De haber nacido y crecido en otra ciudad, mi temática y estilo serían diferentes. Eso no lo pongo en duda. Pero tampoco puedo negar que mis experiencias en otras ciudades y otras culturas, especialmente las orientales, han ido modelando, retocando, mi sensibilidad limeña

 

 

 

 

Tercera conversación. Fin de fiesta

Yo pertenezco, o creo pertenecer, a una generación que siente haber llegado demasiado tarde a la gran fiesta de la ciudad. Los invitados más recatados se han marchado y en su lugar sólo han dejado a unos cuantos borrachos tirados en mitad de la calle. O quizás estos invitados recatados terminaron convirtiéndose en estos esperpentos. No se oye música, sólo el eterno rasgueo que produce la aguja sobre el disco de vinilo que no deja de girar. El entorno, cargado del vaho de cuerpos sudorosos, mezclado con humo de cigarros, en medio de su inmovilidad, sugiere que hubo mucha algarabía y que todos los invitados en verdad la pasaron fenomenal. Pero uno llegó tarde. Ya no podrá gozar los mismos momentos. ¿Y qué nos queda entonces? Pues añorar esas experiencias que no nos alcanzaron y reconstruir ese pasado a nuestras necesidades. En una notable novela vanguardista peruana, La casa de cartón, de Martín Adán, aparecida en 1928, podemos leer:

"La tarde ya se habrá acabado en la ciudad. Y yo todavía me siento la tarde."

Efectivamente, soy, como muchos en mi ciudad, un personaje crepuscular. Sé que por cada calle de Lima, por cada paso que dé, por cada objeto que toque, todo estará lleno de historias públicas y secretas que nadie las comparte conmigo, pero las intuyo, las respiro. La literatura, la narrativa, los cuentos que escribo siempre me han ayudado a hurgar en aquellos espacios inhabitados, y los he ido poblando línea a línea.

De haber nacido y crecido en otra ciudad, mi temática y estilo serían diferentes. Eso no lo pongo en duda. Pero tampoco puedo negar que mis experiencias en otras ciudades y otras culturas, especialmente las orientales, han ido modelando, retocando, mi sensibilidad limeña. En un koán chino, un discípulo le pregunta a su maestro por el camino hacia la iluminación, y como respuesta recibe un puntapié en el pecho. El discípulo, adolorido, va donde su compañero y le cuenta lo sucedido. Éste le dice que el maestro pretendió expresar que no existe una respuesta racional, verbalizable, que, en todo caso, ése era el camino. Por esa razón considero que la ciudad es sabia y nos agarra a puntapiés cada vez que intentamos interrogarla. A través de la palabra escrita sólo debemos llegar al silencio, parece decirnos. De esta manera empecé a escribir.

A mi libro lo llamé Habitaciones, pues asumí que cada cuento correspondía a un espacio determinado, cerrado, donde algunos sujetos habitan ajenos a lo que les pueda suceder a los vecinos. El conjunto se vería entonces, al menos así lo veo yo, como un edificio, una estructura mayor que le brinda unidad a esa diversidad de vivencias y sujetos en la ciudad.

Mi segundo libro, Retratos familiares, confronta, a través de la sugerencia, las relaciones entre los integrantes de particulares familias y su ciudad. Casi todos ellos son obligados a salir de sus casas y deben internarse en los misterios de los demás, ser absorbidos por ellos. La ciudad es y será un enorme influjo en mi escritura. La ciudad siempre estuvo escrita, y más en América Latina. Ángel Rama nos recordó en su libro La ciudad letrada que estos espacios, a la llegada de los españoles, existieron primero en el papel. Eso significa quizás que ahora seguimos el camino inverso, recogiendo los vestigios de las calles para llevarlas de nuevo a su origen en la palabra escrita, en el espacio en blanco, en la nada.

No obstante, este camino es difícil. Creo que muchos tenemos una relación conflictiva con nuestras ciudades. Existe esa vinculación de atracción y rechazo que nos obliga a ratos a embebernos en sus calles y otras a huir despavoridos, antes de que la peste nos alcance. Pero es tarde. Así está escrito en alguna parte, señores. Así nos lo dijo Tiresias, aunque lo hayamos tomado como una impertinencia o como parte de un complot. La enfermedad está en la ciudad, y, debo confesar, yo he sido el causante de todo este mal. Al igual que Edipo no he debido intentar conocer el mal que padece esta ciudad. Por ello he rasgado mis ojos, porque no soporto ver lo que debí ver.

No me lleven a sus casas ni me incluyan en sus plegarias. Ahora soy Edipo; pero también tú lo eres. Y juntos hemos traído la peste.


Octubre de 2003

© Ricardo Sumalavia*, 2003 descargar pdf

 

(*) Ricardo Sumalavia Chávez (Lima, 1968).

Estudió Literatura en la Universidad Católica del Perú y la maestría en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Dirigió el sello Ediciones Pedernal, destinado a la difusión de los autores jóvenes de los noventa. Actualmente es responsable de la colección Orientalia del Centro de Estudios Orientales de la Universidad Católica, donde se desempeña como docente. Fue profesor invitado de la universidad Dankook y lector en las universidades Kyung Hee y Sun Moon en Corea del Sur. En 1993 publicó su primer libro de cuentos Habitaciones y Retratos familiares en 2002. Colabora habitualmente en el suplemento cultural identidades del diario El Peruano.

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