El
cuento oral, y luego el libro impreso,
son una especie de juguetes más complejos, más
ricos,
que, bien utilizados, permiten identificaciones,
proyecciones y sublimaciones eficaces
Marc
Soriano
Lenguaje de guardería
Es
un honor para mí escribir para la tierra de autores
tan apreciados como Jorge Díaz Herrera, Jesús
Cabel, César Vega Herrera, Oscar Colchado Lucio,
Ana Mayer, Danilo Sánchez Lihon, Lily de Cueto
Fernandini, Rosa Cerna, Jorge Eslava, Heriberto Tejo,
Juan Acevedo, Consuelo Amat y León, Gredna Landolt,
por nombrar algunas personas que tanto hicieron y hacen
a favor de una literatura infantil y juvenil latinoamericana
de calidad. A todos ellos mi necesario y humilde homenaje.
Espacios para el encuentro y la reflexión resultan
siempre beneficiosos para todos, ya que una vez de regreso
a nuestros lugares de desempeño renovamos ganas
y esfuerzo para continuar optimizando nuestra tarea.
Infancia
y Literatura
Crear
niños lectores depende muchas veces de factores,
elementos y agentes ajenos a la lectura misma, pero
contar con materiales atractivos, bien elaborados, con
ilustraciones expresivas sin estereotipos y con un rico
lenguaje significa dar grandes pasos en esta etapa.
Y si éste contacto se brinda desde la primera
infancia, mejor. Deberíamos realizar todos los
esfuerzos posibles para que la palabra tenga un espacio
permanente en la relación entre padres e hijos,
entre niñ@s y docentes desde el comienzo mismo
del vínculo.
El
libro también debe estar presente como un objeto
familiar en la vida de la niña y del niño.
Los libros deben tener una presencia física,
significan en esta etapa un juguete para morder, chupar
y ensayar pasar las páginas. La Dra. Doltò
advertía hace unos años atrás que
“se habla mucho de los niños pero no se
habla con ellos”. Considero que es aquí
donde se halla una de las claves para un trabajo eficaz
con niños, en especial aquellos que transcurren
sus días de la primera infancia
Hablar con ellos es el primer paso. Pero claro, ¿cómo
poder hacerlo si no hablan convencionalmente? Muchas
veces de éste modo lo plantean padres y algunos
docentes. Es cuando cobra una importancia trascendente
el valor de la mirada, el análisis del gesto
y posteriormente la atención a las primeras palabras
“valija” (entendiendo el término
como aquel cuya palabra utiliza el niño o la
niña y que encierran varias palabras en una).
Los
niños y niñas siempre están comunicándose
y estará en los adultos aceptar el desafío
de ser “descifradores” de tales señales
y “decodificadores” cuando de materiales
escritos se trata. Pero lo que es más interesante
aún es ser descifradores y decodificadores en
un marco de contención y afecto, condiciones
estas que resultan básicas no sólo con
el transcurrir de la primera infancia.
Por
un momento no puedo evitar el recuerdo de mis primeros
“vínculos concretos” con mis hijas
Catalina y Milagros. A la hora de dormir les narraba
un cuento o les leía una historia. Por unos minutos
el Universo estaba integrado sólo por nosotros
tres y la historia. Todo desaparecía paulatinamente
a nuestro alrededor. El tiempo pasó, y por favor
créanlo, próximas a ingresar a la Universidad
piden que les cuente o les lea nuevas historias. Esto
me permite afirmar que podemos definir cuándo
comienza un vínculo pero no cuándo finaliza.
La palabra desde el afecto produce sin duda alguna un
efecto perdurable para siempre.
Retomando
el tema de los vínculos con los bebés,
deseo compartir un texto que he titulado “Los
bebés tienen orejas”, extraído del
texto Seymour, de J.D. Salinger:
Una
noche, hace de esto unos veinte años, mientras
nuestra inmensa familia era víctima de una
vigorosa ofensiva de paperas, mi hermana más
pequeña, Fanny, fue transportada con su cuna
a la habitación manifiestamente sana que yo
compartía con Seymour, mi hermano mayor. Yo
tenía quince años y Seymour diecisiete.
Hacia las dos de la madrugada me despertaron los gritos
de la recién llegada. Permanecí unos
minutos en una posición perfectamente neutra,
escuchando toda esa batahola hasta que oyera o sintiera
a Seymour moverse en la cama vecina a la mía.
En esa época siempre dejábamos una linterna
sobre la mesa de noche colocada entre nuestras camas,
en previsión de casos de urgencia que, si mis
recuerdos son exactos, no se produjeron nunca. Seymour
encendió la linterna y se levantó.
––El biberón está sobre
la estufa, me lo dijo mamá–– dije
yo.
––Se lo di hace un momento ––respondió
Seymour–– , ella no tiene hambre.
Se dirigió hacia la biblioteca y paseó
lentamente el haz de luz de su linterna a lo largo
de los anaqueles. Yo me senté en la cama.
––¿Qué vas a hacer? ––pregunté
––Pensé que podría intentar
leerle algo –me respondió Seymour tomando
un libro.
––¡Vamos! ––objeté––
Si sólo tiene diez meses.
––Lo sé muy bien –respondió
Seymour– Los bebés tienen orejas, tienen
orejas para oír.
La historia que esa noche leyó Seymour a Fanny
a la incierta luz de una linterna era una de sus historias
favoritas, una historia taoísta. Fanny afirma
aún por su honor recordar con toda claridad
la voz de Seymour.
El
bebé escucha, siente, y si bien no puede “entender
todo”, da significado a las actitudes del adulto.
El tono de voz ocupa un lugar de privilegio porque da
cuenta de los aspectos emocionales y afectivos que intervienen
en la comunicación; el bebé muchas de
las veces no comprende exactamente lo que se le dice,
pero “lo significa” de acuerdo con las señales
que le trasmiten el tono, los gestos, la actitud corporal
y el lenguaje gestual que se ponen en juego en su relación
con el adulto. El bebé debe sentir que es el
centro de atención de quien lo cuida a través
de todos los sentidos.
“La
lectura del mundo precede a la lectura de la palabra”,
expresaba Paulo Freire, y aquí aparece otra nueva
clave en nuestros intentos por hacer una primera infancia
más feliz: leer juntos, niños y adultos,
todo aquello que resulta cercano al mundo que ambos
comparten. El adulto debe ser un “gran conversador”
de las pequeñas cosas y en todo momento. No con
el sentido de agobiar al niño o niña con
exceso de palabras, sino que, por el contrario, se trata
de “poner el mundo en palabras”, desde “las
pequeñas grandes cosas” que lo componen,
incluido, claro está, el libro.
“Leer para ser libres” escribía Mafalda,
protagonista de una historieta creada por Quino de gran
repercusión en la década del 70 y cuya
vigencia aún continua. Otra clave es leer para
que las sumas de lecturas nos ayuden a leer ese mundo
cotidiano de un modo más comprensible y desde
una base de libertad de pensamiento que ayude en el
tiempo a ese niño o niña a ser libres,
es decir, entendiendo la libertad como el poder para
alcanzar un pensamiento propio sin necesidad de intermediarios.
Cierto
día viajando en tren pude divisar desde una de
sus ventanillas un graffiti que decía: “La
diferencia entre lo posible y lo imposible es que lo
imposible solo tarda un poco más en llegar”.
Acompañar el tiempo de la primera infancia que
vive una persona es una tarea ardua cuyos resultados
se sienten por instantes imposibles. Cabe destacar que
para ambas partes, para los niños y niñas
también es una tarea ardua, tarea que requiere
un tiempo de paciencia, afecto, compromiso, disposición
para la equivocación y capacidad para subsanarla.
A la vez hay que saber que muchas de las respuestas
esperadas llegarán un tiempo después,
tal vez cuando ya no integremos el mundo cercano de
esa persona en crecimiento. Aceptar esto para algunos
docentes les requiere de un fuerte trabajo interior.
Transmitimos
aquello que sentimos, y así lo vivimos todos
¿O acaso es posible llevar adelante cualquier
actividad que se trate sin sentirla? Estas claves, simples
de enunciar, se complejizan cuando debemos llevarlas
a la práctica.
En
los diferentes cursos de formación que brindo
en mi país a funcionarios, docentes, bibliotecarios,
animadores culturales, entre otros profesionales, siempre
comparto estas preguntas que intentan orientar la acción:
- ¿Qué
infancia deseamos para los niños y niñas
a nuestro cargo?
- ¿Cómo
definiríamos a un niño, una niña
hoy?
- ¿Qué
tipos de niños y niñas queremos ayudar
a formar a través de las historias que les
ofrecemos?
- ¿Podemos
ayudarles, y por lo tanto brindarles un buen servicio
cuando aún los adultos no tenemos claro a qué
tipo de infancia deseamos apostar?
- ¿Ayudamos
a los niños brindándoles el tiempo necesario
para contenerlos, hablarles, entenderlos y dar una
respuesta?
- ¿Conocemos
la mayoría de las veces cuáles son los
intereses de ese niño, en ese momento, bajo
ese determinado contexto?
- ¿Tenemos
en cuenta que ese papá, esa mamá, esos
abuelos que nos piden ayuda , están siendo
padres o abuelos muchas de las veces por primera vez?
- ¿Consideramos
que cada niño o niña es una persona
y que como tal merece ser tratada y respetada desde
su propia historia?
- ¿Analizamos
nuestras acciones a la luz de saber que esto que hoy
hicimos con un niño mañana no puede
realizarse de la misma manera con otro?
- ¿Para
nuestra tarea, ya sea docente o bibliotecaria, tenemos
en cuenta los detalles que hacen al llamado “sentido
común”: espacios adecuados, mobiliario
acorde con las edades de referencia, libros de buena
calidad al alcance de todos?
- ¿Estamos
preparados para “desaprender” nuestros
aprendizajes negativos y “volver a aprender”
para transmitirlos en sentido “positivo”?
- ¿Estamos
seguros que al brindar un servicio de lectura para
las primeras edades no nos mueve el objetivo de formar
lectores precoces sino por el contrario favorecer
a un vinculo niño-adulto óptimo donde
el libro signifique un recurso más para tal
fin?
De
esta manera puedo continuar con la serie de preguntas,
las mismas que cada día intento recordar al trabajar
con los niños y que en nuestro equipo de trabajo
repasamos mensualmente. Hay quienes olvidan que la infancia
se vive una sola vez, y que como tal nos recuerda que
nuestro derecho a desarrollar el servicio que nos dé
la gana termina cuando empieza el derecho de los niños
a tener la mejor infancia posible.(1)
Propuestas
para el análisis y estudio de la literatura para
la primera infancia
Consideraciones
previas. El Estado
Olvidar
el rol del Estado como el encargado de velar por el
bienestar de sus ciudadanos, a través, por ejemplo,
de la creación de bibliotecas especializadas,
o, en el mejor de los casos, optimizar las existentes
con acceso para todos, nos puede conducir a consecuencias
indeseables. Debemos estar atentos para exigir y a la
vez, como miembros activos de ese mismo Estado, colaborar
desde el rol que a cada uno nos toque ocupar.
La
Primera Infancia (desde los 45 días a los tres
años)
Trabajar
con niños y niñas desde su temprana edad
es un hecho y como tal nos requiere urgentes acciones.
Resultaría muy importante al momento de planificar
las tareas destinadas a la primera infancia tener presente
las conclusiones dadas a conocer a través de
UNICEF, que se definen a través de lo que dieron
en llamar como los Derechos de los Niños y Niñas
desde el nacimiento a los tres años.
- Brindar
afecto, cariño, comprensión y contención.
- Protección
contra el peligro físico.
- Nutrición
y atención de la salud adecuadas.(2)
- Una
vacunación apropiada.
-
Un adulto con quién establecer vínculos
afectivos.
- Un
adulto que comprenda sus señales y sepa responder
a ellas.
- Objetos
para mirar, tocar, escuchar, oler, probar.
- Ocasiones
para explorar el mundo que les rodea.
- Una
estimulación apropiada del lenguaje.
- Apoyo
para adquirir nuevas aptitudes motoras, lingüísticas
y mentales.
- La
posibilidad de obtener un cierto grado de independencia.
-
Ayuda para aprender a controlar la conducta.
- Ocasiones
para comenzar a aprender a cuidarse por sí
mismos.
-
Ocasiones diarias para jugar con diversos objetos.
Sensibilizar
versus “pedagogizar”(3)
La
sensibilidad es uno de nuestros objetivos. Priorizamos
la sensibilización con los materiales, evitamos
la aplicación desmedida de técnicas de
dinamización que vienen muchas de las veces de
la mano de una “pedagogía escolar”
que no rindió frutos.
A)
Propuesta 1
La
experiencia
A continuación compartiré con ustedes
una experiencia en desarrollo que iniciamos con la creación
de una biblioteca escolar ambulante en un colegio de
la localidad de San Rafael, provincia de Mendoza, en
la República Argentina a partir de marzo del
año 2002.
Los
niños y niñas, ejes de la tarea
Actor participativo, el niño y su libro de
imágenes, amante y objeto amado, componen una
escena que difícilmente dañará
el tiempo y la incursión en otras experiencias
lúdicas y de aprendizaje. El niño ha incorporado
en su interior criterios de selección más
severos que los impuestos por la teoría literaria.
Saber elegir, lo sabrá cuando se acerque por
primera vez a los estantes de una gran biblioteca, revuelva,
examine y, sin dudas, le diga al bibliotecario: este.
Lidia Blanco
Destacada crítica literaria argentina
A
cada momento pensamos en esos niños y niñas
que caracterizan a ese grupo que conforman. Estimulamos
la interacción con el otro, su par y los adultos
significativos a través de diferentes convocatorias,
desde leer juntos en el almohadón a escuchar
historias a la luz de la luna.
________________________________
(1)
Recuerdo siempre la frase de un amigo filósofo
quien decía que si uno tiene ideas y no las lleva
a la práctica se convierte en un “ideota”.
Así que manos a la obra, pues no deseo convertirme
en tal.
(2) Con respecto
a éste ítem considero muy interesante
agregar una frase de Herbert Spencer quien dijo que
“El cerebro no debería pasar más
hambre que el estómago”.
(3)
Les solicito “permiso” para utilizar este
último término.
1
- 2 - BIBLIOGRAFÍA
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