Juan
de Espinosa Medrano
Apologético en
favor de Don Luis de Góngora
Edición anotada de Luis Jaime Cisneros. Lima:
Universidad de San Martín de Porres, Estudios
Coloniales, 2005.
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El
Perú virreinal constituyó un espacio de
renovación para los artistas europeos, en su
mayoría españoles e italianos, quienes
anhelaban una recepción más amplia para
sus producciones artísticas. La asimilación
de este campo cultural por parte del público
americano fue temprana; así lo confirma la fundación
de la Academia Antártica, en la producción
poética, o las escuelas limeña y cusqueña,
en la pintura. Aunque la evangelización hizo
posible la rápida inserción de los indígenas
en el nuevo espacio artístico peruano, el sector
criollo procuró construir una imagen propia de
su discutida condición intelectual ante la metrópoli.
La
incorporación de la producción poética
en el sistema literario fue el resultado de la defensa
del espacio criollo ante el discurso peyorativo peninsular
en contra de este. En efecto, la administración
político-religiosa de las colonias hispanas en
el Nuevo Mundo recayó en la élite española
sin que otros grupos sociales participaran en ella,
hecho que supuso una evidente exclusión ideológica.
Así, dentro de la república de españoles,
los criollos fueron asociados con la subalternidad sociocultural
propia de mestizos e indígenas. La exaltación
del espacio indiano a partir del discurso criollo pretendía
afirmar al propio sujeto como ente creador de producciones
discursivas, y su relación con el Nuevo Mundo:
Lima y el Cusco aparecían, en consecuencia, como
el seno de la emergente identidad criolla. Aunque la
cultura barroca supuso la expansión de la reforma
católica en Indias por medio del Santo Oficio,
el encomio del origen americano repercutió en
las diferentes expresiones artísticas.
El
siglo XVII significó la consolidación
del Cusco como espacio idóneo para los artistas
criollos e indígenas. Tanto la producción
dramática como la literatura erudita integraron
las principales manifestaciones discursivas de sacerdotes
peninsulares y criollos, así como de nobles indígenas
cusqueños. Al permanecer la élite andina
en la otrora capital del Tawantinsuyu, la administración
colonial evidenció esta continuación cultural
a través de una agresiva política evangelizadora.
La Iglesia auspició la producción literaria
castellana y quechua, convirtiendo al Cusco en un importante
espacio intelectual similar a la capital del Virreinato.
Este esfuerzo eclesiástico se vio precozmente
afirmado con el impacto del teatro quechua, entre los
que destacan el Ollantay y el Usca Páucar
de autor anónimo, El pobre más rico de
Gabriel Centeno de Osma, El rapto de Proserpina
y el sueño de Endimión y El pobre más
rico, ambos de Juan de Espinosa Medrano, “el
Lunarejo”. Quizá, el aporte del Lunarejo
al autosacramental quechua afianzó las aspiraciones
de la doctrina católica en su afán de
acercarse a la élite andina, pues el marco discursivo
desarrollado en sus producciones dramáticas vinculaba
su amplio conocimiento de la tradición clásica
con la lengua general de los Incas.
Juan
de Espinosa Medrano produjo el primer estudio crítico
en América, el Apologético en
favor de don Luis de Góngora (1662). No obstante
la poesía de Góngora gozó de una
auspiciosa acogida en Hispanoamérica, Espinosa
aprovechó la diatriba lanzada por el portugués
Manuel de Faria y Sousa en contra del poeta cordobés
para construir un discurso que fundara la élite
intelectual criolla. En el Apologético se aprecia
la vasta capacidad intelectual de su autor: poesía,
música, filosofía, retórica, teología
y latín. Su carácter hermenéutico
advierte la exégesis discursiva para interpretar
la vertiente poética de Góngora. La habilidad
intelectual del Lunarejo, en cuanto a la clasificación
de las categorías poéticas, sitúa
a su metatexto en la incursión de la renovación
hermenéutica en las letras castellanas, por cuanto
se formulan operaciones cognoscitivas que pretenden
reinterpretar la poética barroca.
El
estudio de Espinosa comprende un análisis de
los recursos poéticos expuestos por el autor
de la Fábula de Polifemo y Galatea,
que, a juicio del ilustre cusqueño, rescata lo
mejor de Virgilio y Homero. Mientras en Los Lusiadas,
Luis de Camoens proyecta su fascinación por Virgilio
en la empresa marítima de Vasco de Gama por las
costas africanas; con su Fábula Góngora
gesta una ambiciosa versión castellana de la
tradición clásica, esfuerzo que corona
al autor cordobés a la par de la poesía
latina. Para Manuel de Faria la producción épica
del portugués supera al hispano por la extensión
de su discurso y la exaltación de los lusitanos
en un poema que rivalice con la valentía de aqueos
y latinos.
El
artificio retórico de Góngora es decodificado
a partir de una teoría hermenéutica innovadora:
por un lado, fundamenta los cánones discursivos
en la estructura del verso castellano; y por otro, incursiona
en la renovación de la teoría literaria.
La preocupación de Espinosa por decodificar la
poética gongorina le sitúa en un plano
privilegiado en la medida en que articula el lenguaje
poético con la retórica aristotélica.
Precedentemente al Apologético la crítica
literaria se inclinaba por resaltar el buen uso de la
gramática antes que el artificio retórico,
como lo advierte la edición anotada de Manuel
de Faria (1638) para Los Lusiadas. La temprana
atención que el Lunarejo sugiere en la métrica
y los procedimientos retóricos para con el discurso
poético conllevan a establecer al hipérbaton,
y sus distintas categorías discursivas, como
uno de los ejes centrales para definir una nueva concepción
del discurso lírico barroco. De hecho, las teorías
analítico-interpretativas del siglo XX han confirmado
la capacidad visionaria del clérigo cusqueño.
La
defensa de Góngora respondería a la consumación
de la poesía castellana en las Soledades
y en la Fábula de Polifemo y Galatea
para definir la figura del “genio poético”.
Si bien este fenómeno es cuestionado recién
en la estética romántica, Espinosa Medrano
inscribe la categoría de “genio”
con el propósito de establecer al sujeto creador
en su intención literaria de producir imágenes
nuevas. La poética barroca prefería las
figuras discursivas como vehículo de la unidad
escritural. La función del genio poético,
por consiguiente, perfecciona la estética literaria,
dotándola de una innovación sin límites.
La presente edición de Luis Jaime Cisneros confirma
el carácter atemporal del Apologético.
El constante interés de Cisneros por demostrar
la prematura modernidad en este ensayo viene precedido
por un apasionado estudio de la obra del Lunarejo. Consecuentemente,
el prestigioso investigador peruano ve consumada una
ingente labor de crítico y estudioso inmutable
en una nueva publicación del primer aporte intelectual
de la América colonial. Esta nueva edición
del Apologético en favor de don Luis de Góngora
está antecedida por una rigurosa introducción
que en sí misma recoge y renueva comentarios
anteriormente difundidos en diversas revistas especializadas.
En
nuestra opinión, la estrategia hermenéutica
que realiza Espinosa Medrano gira en torno a dos operaciones
imbricadas: 1) plantea los efectos del lenguaje poético
desde un rigor eminentemente científico; y 2)
construye el primer metatexto interdisciplinario al
consultar los aportes filosóficos y retóricos
de textos grecolatinos. Desde su prólogo “Al
letor” (127) se proclama un sesgo respecto de
la intelectualidad europea para afirmar una autonomía
cultural criolla. Este interés del autor por
inscribir nuevas categorías mentales dentro del
sistema literario busca equilibrar su discurso con el
favor de una extensa lista de grandes autores clásicos
y contemporáneos (127-129), quienes autorizarían
la validez de su propuesta interpretativa y con ello
legitimar una nueva élite intelectual; hecho
que Cisneros no repara en su reciente publicación.
El
texto en su conjunto consta de doce secciones, la misma
distribución de la Eneida o La Cristiada
de fray Diego de Hojeda. A la igual que las poéticas
de Aristóteles y Horacio reafirma en la inventio
su intención de conceptualizar los aportes estéticos
de Góngora. La primera sección inaugura
una renovación en la dispositio: Espinosa
Medrano “quiere ser predicador y guía”
(15) de los hechos que expondrá en su elocución.
La reprobación contra la lírica gongorina
por parte del crítico portugués establece
los cánones que un análisis interpretativo
debe perseguir: “Vituperar las musas de Góngora
no es comentar la Lusíada de Camoens” (I,
132). El propósito central de su estudio estaba
dirigido en modificar los parámetros de la crítica
literaria metropolitana a través de los errados
argumentos de Faria y Sousa, antes que “ridiculizar”
su apreciación como se sostiene en el extenso
estudio introductorio.
Con
la segunda sección se identifican los recursos
poéticos, en cuanto valor estético para
dilucidar el nivel discursivo operado en la producción
del poeta cordobés. Estas herramientas teóricas
permiten al crítico cusqueño ahondar en
la dimensión simbólica que la lírica
barroca pretendía a través de las figuras
retóricas y el uso de oscuros códigos
discursivos. La articulación de dichas estrategias
gramaticales con la temática operada en el texto
constituye la primera aproximación objetiva de
la recepción americana para con los artistas
europeos en Indias.
Las
dos secciones siguientes evidencian la destreza intelectual
del Lunarejo para elaborar los preceptos de su tesis.
Mientras en la tercera sección se atienden los
planteamientos teóricos de Faria para interpretar
la lírica de Góngora; en la cuarta, el
letrado cusqueño define —con rigor científico—
cada una de las unidades retóricas que le permitirán
demostrar su análisis interpretativo y, en seguida,
reconstruir el sentido cognitivo en un poema de Virgilio,
ejemplo paradigmático para la exégesis
renacentista y barroca. El efecto del discurso poético
supone —y así lo entiende nuestro autor—
la presencia del lenguaje como vehículo estético
en el afán de desarrollar el sentido artístico
del discurso. La estrategia del erudito peruano confluye
en una “demostración matemática
que se le ha de hacer a Faria (…) con evidencias
bien fáciles” (IV, 146). ¿La imagen
de Faria representaría a la comunidad letrada?
Este esquema mental se dirigiría a la intelectualidad
peninsular antes que al difunto Manuel de Faria.
Para
la quinta sección se consignan las voces poéticas
que hubieran influenciado en el “soberano ingenio”
de las letras castellanas y la renovación de
las mismas en su producción lírica. De
acuerdo a Luis Jaime Cisneros, Espinosa quiere dejar
constancia de la primacía de Juan de Mena en
las figuras hiperbáticas a fin de que su elocución
registre la continuación de los artificios retóricos
en la poesía hispana. Góngora reuniría,
en consecuencia, los experimentos discursivos que los
primeros creadores del Siglo de Oro concibieron para
la lengua ibérica. No obstante, el comentario
de Cisneros reduce la trascendencia de Juan de Mena,
Garcilaso de la Vega, Juan Boscán, entre otros,
la intención del Lunarejo consistiría
en construir una hermenéutica que atienda la
lírica hispana desde sus propios códigos
poéticos. La desacertada interpretación
que Faria opera en la tradición lírica
española declara su leso conocimiento en la función
de desentrañar los versos castellanos.
El
corpus metatextual del Apologético se
expone entre las secciones sexta y décima. La
erudición del cusqueño le permite definir
los procedimientos metafóricos de Góngora
a partir de la Poética de Aristóteles;
de esta manera, los aportes del Estagirita autorizan
la confrontación de su reflexión analítica.
Los sistemas retóricos expuestos en la cuarta
sección y su correspondiente reconstrucción
cognitiva le facultan adentrarse en el modelo poético
seguido por Góngora en tanto heredero de la tradición
greco-latina y española. La nutrida instrucción
en torno a los poetas clásicos es un condicionante
para echar por tierra los postulados de Faria, quien
“para ensalzar a su Camoens echa a rodar los Virgilios,
los Horacios, los Píndaros, los Homeros, los
Plautos y Menandros” (V, 179). De hecho, la comparación
Mahoma/Góngora —por parte del intelectual
lusitano— adscribiría la corrupción
de la composición lírica en manos del
cordobés. Si bien el Lunarejo entiende el oprobio
hacia quienes no comprenden la innovación de
las licencias poéticas, la limitación
que ejerce la crítica retrógrada entorpece.
Sorprende, sin embargo, la interpretación de
Cisneros para quien la figura de Mahoma representa apenas
una función religiosa.
La
exégesis preparada por Espinosa Medrano llega
a su punto más alto con su lectura de las Soledades
y la Fábula de Polifemo y Galatea. La
identificación del genio poético, como
enigma para descifrar el sentido del discurso, configura
la relación evidente entre el autor y el receptor
del texto. El autor del Apologético
se detiene a decodificar las referencias discursivas
desde sus propias categorías mentales; lo mismo
que refiere su destreza intelectual en temas mitológicos
para reconstruir el espacio simbólico en la épica
de Camoens y de Góngora. El análisis-interpretativo
de Faria le sirve para involucrarse como lector de la
Fábula gongorina. La significación
mitológica no depende —asegura el Lunarejo—
de una imitación exacta con respecto a los modelos
clásicos, sino, en la apropiación de los
mismos para sugerir al mundo hispánico como nuevo
espacio poético: “pues aun Dios con obrar,
con sólo querer, no debe hacer lo mejor que puede
obrar” (IX, 192). El crítico peruano insiste
en la necesidad de abordar los significados que el poeta
opera en la construcción de su discurso (Cfr.
IX, 196) en su labor de penetrar la cosmovisión
simbólica del mundo representado, de lo contrario
toda propuesta exegética carecería de
valor.
A
manera de colofón, las dos últimas secciones
cierran el primer estudio crítico indiano. Los
criterios usados por Juan de Espinosa priorizan, sin
duda, la propuesta de un nuevo esquema de interpretación
literaria bajo las mismas herramientas que la retórica
clásica había formulado en la Antigüedad.
Estos mismos cánones confluyen en la premisa
sobre la que gira su análisis: “ajenos
descuidos nos gastan el papel, el tiempo y la vida,
sin acordarse de que, mientras pelean, no nos han enseñado
ni un átomo de la verdad” (XII, 218).
En
consecuencia, ¿la aproximación a la lírica
gongorina en el Apologético debe entenderse como
la aplicación de una nueva tesis hermenéutica
o se sugeriría, acaso, la inserción de
los criollos americanos en la producción intelectual
metropolitana? ¿Era consciente el autor de la
envergadura de su metatexto? No obstante Espinosa
Medrano se propone corregir la apreciación peninsular
con respecto al sector criollo a través de un
apoteósico estudio crítico, su preocupación
por profundizar en una exégesis idónea
respecto del discurso lírico contemporáneo
reafirma su papel erudito en la intelectualidad hispana.
Es probable que el Lunarejo haya querido presentarse
ante la corona como el mentor de la élite letrada
en Indias en su intención de obtener favores
por parte la metrópoli, como también lo
hicieran el Inca Garcilaso y Guamán Poma de Ayala
aunque desde perspectivas distintas. El constante afán
de Espinosa Medrano por reconocerse criollo, a pesar
de que su origen étnico no ha podido ser identificado,
se suma a su tarea de evangelizador en su producción
dramática quechua. Esta posibilidad, sin embargo,
no llegó a consolidarse como acredita su testamento
donde se consigna la austeridad de su inhumación.
Con
la presente edición del Apologético
en favor de don Luis de Góngora, Cisneros
proporciona, aunque desde procedimientos teóricos
desfasados, una visión íntegra de esta.
El editor del estudio gongorino expone criterios ad
litteram de un discurso erudito barroco, declinando
de los recientes estudios acerca de la problemática
literaria colonial. La presencia del Apologético
en las disertaciones literarias quedará, no obstante,
ratificada a partir de la desmedida labor de Luis Jaime
Cisneros, la misma que se ve consumada desde hoy. 
©
Johnny
Zevallos,
2005 |