Alonso
Cueto
Grandes
miradas
Editoria Peisa
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Miradas desbocadas
Basarse
en personajes reales inmediatos para hacer una obra suele
ser un recurso harto recurrente en el mundo literario. Grandes
autores impresionan a sus lectores cada vez que se publican
obras que remiten a un hecho o personaje real, incluso se
llega a afirmar que la obra "trasciende la realidad",
"nos da una visión clara de los hechos",
etc. En vano es que el escritor insista que su obra es una
ficción, que si bien la realidad es tomada como referente,
sus personajes son elaboraciones que gracias a recursos
netamente estéticos han trascendido y llegan a perdurar
en los lectores. Es por esta razón que muchos autores
prefieren construir sus obras tomando personajes que no
remiten a la realidad inmediata, sino que remiten a una
realidad pasada.
Sin
embargo, lo inmediato se ha convertido en el recurso más
fácil y rápido para hacer una obra, confundiendo
y malacostumbrando al lector con un estilo ligero y simplón,
que atenta contra la literatura en general. Ello descarta
todo tipo de desarrollo estético, que es donde el
lector puede apreciar no sólo la profundidad de los
personajes sino la técnica que asegure y soporte
a la trama.
Alonso
Cueto (Lima 1954), nos entrega su última novela Grandes
Miradas (Peisa, 2003), utilizando todo lo que hace que
una obra pierda en su intento de trascender su valor. El
argumento es simple y conocido: en plena dictadura fujimontesinista
el juez Guido Pasos es asesinado por no sucumbir ante la
corrupción. Su novia, Gabriela Celaya, decide vengar
la muerte del noble juez intentando asesinar al mismo Montesinos.
También aparece Javier, la cara del noticiero portavoz
de la corrupción, quien personifica la sumisión
ante el poder. La novela termina con la caída del
gobierno por medio del conocido video de Kouri-Montesinos
y Gabriela tratando de reconstruir su vida con el recuerdo
de Guido.
La
novela sufre diversos desniveles tanto en la narración
como en los personajes debido a que no pasa "la prueba
del tiempo": el lector sobra los hechos de la ficción
a su referente real más próximo y en ningún
caso se puede separar de éste. Cueto sólo
muestra a los personajes en sus debilidades pero no las
profundiza ni los sostiene: tanto Gabriela, como Javier
y hasta el mismo Montesinos, juegan con sus temores y sus
arranques de valentía; sus cambios no se justifican,
pasan de un estado a otro con mucha facilidad, las intervenciones
del narrador no afectan para nada los hechos, salvo alguna
alusión cuando se intenta explicar al personaje de
Fujimori (pero sólo para introducirlo en la narración).
Gabriela
sufre una transformación que va de ser una semi-ama
de casa, asidua concurrente de Larcomar y al café
Haití al papel de mujer despiadada, bisexual y prostituta.
Sin embargo, su llegada a Montesinos resultó por
demás simple, apresurada y ruinosa: los hechos no
se sostienen por sí solos, simplemente se van narrando
hasta llegar a los asesinatos.
Javier, Javi para los conocidos, él, periodista títere
de la corrupción no actúa de la misma forma
que Gabriela: él conoce su lugar, lo acepta, reconoce
cuál es su papel dentro de ese mundo, pareciera que
es el personaje más llano de la narración,
pero sin embargo defiende su condición en un pequeño
monólogo donde justifica su sumisión (al menos
este personaje tiene tiempo de pensar y profundizar su existencia
al lector).
Los
espacios donde se desarrolla la novela siguen la misma línea
acartonada de la narración, los periodistas ya no
se reúnen en bares ahora prefieren los cafés
y hoteles centrales de algún distrito capitalino.
Los
personajes secundarios sólo alimentan el tema central:
la venganza. Angela la periodista del diario y su hermano
Beto (uno de los asesinos de Guido), son los más
recurrentes. Ángela entrega el video del asesinato
de Guido a Gabriela y Beto, en un acto de entereza salva
a Gabriela de la muerte inminente cuando ésta, al
fallar en su intento de asesinar a Montesinos, es apresada
por la cúpula del poder.
Página
a página notamos como todos los personajes flaquean,
Gabriela por Guido, Javier por Gaby, Montesinos por Jacky,
Dothy por Gabriela. La intriga política se ciñe
a los parámetros del sentimentalismo acartonado de
los personajes. Cueto asume un tema conocido por nuestra
tradición literaria no sólo peruana sino latinoamericana,
el tema del poder ligado a la corrupción desencadenándolo
en la perversión tanto ideológica como sexual
(recordemos la novela Conversación en la catedral
de Vargas Llosa); el tema del poder se pierde totalmente,
inclusive esos guiños de Montesinos con la homosexualidad
y el masoquismo no se explotan: son más importantes
las intervenciones de la amante oficial de Montesinos, Jacky,
"No puedo ir hoy, Amor que penita. Mañana voy.
Ay es que a mi baby le ha dado la antipática, mi
amor, Ay mañana te llamo. O llámame tu, mi
vida. Ya sabes que soy tu gatita, mañana voy para
lamerte rico, para lamerte todito, papi, mi muñeco,
requetebello, mi michito." (sic)
La
adhesión excesiva de los nombres reales configurados
en un contexto en el que han sido asumidos sólo como
elementos y motivos decorativos, expresándolos trivialmente
hacen de esta extensa narración de hechos locales
una mezcla intriga política y novela sentimental.
Llevada hasta su límite, la novela se asume como
una acumulación de hechos y personajes que redundan
en sus limitaciones, tanto en la trama como en la técnica.
De este modo la narración se diluye, los personajes
no sobrepasan los referentes inmediatos pues son caricaturizados,
desplegándose en un plano netamente irrisorio. Esta
galería nos es trasmitida sin cambios operados ni
profundizados en la narración, y nos acerca a un
tipo de obra que tiene ecos de los que cualquier aspirante
a escritor debería de huir: una obra que utiliza
recursos tan ligeros puede ser sinónimo de buenas
ventas, pero de ninguna manera representa una madurez artística.
©
Silvana Carrillo 
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