Comparación y sentido. Varias focalizaciones y convergencias literarias (Rafael Ojeda)

Franqueando fronteras. Garcilaso de la Vega y La Florida del Inca (Johnny Zevallos)

Alberto Hidalgo. El genio del desprecio. Materiales para su estudio (Julio Teodori de La Puente)

Todas mis muertes (Alberto Villar Campos)

Puta linda
(Mario Granda Rangel)

 

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Es el amor original, perdido

por Mario Granda

 

Fernando Ampuero
Puta linda
Editorial Planeta, 2006, Lima, 127 p.

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No es la primera vez que Fernando Ampuero incursiona en el género de la novela negra. Ya en Caramelo Verde se encuentran algunos de sus elementos, regidos por la violencia, la corrupción y la intriga. Pero ninguna de estas características completaría la definición si se deja de lado la presencia de la pareja, un hombre y una mujer quienes, por suerte o por desgracia, entrecruzan su camino. En Puta linda, Ampuero cuenta la historia de Luis Alberto, un joven trabajador que se propone escribir sobre las putas. El requisito para esta empresa, sin embargo, es tener como tema a una “puta linda”, para lo que comienza a frecuentar algunos bares nocturnos de Lima, y en ellos conoce a Noemí. La historia de esta joven norteña que hace poco tiempo ha llegado a Lima marcará el verdadero inicio de la novela y le otorgará un orden a la narración, pues en sus visitas al prostíbulo Luis Alberto escuchará la historia a través de los propios labios de esta mujer.

A los ojos de Luis Alberto, la historia de Noemí es cautivante: goza cada detalle, pregunta, repregunta, participa del propio erotismo que Noemí le da a sus primeras experiencias y aprendizajes. No obstante, el gran logro del texto no es solo el relato de su historia —su iniciación sexual, sus primeros amantes y sus primeros trabajos— sino también la continua reproducción de este mismo relato, ya que no es solo Luis Alberto quien escucha la historia, llena de peripecias y sorpresas, sino también Tapia, el amigo de Luis Alberto. Tapia, quien es el testigo pasivo de la gran historia de Noemí, tiene una condición privilegiada, pues comparte junto con Luis Alberto el relato de placer: placer en tanto oyente de un relato y placer en tanto oyente de un relato erótico. Su imaginación y su fantasía, por lo tanto, se redoblan, ya que la sugerencia de la mujer prostituta y la historia de aventuras se convierten, en sí mismas, en un descubrimiento constante de nuevas emociones. Pero el relato de Noemí –y el relato del relato— se enriquece aún más con otro factor: al pagar por la historia que queremos que nos cuenten también somos partícipes del acto licencioso, pues la historia se cuenta bajo un contrato: “Pregunta lo que quieras. A mí me da lo mismo mover el poto o la lengua”, dice Noemí con sordidez (19). El cliente, en este caso el escritor-investigador, puede exigirlo todo, solicitar todo lo que le plazca y lo satisfaga, ya que solo de esta manera se llegará a la plenitud o la supuesta plenitud que garantiza la unión sexual.

Todos estos relatos, además, están apropiadamente situados en los espacios en los que los personajes cuentan sus historias. Del cubículo del prostíbulo donde Luis Alberto conversa con Noemí pasamos a la playa norteña de la entonces niña, para luego pasar al café del centro de Lima donde Luis Alberto y su amigo conversan y así de nuevo regresar al cubículo. El centro de Lima y el norte peruano son lugares que aparecen en los textos de Ampuero con frecuencia: el primero es el espacio de la intriga, la planificación, el del acto creativo; el segundo, el de la libertad y el regreso a lo primigenio. Solo el tema político —aparte del de la amistad entre los jóvenes y las mujeres prostitutas, que también se encuentran en las obras de Ampuero— parece no estar muy bien desarrollado, pues solo se aborda desde un punto de vista referencial (algunos nombres, alguna rápida descripción) y una opinión parcializada (a Tapia le parece injusto que Noemí viva del dinero de los gobernantes). La narración, sin embargo, alcanza aquí el nivel de la mejor prosa erótica, caracterizada siempre por su continua promesa del placer y una cuidada parsimonia que fascina a Luis Alberto y Tapia: “Esas fervorosas mamadas deleitarían a Jeremías y gratificarían a Noemí, que cada día se esforzaba más en lamer y chupar con gran dedicación, sintiéndose de lo más entretenida” (75).

Sin embargo, este buen comienzo no se sostiene durante toda la novela. Una vez que la historia de Noemí —ya enlazada con la de Luis Alberto— se centra en Lima, los hechos se suceden uno a otro muy rápidamente y apenas hay tiempo para sentirse familiarizado con cada uno de ellos. Noemí comienza a hacerse famosa entre su clientela y conoce nuevos círculos de poder, pero nunca se mantiene en un lugar el tiempo suficiente como para que conozcamos su nuevo estado. Estos cambios también ocurren en ella: de una gracia natural al comienzo, ahora parece estilizada. Su voz no coincide con la nueva condición en la que se encuentra, aunque por momentos se le haya querido otorgar un aparente desinterés natural para darle credibilidad (cuando habla de literatura, por ejemplo). Esta súbita prisa en la narración se refleja con mucha claridad en un fragmento que aparece de forma totalmente inesperada. Aún cuando no hemos terminado de escuchar —porque en casi toda la novela se trata de contar algo oralmente— la llegada de Noemí a Lima, nos encontramos con lo siguiente: “su tren de vida tuvo un cambio radical. A tal punto que, pasados dos años, Noemí se pudo comprar un cómodo y flamante departamento en San Borja y hasta un amplio terreno en las inmediaciones de la populosa avenida Tomás Marsano” (58). Después de esta información, ¿significa que Luis Alberto y Tapia siguen tomando cafés por dos años más, cuando hasta en ese momento sólo habían pasado unos meses? ¿Que el proyecto de la novela de Luis Alberto tardará también todo este tiempo? Pero el resto de la novela trata, efectivamente, del progreso, las mudanzas y el enriquecimiento de Noemí. Aún quedan unas veinte o treinta páginas en las que la historia aún se desarrolla en la playa norteña, pero todo lo que falta sobre su vida en Lima pierde novedad. Aunque los encuentros entre Luis Alberto y Noemí continúan, la relación erótica se ha perdido y la novela solo queda como una promesa. Aquí nos preguntamos: ¿por qué Noemí es una “puta linda” para Luis Alberto? No lo sabemos o no está claro y debemos intuirlo. Para esto podemos acercarnos a Luis Alberto, pero, aunque sabemos muchas cosas de él, no lo conocemos lo suficiente, en realidad es poco lo que el narrador no nos ha dicho sobre él. A través de lo que parece pensar Noemí solo podríamos decir que es un hombre “que no sabe ser feliz” (91).

Creemos que Ampuero ha creado excelentes personajes y una novela que atrapa al lector con el entrecruzamiento de los relatos. A esto se suma una prosa fluida, rítmica, oral (shorcitos, tiques) y de manifiesto humor. Pero aunque la novela se presta de muchos elementos del género noire, el querer alargar los personajes a un registro más amplio, más histórico, los conduce al fingimiento. El natural vigor y atractivo de Noemí perdura en algunas páginas, pero al perder su gracia original sentimos que no la terminamos de conocer, como tampoco a Luis Alberto, o que ninguno de los dos encontraron nuevos caminos para afirmar su amistad o su enamoramiento, nunca reconocido.

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© Mario Granda, 2007

 

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