Película Ciudad de M, basada en la novela de Óscar Malca: Al final de la calle.

Por esos años aparecen jóvenes narradores con un fuerte halo de marginalidad y rebeldía, queriendo dejar testimonio —quizás allí estuvo la falla, testimoniar— del desenfreno de los muchachos en noches de discoteca, mucho alcohol, químicos cuyas fórmulas desconocen y un desenfreno sexual que causaría rabia en algunos disfuncionales adultos

 

 

 

 

Segunda conversación: divino tesoro

Nuevas estéticas. Encuentro de nuevos escritores de América Latina y España. La juventud: tanta soberbia. Es maravilloso mirarse el ombligo, pero sólo si esperamos que se desvanezca. Otros, al parecer, sólo prefieren su vanidoso reconocimiento, narrar esta experiencia e invitar al resto de jóvenes a hacer lo mismo. Por fortuna, como dijo un poeta romántico, seguramente envidioso por lo que perdía, la juventud es una enfermedad que se quita con los años. Sin embargo, no se puede negar que esa enfermedad, si la consideramos tal, ha dejado desde los años noventa un conjunto de novelas que le dio presencia a la ciudad. Por esos años aparecen jóvenes narradores con un fuerte halo de marginalidad y rebeldía, queriendo dejar testimonio —quizás allí estuvo la falla, testimoniar— del desenfreno de los muchachos en noches de discoteca, mucho alcohol, químicos cuyas fórmulas desconocen y un desenfreno sexual que causaría rabia en algunos disfuncionales adultos. Este tipo de novela se presenta bajo un corte episódico, a modo de las pendencias picarescas previas al Siglo de Oro español, narradas en su mayoría con un lenguaje funcional, cargado de coloquialismos y un inventario de productos de consumo, que por suerte no le exigen aparecer con un copyright al costado de cada marca mencionada. Por supuesto, el grupo lector de esta narrativa también es juvenil, desengañados de las ideologías, sedientos de iconos de la destrucción y pidiendo a gritos un espacio para su individualidad y su fragmentada identidad.

Estos reclamos, válidos sin lugar a dudas, en momentos de despolitización y repliegue de algunos sectores, se imponen en una forma narrativa que asume como antecedentes el minimalismo norteamericano, pero todavía más el desparpajo en la prosa de Charles Bukowski y sus personajes signados por el fracaso en la urbe, verdaderos hijos de la miseria citadina. A esta influencia debe de agregarse la de Bret Easton Ellis y sus novelas Menos que cero o Psicópata americano. Asimismo, a estos propios autores hay que rastrearlos en sus mayores, pertenecientes a la generación beat. Hablo de Ginsberg, Kerouac y Burroughs.

Lo que no se puede negar es que esta forma de narrar le abrió nuevamente las puertas en el mercado editorial español a los jóvenes narradores. España también tuvo, y me imagino que seguirá teniendo, sus jóvenes escritores rebeldes, llámense Mañas, Lóriga, Prado, Etxebarría y siguen firmas. Qué mejor para estos editores que mostrar otras juventudes al límite al otro lado del charco.

Estas expresiones moldearon a un enorme grupo de la última generación latinoamericana, pero obviamente toda generalización es vana. Muchos de estos jóvenes escritores, golpeados por su propio mundo retratado, por los años o por sus editores, buscaron y lograron un sincretismo entre sus propuestas juveniles y el neopolicial que sus predecesores ya venían moldeando, además de la asunción de otras nuevas formas narrativas, como el diario, la crónica de viajes, etc. Estos nuevos escritores, cual palimpsesto, encuentran debajo de la ciudad otra ciudad. El carácter episódico se va dejando de lado para centrarse en un núcleo argumental que involucra jóvenes, pero cuya rebeldía está más articulada con los diversos mecanismos de la sociedad, el Estado y el poder. Así tenemos libros con un universo mucho más complejo, lleno de incertidumbres e interesantes por ello mismo. Aquí me gustaría nombrar a autores como el argentino Pablo de Santis, el boliviano Edmundo Paz Soldán, el mexicano Jorge Volpi y otros.

¿A quién más acoge la ciudad? ¿Seré parte de ella?

 

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