El
punto de partida de esta reflexión era, la mayoría
de las veces, un sentimiento de impaciencia frente a
lo “natural” con que la prensa, el arte,
o el sentido común enmascaran continuamente una
realidad que, por el hecho de ser aquella en que vivimos,
no deja de ser por eso perfectamente histórica;
resumiendo, sufría por ver en todo momento confundidas,
en los relatos de nuestra actualidad, Naturaleza e Historia,
y quería recuperar en la exposición decorativa
de-lo-que-es-obvio, el abuso ideológico que,
en mi opinión, en él se disimula.
Roland
Barthes, Mitologías
Introducción
Los
Estudios Culturales, actualísimo modus operandi
(1)
de los Estudios Literarios, vienen
a proponerse/volverse, por autoproclamación y
relativo consenso, como la nueva y única propuesta
posible de producción de conocimiento sobre lo
humano en la actualidad y esto sucede basándose
en dos justificaciones fundacionales y esenciales dentro
de su constitución misma: la primera de ellas
reside en la crisis de los paradigmas por los que pasan
las disciplinas históricas de las humanidades,
que, según los teóricos del culturalismo,
serían ineficaces por su anacronismo. La segunda,
derivada necesariamente de la primera, propone a los
Estudios Culturales como respuesta eficaz a la comprensión
de aquello que ellos mismos pretenden ver como el novísimo
orden de la realidad y del conocimiento, y que, por
su estatuto absolutamente contemporáneo, exigiría
también una ultra-contemporaneidad científica
que demostraría ser inalcanzable a partir de
las disciplinas históricas.
Haciendo un análisis de tal perspectiva, se puede
percibir, claramente, una inversion importante, en desuso
hasta entonces, en la constitución de los saberes
positivos: el saber que surge unido al objeto de estudio,
como una inversion exacta de aquella que sería
la práctica común de la ciencia positiva.
Un “saber” surge al atraer la materialidad
de su objeto de estudio; y, paralelamente, a través
de la negación perentoria de toda la validez
posible de los saberes anteriores, pretendiendo una
praxis hegemónica y aglutinante de todo el conocimiento
y de toda teoría de las humanidades.
Junto a la desinstitucionalización de otros saberes,
se percibe que la constitución de los Estudios
Culturales ignora no solo las fronteras de las otras
discplinas sino también las suyas propias. La
incertidumbre de descripciones abiertas de par en par
sobre su propia constitución, ya metafóricas,
ya reticentes, llevan a una justificación hiperbólica
de su positividad y de sus propuestas, que no se justifican
por el carácter metonímico de su conceptualización
y constitución; una vez que se restringen a un
presentismo, nos parece demasiado restrictivo para un
saber humano. En un análisis comparativo de sus
variadas propuestas, nos parece entender, sin duda,
que el discurso de los Estudios Culturales parte de
su propia constitución para justificar su existencia.
Ahora, si nos remitimos a Foucault, autor considerado
fundador para los mismos Estudios Culturales, tendremos
un nombre para tal práctica (Foucault: 1971,
16):
Certes,
si on se place au niveau d’une proposition,
à l’interieur d’un discours, le
partage entre le vrai et le faux n’est ni arbitraire,
ni modifiable, ni instutionnel, ni violent. Mais si
on se place à une autre échelle, si
on pose la question de savoir quelle a été,
quelle est constamment, à travers nos discours,
cette volonté de verité qui a traversé
tant de siècles de notre histoire, ou quel
est, dans as forme très générale,
le type de partage qui régit notre volonté
de savoir, alors c’est peut-être quelque
chose comme un système d’exclusion (système
historique, modifiable, institutionellment contraignant)
qu’on voit dessiner.
Así,
contradictoriamente, ya que a sí mismos se llaman
foucaulteanos, los Estudios Culturales parecen ciegos
frente a una de las categorías fundamentales
para aquel autor, que es: la institucionalización
del discurso como poder. Y tal institucionalización,
que parece ambigua, debido a que los Estudios Culturales
persisten en demostrar que son minoritarios con una
perspectiva interesantemente valorativa e hegemónica
para un discurso que se quiere llamar subalterno, demuestra
que, en la práctica, aquello que se niega es
su diálogo obligatorio con la institución
que le delega el poder, como nos aclara Foucault (1971,
09):
Et
l’institution répond: “Tu n’a
pas à craindre de commencer; nous sommes tous
lá pour te montrer que le discours est dans
l’ordre des lois; qu’on veille depuis
longtemps sur son apparition; qu’une place lui
a été faite, qui l’honore mais
le désarme; et que, s’il lui arrive d’avoir
quelque pouvoir, c’est bien de nous, et de nous
seulement, qu’il le tient.”
Por
lo tanto, basándonos en las afirmaciones foucaltianas,
como también en Roland Barthes pretendemos, en
este artículo, reflexionar sobre el carácter
mítico (en la perspectiva barthesiana) de la
construcción de un saber tan peligrosamente ingenuo
al respecto de su estatuto discursivo, analizando sus
propuestas y conceptos.
1. Los estudios culturales: La conceptualización
metafórica de un deseo
Si
consideramos el texto de Simon During, Introduction
(1999), de lejos el más objetivo de todos los
culturalistas (en relación a lo que sea esta
práctica discursiva) tendremos la curiosa sorpresa
de encontrar una variedad enorme de definiciones sobre
los Estudios Culturales en apenas 28 páginas
(!). Nos parece muy extraño que el carácter
continuo de construcción de los Estudios Culturales
llegue a tal nivel de perfección, pero es eso
lo que se encuentra en el referido texto.
Por tanto, en este texto pretendemos analizar en este
tópico tres proposiciones que hemos escogido
por ser bastante representativas y la posible significación
de la variación mutatis mutandis de
la conciencia itinerante de una teoria metamórfica:
Definición
1: (During: 1999, 01)
Cultural
studies ... possesses neither a well defined-defined
methodology nor clearly demarcated fields of investigation.
Cultural studies is, of course, the study of culture,
or more particularly, the study of contemporary
culture... Even assuming that we know precisely
what “contemporary culture” is, it can
be analyzed in many ways... The question remains:
does cultural studies bring its own orientation to
these established forms of analysis? (la cursiva es
del autor)
Desde un inicio estamos frente a la indefinición:
During nos remite a la fluidez intrínseca de
la constitución de los Estudios Culturales, cuando
nos declara la inexistencia de un campo indefinido o
de una metodología. Por tanto, no tenemos un
discurso y así aun a partir de Foucault, ningún
poder. Curiosamente, los rastros del discurso se borran
después de tales afirmaciones. Pero luego nos
señalan dos características, y la sutileza
no nos debe engañar. En el texto de During surge
un inicio de delimitación que más tarde
se mostrará restrictivo y cohibidor y, por tanto,
señalizador de una perspectiva autocentrada,
como también definidora del entredicho (nuevamente
Foucault): el lugar del poder. Por ahora, dediquémonos
a entenderlas.
En primer lugar, hay que destacar la contemporaneidad
como característica de formación de los
Estudios Culturales, coetánea de su objeto. Presuponiendo
que los eventos que serán abordados tengan su
aparición en el momento coetáneo de su
eclosión, los Estudios Culturales se encontrarían,
lógicamente, en un lugar privilegiado de observación
y análisis. De ahí, nada más natural
que la conclusión respecto al anacronismo de
otras aproximaciones –a partir de tal perspectiva
privilegiada, lo serían todas las otras- y, por
tanto, de su ineficacia.
A partir de ese momento, que nunca queda claro en During
o en cualquier otro de los culturalistas, se tiene la
necesaria justificación y demostración
de un discurso/poder como lo destaca Foucault (1971,
10-12):
...dans
toute société la production du discours
est à la fois contrôlée, sélectionée,
organisée et redistribuée par un certain
nombre de procédures qui ont pour rôle
d’en conjurer les pouvoirs et les dangers, d’en
maîtriser l’événement aléatoire,
d’en esquiver la lourde, la redoutable matérialité.
... on connaît, bien sûr, les procédures
d’exclusion. La plus évidente,
la plus familière aussi, c’est l’interdit...
les régions où la grille est la plus
resserrée, oú les cases noires se multiplient,
ce sont les régions de la sexualité
et celles de la politique;... puisque le discours-,
ce n’est simplement ce qui manifeste (ou cache)
le désir; c’est aussi ce qui est l’objet
du désir; ... le discours n’est pas simplement
ce qui traduit les luttes ou les systèmes de
domination, mais ce par quoi on lutte, le pouvoir
dont on cherche à s’emparer.
Foucault, en ese trecho, nos alerta frente a una característica
intrínseca del discurso, la cual, borrada por
la posición estudiadamente indefinida de los
Estudios Culturales, aparecerá de forma clara
a lo largo del texto de During: el deseo de poder. No
nos adelantaremos en relación a esto, pero una
característica que ya se adivina cuando During
cuestiona en el último párrafo de su definición:
¿Qué es lo que diferencia a los Estudios
Culturales de las otras ciencias, cuál es su
especificidad y demostración de eficacia frente
y sobre las otras disciplinas? Este tema será
mejor desarrollado con las otras definiciones.
2.
La verdad metafórica de una conceptualización
del poder
Definición 2: (During: 1999,17)
As
a transnational academic discipline, cultural studies
itself does not represent such an interest. And, in
fact, policy advice does not uncover truths wich can
be immediately used and applied. On the contrary,
outside the academy it tends to become a pawn in wider
political engagements between such interests.
So, Cultural Studies is a discipline continuously
shifting its interests and methods both because it
is in constant and engaged interaction with its larger
historical context and because it cannot be complacent
about its authority. After all, it has taken the force
of arguments against “meta-discourses”
and does not want the voice of the academic theorist
to drowm out other less often heard voices.
En
este fragmento, particularmente profundo, During nos
revela la verdadera función de los Estudios Culturales:
el poder. Esta característica, que ya se encontraba
subyacente en la primera definición, se muestra
en este fragmento en toda su magnitud: el poder sobre
las academias de todo el mundo, sobre las disciplinas
como un todo —que, además, deben ser englobadas
por esta única disciplina— y el poder también
social, ya que tal discurso debe ser llevado por sus
profetas a todos los rincones para servir de voz a aquellos
que no la poseen y de verdad para todos los incrédulos.
Tales características quedan claras cuando los
Estudios Culturales se otorgan una transnacionalidad,
que en vez de ser consensual es impuesta como un mandato
(ya que los Estudios Culturales “nacen”
como un discurso transnacional). Ahora la autocracia
de arrogarse el deber de ser la voz universal es demasiado
autoritaria para ser relevada. Y, además, no
es nueva (2).
La historia nos dejó ejemplos
bastante contundentes de los resultados de estas iniciativas
magnánimas como para que ignoremos lo perverso
de un discurso que se otorga el deber de la salvación
universal.
Otra característica bastante interesante es la
incapacidad de diálogo. Por poseer la única
verdad posible, los Estudios Culturales desconocen la
autoridad de la academia en cuanto a la posibilidad
de representación de los “subalternos”.
Estos, como más tarde veremos, también
están sometidos al poder redentor de la verdad
culturalista, ya que son propiedad del único
discurso verdadero, transnacional y trans-social, aquel
que es proferido en su nombre por los Estudios Culturales.
En cuanto a esa posible verdad, nuevamente Foucault
se vuelve revelador (Foucault: 1985, 336)
...hay
una división más oscura y fundamental:
es la de la propia verdad: debe existir, como efecto,
una verdad que es del orden del objeto –aquella
que poco a poco se esboza, se forma, se equilibra
y se manifiesta a través del cuerpo y de los
rudimentos de la percepción, aquella igualmente
que se diseña a medida que las ilusiones se
disipan y que la historia se instaura en un estatuto
desalienado: pero debe existir también una
verdad que es del orden del discurso —una verdad
que permite sustentar sobre la naturaleza o la historia
del conocimiento un lenguaje que sea verdadero. Es
el estatuto de ese discurso verdadero el que permanece
ambiguo. Una de las dos: o ese discurso verdadero
encuentra su verdadero fundamento y su modelo en esa
verdad empírica cuya génesis vuelve
a trazar en la naturaleza y la historia y se tendrá
un análisis de tipo positivista (la verdad
del objeto percibe la verdad de los discursos que
describen su formación); o el discurso verdadero
se anticipa a esa verdad de que define la naturaleza
y la historia, la esboza de antemano y la fomenta
de lejos, y, entonces, se tendrá un discurso
de tipo escatológico (la verdad del discurso
filosófico constituye la verdad en formación).
Para decirlo bien, se trata menos de una alternativa
que de la oscilación inherente a todo análisis
que hace valer lo empírico al nivel de lo trascendental…
la escatología (como verdad objetiva por venir
del discurso sobre el hombre) y el positivismo (como
verdad del discurso definida a partir de aquella del
objeto) son arqueológicamente indisociables:
un discurso que se pretende al mismo tiempo empírico
y crítico sólo puede ser a un tiempo
positivista y escatológico; el hombre aparece
ahí como una verdad al mismo tiempo reducida
y prometida. La ingenuidad pre-crítica reina
en él sin restricciones.
Por
tanto, considerando las afirmaciones mencionadas, tenemos
un discurso teleológico que se crea a partir
del objeto y de una promesa, y siguiendo en términos
foucaultianos, a partir de un lugar de poder que se
establece en restricción a otros discursos, pues
la conceptuación de un saber positivo parte de
una definición de sí mismo en relación
a otros.
Y, tan grande en cuanto al espacio que ocupa este discurso
de poder es el lugar del otro, que abarca todas las
nacionalidades, todas las disciplinas humanas y todos
los subalternos (término que puede ser expandido,
en ese sentido, a otros saberes humanos). Tal poder
revela una teleología megalomaníaca e
ingenua que, contradictoriamente al comtemporaneísmo
alardeado por los Estudios Culturales, nos remite a
una ultra-modernidad, o a una modernidad ingenua, imperdonable
en nuestro tiempo. Esta ingenuidad moderna de la visión
creadora que ve en sí la propiedad absolutamente
innovadora de conceptos y prácticas discursivas
quedará más explícita en el fragmento
que veremos a continuación.
___________________
(*)
Ensayo traducido por Claudia Salazar Jimenez
(1)
¿De qué otra manera precisar el nombre
de un campo del saber que se muestra tan reticente sobre
su propio estatuto disciplinario?
(2)
Recordemos que todas las prácticas imperialistas
se arrogaron el deber autoatribuido de salvar a los
incredulos: En la Edad Moderna, los ibéricos
debían salvar las almas de los americanos del
infierno; durante el imperialismo, el gobierno británico
tenía también como “santa atribución”
librar al mundo de su barbarie; y pasando el tiempo…
1
- 2 - BIBLIOGRAFÍA |