Jack Spicer (1925-1965) es uno de los grandes renovadores de la poesía del siglo XX. Formado como lingüista e influido por esta disciplina, a partir de su libro After Lorca (A la manera de Lorca) empezó a concebir un sistema literario basado en dos principios. 1) Lo que él mismo llamaba “la poesía por dictado”, es decir, un método a través del cual intentaba concebir una poesía que no surge del interior del creador sino que viene de un Afuera, de algo que está más allá de sus propias emociones, carencias o necesidades. 2) Poemas seriales, es decir, poemas estructurados en un conjunto, cuya potencia expresiva y simbólica estaría en la propia interacción del conjunto, en los puntos de quiebre y de contacto de las partes, en las extrapolaciones. After Lorca es un puñado de cartas, traducciones e imitaciones; todo destinado a establecer un diálogo con el cadáver del poeta andaluz: un audaz y extraordinario juego conceptual en el que se funden las nociones de autor y traductor, y se subvierten categorías como originalidad y copia. De ahí en adelante, y obedeciendo con fidelidad ciega y conmovedora a esos dos principios, la poesía de Spicer se volvió cada vez más experimental, es cierto, pero también más cáustica, humorística, regada de una inteligencia esplendorosa. La totalidad de su obra permanece hasta ahora inédita en nuestro idioma.
TRADUCCIONES:
Introducción
Francamente me sorprendí mucho cuando el Sr. Spicer me pidió que escribiera una introducción para este volumen. Mi reacción ante al manuscrito que me envió (y ante las series de cartas que ahora son parte de él) fue y es fundamentalmente de indiferencia. Lo veo como el desperdicio de un considerable talento en algo que no merece la pena. De cualquier modo, yo he estado alejado de todo contacto con la poesía desde hace veinte años. La nueva generación de poetas quizá vea con placer lo realizado por el Sr. Spicer en lo que considero una tarea difícil y poco gratificante.
Debe quedar claro desde el comienzo que estos poemas no son traducciones. Hasta en la versión más literal el Sr. Spicer parece encontrar placer al insertar o sustituir una o dos palabras que cambian completamente la atmósfera y a menudo el significado del poema tal y como yo lo escribí. Con frecuencia, él toma uno de mis poemas y junta la mitad con la mitad de uno suyo, dando el efecto de un centauro reticente. (La modestia me prohibe especular acerca de cuál extremo del animal es mío). Finalmente hay un igual número de poemas que yo sencillamente no escribí (uno supondría que son de él), realizados en una especie de extravagante imitación de mi estilo inicial. El lector no recibe ninguna indicación acerca de cuál de los poemas pertenece a cuál categoría, y yo he complicado más el problema (con premeditada malicia, debo admitir) al enviar al Sr. Spicer varios poemas escritos después de mi muerte, los cuales él también ha traducido e incluido aquí. Incluso al más fiel de los estudiosos de mi trabajo le será difícil decidir qué es y qué no es García Lorca, del mismo modo que, de hecho, le sucedería si tuviera que mirar en mi actual lugar de descanso. La analogía es grosera, pero me temo que merecida.
Las cartas son otro problema. Cuando el Sr. Spicer empezó a enviármelas hace unos meses, reconocí inmediatamente la “carta programática” –la carta que un poeta le escribe a otro no en un intento por comunicarse con él, sino más bien del modo en que un hombre joven le susurraría sus secretos a un espantapájaros, sabiendo que su joven dama estará escuchando a la distancia. En este caso la joven dama puede ser una Musa, pero el espantapájaros, naturalmente, se toma a mal las confesiones. El lector, que no es un invitado a esta singular cita, puede entretenerse con lo que alcanza a escuchar.
Los muertos son notoriamente difíciles de satisfacer. La mescolanza del Sr. Spicer podrá complacer a su audiencia contemporánea o podrá, y esto es más probable, conducirlo a escribir mejor poesía propia. Pero mientras examino esta curiosa amalgama no puedo dejar de acordarme de una historieta publicada en una revista americana que vi cuando visitaba Nueva York. La historieta mostraba una lápida en la que estaban inscritas estas palabras: “AQUÍ YACE UN OFICIAL Y UN CABALLERO”. La leyenda de abajo decía: “Me pregunto cómo terminaron enterrados juntos”.
Federico García Lorca
Afueras de Granada, octubre de 1957
Querido Lorca,
Estas cartas están para ser temporales del mismo modo en que nuestra poesía está para ser permanente. Ellas establecerán el bulto, el desperdicio que demandan mis contemporáneos de agrios estómagos para ayudarlos a tragar y digerir la palabra pura. Usaremos nuestra retórica aquí para que no aparezca en nuestros poemas. Dejemos que se consuma párrafo a párrafo, día a día, hasta que nada de ella quede en nuestra poesía y nada de nuestra poesía quede en ella. Es precisamente porque estas cartas son innecesarias que deben ser escritas.
En mi última carta hablé de la tradición. Los tontos que lean estas cartas pensarán que con esto nos referimos a lo que ha estado significando la tradición últimamente –un histórico mosaico (hecho ya sea de citas Isabelinas, guías ilustradas del pueblo natal del poeta u oscuras alusiones a oscuros trozos de magia publicados por Phanteon) que se utiliza para cubrir la desnudez de la palabra expuesta. La tradición significa mucho más que eso. Significa generaciones de distintos poetas en distintos países contando pacientemente la misma historia, escribiendo el mismo poema, ganando y perdiendo algo con cada transformación –pero, por supuesto, nunca perdiendo nada realmente. Esto no tiene nada que ver con tranquilidad, clasicismo, temperamento o cualquier otra cosa. La invención es simplemente enemiga de la poesía.
Mira cuán débil es la prosa. Yo invento una palabra como invención. Estos párrafos podrían ser traducidos, transformados por una cadena de cincuenta poetas en cincuenta lenguas, y seguirían siendo temporales, inciertos, incapaces de producir la sustancia de una sola imagen. La prosa inventa –la poesía revela.
Un loco habla consigo mismo en la habitación de a lado. Habla en prosa. Dentro de poco iré a un bar y ahí uno o dos poetas me hablarán y yo a ellos y trataremos de destruirnos o atraernos o incluso escucharnos los unos a los otros y nada sucederá porque estaremos hablando en prosa. Me iré a casa, borracho e insatisfecho, y dormiré –y mis sueños serán prosa. Ni siquiera el subconsciente posee la paciencia necesaria para la poesía.
Tú estás muerto y los muertos son muy pacientes.
Con amor,
Jack
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Canción para setiembre
Una traducción para Don Allen
En la noche distante los niños están cantando:
Un río pequeño
Y una fuente coloreada
LOS NIÑOS: ¿Cuándo regresarán nuestros corazones de tus
vacaciones?
YO: Cuando mis palabras no me necesiten.
LOS NIÑOS: Nos has dejado aquí para cantar la muerte de tu
verano
Un río pequeño
Y una fuente coloreada
¿Qué flores de Setiembre llevas en la
mano?
YO: Una rosa sangrienta y un lirio blanco.
LOS NIÑOS: Sumérgelas en el agua de una vieja canción
Un río pequeño
Y una fuente coloreada
¿Qué estás probando en tu boca sedienta?
YO: El sabor de los huesos de mi gran calavera.
LOS NIÑOS: Bebe el agua amable de una vieja canción
Un río pequeño
Y una fuente coloreada
¿Por qué te has alejado tanto de la muerte
de tu verano?
YO: Estoy buscando a un mágico hombre mecánico
LOS NIÑOS: ¿Y cómo encontrarás la autopista de los poetas?
YO: La fuente y un río y una vieja canción.
LOS NIÑOS: Estás yendo muy lejos.
YO: Estoy yendo muy lejos, más lejos que mis poemas, más lejos que
las montañas, más lejos que los pájaros. Le voy a pedir a Cristo
que me devuelva mi infancia, madurada con quemaduras de sol
y plumas y una espada de madera.
LOS NIÑOS: Nos has dejado aquí para que cantemos la muerte de tu
Verano. Y nunca regresarás.
Un río pequeño
Y una fuente coloreada
Y nunca regresarás.
(De A la manera de Lorca)
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Un libro de música
Llegando a un final, los amantes
Están exhaustos como dos nadadores. ¿Dónde
Terminó? No hay relato. Ningún amor es
Como un océano con la vertiginosa procesión de las fronteras
de las olas
Desde la cual dos pueden emerger exhaustos, ni un largo adiós
Como la muerte.
Llegando a un final. En su lugar, yo diría, como un trozo
De soga ensortijada
Que no esconde en los últimos giros de su extensión
Sus finales.
Pero, tú dirás, nosotros amamos
Y algunas partes de nosotros amaron
Y el resto de nosotros seguirá siendo
Dos personas. Sí,
La poesía termina como una soga.
(De Un libro de música)
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I
Ustedes no han escuchado ni una sola de las palabras que he cantado
Les dijo Orfeo a los árboles que no se movían
Sus ramas vibran con los tonos de mi lira
No con los sonidos de mi lira.
Tú nos has puesto en un grave aprieto dijeron los árboles
De hecho nuestras ramas están enraizadas a la tierra
A través de nuestros troncos dijeron los árboles
Pero calmado como un hacha Orfeo se acercó
A los árboles y cantó con su lira una canción
En la que los árboles no tienen ramas los troncos no tienen árbol
Y las raíces que se enredan bajo tierra
Son malas para las ramas el tronco y el árbol
Bueno, dijeron los árboles, eso es una canción
Y lo siguieron salvajemente a través de ríos y océanos
(De Apollo Sends Seven Nursury Rhimes To James Alexander)
© Diego Otero, 2009
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Diego Otero (Lima, Perú 1973). Ha publicado los libros de poesía Cinema Fulgor (Colmillo Blanco, 1998) y Temporal (Solar, 2005). También "La Grabadora. The Sound Of Periferia" (Edición independiente, 2006), un proyecto artístico en formato de libro, en co-autoría con el músico Santiago Pillado-Matheu y el diseñador gráfico Goster.
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