Lo abyecto
Lo abyecto es un término que se circunscribe dentro de la categoría de lo negativo. Su sinonimia abarca todo lo que corresponda a lo repulsivo, incluido lo impuro, lo pútrido, lo escatológico, hasta llegar a lo pérfido. Todas estas definiciones con las que se le vincula construyen su propia simbología, la cual manifiesta una complejidad desde el instante que se le asume, dando uso y abuso de ella como tal. Es decir, llega a suceder que lo abyecto no se rechaza. Todo lo contrario. Lo abyecto se acepta, apasiona, descontrola, incluso, hasta produce goce. Lo abyecto produce un insólito placer. Julia Kristeva(1) lo define de la siguiente manera:
“Abyecto. Es algo rechazado del que uno no se separa, del que uno no se protege de la misma manera que de un objeto. Extrañeza imaginaria y amenaza real, nos llama y termina por sumergirnos.
No es por lo tanto la ausencia de limpieza o de salud lo que vuelve abyecto, sino aquello que perturba una identidad, un sistema, un orden. Aquello que no respeta los límites, los lugares, las reglas. La complicidad, lo ambiguo, lo mixto. El traidor, el mentiroso, el criminal con la conciencia limpia, el violador desvergonzado, el asesino que pretende salvar… Todo crimen, porque señala la fragilidad de la ley, es abyecto, pero el crimen premeditado, la muerte solapada, la venganza hipócrita lo son aun más porque aumenta esta exhibición de la fragilidad.
[…] la abyección es inmoral, tenebrosa, amiga de rodeos, turbia: un terror que disimula, un odio que sonríe, una pasión por un cuerpo cuando lo comercia en lugar de abrazarlo, un deudor que estafa, un amigo que nos clava un puñal por la espalda…”
Esta deducción confirma que lo abyecto incurre a la acción perversa y al delito, anula la moral y la ética, desplaza lo benévolo y lo loable para corromperlo todo. Para Kristeva lo abyecto es una fuerza que sucumbe. Es un mal que no es ajeno al sujeto, al ser. Este se halla de manera intrínseca a él o a ella, al niño o al adulto. Nace del mismo cuerpo. Parte de la idea sucia, del pensamiento vil y desemboca en la acción condenable. Todo este proceso luego se expone y se menciona como una necesidad de subsanarlo, aunque esto no siempre se logra. Muchas veces hasta resulta en vano. Contradictoriamente la condena se torna en admiración, en paradigma, de ahí la razón de que lo abyecto se vuelva reiterativo, como algo que simplemente no tiene fin. Incurre en sí mismo una y otra vez, y en esa secuencia se halla el deleite por los actos cometidos. Ese es el periplo del gusto por aquello que no está permitido.
Michel Onfray lo entiende de manera similar:
“Como es evidente –todo diván parece testimoniarlo-, la continuación de mi aventura supone el despliegue de la carne anunciada: odiseas orales, voluptuosidades anales, satisfacciones sádico-anales, euforias genitales, regocijos fálicos, belicismo edípedo y síntomas asociados –chupar todo lo que pasa a mi alcance, absorber el mundo, aprehender lo real de una manera exclusivamente bucal, defecar con el júbilo del demiurgo que da a luz un universo, jugar con el esfínter como si fuese un cornetín, enroscar mi falo minúsculo alrededor de mi índice también liliputiense, someterme a su ley pero ignorarla absolutamente-. Sin olvidar la canónica opción de la doctrina: aspirar a la cama de mi madre anhelando la distracción cómplice de mi padre. Mi inconsciente conserva seguramente los detalles de ese viaje al país de mi identidad.(2)
Tomo en cuenta estas definiciones y posturas para considerar a Confesiones de Tamara Fiol (CTF) de Miguel Gutiérrez como una novela que ubica los temas del terrorismo y la corrupción de un país (Perú) como parte de las consecuencias de los actos abyectos. Y es que la abyección atañe a todo, incluido el cuerpo. El ser como hombre, y también como mujer, se muestran como el origen y el resultado de ese envilecimiento. El cuerpo es el punto de partida y también es el punto de llegada. Este se manifiesta sobre todo en la relación tortuosa (placentera y a la vez denigrante) entre los personajes de Tamara Fiol y Raúl Arancibia, de ahí que se le califique a CTF como una novela propiamente abyecta(3).
Ricardo González Vigil(4) lo detalla de esta manera:
“Sucede que, aunque “Confesiones de Tamara Fiol” aborda la historia política del Perú (no omite, además, varios conflictos en otras partes del mundo) desde el anarquismo de la época de González Prada hasta la vorágine terrorista de 1992, el tema central es otro: “Más que la guerra (la desatada por la subversión senderista), trata de la pasión amorosa de una luchadora y mujer de moral superior que sucumbe al poder erótico de un sujeto repulsivo como fue Raúl Arancibia.”
De acuerdo con esta cita, desdeñamos entonces las referencias y sucesos históricos para centrarnos en el tema de la relación amor/destrucción de estos dos personajes, pues es en esta relación contradictoria y tensiva donde se inicia y se fundamentan todos los hechos desarrollados en la novela. Esta va desde la condición de Tamara Fiol como mujer lisiada y resentida, hasta el odio desmedido del que se hace acreedor Raúl Arancibia por parte de todos sus detractores y allegados. Para darnos una mayor idea de la situación pasión-odio que albergan estos dos personajes, nada mejor que la descripción que realiza Abelardo Sánchez León(5):
“Es un amor posesivo, de dominio, como aquel que se desarrolla en la película Luna de Hiel de Roman Polanski. Arancibia es un personaje inescrupuloso, corrupto, incoherente […] La relación entre Tamara Fiol y Raúl Arancibia alude a una relación entre una mujer de principios, comunista, coherente, que milita en el Partido desde donde se hace la revolución, y este ser repugnante del cual ella se enamora y él llama “perra”, “zorra”, “puta”, para excitarse sexualmente.”
Para esta historia, la coherencia y la moral pierden todo protagonismo. Se infectan, se corrompen, llegando al grado de sus opuestos. La incoherencia, el desorden y la amoralidad imponen su presencia, y en esta condición los personajes continúan abyectándose. Cabe señalar que esta relación que incita al acto abyecto no es una novedad dentro de la narrativa de Miguel Gutiérrez. Sus personajes siempre se han visto envueltos en esa amenaza que los lleva a asumir comportamientos cuestionables. Algunos casos ya empiezan a darse a notar desde la primera novela de Gutiérrez, El viejo saurio se retira(6), como cuando se menciona a los alumnos varones del colegio de Piura que llegan a ciertos juegos de transgresión como el hecho de pellizcarse en las nalgas hasta llegar a amoratárselas (pp.39-40), o el desprecio racista y aversión del padre Gaspercha con respecto al padre Pizarro (p.70), o los rasgos de incesto entre Rodolfo y su hermana Magali(7) (pp.156-157), y las loas a la masturbación dadas entre los alumnos mientras confabulan contra todo orden (p.160). Lo confirma el análisis de Alonso Rabí do Carmo en la parte final de la edición utilizada(8):
“Sin embargo, no podemos dudar de que Gutiérrez ha echado mano de algunos rasgos del género, entre ellos uno en particular importancia: la negativa de algunos personajes a aceptar el status quo reinante, negativa que se traducirá, sobre todo, en la transgresión de las normas y las conductas oficiales, algo que suele acompañar a los procesos de aprendizaje.”
Y es que esa posición negativa donde se ubica lo abyecto se debe únicamente a su propio carácter. La transgresión como medio proviene del mismo cuerpo provocando fuertes repercusiones. Su rebeldía podría inducirla a un reparo, a una salvedad, pero su abyección la imposibilita, la resiste, acentuando aquel no-orden en el que se encuentra inmersa. Sucede lo mismo cuando Peter Elmore indica al oprobio y al fracaso como consecuencias de los rasgos abyectos de La violencia del tiempo(9):
“En efecto, las dos comunidades a las que pertenece el sujeto –la de los parientes y la de los compatriotas- no pueden concederle más certidumbres que las del oprobio y el fracaso;…”
Para Kathya Araujo la decadencia en todo aspecto es el mejor ejemplo de lo que queda en El mundo sin Xóchitl(10):
“El mundo incestuoso que habitan es un resguardo ante el capricho y la arbitrariedad producida por la decadencia inscrita en su filiación. Es una respuesta ante la descomposición producida por el padre monstruoso y abyecto, pero principalmente en su propia corrupción (la del padre)”.
En las novelas mencionadas coincide siempre la presencia de sujetos que incentiven lo abyecto. Sus actos, derivados de esos pensamientos viles, producirán ese no-orden que, en su defecto, no se trata de reparar, sino de transgredirlo de nuevo para repetir lo abyecto en otra situación, en otro grado. Para llevar a cabo estos hechos se utiliza como herramienta el cuerpo que transgrede. Este cuerpo es el que se admite como abyecto, que se acepta como tal. Para Georges Bataille, lo prohibido y la transgresión se proponen como sus más cercanas posibilidades:
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1 Onfray, Michel (2002): p. 27.
2 La re-creación de la violencia política del Perú en Confesiones de Tamara Fiol desborda el concepto de abyección. Lo actos mencionados a lo largo de la novela como la de perros muertos colgados en los postes, coche-bombas, apagones, disparos, desapariciones, torturas, ultrajes y muertes van más allá del concepto de lo vil, superándolo en cualquier calificativo. Definitivamente la representación de estos hechos violentos excede y traspasa la categoría, por eso solo me ciño a la situación del cuerpo.
3 González Vigil, Ricardo (2009).
4 Sánchez León, Abelardo (2009), p. 113.
5 Gutiérrez, Miguel (1968). La edición utilizada para este ensayo se indica en la bibliografía: (Alfaguara, 2007)
6 El tema del incesto se vuelve a tomar luego en la obra de Gutiérrez, desarrollándose a toda cabalidad con la novela El mundo sin Xóchitl (2001), al cual se sumaría otro acto abyecto como aquel indicio del deseo y confabulación parricida.
7 Ibid, 5, p.242
8 Elmore, Peter: “La violencia del tiempo. Mestizaje y sus descontentos”. En: Monteagudo/Vich (ed) (2002), p. 86.
9 Kristeva, Julia (1980): p. 11.
10 Araujo, Kathya: “Sobre el desorden de las generaciones y el ocaso de un mundo”. En: Monteagudo/Vich (ed) (2002), p.210.
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