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Se trata, de legitimar al sector criollo como el dirigente de la nación, lo cual motiva la necesidad de generar una identidad, una nacionalidad. Nos encontramos con un modelo de nación donde el Tahuantinsuyo forma parte del futuro.

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Diálogo, historia y utopía: Lima de aquí a cien años como unidad y la idea de nación(1)

por Christian Elguera

 

Una gota de agua, pero permanente con que el Gobierno lo ha dotado, ha convertido ese pueblo, antes árido y triste, en un lugar delicioso: (…) el pueblo tiene en el día sus dos fabricas; la una para beneficiar azucares, la otra para destilar toda clase de espiritus y fabricar licores, esto le ha dado una importancia que jamás crei yo tuviera, y ha hecho de un pueblo antes inerme y desocupado, un lugar de industriosa y productiva actividad (Del Portillo, 1844: 7)

Asimismo, este viaje opera como una forma más que permita la concretud de la utopía, pues el artículo de costumbres busca una comunicación directa con el público. A partir de esta preocupación que conduce al costumbrismo a la mimesis de la localidad, Enrique Carrión Ordóñez, en un interesante texto, “Caracteres románticos del periodismo costumbrista”, considera que el artículo de costumbres mantiene vínculos con el romanticismo, relación que le permite:

(…) poner énfasis en los usos particulares de un pueblo o nación, de una clase o sector social, en el momento realista del acto discursivo, en el sabor local, en la ausencia de todo visible modelo grecolatino, en la valoración especial del aquí-ahora, es decir, de la posición relativa en tiempo y espacio del referente, del enunciante, del destinatario, que abandona su sofá metahistórico, ese sitial rococó del racionalismo, y descubre que la palabra se da en la historicidad misma del hombre que crea signos verbales y cobra conciencia del nuevo canal técnico que permite el contacto literario (1993: 100)
 
El plano costumbrista emplea así elementos típicos. En su intento por ser realista presenta personajes(32) como la comadrona, Da Silvestre —“una de aquellas señoras Patriarcales que conservan con rígida exactitud las costumbres de sus abuela: las mismas horas para comer, el mismo modo de andar, de hablar y de estornudar” (Del Portillo, 1844: 9)— y la barahúnda alimenticia: “(…) empezaron (…) a dar auto da fe del tamal, seviche, sango y otras frioleras, así como a hacerle cariños a los camarones, queso y mantequilla; todo esto por supuesto llevaba por acompañamiento su coro de rosquitas y pan, con uno que otro andante de Pisco, Málaga, Burdeos” (Ibíd.: 12) ,que halla una relación inmediata con el tiempo del autor.

 

8.1.2. El cronotopo del romance: patria y sentimiento

A diferencia del cronotopo anterior que comprende a LCAU, en tanto LCA y CCA experimentan el traslado de tiempo, el presente cronotopo solo comprende a LCA, ya que en este plano trascurre el romance. Entendamos el romance como forma de patriotismo y sentimiento, una relación de tipo alegórica que Doris Sommer se ha encargado de definir y determinar en su libro Ficciones fundacionales. Las novelas nacionales en América Latina.

Este vínculo de patria y romance se constituye a partir de un proyecto que busca en la literatura la sociabilidad de una idea de nación. Se diría que se trata de un recurso de la retórica nacionalista a fin de trasmitir dicho proyecto a la lectoría, y que es reconocida por la autora como un rasgo específicamente latinoamericano (Sommer, 2004: 41): “(…) en América Latina, el romance no distingue entre la ética política y la pasión erótica, entre el nacionalismo épico y la sensibilidad íntima, sino que echa por tierra toda distinción” (Ibíd.: 41-42). La tesis de Sommer configura, además, la necesidad de reproducción social que determina la constitución de una familia, es decir, se insta a la fundación de una sociedad de uniones productivas y prósperas para la nación(33). Esta alegoría entre el amor y la patria, entre “narrativas personales y políticas”, es precisada por la autora de la siguiente manera:

Las historias de amor y la trama política no dejan de superponerse la una a la otra. En vez del paralelismo metafórico entre, digamos, la pasión y el patriotismo que los lectores podrían anticipar de una alegoría sencilla, veremos aquí una asociación metonímica entre el amor romántico, que necesita la bendición del Estado, y la legitimidad política que necesita fundarse sobre el amor (Ibíd.: 59).

Esbozado brevemente el marco teórico de Sommer, precisemos ahora en qué medidaLCA se halla inserta en la lógica de las ficciones fundacionales. LCAse halla en un proceso de nación que va del espacio público al privado, a cada cual corresponde un amor en particular. En el espacio público encontramos un amor que va acompañado de un interés cosmopolita: de hecho, Arthur halla a este amor, a Delia, en espacios de divertimento. En la primera entrega tenemos el buque: “lo primero que vi fue una joven que se divertía en dejar ajitar por el fuerte N.E. que reinaba sus lindos crespo de ébano” (Del Portillo, 1843: 1) y en la tercera entrega, el teatro: “y salte de gozo al ver entrar en un palco á aquella en quien tanto pensaba!!! ¡Cuan bella está! oh! Amigo mío! Al verla me siento volver á la vida del alma” (Del Portillo, 1843: 2).Posteriormente, esta Delia desaparecerá y las inquietudes amorosas de Arthur se deberán, en lo posterior, a la nieta del anciano, Julia, la que aparece en la cuarta entrega y cuya relación se dará en un ambiente casero, lo cual determina para nosotros la importancia de la familia en la idea de la nación propuesta por el autor. De esta manera nos encontramos ante una relación metonímica: así como Arthur y Carlos son parte de un todo, Lima y Cusco respectivamente, Delia y Julia también lo son: la primera es parte del todo “público” y la segunda lo es del todo “privado”. Asimismo, todos ellos son parte del todo “nación”.

En la quinta entrega, la carta de Carlos de A. crítica el fácil olvido de Arthur por Delia y, asimismo, configura su imagen de Don Juan, de diletante, acorde con la representación del ambiente frívolo, lujoso y extranjerizado de Lima:

De dia, se te veia con tu palot gris, corte de Paris, unico su especie en el Perú, tus manos airosamente metidas en sus anchas bolsas, tu bastoncito debajo del brazo izquierdo, pasar por la calle que llamas ahora del puerto, por frente á unos balcones que no te eran indiferentes, con aquel porte suelo y majestuoso, que te dio madre naturaleza, que hacia la deseperacion de todos los jóvenes y atraía las miradas de todas las niñas. De noche en el teatro, aparecias por momentos en el palco de la dama de tus pensamientos. Las madres recelaban que de tu vista, cual cabeza de Medusa, produjera en sus hijas los terribles estragos de un amor frenético y sin esperanza, y trataban de ocultarles tu presencia (…) Seguramente, tus bigotes y tu perilla no contribuian poco en proporcionarte tantas conquistas (De A., 1843: 1).

Este plano cambiará a partir del encuentro de Artur con el anciano, cuyo contacto le brindara un preocupación por la historia del país, momento desde el cual Arthur se convierte en un héroe de la nación. En tal medida, la nueva aparición de Delia resulta determinante para marcar las diferencias entre el país y el extranjero, ya que Delia es arrebatada a Arthur y casada con el príncipe ruso Kptsips Pfdriliorky. El florecimiento de este romance y, con ello, del proyecto de modernización del país, en tanto que el romance “es también una expresión microcósmica de la nación” (Sommer, 2004: 68), se ve interrumpido por un problema externo.

De esta manera, el romance no sólo nos brinda un plano romántico, sino también uno histórico-patriótico, ya que como ha señalado Antonio Cornejo Polar, se trata de: “(…) un azaroso solapamiento del problema nacional bajo la imagen de los conflictos de la familia y las relaciones interpersonales (...). Hablar de éstos era una forma de hablar de los otros, los de mayor envergadura y trascendencia” (Cornejo Polar, 1994: 123). Así hallamos un problema de intervencionismo extranjero, manifiesto en la boda de Delia. Nuestro protagonista exclama: “¡¡Crueles!! te vendieron…. Porque el Ruso era viejo y tenia oro…si…dicen que tenia [sic.] mucho oro…si, Delia tendrá [sic.] palacios, coches, entrada en la corte y palco en la opera [sic]” (Del Portillo, 1844: 4). Esta será una circunstancia que también lo amenace en su relación con Julia, ya que Don Prospero también la desea para “encajarle por los ojos su omnimoda [sic.] proteccion [sic], sus 50 años graves, y sus ganados dollars” (Ibíd.:17)

A partir de estas descripciones se determina a Artur como un héroe nacional que se opone a lo extranjero y a lo viejo, y que, además de cualidades físicas y morales (talento, fortuna, juventud), mantiene un ferviente interés por la historia de la nación, el cual se vuelve a relacionar con el amor, esta vez hacia Julia. Este romance, a diferencia del anterior, se desarrolla ahora en un ambiente familiar y de hecho, dicha unión aspira, a su vez, a la constitución de una familia, lo cual debe entenderse como el proyecto de constitución de la nación. Este plano familiar nos conduce a un plano hogareño, íntimo, que se convierte en una alegoría de la patria. Al respecto, Sommer precisa: “las familias constituían una fuerza estabilizadora, una 'causa' de seguridad nacional. Pero podríamos también considerar que la excesiva importancia atribuida a los lazos familiares es un 'efecto' de la nación” (2004: 37). Efecto de la nación es, además, la relación de la amada con el ideal de patria, pues Julia, siendo nieta del anciano, está vinculada al amor por la historia, circunstancia que el mismo Arthur se encarga de establecer cuando dice: “¡(…) el amor á Julia me ha hecho amarla mas [a la patria] desde que he sabido que Julia nació en ella!”. No obstante, el deseo por la patria no se consuma, puesto que Julia muere, con lo cual también se desvanece la construcción de la historia y ese suceso conduce también a la muerte de Arthur.

Ambas preocupaciones, nacionales y sentimentales, configuran a Arthur como un personaje romántico, y al texto como un antecedente a la presencia de Fernando Velarde, que tanto Escobar como Oviedo consideran el propulsor del movimiento romántico en el Perú(34), y aún antes de las primeras publicaciones de Corpancho, Márquez y Palma en 1848. Así, tenemos la presencia de expresiones amorosas en la tercera entrega, llenas de admiración y devoción como las siguientes: “(…) en mi corazón la llamó Angel de candida pureza, Angel de amor y de bondad, bajo estos nombres la amo, bajo estos pienso a cada instante en ella” (Del Portillo, 1843: 2). A esto debe sumarse la enumeración de los autores de laya romántica: Madame Staël, Rousseau, Byron y diversas “obras de los defensores del romanticismo moderno” en la Biblioteca Nacional. Romántica es también la predisposición por la historia, el progreso y la libertad, lo cual demuestra el interés de la obra por “(…) una acción capital en el despertar o sostenimiento de la conciencia nacional” (Van Tieghem: 226). Romántico es también el gusto por lo fúnebre(35), especificado anteriormente, y el gesto melancólico que cobra Arthur tras la muerte de su amada, que de una u otra manera se convierte en un modo de suicidio.

La muerte se convierte en una vía de escape, en un modo de huir de la sociedad que le ha arrebatado el amor, y por lo tanto, un modo de conseguirlo tal como se dice en la sexta entrega: “(…) allá, si, allá, ni la muerte, ni las leyes, no los hombres me las arrebatarán… allá estaré unido á ellas para toda una eternidad…. allá me será permitido hacerles comprender como es como Dios le enseño a Arthur a amar” (Del Portillo, 1844: 34). De esta manera presenciamos un disparidad entre el interés por la nación y lo sentimental, relación discordante que Escobar determina como un rasgo romántico: “El yo romántico gallardo en la lucha por sus ideales, constante y ardoroso en la profesión de sus amores, era, por lo mismo, proclive con igual intensidad al desengaño y a la melancolía, cuando sus ambiciones no resultaban colmadas” (Escobar, 1958: 31).

8.1.3. El cronotopo de la historia: el trabajo de la memoria.

En LCAU, uno de los aspectos importantes en la figura de la nación se construye desde el trabajo de la memoria, establecida en 4 niveles: a) la reconstrucción histórica que el anciano le hace a Arthur sobre la crisis y nuevo nacimiento de la patria; b) el afán histórico de Arthur que lo llevará a un libro de historia (escena de la Biblioteca) donde, como indicamos, la historia comienza en la conquista, y con cuyos artífices se identificará a la manera del Edgardo de Benjamín Cisneros(36); c) la conmemoración que se guarda a la estatua de D.J.M.P. y d) la escritura de la legislación del Inca que evoca y reactualiza sus antiguos estamentos legales con el fin de regir orden en el Cusco.

Ahora, aceptando, a partir de Jelin, que “las memorias individuales están siempre enmarcadas socialmente” (2002: 20), y son, asimismo, testimonio de una ideología, apreciamos que en la novela predomina el interés por hacer de lo moderno la memoria oficial. Así, se selecciona la civilización del incario, se establece un deseo de orden y fe en el progreso, la historia del Perú se inicia oficialmente con la llegada de los civilizados y se representa la imagen del letrado guía y salvador. De lo señalado nos interesa hacer algunas precisiones respecto del punto a, por lo cual trabajaremos el caso de la memoria con mayor acuciosidad en LCA, específicamente, la reconstrucción de la historia por parte del anciano. La idea de memoria se enfatiza en este paraje trabajándose de manera social al establecerse un diálogo que permite registrar los acontecimientos. En dicho acto, el locutor (anciano) se presenta como una voz sabia y erudita que selecciona en su recuerdo los elementos de progreso, mientras el alocutario (Arthur) manifiesta obsesivo impulso por conocer la historia.

Asimismo, el testimonio y el registro ocurren en un espacio íntimo y familiar, el hogar, escenario ideal de la nación en tanto orden y representación, a nivel microcósmico, de la nación, donde el cepo caudillesco está olvidado, o aún más específicamente, en el cuarto del anciano, lugar venerable y lleno de sabiduría. La selección de la memoria del anciano y su testimonio a Arthur busca convertir la memoria de la modernización en un “conocimiento cultural compartido por generaciones sucesivas” (Jelin, 2002: 33), es decir, hacer de la doctrina “civilizadora” norma de la memoria, legitimación necesaria para alejarse del pasado bárbaro. En la selección del anciano, igual que en la utopía, anotamos una preferencia por lo moderno: "No es sólo nuestro conocimiento, sino también nuestros deseos, necesidades y preferencias, así como nuestros valores y normas, los que determinan la clase de información que seleccionamos, acentuamos, ignoramos, transformamos, etc." (Van Dijk, 1998: 87)

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32 En tal medida, recuérdense las palabras de Jorge Cornejo Polar en su artículo “El espejo de mi tierra y el costumbrismo en el Perú”, donde sostenía que “(…) el costumbrismo es una forma de realismo literario, la primera –puede decirse- que aparece de manera extendida en el Perú y en Hispanoamérica” (Cornejo, 1998: 26)

33 En el artículo titulado “Un círculo de deseo: los romances nacionales en América Latina”, Sommer especificara cómo las novelas instruían los sentimientos, convirtiendo dicha instrucción en una normativa del buen ciudadano, aquel que se casa y cuyo matrimonio es productivo al país, dirá así: “Las novelas eran manuales de entrenamiento que abarcaban, con toda intención, largos periodos para desalentar al público, poco a poco, de las pasiones infructuosas y, luego, acelerar el pulso del deseo productivo. (…) Las novelas apelaban a los ciudadanos virtuales a dejar de pelear y a convertirse en auténticos ciudadanos mediante la constitución de familias nacionales.” (Araucaria)

34 Al respecto Escobar puntualiza: “Los críticos han reseñado la activa participación que cupo a escritores extranjeros en el surgimiento del romanticismo nacional. Se recuerda el ascendiente que ejerció Fernando Velarde (1825-1881), poeta español que visitó Lima de 1847 a 1855, y que vino adherido ya al ideario renovador, por lo que en breve conquisto la amistad y la admiración de los jóvenes. Velarde editó en esta ciudad un libro titulado Flores del desierto (1848), inscrito decididamente en la nueva corriente [romanticismo], volumen que alcanzó gran acogida, y concedió al poeta visitante la autoridad de conductor literario” (Escobar, 1958: 37). Por su parte, Oviedo nos informa: “A fines de mayo de 1847, llega a Lima el desmelenado poeta santaderino Fernando Velarde: dentro de nuestro tardío proceso romántico —quizá el mas lento de Hispanoamérica—, sus novedades poéticas alcanzaron matices de escándalo; obró, sin dudad, como el reactivo que apuró al despuntar romántico peruano (Oviedo, 1965: 41. Nuestra cursiva.)

35 Esta tendencia estará también presente en la poesía de Salaverry. Cfr. Oviedo, 1961: 53.

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La preocupación histórica de Edgardo se manifiesta en su amor a la patria y a la admiración hacia el heroísmo de Salaverry, con quien, por cierto se siente identificado, circunstancia que configura su personalidad. Esta preocupación por la historia se presentará en una escena de lectura de la conquista, donde, al igual que Arthur, se identificará con los conquistadores, ya que en lo referente a éstos se sentirá admirado por la civilización que trajeron: "Admirando las proezas titánicas de los hombres que trajeron al Perú la bandera conquistadora, cuya raza [de los conquistadores] forma hoy el elemento más activo, más ilustrado y más civilizador de nuestra nacionalidad" (290, énfasis nuestro). Por su parte, ante lo andino mostrará un temperamento débil, de compasión. La admiración se reitera también ante el heroísmo de Bolívar y San Martín, a quienes otorga un rol salvacional: "(…) eran para él dos gigantes inconmensurables, dos guerreros homéricos, dos espíritus de los antiguos tiempos reaparecidos en los tiempos modernos para llenar una visión providencial en el Nuevo Mundo" (Cisneros, 1939, II: 291).

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