Con
el psicoanálisis y el suprarealismo, de alguna
manera vendría a reavivarse la imagen poética
de que en los sueños se manifiesta el alma.
Sigamos esta línea. En el comercio que se establece
entre los personajes como Sylvia y el Profesor Miseria,
este compra en realidad (o hurta, como declaran tanto
Oreilly como la muchacha) sus esencias, es decir,
sus almas. La pérdida de la identidad individual
en todo caso equivaldría a una castración
del alma 23. Como
en los temas del doble que estudia Freud, los personajes
también pierden aquí el dominio sobre
su propio yo.
En
los cuentos restantes la identificación de
este proceso no será tan evidente. Es más
bien sutil pero no cabe duda por ejemplo que la pérdida
que experimenta paulatinamente Kay ante el hipnotizador,
o Mrs. H. T. Miller ante la súbita aparición
de Miriam, nos conducen a la misma conclusión.
Vincent se sorprende por el cuadro que ha pintado
aquella chica con la que vive pero de quien desconoce
el nombre 24 (el
halcón simbólicamente "decapitado"),
pues en la representación se reconoce con todas
sus frustraciones y defectos, y probablemente porque,
como Oreilly o el mendigo que cruza el camino de la
viuda Miller, su autora es la consumación del
proceso en que ha empezado a recaer él mismo,
antes de perder su identidad y entrar en ese mundo
de trance en que ya viven otros. El poder que tiene
la ciudad para robarle los sueños (es decir,
su identidad) a los individuos, es ese temor adormilado
que se despierta cuando la decepción de la
migración o el agotamiento progresivo de las
mentes críticas empieza a causar estragos sobre
ellos.
Los motivos para recolectar los sueños de los
demás (sueños siempre ajenos, que no
tienen que ver con él -p.18), no se nos participan,
y sólo sabemos que el Profesor Miseria los
conserva primero "todos
mecanografiados y archivados" (p.25) y
que no pueden ser devueltos a quienes, como Sylvia,
se retractan del comercio, pues los emplea de algún
modo, anulando con ello su restitución. En
cualquier caso resulta relevante la idea de oficina
que tiene el proceso de recolección de sueños;
se reafirma por ende lo mencionado líneas arriba,
acerca de la relación entre el sistema-ente
que anula los sueños de los individuos, para
volverlos sonámbulos, partícipes del
orden colectivo, es decir, seres sin marca singular,
que parece gobernar a su antojo. También estaría
en ello manifestada una crítica explícita
al consumismo:
En
la tienda donde había estado Santa Claus
vio una exhibición igualmente enervante.
Incluso cuando llegaba tarde a casa de Mr. Revercomb,
como ahora, se sentía obligada a detenerse
frente al escaparate. 25
La
obligación fuera de la propia voluntad y la
imagen del escaparate reafirman las sospechas de que
se trata de un vínculo estrecho con la imagen
del consumo.
Al
respecto es sintomático que el espectro (el
miedo infantil de la perdida de la identidad) se asocie
aquí con las zonas más privilegiadas
de Manhattan y con un aspecto comercial tan ligado
a la ciudad misma. Finalmente los sueños (el
alma) de Sylvia, a diferencia del alma perdida de
Dorian Gray (vampirizado, si se quiere, por el retrato),
se adjudican por un proceso transaccional básico
y ante un aséptico espacio que recuerda un
consultorio psiquiátrico, poniendo de relieve
con esto, no sólo el evidente carácter
crítico que tiene el cuento acerca de la modernidad
urbana, sino los mecanismos que le imponen vida y
prosperidad a los personajes que han traído
la inocencia consigo desde el campo 26.
Como vimos líneas arriba, esto emparenta a
Capote con autores como Henry Miller o Faulkner (Faulkner
además, es una influencia notable en su obra).
Es significativo por tanto que el sueño más
preciado, desde el punto de vista financiero (por
el cual paga, en efecto, diez dólares Mr. Revercomb),
sea un sueño que incluye aparentemente a los
familiares de Sylvia (p.24). Poco antes sus recuerdos
más íntimos aparecen como distantes
e irrecuperables, fundiéndose con una irrealidad
de ensueño, y la muchacha, ya sin la definitiva
protección de su memoria, queda desvalida frente
a la voracidad del comprador: "Todos
han desaparecido, pensó, evocando sus nombres
[los de sus familiares], ahora
estoy totalmente sola" (p.23).
Lo
mismo es de notarse en "Cierra la última
puerta", cuando, consumado el momento de gloria
del personaje, este se halla en un motel pueblerino
y recuerda un momento íntimo con su padre:
Se
preguntó a dónde ir y de repente fue
como si una película empezara a correr en
su cabeza: gorras de seda, de color cereza y amarillo
limón, y unos hombrecitos con apariencia
de sabios y exquisitas camisas de lunares. Cerró
los ojos, tenía cinco años, era delicioso
recordar la algarabía, las salchichas, los
enormes prismáticos de su padre. ¡Saratoga!
27
Es
aquí también cuando el personaje migrante
recuerda un momento de protección en su lugar
de origen, que la amenaza de aquel mal simbólico
se manifiesta, esta vez en forma de voz anónima
y asexuada, que lo encuentra a través del teléfono,
y tan próxima al parecer al "hombre sin
rostro" que poco antes había entrevisto
en su sueño.
En
"Miriam" la niña equivalente al Profesor
Miseria retiene con determinación un camafeo,
regalo del esposo muerto de H. T. Miller, y es el
primer (y significativo por lo que representa) "hurto"
que realiza. "Ya me ha
robado un camafeo [le dice a su vecina], pero está
a punto de hacer algo peor..." (p.117).
Este primer despojo que afecta claramente a la memoria
de la protagonista remite de modo directo al caso
de Sylvia. También entonces, ante su invalidez,
reconoce la ausencia de protección:
"Entonces se dio cuenta de algo en lo que no
había reparado desde hacía mucho: no
tenía a quien recurrir, estaba sola"
(p.110). Finalmente hay aquí una aseveración
clara y no simbólica (los sueños y el
alma), que concluye el relato: "Miriam
la había despojado de su identidad" (p.119),
reconoce en un último pero irreversible momento
de lucidez. Antes hemos seguido a la viuda en un día
de adquisiciones absurdas (un florero "de gusto
vulgar", cerezas, pasteles), más próximas
a las peticiones de la niña que a las austeridades
a que se tenía acostumbrada.
Del
mismo modo, Vincent en "Cierra la próxima
puerta" piensa, tras el rompimiento con la joven
sin nombre a quien persigue el recuerdo del implacable
Mr. Destronelli:
Mañana
de nuevo los amigos, las invitaciones, la diversión.
Sin embargo, saboreados de antemano, estos planes
carecían de sabor: toda su vida anterior
le parecía estéril, espuria. 28
Esta
consumación de la pérdida de la identidad
se relaciona claramente con la nevada de la escena
próxima al final del relato de "Profesor
Miseria", presente asimismo en "Miriam",
donde además, la niña equivalente al
Profesor Miseria tiene los cabellos plateados. El
panorama que observa Sylvia y en el cual se interna
posteriormente al salir con Oreilly está cubierto
por un estéril color blanco, el color blanco
del frío margen del mundo al que arriba Arthur
Gordon Pym, el color de la ballena que obsesiona a
Ahab, el blanco, en suma, un reflejo sin vida individual
que parece corroborarse como un símbolo en
el imaginario de la literatura norteamericana, también
asimilado por el joven Capote.
5. Coda
Este año se celebra el aniversario número
20 de la prematura desaparición del genio de
Nueva Orleans. Sabemos que dejó incompleta
para siempre una novela-homenaje a Proust, la risueña
contemplación al mundo que mejor ha representado
nuestra época, esa Hollywood llena de superficiales
y dramas que conoció de cerca. Murió
finalmente de una sobredosis a la edad de 60 años,
el 2 de agosto de 1984, y ha pasado a la historia
para la mayoría de lectores por la inauguración
de la "no ficción", con aquella novela
fundamental llamada A sangre fría. Queden
las reflexiones del presente ensayo como una invitación
a su obra inicial, olvidada frente a la importancia
de aquella otra contribución formidable. Las
ideas que hemos intentado aportar pretenden ser, en
cualquier caso, la aproximación hacia un estudio
más detallado de su obra narrativa.
©
Carlos Yushimito del Valle*, 2004
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