien a quien leí hace muchos años, cuando yo era joven, como creo que se lee muy a menudo a Pavese, como una especie de escritor que hay que leer en la juventud. Yo quedé sobre todo muy marcado por el diario de Pavese, El oficio de vivir, que es un diario que siempre me pareció extraordinario, y creo que a partir de leer el diario de Pavese empecé a desarrollar la idea que después elaboré en mis ensayos sobre el diario íntimo, que es la idea de que todo diario íntimo siempre tiene relación con algún tipo de enfermedad. Y en el libro sobre el diario íntimo analizo un poco la impotencia en Pavese, la tuberculosis en Kafka, las enfermedades pulmonares en Katherine Mansfield. Todos los diarios íntimos me parecían estar siempre ligados a una cierta forma de parte médico. Yo decía en el libr, que en el diario íntimo los escritores se automedican, se autotratan y que el gran tema del diario íntimo es la enfermedad.

¿Te interesa mucho la enfermedad, lo patológico?
Efectivamente, la enfermedad es algo que, como cuestión literaria, siempre me interesó. Me ha interesado mucho las elaboraciones que los escritores han hecho de sus propias enfermedades, me ha interesado mucho lo patológico como fenómeno en sí, en el sentido de que para mí la enfermedad es el momento en el que un cuerpo empieza a transformarse y, junto con el cuerpo, absolutamente todo lo que define a un sujeto. Al mismo tiempo. creo que, si uno lo piensa bien, la enfermedad es la manera en la que un sujeto tiene de ser artista. Yo creo mucho en la frase "hacer las enfermedades", creo que efectivamente las personas hacen las enfermedades que sufren y creo que en ese hacer las enfermedades, por más dolorosa y angustiosa que ésta sea, siempre hay una especie de autoelaboración de las personas. Pienso que las personas se autoproducen enfermándose. Entonces, hay una cierta visión del mundo ligada al asma, cierta visión del mundo ligada a la alergia, una visión asociada a la tuberculosis. Creo que las enfermedades son maneras de percibir el mundo. Siempre encontré algo muy artístico, muy estetizante en las enfermedades. De hecho, como soy un hipocondríaco leve —no reconocido por los verdaderos hipocondríacos porque no alcanzo grados extremos—, siempre encontré que los hipocondríacos son verdaderamente personas que entienden que lo interesante es experimentar un poco de cada enfermedad para ver en qué clase de sujeto se convierte uno cuando cree tener cáncer o úlceras. Hay como una especie de actuación de la enfermedad, que es también un poco el umbral estético de la enfermedad. En ese sentido, siempre estuve ligado a Pavese por eso. Es cierto lo que dices, pero más que la idea del sufrimiento, la idea de estar enfermo, me interesa la idea del padecer.

¿No estarás de acuerdo, entonces, con Gilles Deleuze, que ve más bien a los escritores como grandes sintomatólogos de los males y efectos sociales?
Sí, por supuesto, coincido totalmente con Deleuze en que a lo máximo que puede aspirar un pensador o un escritor es a darle su nombre a un síndrome, que es un poco lo que él analiza tan brillantemente en Sacher-Masoch. Creo que efectivamente lo que hacen los escritores es captar, reunir y, de algún modo, sistematizar con los instrumentos que tiene el arte síndromes, cuadros que pueden ser íntimos o psicopatológicos integrales, pero que fatalmente absorben todas las fuerzas que están en acción en un momento dado en una sociedad. También hay en el síndrome, en el cuadro clínico, una especie de abolición de las jerarquías entre lo social y lo individual, entre lo político y lo íntimo, entre lo general y lo particular. Creo que, efectivamente, los escritores, en ese sentido, son grandes clínicos, pero no sólo clínicos del padecer y del sufrimiento individual, sino también clínicos del padecer social, y clínicos de la enfermedad política que puede estar afectando a una sociedad en un momento dado.

Pensaba que a esa familia de autores, a ese ramillete, podría faltarle Kierkegaard.
Por supuesto, está Kierkegaard, podría estar también Robert Waltzer, podría estar Witold Gombrowicz, podría estar también Melville. Para mí, por ejemplo, un libro como Bartleby, el escribiente, es un libro fundamental para este tipo de problemática. Es un libro que a mí me ha acompañado desde que lo leí por primera vez, hace treinta años. Creo que hay allí una especie de verdad absoluta. Alguien que hace de la impotencia, de la imposibilidad de hacer, una potencia absoluta. Sí, uno podría hacer una familia de escritores alrededor de esto, que son para mí los escritores más importantes.

¿Actualmente estás trabajando en alguna novela o proyecto editorial?
Sí, estoy trabajando en una novela corta, que está aún en un momento de transición. En un principio se iba a llamar Historia del pelo, pues pensaba escribir una trilogía de novelas cortas, que de algún modo tengan que ver con los años setenta en Argentina, de la cual Historia del llanto sería la primera, luego estaría Historia del pelo, y habría una tercera que sería Historia del dinero. Pero como la cosa evoluciona de manera inesperada, también es posible que le cambie el título.

© Rafael Ojeda, 2009

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Rafael Ojeda: (Lima, Perú 1970). Es escritor, periodista y comisario de arte. Estudió Comunicación Social y Ciencias Sociales. Desde hace más de una década viene colaborando con diversos diarios y revistas culturales del Perú y el extranjero.

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