Segunda
conversación: divino tesoro
Nuevas
estéticas. Encuentro de nuevos escritores de
América Latina y España. La juventud:
tanta soberbia. Es maravilloso mirarse el ombligo,
pero sólo si esperamos que se desvanezca. Otros,
al parecer, sólo prefieren su vanidoso reconocimiento,
narrar esta experiencia e invitar al resto de jóvenes
a hacer lo mismo. Por fortuna, como dijo un poeta
romántico, seguramente envidioso por lo que
perdía, la juventud es una enfermedad que se
quita con los años. Sin embargo, no se puede
negar que esa enfermedad, si la consideramos tal,
ha dejado desde los años noventa un conjunto
de novelas que le dio presencia a la ciudad. Por esos
años aparecen jóvenes narradores con
un fuerte halo de marginalidad y rebeldía,
queriendo dejar testimonio quizás allí
estuvo la falla, testimoniar del desenfreno
de los muchachos en noches de discoteca, mucho alcohol,
químicos cuyas fórmulas desconocen y
un desenfreno sexual que causaría rabia en
algunos disfuncionales adultos. Este tipo de novela
se presenta bajo un corte episódico, a modo
de las pendencias picarescas previas al Siglo de Oro
español, narradas en su mayoría con
un lenguaje funcional, cargado de coloquialismos y
un inventario de productos de consumo, que por suerte
no le exigen aparecer con un copyright al costado
de cada marca mencionada. Por supuesto, el grupo lector
de esta narrativa también es juvenil, desengañados
de las ideologías, sedientos de iconos de la
destrucción y pidiendo a gritos un espacio
para su individualidad y su fragmentada identidad.
Estos
reclamos, válidos sin lugar a dudas, en momentos
de despolitización y repliegue de algunos sectores,
se imponen en una forma narrativa que asume como antecedentes
el minimalismo norteamericano, pero todavía
más el desparpajo en la prosa de Charles Bukowski
y sus personajes signados por el fracaso en la urbe,
verdaderos hijos de la miseria citadina. A esta influencia
debe de agregarse la de Bret Easton Ellis y sus novelas
Menos que cero o Psicópata americano.
Asimismo, a estos propios autores hay que rastrearlos
en sus mayores, pertenecientes a la generación
beat. Hablo de Ginsberg, Kerouac y Burroughs.
Lo
que no se puede negar es que esta forma de narrar
le abrió nuevamente las puertas en el mercado
editorial español a los jóvenes narradores.
España también tuvo, y me imagino que
seguirá teniendo, sus jóvenes escritores
rebeldes, llámense Mañas, Lóriga,
Prado, Etxebarría y siguen firmas. Qué
mejor para estos editores que mostrar otras juventudes
al límite al otro lado del charco.
Estas
expresiones moldearon a un enorme grupo de la última
generación latinoamericana, pero obviamente
toda generalización es vana. Muchos de estos
jóvenes escritores, golpeados por su propio
mundo retratado, por los años o por sus editores,
buscaron y lograron un sincretismo entre sus propuestas
juveniles y el neopolicial que sus predecesores ya
venían moldeando, además de la asunción
de otras nuevas formas narrativas, como el diario,
la crónica de viajes, etc. Estos nuevos escritores,
cual palimpsesto, encuentran debajo de la ciudad otra
ciudad. El carácter episódico se va
dejando de lado para centrarse en un núcleo
argumental que involucra jóvenes, pero cuya
rebeldía está más articulada
con los diversos mecanismos de la sociedad, el Estado
y el poder. Así tenemos libros con un universo
mucho más complejo, lleno de incertidumbres
e interesantes por ello mismo. Aquí me gustaría
nombrar a autores como el argentino Pablo de Santis,
el boliviano Edmundo Paz Soldán, el mexicano
Jorge Volpi y otros.
¿A
quién más acoge la ciudad? ¿Seré
parte de ella?
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