Así como lo intuyeron Poe o Rimbaud en su momento, también Capote ve en la ciudad la amenaza del individuo; no sólo porque en la ciudad la tentación de la libertad, esa libertad que, como afirmó alguna vez, le permitía ser diez hombres distintos, termina por perder a sus individuos en un collage de sí mismos (...) sino también porque la ciudad se convierte en un símbolo (recurrido es verdad) de todo lo impersonal y distante que puede ser la actual civilización

 

 

 

 

2. La ciudad, la multitud

Como bien recuerda William Ospina 7 no es la poética aproximación que hace de Nueva York el viajero Truman Capote, sino la severidad con que la ve Sartre, la más adecuada descripción de la ciudad en que conviven los personajes de Un árbol de noche. "En Nueva York uno nunca se siente solo, pero siempre se siente insignificante". La sensación abrumadora que paulatinamente van sintiendo los personajes, fagocitados por la multitud y el mecanismo colectivo de su entorno, parecen una representación implacable de dicha sentencia. Como vimos en el capítulo previo, las expectativas, ese deseo particular de diferencia que anima a los personajes hacia la migración (o el escape, según sea el caso), generará siempre un resultado inverso, pues la ciudad lejos de realizarlos terminará robándoles la individualidad que no reconocían en ellos mismos.

Ya desde el principio del cuento "Profesor Miseria", el corazón de la ciudad se configura como un espacio ominoso, poblado de oscuros presagios. Sylvia siente en él, no sólo el miedo esencial que desarrollará en adelante, sino un miedo físico ante la amenaza puntual de aquellos dos muchachos que volverán a aparecer hacia el final del relato, sólo para confirmar el proceso de deterioro que se ha desarrollado en la protagonista. "Durante el resto del trayecto maldijo Nueva York: la inocente amenaza del anonimato (...)" (p.9). Esta reacción paulatina frente al entorno, la podremos ver (ciertamente con otros matices) en relatos donde los protagonistas son migrantes pueblerinos que viven en la ciudad: lo mismo sucede con Walter ("Cierra la última puerta") o Vincent ("El halcón decapitado"). Sylvia, por su parte, proviene de Easton, al igual que su amiga Estelle, compañera de habitación. A diferencia de ella, sin embargo, Estelle posee una personalidad dócil y su sentido de independencia crítica parece haber quedado vulnerado de modo definitivo, tanto que su entidad parece inseparable de la de su novio Butsy.

En consecuencia, la ciudad, como una pesada marca que se inflige sobre los personajes, aniquila los indicios de individualidad. Sylvia llega a afirmar que Nueva York no es un lugar para enamorarse: "es un lugar para curarse del amor". (p.22). Tal imposibilidad no es extraña ni gratuita, si, como entendemos, ninguno de los otros protagonistas está capacitado para "amar" realmente en las ciudades; seres solitarios y con dificultad para sus relaciones, ni la viuda H. T. Miller, ni Walter, ni Vincent, ni aparentemente Kay, al igual que Sylvia, desmienten tal afirmación, y por el contrario revalidan ese signo. Simplemente, como veremos más adelante, hay en este aspecto una confirmación que parece mostrar una intencionalidad del texto (para recurrir a Eco), que vincula la ciudad con la perdida de la singularidad, empobreciendo las relaciones humanas y haciendo incapaces a los seres migrantes de relacionarse con propiedad con sus semejantes en un dicho espacio hostil.

* * *

Volvamos a William Ospina y a las impresiones de Sartre:

De visita desde Francia, había encontrado una ciudad impersonal y hostil [se refiere a Nueva York], una selva electrizada, descomunal y populosa hasta el vértigo, donde cada quien se convierte en el desesperado 'hombre de las multitudes' y donde la realidad es una suerte de incesante asedio. 8

De modo similar parece pensar Capote:

Aunque podía estar de acuerdo con Sartre, sintió que aquel lugar enorme y múltiple, cuyos oleajes parecen disolver la identidad de los hombres, era el espacio más propicio para la vida y para la literatura. 9

La aparente idea de libertad representada por la urbe moderna, como dice poco después Ospina, tal vez sirva para explicarnos la riquísima obra de Truman Capote, pues es en esa contradicción entre la diversidad de su carácter y su profunda nostalgia por la tierra original, el sentimiento de inocencia que presiente cada vez más deteriorado, la que le otorga en última instancia esa singulariadad de estilo y la variante de su propio repertorio creativo. Poco nos sirve, sin embargo, para nuestro análisis el asedio de su biografía, salvo el conflicto que quiso tal vez extender a los personajes de sus ficciones. Así como lo intuyeron Poe o Rimbaud en su época, Capote ve en la ciudad la amenaza del individuo; no sólo porque en la ciudad la tentación de la libertad, esa libertad que, como afirmó alguna vez, le permitía ser diez hombres distintos, termina por perder a sus individuos en un collage de sí mismos, como le sucede de manera estrepitosa al protagonista de "Cierra la última puerta"; sino también porque la ciudad se convierte en un símbolo (recurrido es verdad) de todo lo impersonal y distante que puede ser la actual civilización.

Es también esa derrota progresiva ante la fuerza de lo impersonal lo que se observa en Sylvia. Veamos sino el contexto con que la configura: trabaja como mecanógrafa, con otras muchas como ella y uno puede imaginarse el océano de teclas que anulan su propio trabajo. El día que visita por primera vez el edificio donde Revercomb compra sueños, ha multiplicado hasta el cansancio un eslogan atroz: "SnugFare, los calzoncillos que proporcionan seguridad..." Es el mismo terror que inspira a Kafka la revolución industrial, ahora en la impersonal Nueva York, centro del comercio, de la vanidad y de la indiferencia productos de la moderna cultura humana. Entendible, por tanto, que el diciembre próximo le muestre un Santa Claus siniestro al otro lado del escaparate. Como dice Ospina, al igual que escritores como Poe, Faulkner o Henry Miller, Truman Capote comparte con ellos ese presentimiento pesimista que le hace sospechar de aquello que precisamente ama:

...que no pueden dejar de sentir que el sueño americano confina con la pesadilla y que en medio del apacible e iluminado mundo que construye el optimismo industrial brotan las flores de la sombra, esos hongos siniestros que Bradbury oye crecer de noche en los sótanos 10.

De este modo, gradualmente, mientras los avances de la perdida de la identidad causan estragos irreversibles en Sylvia, también se desarrolla en ella un mayor desapego por lo material. Su habitación, como comprueba en una visita patética su amiga Estelle, es un escenario que sintetiza su degradación interior: rodeada de desperdicios y en un barrio decadente, nos exhibe una imagen que reafirma este presentimiento: (frente a la ventana) "a lo lejos, como un punto de admiración en el horizonte de edificios, se alzaba la negra chimenea de una fábrica" (p.20).

Sin embargo, por encima de toda esta acumulación de modernos presagios que se confirman en un mundo competitivo y aniquilador del propio individuo, es la terrible certeza (que tuvo asimismo el protagonista de "El Aleph" ante la muerte de Beatriz Viterbo 11), según la cual el mundo sigue girando a pesar de nuestra ausencia o la ausencia de alguien amado, la que nos prepara para el conflicto mayúsculo y la escena simbólica que simplifica el desarrollo de la protagonista. La ciudad está más viva que nunca ante su declive, ante su infelicidad. "La mayoría de la gente se levanta por las mañanas, no porque importe que lo haga, sino porque no importaría que no lo hiciera" (p.50), nos dice el narrador, y esta aseveración es más una sentencia que relaciona los conflictos de los personajes de Capote, que una simple impresión de la solitaria y cada vez más deprimida protagonista. En ella está un síntoma mayor de desarraigo en la urbe, en cuyo centro se encuentran relegados los personajes, lejos de familiares, sin una posibilidad (forzada o deliberada) de amistad y protección. La ciudad se configura de este modo como un espacio impersonal, donde las relaciones se tornan superficiales o insuficientes, y donde el individuo se disuelve en la multitud, perdiendo no sólo su identidad sino también su recuerdo.

 

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