La obra de Dashiell Hamett fue difundida en la década de 1940 por Borges y Adolfo Bioy Casares.

El momento de la madurez de la novela latinoamericana tuvo que llegar y fue en los sesenta, nadie lo discute ya, pero no tuvieron al policial entre sus expresiones predilectas. Las preocupaciones eran otras, más totalizadoras, novelas-mundo. El policial, por el contrario, nos lleva de las miserias de la sociedad a la miseria del individuo

 

 

 

 

Primera conversación: ¡Guárdame esta bala!

A los pocos días de la invitación a Bogotá, cayó en mis manos una cuidada edición de las Tragedias de Sófocles. Paseé la mirada por sus páginas, pensando que volvería a alguna de sus tragedias en un mejor momento. Mi ocupación debía ser únicamente pensar sobre la ciudad y la literatura, tema del encuentro. Sin embargo, me detuve en una líneas: "La ciudad, como tú mismo ves, conmovida tan violentamente por la desgracia, no puede levantar la cabeza del fondo del sangriento torbellino que la revuelve." Continué la lectura. La peste había caído sobre Tebas y el pueblo reclamaba ayuda a Edipo, su rey. Como sabemos, éste había enviado a Creonte, su cuñado, al oráculo de Delfos, a fin de conocer los votos o sacrificios necesarios para la salvación. Pero las noticias de su pariente no pudieron ser más desoladoras. El causante del mal estaba en la propia ciudad castigada, en un criminal, y Edipo se empecinó en hallarlo. Un buen antecedente del relato policial, pienso. Incluso con la sofisticada propuesta de tener en el mismo personaje a investigador y criminal, y con el escenario por excelencia: la ciudad. Crimen y ciudad. Y no olvidemos el poder, claro, pues estamos hablando de un rey.

En América Latina muchos escritores han hallado últimamente una magnífica expresión a través de la novela criminal o policial, según como convenga llamarla. Por supuesto, a este género no se llegó gratuitamente ni tan sólo pretende emular a sus autores paradigmáticos en otras lenguas. Si damos una mirada rápida a sus orígenes en América Latina, veremos que su afianzamiento va aparejado al desarrollo de las grandes urbes; que los cambios estructurales de este género narrativo se han ido dando mientras le tomaba el pulso a su entorno, especialmente en los momentos de crisis y mayores tensiones sociales, que reclamaban una interpretación.

El policial latinoamericano tuvo una primera etapa bastante artificiosa, arquetípica, gran deudor de los maestros Edgar Allan Poe, Arthur Conan Doyle, Chesterton o Agatha Cristhie. La razón es muy sencilla. Nos encontramos a finales del XIX y primeras décadas del XX, cuando, en su mejor momento, a algunas sociedades todavía se les podía considerar preindustriales, pero que siempre estuvieron pendientes de mimetizar los códigos de las ya industriales, fuera de nuestro espacio continental, por supuesto. Visto así, no tendría por qué sorprendernos que el género tuviera especial acogida en ciudades como Buenos Aires o México, al ser la primera la más occidental de América Latina. Uno de los primeros textos con carácter policial que ha sido rastreado es el cuento "La huella del crimen", aparecido en 1878 y escrito por Luis Varela. A éste le siguen otros, como "El candado de oro", de Paul Grousacc, o "La bolsa de huesos", de Eduardo Holmberg; para mencionar sólo algunos del siglo XIX. A comienzos del XX descubrimos en Chile al singular Ramón Calvo, el Sherlock Holmes chileno, título con el que se reunieron cuentos de Alberto Edwards, aparecidos entre 1912 y 1920. Y ya que hablamos de investigadores, en México tuvieron el libro Pepe Vargas al teléfono, publicado en 1925 por Antonio Helú. Habrán notado hasta aquí que sólo he hablado de cuentos. Efectivamente, la novela latinoamericana aún no estuvo lo suficientemente madura para afrontar las exigencias del género policial. No obstante, algunos intentos no pueden dejar de mencionarse, como lo fueron las novelas colectivas El meñique de la suegra, aparecida en Lima entre 1911 y 1912; y Fantoches, en ciudad de La Habana en 1926.

El género policial en América Latina, a pesar de todo, y sin llegar a formar un conjunto orgánico, tuvo amplia popularidad entre los lectores. No por nada en Argentina, allá por los cuarenta, Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares dirigieron la colección del Séptimo Círculo, destinada a difundir lo más relevante del policial en Europa y Estados Unidos, popularizando de este país la vertiente de la novela negra y sus maestros Dashiell Hammett y Raymond Chandler, aunque todavía sin llegar a practicarse por este lado del mundo. Los seis problemas para don Isidro Parodi que esta dupla argentina publicó en 1942 bajo el seudónimo de H. Bustos Domecq, divertidos e ingeniosos, seguían el modelo clásico del relato de razonamiento. Otro tema son los cuentos policiales de Borges aparecidos en Ficciones, como "La muerte y la brújula", con el investigador Lonnröt, quien sucumbirá ante su propia lógica del desmantelamiento del crimen; sorprendente giro del género en América Latina y que dejará singular impronta en los narradores de las décadas posteriores.

El momento de la madurez de la novela latinoamericana tuvo que llegar y fue en los sesenta, nadie lo discute ya, pero no tuvieron al policial entre sus expresiones predilectas. Las preocupaciones eran otras, más totalizadoras, novelas-mundo. El policial, por el contrario, nos lleva de las miserias de la sociedad a la miseria del individuo. Y así lo comprendieron los escritores más jóvenes, los primeros herederos del boom, y los demás, los que salieron y siguen saliendo de los márgenes. En el último cuarto del siglo XX vemos una revaloración de los códigos y expresiones populares, la parodia, la asunción del kitsch, el diálogo textual; todo integrado en distintas maneras de novelar, pero también, y muy bien integrada, en lo que ha venido a llamarse el neopolicial latinoamericano. Así como el viejo oeste será el escenario por excelencia para los bandoleros y sheriffs, para este tipo de novela será la ciudad. Allí donde el orden y el poder no necesariamente conjugan, más bien se desploman, permitiendo que la violencia y la desmesura terminen siendo las directrices de una sociedad descompuesta. La ciudad le ofrece amplio material a esta nueva novela que, hay que aclararlo, jamás pretendió ser canónica en sus formas. Le rinde tributo a la novela policial negra eclipsando sus estructuras, siendo más política en unos casos, como en las de Paco Ignacio Taibo II; más erótica en otras, como en Luna caliente de Mempo Giardinelli; mucho más paródica, como en Triste, solitario y final de Oswaldo Soriano; y siempre mostrando la corrupción, la paulatina degradación de la ciudad y sus habitantes. Entre los más recientes, sólo mencionaré a dos: al cubano Leonardo Padura, quien a mediados de la década pasada impactó con su detective habanero Mario Conde en la tetralogía Las cuatro estaciones, a la cual tendríamos que incluir su deslumbrante Adios, Hemingway, ahora difundida justamente por una editorial colombiana. El caso cubano es merecedor de amplia discusión, pues el género policial ha surgido literalmente de una ciudad en ruinas, primero promovido por el Estado a través de premios nacionales, donde los criminales casi siempre eran agentes de la CIA o contrarrevolucionarios, hasta llegar a una novela que se divorcia de las imposiciones dictatoriales y se convierte en el mejor espacio de crítica. Algo semejante podría decir de las novelas del chileno Roberto Ampuero y su detective Cayetano Brulé, personaje cubano-americano afincado en Chile, protagonista de ¿Quién mató a Kristián Kustermann?, Boleros en La Habana y otras más. Así también, la novela negra ha visto ampliado su espectro con temas del terrorismo, narcotráfico, espionaje, todas llenas de violencia exacerbada en un Estado endeble. Pero en todas ellas vemos que no necesariamente hay héroes, no hay detectives que se satisfagan al hallar el culpable. Saben de antemano que el criminal sólo puede ser víctima de su propia lógica, no la del Estado o justicia divina alguna. La frustración se convierte así en el signo de estos personajes, que no cesan de deambular por las calles.

Pero así como la ciudad esconde criminales y detectives, seguramente cobijará a otros sujetos que es necesario buscar.

 

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