8 de agosto, 2005
Llegué a de Mayo, y entré al café. Lo primero que me preguntó fue:
–Ché, ¿y vos qué sos? ¿Un narrador criosho o un narrador andino?
–¡Y qué se shó! Me llegan todas esas boludeces –fue lo que le respondí.
Me había puesto un polo amarillo para que el maestro me pueda ver.
–Ché, Jorge Luis –le dije–, ¿mejor no querés un trago?
Al rato Jorge Luis y yo llevábamos bebiendo botella y media de vino aquella noche en el Café Tortoni. Todo era en blanco y negro. A la segunda botella decidimos ir a un night club llamado Annabell’s. Al acercarnos a la puerta para salir del café, los fantasmas sentados de Alfonsina, de Julio, de Oliverio, de Alejandra, nos dijeron adiós, adiós y buena suerte, compañeros. Estaban ebrios también. Caminamos por de Mayo rumbo a Corrientes. La noche era fresca. Yo me detuve un rato frente al afiche del Ratón Pérez –un gigante afiche lo anunciaba en el teatro Premier– para mostrárselo a mi amigo. El solo dio una sonrisa algo perdida. Llegamos a Riobamba, 374. Carol esperaba a Jorge Luis, y Abril a mí. Ponían música de Charly García, todas las canciones que ponían eran del flaco de bigotes de dos colores. Era un tributo. Las chicas bailaban en bikini en un pequeño estrado. Un par de tragos más y Jorge Luis estaría listo para concebir el Aleph, su próximo cuento a escribir. Muy animado, me habló en francés de Montaigne, en inglés de Shakespeare.
–¿Che, querés un faso? –le pregunté.
–Por supuesto –me dijo y fui al baño. Armé el porrito. Lo encendí, le di una piteada, y fui a sentarme. Abril también quiso. Ella era de Rosario, la tierra de “El Che”, dijo orgullosa.
–Hey, Jorge –le dije a mi amigo–, sé que si llegaras a mi barrio los muchachos en la esquina te dirían: “qué tal, viejo, ché su madre”. –Jorge Luis rió.
A la hora ya nos sentíamos inmortales.
–Quiero que mi obra perdure, no importa si se olvidan quién fui yo; me importa que la obra me trascienda... Así como a Homero... ¿Me entendés?
–Claro, pero no te pongas triste, amigo –le dije–. Creo que mejor nos vamos. Te llevaré a tu hotel.
Caminamos de nuevo por donde habíamos venido. Empezaba a lloviznar (o como decimos en Lima, “a garuar”).
–Se me va la visión –me confesó.
–No te preocupes. Ya casi llegamos –faltaban unas cuatro cuadras. Al entrar al Hotel Castelar nos dijeron que ya todos habían llegado; es decir, Alfonsina, Julio, Oliverio, Alejandra, y un invitado más, uno nuevo: Federico.
–¿Federico? –pregunté. Le dije a la recepcionista: “mañana vendré por él, somos muy amigos”. Jorge Luis fue conducido a su habitación por la propia recepcionista.
Salí de aquel viejo edificio. Caminé dos cuadras hasta el Hotel Mundial, en el mismo de Mayo. Subí a mi habitación. Me quedé dormido. Luego desperté a las 10 am. Me bañé, me puse mi traje blanco, y salí a buscar a Federico. Todo estaba a colores ahora. Era una esplendida mañana en colores. Colores los desvaídos edificios. Colores las muchachas bellas que movían sus grandes culos. Colores las zapatillas de los jóvenes porteños. Colores los autos viejos. Colores el cielo nuevo. Y por eso, tal vez, había una placa de bronce en la entrada del Hotel Castelar que decía: “Aquí vivió Federico García Lorca, entre octubre de 1933 y mayo de 1934”.
Notas:
Jorge Luis Borges, nació en Buenos Aires el 24 de agosto de 1899 y murió en Ginebra el 14 de julio de 1986. “No nos une el amor sino el espanto/será por eso que la quiero tanto”, dijo de Baires.
Café Tortoni, en el 825 de la av. De Mayo, fue fundado por un inmigrante francés apellidado Touan en 1858. Entre 1926 y 1943 funcionó la Peña del Tortoni, allí también Dolina trasmite por Radio Nacional sus programas radiales. Podríamos ver también el fantasma de Luigi Pirandello o de Arturo Rubinstein, entre jazz o tango, tomando chocolate caliente con churros o la especialidad de la casa, la leche merengada (helado a base de leche y crema, saborizado con canela), o también, cuando cae la tarde, cerveza o sidra tirada con picadas o tablas de queso.
Annabell’s está en un subsuelo, la barra a la izquierda, a la derecha una fila de sillones donde reposan las féminas desde donde “relojean” a los clientes que van ingresando. Al fondo un escenario con paredes espejeadas. “Cuando te sentas –me dijo el propio Jorge Luis– comienzan a acercarse las féminas del local. De una se presentan, te dicen alguna frase ingeniosa o no, te franelean disimulada o descaradamente, según el estilo de cada una, e invariablemente te avanzan para ver si las invitas a tomar un trago”.
El Ratón Pérez, original del padre Coloma, siglo XIX, se presentó en comedia musical en el Teatro Premier, av. Corrientes 1565.
Hotel Cautelar, av. de Mayo 1150, es una de las obras del arquitecto Mario Palanti, se inauguró en 1929.
“qué tal, viejo, ché su madre”, verso escrito en los años 60 por Luis Hernández, poeta peruano, nacido en Lima el 18 de diciembre de 1941, autor de Vox Horrísona, quien se inmoló bajo las ruedas de un tren en Buenos Aires (1977).
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10 de agosto, 2005
Pedí una Inca Cola en el restaurante peruano del Chato Alex. Estaba borracho, le dije a Gilda. “No, mujer, vos eres un fantasma, no eres real”. Ella no entendía. Seguí: “Todo el mundo lo dice. Vos moriste en el kilómetro 129 de la Ruta 12”. Ella decía, casi al borde del llanto: “No me arrepiento de este amor,/aunque me cueste el corazón,/amar es un milagro y yo te amé,/como nunca jamás lo imaginé”. Yo me ponía duro. Pedí un Quilmes. El mozo peruano hablaba como argentino. Gilda no entendía: "Tiendo a arrancarme de tu piel/ de tu recuerdo, de tu ayer,/yo siento que la vida se nos va/y que el día de hoy no volverá". “Amigo –me dijo el mozo–, ¿con quién hablás?”. “Qué mierda te importa” –le dije suavemente como para no ofenderlo. Volví la mirada a Gilda, pero ella ya no estaba allí. Sólo su voz se quedó en el aire: “Después de cerrar la puerta/nuestra cama espera abierta/la locura apasionada del amor/y entre un te quiero y te quiero/vamos remontando al cielo/y no puedo arrepentirme de este amor”. Todos los peruanos se pusieron a bailar, entre platos de pollo a la brasa devorados y platos de arroz con pollo devorados. No sé cuánto tiempo pasó, cuando llegó Karla. No sé si me había quedado dormido. “¿Camilo – me dijo ella–, no me prometiste que ya no ibas a tomar?”. Su cabello azabache me volvía loco. Y ella tenía su canción también. Empezó: “Nunca sabrás cuánto te quise,/nunca sabrás cuánto te amé, mi amor./Me enamoré de ti pedidamente, amor,/pero el que más sufrió: tu corazón”. Le había dicho, ciertamente, que iba a dejar de tomar. Pero ella no me daba tiempo para explicarle, y seguía: “Qué lindo fue soñar contigo, una ilusión que no realizaré,/eres culpable, tú, por no sentir mi amor,/ahora quieres volver, pero ya es tarde”. El mozo se detuvo a mi lado otra vez, me preguntó: “Che, tú eres de La Victoria, ¿cierto?”. “Bueno, sí” –le respondí. “Lo sabía, cuñao, yo también” –dijo emocionado el muchacho y se fue. Karla también, e igualmente, como antes Gilda, su voz empezó a mover a esas almas exiliadas, que bailaban al compás de esas cumbias salidas de una rockola: “Sentí tu piel al lado mío, sexo y amor, pasión, sentido, respiración, mi amor, lo que sentí por ti, y al despertar, mi bien, no estabas tú”. Aquel mozo volvió, había traído una botella de cerveza Cristal, y dijo: “Esto sólo es para los de mi barrio. ¡Arriba Alianza!”. Yo nunca había sido del Alianza Lima, pero le dije con fuerza: “¡Arriba!”. Y bebí con fruición la última cerveza de mi vida mientras Karla seguía cantando: “Lágrimas por lágrimas la pagarás,/por lo que le has hecho a mi corazón,/llorarás recordando (bis)… shorarás recordándomeee...”.
Notas:
Inca Cola, gaseosa o soda peruana, “la bebida de sabor nacional”.
Gilda, nació el 11 de octubre de 1961, en el barrio de Villa Devoto (B.A.), y murió trágicamente el 7 de septiembre de 1966. Desde su muerte sus fans le atribuyen la condición de santa, debido a que, según ellos, realiza varios milagros. El grupo rockero Ataque 77 grabó su tema “No me arrepiento de este amor”, y, al escucharlo en un boliche en México, Bono de U2 se interesó en grabar “Fuiste”, otro tema de Gilda.
Karla, su primer disco se tituló La Rompecorazones. Bella.
La Victoria, populoso distrito limeño, algo así como el Boca o Flores, donde queda Apolo, barrio de Camilo.
“La cumbia peruana” es un género de música tropical conocido en Perú como “la chicha”, fue llevada a la tierra gaucha por el promotor artístico José “Cholo” Olaya. Existen clones argentinos de cantantes y grupos peruanos como Guinda, Karicia o Néctar.
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11 de agosto, 2005
Caminaba a eso de las 3 de la tarde por Bacacay, en Flores. Había quedado en verme con Nadina Oz. El azar hace el amor, pensaba. Había recibido un relato de Alejandro Dolina, y sus personajes ahora estaban aquí diciéndome: “El universo es una perversa inmensidad hecha de ausencia. Uno no está en casi ninguna parte. Sin embargo, en medio de las infinitas desolaciones hay una buena noticia: el amor”. Millones de seres en ese momento estaban en las computadoras, conectados al internet, tratando de hallarse en aquella perversa inmensidad. Yo caminaba por Flores, “Hey, compadrón”, me saludaban. “Hey, reo”, “hey, tanguero”, “hey, guarro”. “Qué hace, man”, respondía yo, “qué hace, chavón”, “qué talco, guarango”. Doblé por la calle Rojas, por el barrio del Angel Gris, hacia la calle Artigas. Entré al Bar del Infierno, y allí vi a Dolina, sentado con Tanguito, su melena larga de la época de la Cueva del Pueyrredón. Cantaban los Huanca Hua. Dolina me dijo: “Sentáte aquí, che… ¿Dónde estás viviendo?”. En Bacacay, respondí. Y dijo: “Hay una calle en Flores en la que viven todas las novias abandonadas”. En su mesa también estaba Jorge Allen el Poeta, y Manuel Mandelo. En otra mesa vi a los Hombres Sensibles. En otra a los Amigos del Olvido. En otra a las Mujeres Hermosas. Y en otra a las Chicas con Novio. “Che –dije a Dolina al rato–, tengo que irme ya”. Le expliqué el motivo. “Compadre, tráela nomás”, dijo con su franca sonrisa, y añadió: “¿A que no sabes quién va a estar aquí más tarde? Si no vuelves, tú te lo pierdes”. “OK, no tardaré”. Bajé del taxi en la calle del Valle Iberluceo, en el Boca, y entré al Bar La Ribera. Allí sentada tomando un vino estaba Nadina. Yo pedí un Quilmes Tanque. Dicen que los enamorados no creen en el error humano. Allí sentados, entre los tangueros que tomaban y fumaban, escuchábamos esa canción de Enrique Santos Discépolo. El tiempo parecía haberse detenido en el año 1931:
Fue a conciencia pura
que perdí tu amor...
¡Nada más que por salvarte!
Hoy me odias
y yo feliz,
me arrincono pa’ llorarte...
El recuerdo que tendrás de mí
será horroroso,
me verás siempre golpeándote
como un malvao...
¡Y si supieras, bien,
qué generoso
fue que pagase así
tu buen amor…!
¡Sol de mi vida!...
fui un fracasao
y en mi caída
busqué dejarte a un lao,
porque te quise
tanto... ¡tanto!
que al rodar,
para salvarte
solo supe
hacerme odiar.
Hoy, después de un año
atroz, te vi pasar:
¡me mordí pa’ no llamarte!...
Ibas linda como un sol...
¡Si se paraban pa’ mirarte!
Yo no sé si el que tiene así
se lo merece,
sólo sé que la miseria cruel
que te ofrecí,
me justifica
al verte hecha una reina
pues vivirás mejor
lejos de mí...!
Nadina pidió otro vino. Después, yo otro Quilmes, y luego bebí del vino que ella tomaba… Nos pusimos muy ebrios y salimos a tomar un taxi rumbo al Bar del Infierno, atravesando la perversa inmensidad del amor. Nos sentamos en la mesa de Dolina, quien al vernos se puso más contento de lo que ya estaba. Y en el instante, cuando en el escenario hacía su aparición Miguel, todos se pusieron de pie. Y Miguel, sin mediar palabras, empezó con la primera: “No te enamores nunca de aquel marinero bengalí”. ¡Putamadre! No lo podía creer. Nadina tampoco. Pero allí estaba Miguel, y ahora con la segunda canción: “Lunes por la madrugada”. Y todos bailaban ya, coreando. Y Nadina llorando de alegría. Y yo sintiendo haber hallado por fin un lugar de putamadre en esta perversa inmensidad de la vida hecha también de tanta mierda. Notas:
Alejandro Dolina, nació en 1949, en Baigorrita, provincia de B.A., en 1988 publicó su primer libro Crónicas del Ángel Gris. Transmite desde las bodegas del Café Tortoni un programa radial, La venganza será terrible, donde habla, toca música y cuenta frente al público, todas las noches, sus historias de barrio.
Nadina, poeta y misterio.
Angel Gris, Jorge Allen y otros, son personajes de Dolina.
Enrique Santos Discépolo, nació en el barrio porteño del Once, el 27 de marzo de 1901, y murió el 23 de diciembre de 1951. El tango “Confesiones”, fue cantado por Calamaro, a dúo con Bunbury, en el programa Séptimo.
La Cueva del Pueyrredón, en Pueyrredón 1723, originalmente llamado La Cueva de Pasarotus –antes era un cabaret, “El Jamaica” o “El Caimán”–, en 1964 acogía a un buen número de músicos de jazz que empezaba a mezclarse con jóvenes de menor edad que traían otra música en sus oídos, el rock'n'roll. Hasta 1967, el músico Tanguito, compartió muchas noches en dicho sótano con personajes como Moris, Javier Martínez, Alejandro Medina, Pipo Lernoud, Sandro, Billy Bond, Litto Nebbia y Miguel Abuelo.
Tanguito, rockero, autor de “La balsa”, nació el 16 de septiembre de 1945 en San Martín. Una mañana, luego de haber escapado en la madrugada de un centro de enfermos mentales, el 19 de mayo de 1972, murió bajo las ruedas del tren del Ferrocarril San Martín, pocas cuadras antes de la estación Palermo. Ningún diario publicó su muerte. Miguel Abuelo, nació el 21 de marzo de 1946. En 1967 formó su banda Los Abuelos de la Nada, que contaría en la década del 80 con Andrés Calamaro. Murió el 26 de marzo de 1988.
© Miguel Ildefonso, 2006 |