Hidalgo, además, calumnió o agravó las verdaderas faltas o delitos de sus oponentes, descubrió los velados y los exhibió descarnadamente, negó los aciertos, los deformó o simplemente los silenció, y cuando no pudo omitirlos, los reconoció de prisa y con frialdad.

 

 

[ Recomendamos leer ]
  En torno a una Teoría Literaria Latinoamericana (por Álvaro Sarco. El Hablador Nº3. Marzo 2004)

 

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Alberto Hidalgo como libelista

por Álvaro Sarco

 

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Y no cabe duda de que lo fuera, llevando como ninguno ese género hasta unos límites de invectiva tal que, incluso hoy, las consecuencias de sus inclementes y furiosas embestidas actúan soslayando —por comisión u omisión— lo que de valioso tuvo este importante poeta y prosista.

Los libelos de Alberto Hidalgo deben a la aguda sensibilidad artística del autor el no carecer de brillo literario (17) (usó ejemplarmente figuras retóricas que su imaginación de notable poeta le dictaba), y al carácter violento e inconforme del arequipeño (18), el de ostentar una superlativa eficacia denigratoria (19). Echó mano, para lo último, de una adjetivación de grueso calibre —que jamás desdeñó la procacidad o la coprolalia— y ridiculizó como lo haría el más diestro caricaturista. Hidalgo, además, calumnió o agravó las verdaderas faltas o delitos de sus oponentes (20), descubrió los velados y los exhibió descarnadamente, negó los aciertos, los deformó o simplemente los silenció, y cuando no pudo omitirlos, los reconoció de prisa y con frialdad. En resumidas cuentas, Alberto Hidalgo dotó en alto grado al libelo (el mismo que, desde el punto de vista de la definición, no vendría a ser otra cosa que un opúsculo de carácter agresivo) de las comúnmente aceptadas particularidades de este género. Asimismo, logró conferir a sus baldones un gran poder de “persuasión” —que se sustentó en copiosos razonamientos falaces, conciente y hábilmente construidos—, así como de un efecto estético que antes de menguar encumbró la contundencia del dicterio (**).

Restan agregar algunos testimonios y sucesos que enriquezcan la visión de la compleja personalidad de Hidalgo, una personalidad que alguna vez afirmara sentir un especial deleite en contradecirse.

Ramón Gómez de la Serna enjuició así al escritor arequipeño: “Alberto Hidalgo me seguía pareciendo un ser avispado, sincero hasta la grosería, penetrante hasta la invención, juvenil hasta el arrebato, y, sobre todo, bien orientado, que es lo más difícil de conseguir” (21). Como para refrendar lo dicho por el escritor español, Alberto Hidalgo confesó en su Diario de mi sentimiento (1937):

He sido, soy siempre, ante todo y sobre todo, un escritor beligerante. Me paso la vida preguntando contra qué o contra quién se puede escribir, pues entiendo esa manera como la más adecuada para escribir a favor de alguien o de algo. Esta es mi beligerancia, de la que no quisiera desposeerme nunca, da un tono especial a mi producción, levantando mis adjetivos como aristas incómodas para cierta gente. Pero ese es el riesgo de la verdad. Y yo seré siempre un hombre que dice la verdad, por lo menos la verdad que, yo, creo verdad (22).

De la provocadora y accidentada visita que hiciera Hidalgo al Perú en 1960 recogieron los cronistas de la época:

Dolorosa impresión ha producido en todos los círculos intelectuales del Perú el ataque que el poetastro Alberto Valencia condujo en la Universidad Mayor de San Marcos contra el poeta Alberto Hidalgo. Alberto Hidalgo, honra y prez de nuestra poesía, y de nuestra conducta cívica, sufrió así, el embate canallesco y artero de la matonería de un despechado que se ampara en el número de la prepotencia para imponer una calidad que le ha sido negada en talento, hombría y dignidad humana. Hace algunos años, cuando fungía de ‘poeta del pueblo’, no se cansó de loar y adular al poeta que en esta oportunidad persiguió con ensañamiento criminal…

Alberto Hidalgo pasó por Lima como un verdadero tifón del Caribe. Así fue posible anunciarlo, seguirlo, observarlo, admirarlo y aborrecerlo […] Su estupendo espíritu salvaje, que es pura y natural poesía, quiso hacer política como podía haber pretendido talar árboles. Esto produjo una tormenta y el autor de ‘Muertos, heridos y contusos’ salió medio ídem del patio de San Marcos. En todo esto hubo una lamentable y buscada confusión entre lo literario y lo partidista […] Viendo escapar por los techos de la Universidad al bravío vate rosado, un zumbón comentó: Jamás la poesía alcanzó en San Marcos tan altos niveles… (23)

De esa época también pervive la anécdota de un ya anciano Hidalgo —siempre con el inquieto espíritu vanguardista que se negaba a morir en él— organizando y encabezando un viaje a Ancón con el único propósito de “orinar en el mar de los ricos” (24).

Recogeré finalmente el valioso testimonio de Augusto Elmore, registrado en su artículo “Genio y figura de Alberto Hidalgo”, y que retrata a un no siempre atrabiliario escritor arequipeño:

Aquellos que han leído sus excesos y que no lo conocieron personalmente, como yo que tuve el privilegio, podrían pensar en el ogro de Alberto Hidalgo, ése que le inventó en vida a Victoria Ocampo , que entonces era la gran directora de las letras argentinas, un ominoso e irrespetable epitafio. Escribiendo, inventando agravios, Alberto Hidalgo fue el desborde personificado, pero puedo asegurar –y poetas como Arturo Corcuera pueden dar fe de ello– que el poeta era la expresión viva y personal de la gentileza. En él, como en el personaje de Stevenson, convivían el Dr. Jeckyll y Mr. Hyde […] Tuve el privilegio de conocerlo y frecuentarlo, acercarme a él fue un estimulante aprendizaje. Era implacable en sus escritos y creo que hasta se esforzaba en serlo, como si la vida le fuera en ello. Pero cerca suyo, como ante una hoguera, uno sentía la calidez del hombre y su poesía. Si hubo alguien intransigente fue él y puedo decir que se hizo merecedor de los odios que cultivó. Y también de los afectos.

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(**) Este párrafo, referido a las características de la libelística de Alberto Hidalgo, se ha recogido de mi artículo: “Alberto Hidalgo y el panfleto en el Perú”, publicado en: identidades. Suplemento del diario El Peruano. Año 1, N° 2, Lima, 25 de marzo de 2002, pp. 10-11. Debo a Enrique Cortez, editor del suplemento, la sugerencia de su redacción.

© Álvaro Sarco, 2004

1 - 2 - NOTAS - ANEXOS

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ÁLVARO SARCO (Lima, 1974) Estudió Derecho en la Pontificia Universidad Católica del Perú y cursa actualmente el último año de Literatura en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Ha publicado ensayos y artículos en diarios, revistas y suplementos. Es editor del libro De muertos heridos y contusos. Libelos de Alberto Hidalgo (Lima, Sur Librería Anticuaria, 2004).

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Para citar este documento: http://www.elhablador.com/hidalgo.htm


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