3.
El miedo
Master
Misery, el Profesor Miseria, es un ente sin explicación
racional aparente. Sin embargo su carga simbólica
no es inicialmente arbitraria (se enraíza en
el miedo profundo que existe en la memoria de los
seres humanos), y más bien es su explicación
la que otorga una organicidad a los argumentos de
los relatos que hemos propuesto como ejemplos de la
obra de Truman Capote y su relación crítica
con la urbe. Como bien se ha hecho notar, su idea
de pesadilla es parte de una larga tradición
norteamericana que lo emparenta con autores como Poe,
Hawthorne o Eudora Welty: "siempre
hay un clima vagamente atroz, siempre está
apunto de ocurrir algo horrible" 12.
No sólo es consecuencia de una atmósfera
opresiva, sino también de la presencia de un
ente, un personaje incorpóreo que termina por
fundirse con el entorno. Con otros nombres, sin apariencia
alguna, como una sombra o apenas como una intuición,
esta entidad-presencia reaparecerá en los conflictos
de los personajes de Capote, no sólo en el
libro que estudiamos en el presente ensayo, sino también,
por ejemplo, en su primera novela Otras voces,
otros ámbitos, aunque desde una perspectiva
menos principal. Esta naturaleza evanescente e impersonal
estará representada, como veremos, tanto en
el primer relato del libro como en los posteriores,
en citas como las siguientes:
Nunca
volveré a asustarme dijo [Sylvia].
Ni siquiera sé de qué tenía
miedo.
De
las mismas cosas que te asustarán la próxima
vez dijo Oreilly, con calma. Esa es
una cualidad del Profesor Miseria: nunca sabe nunca
qué es, ni siquiera los niños que
lo saben todo. 13
Se
parece a ti, a mí, casi a cualquiera (...)
A veces ni siquiera es un hombre, a veces es algo
muy diferente, un halcón, un niño,
una mariposa... 14
Sabemos
que es una "cualidad" de dicha entidad:
no se sabe nunca qué es, puede ser de muchas
formas y no ser ninguna al mismo tiempo. Lo único
claro es que se le vincula con un miedo que proviene
de la infancia y que parece común a todos los
seres humanos. Para tener una idea más clara
de ello, veamos lo que el personaje que parece conocerlo
mejor el payaso Oreilly, suerte de consejero
que acompaña a Sylvia 15
nos dice en líneas anteriores:
"Le
llamo Profesor Miseria porque es eso. Profesor Miseria.
Tal vez tú le llames de otro modo, pero es
el mismo tipo; seguro que lo conoces. Las madres
siempre hablan de él a sus hijos: vive en
los huecos de los árboles, se desliza de
noche por las chimeneas, acecha en los cementerios,
sus pasos resuenan en los desvanes. El hijo de puta
es un ladrón, una amenaza: se apropiará
de todo lo que tengas y no te dejará nada,
ni siquiera un sueño".
16
Más
adelante, en la misma conversación entre ambos,
esta idea del ente familiar que se asocia con la infancia,
viene a reafirmarse con la declaración de Sylvia:
"En mi familia lo llamábamos de otro modo,
pero no recuerdo cómo. Fue hace mucho",
afirma ante la insistencia de su amigo. Esto se asemeja
a lo que, por su parte, en "Un árbol de
noche" reconoce la protagonista:
Al
ver su rostro indefenso, insulso (...) Kay supo
de qué tenía miedo: un recuerdo de
la infancia, terrores que una vez, hacía
mucho, se habían cernido sobre ella como
las fantasmales ramas de un árbol hecho de
oscuridad. Tías, cocineras, desconocidos...
todos ansiosos de un cuento o un verso de aparecidos,
muertes, presagios, espíritus, demonios.
Y ahí estaba también la infalible
amenaza del hombre del saco: si te alejas de casa
vendrá el hombre del saco y te comerá.
El hombre del saco vivía en todas partes,
en todas partes había peligro. De noche,
en la cama: ¿oyes cómo llama a la
ventana? ¡Escucha! 17
Es
sutil, pero no difícil de percibir en la intervención
de Oreilly un detalle significativo. Ello es que la
asociación entre el miedo infantil y la actualización
de aquel miedo en el presente del relato se produce
de manera arbitraria. No hay una relación lógica
entre lo primero (imágenes remotas de un susto
de la infancia, como son las ramas que parecen brazos
tras las cortinas no otro es el motivo que da
título al cuento "Un árbol de noche"),
y las que resurgen en el presente, es decir, en el
mundo adulto de los personajes. La continuación,
"el hijo de puta es un ladrón" en
adelante, establece una correlación que no
sostiene una explicación lógica fuera
de la establecida por el relato. Es decir, surge una
justificación que vincula el miedo inicial
de la infancia con el que representa el Profesor Miseria,
únicamente existente en el mundo ficticio que
nos presenta Capote. Ahora bien, esto, más
que un artificio tramposo, es una clave para identificar
el significado real y no sólo intuitivo que
posee la figura del Profesor Miseria. En otras palabras,
no se trata únicamente de la representación
de una angustia infantil (que como sostiene Freud,
no se extingue en la mayoría de los seres humanos
en la edad adulta 18)
asociada a la soledad o al silencio; también
se trata de una interpretación personal, y
por consiguiente racional, por parte del autor, de
esa misma fuente y que emplea de manera perspicaz
para vincular la totalidad de su mundo ficticio.
Resulta interesante, llegados aquí, la manera
cómo se puede establecer una relación
directa entre esa idea de lo "siniestro"
que definió Freud (y que analizó, dicho
sea de paso, trabajando los espantos de E. T .A. Hoffman
en un ensayo memorable), y esa presencia de lo espeluznante,
que trabaja Capote. Hay ciertamente una vinculación
desde el momento en que se nos anuncia que el miedo,
que lo ominoso, surge de la infancia; curioso, asimismo,
que el eje siniestro del cuento analizado por Freud
("El hombre de arena") tenga como principio
el mismo equivalente familiar y producto de las tradiciones
orales que se recoge en Un árbol de noche.
La tradición de "el hombre de arena"
(en Alemania, las madres acostaban a los niños,
amenazándolos con aquel personaje si no se
dormían pronto), en cuyo terror funda su historia
Hoffman, nos recuerda mucho lo que Oreilly dice a
propósito del Profesor Miseria, o al "Hombre
del saco" a que hace referencia Kay. No es una
curiosa coincidencia, como veremos. Partiendo de un
enunciado de Schelling, Freud llega a la siguiente
conclusión: (lo siniestro sería) "algo
que debiendo haber quedado oculto se ha manifestado".
Es decir, la actualización de un miedo infantil
reprimido que surge de manera inconsciente frente
a un estímulo lo suficientemente poderoso como
para despertarlo. Algo similar, de hecho, menciona
Oreilly al explicar el desarrollo de los sueños:
"Pero casi todos los sueños
empiezan porque una furia interior derrumba las puertas".
(p.26).
El
miedo oculto en la infancia emerge como el resultado
final en un proceso paulatino de deterioro personal.
Esto respondería al hecho de que, tanto el
Profesor Miseria, como Miriam, como las llamadas telefónicas
que recibe Walter, como Mr. Destronelli y el ilusionista
Lázaro en el vagón del tren, irrumpen
de modo intempestivo en las vidas de los protagonistas,
sí, pero estas apariciones no son, si se mira
con suficiente atención, emergencias gratuitas.
Remontémonos previamente y sigamos la vida
agotada e insatisfecha que lleva Sylvia, la vacuidad
de Walter, la secuencia sentimental de Vincent, la
intrascendencia en los hábitos de la viuda
Miller, analicemos la idea del desarraigo o la insatisfacción
de los residentes y comprenderemos que todo ello no
es sino la culminación de su inevitable frustración.
Claro que desde entonces las cosas se precipitan hasta
un grado de disolución absoluta, pero es como
si, hasta entonces (sugerido el proceso previo), la
simbólica aparición del Profesor Miseria
y sus equivalentes estuviera dirigida por los mismos
protagonistas. Esto explica lo que dice Oreilly testificando
su propia caída: "De
cualquier forma toda la culpa no es de él.
No tenía mucho con qué empezar, y él
se quedó con lo que había; ahora no
me queda niente, niña, niente". (p.16).
Estamos,
por supuesto, ante la representación de un
proceso comprensible, aunque no por ello menos controlable.
El miedo que unifica a los personajes de Capote (adultos,
recordemos, que no han abandonado por completo la
infancia, o que precisamente se hayan detenidos en
dicha etapa por ese miedo subterráneo que reactualiza
su particular condición), no solo organiza
los cuentos urbanos de Un árbol de noche,
sino también presenta una propuesta racional
de esa misma vinculación con la interpretación
y el entendimiento de sus propios personajes.
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